Monique Alaperrine-Bouyer
republica» (Lavallé, 1982: 175). Es evidente que al llegar los últimos, con una formación diferente y otros métodos de evangelización, molestaban al clero regular establecido con sus privilegios y prerrogativas. Cuanto más tanto que la rivalidad entre regulares y seculares era entonces una cuestión candente. La educación que los jesuitas dispensaron en el Perú suscitó el consabido entusiasmo, sobre todo en las clases pudientes, pero también una oposición violenta debida no tanto a sus métodos pedagógicos como al poder cada vez más importante que tuvieron, educando a los hijos de la alta sociedad.
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Las luchas por las doctrinas los enfrentaban con el clero secular, tanto en Lima como en el Cuzco. En Lima, el arzobispo se opuso sin poder impedirlo a que se trasladara la doctrina de San Lázaro al Cercado y hemos podido comprobar que aún muchos años después, los caciques que protestaban contra el deterioro del colegio del Príncipe consideraban que aquello había sido nefasto. El Arzobispo consideraba que no se hizo conforme a la cédula del real patronazgo. «[...] sobre ello a abido muchas pesadumbres porque el arzobispo viendo el agravio que a los indios se les haze con mudarles pretende que V alteza les mande bolver a su asiento de san Lazaro y en ello se sirviera nuestro señor y esta ciudad recibira mucho […] resulto desto que el arzobispo pidio a los padres nos mostrasen los recaudos que tenian por tener aquel beneficio y no parecio que tenian ninguno y no obstante que el arzobispo les ha mandado que no lo hagan no han querido obedescer y hacen oficios de curas y administracion de los sacramentos sin licencia alguna y contra la voluntad del dicho arzobispo y convernia proveer que ellos se viniesen a su convento [...]». (AGI, Lima: 93) En el Cuzco también el obispo, como lo vimos arriba, se mostró reacio y el cabildo eclesiástico pidió la total supresión del colegio. En uno y otro caso los jesuitas actuaban sin reparar en la jerarquía eclesiástica cuya superioridad no reconocían. Ésta se veía despojada de su autoridad y de los recursos económicos que representaban las doctrinas: es lo que sobreentiende el que hagan «oficio de curas y administración de los sacramentos sin licencia». Además, los jesuitas a pesar de haberlas rechazado en un primer tiempo, pedían pocas doctrinas, pero siempre las más ricas: así fue de Lambayeque, Andahuaylillas y San Sebastián, que suscitaron litigios enconados.
1. La lucha por las doctrinas Desde 1576, los jesuitas poseían la doctrina de Juli que quedó para muchos como un modelo de evangelización, opinión que no compartía el clero secular. En 1620, pidieron la doctrina de Lambayeque, «la mejor del obispado» según el obispo,