
4 minute read
9. Última mudanza
con la condición de que el rector y sus sucesores siguieran teniendo derecho de uso a la mitad del agua. Podían conducirla a la casa nueva con aprobación y licencia del Cabildo, tomando a cargo los gastos de cañería (ADC, Colegio de Ciencias:leg. 8). Esta cláusula y el largo tiempo que estuvo desocupada, explican que la casa se haya vendido tan por debajo del precio de su compra, 9 años antes, pero representaba para San Borja una ventaja inestimable por lo importante que era el agua en esta clase de edificio. En 1726 la casa se vendió otra vez con licencia de los jesuitas que quedaban censuatarios, por 5 800 pesos y quedaban 2 000 pesos de censos a favor de San Borja. Por fin, en 1745 se vendió por 6 000 pesos al obispo Pedro de Morsillo Rubio de Auñon para el beaterio de las Nazarenas. El obispo canceló los 2 000 pesos a favor de San Borja (Amado, 2003: 225). Los censos corrieron por tanto desde 1673 hasta 1745. Lo que significa que la casa comprada por 13 000 pesos se vendió dos veces, sumando 5100 más 3300 de contado son 8 400 pesos, a los que se debe añadir los réditos de los censos cobrados no enteramente entre 1673 y 1682, fecha en que se desposeyó a las beatas de la casa, más 7 800 pesos de réditos entre 1687 y 1726 y 3 800 pesos hasta 1745. Al redimirlos se añadían al principal de 8 400 pesos. El colegio además seguía beneficiándose del agua de la casa vendida. Esta gestión de la casa revela un beneficio de un mínimo de 5 400 pesos (si se considera el peor de los casos: que no cobraron ningún rédito entre 1673 y 1682). Los bienes de San Borja incumbían a la caja de censos de indios por haberse comprado con sus fondos y ser los caciques colegiales los propietarios de la casa, como se mostró en la ceremonia de toma de posesión. Las casas y haciendas podían ser compradas pero también podían resultar de testamentos otorgados por españoles y criollos en el trance de la muerte. En 1662, un inventario de los papeles que se encontraban en el archivo del colegio del Cercado revela 21 testamentos de indios. Desgraciadamente no tenemos el detalle de esos testamentos y no se puede saber —aunque se supone— si especificaban algo en favor del colegio de caciques (BNP: ms. B1557).
9. Última mudanza
Advertisement
En mayo de 1671, el rector de San Borja recibió la aprobación del provincial Luis Jacinto de Contreras para mudar el colegio a una nueva casa ya comprada, mejor, más amplia, donde está el actual colegio de San Borja. Por el tenor de la carta, se entiende que la mejora está sobre todo en la situación de la casa:
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
«y en aviendo como Vd dice toda commodidad y conveniencia y mexora conocida hagase la mudanza que en quanto al citio a la vecindad a la casa mucho se mejora en todo». (ADC, Colegio de Ciencias: leg. 74 [1618-1734]) Entonces los vecinos de la casa de las Sierpes eran gente principal y el colegio de San Antonio Abad. Es difícil saber con toda exactitud a qué se refería Luis Jacinto de Contreras, cuando suponía una gran molestia por la vecindad. ¿Molestaban los colegiales indios a estos vecinos como antes al cabildo eclesiástico? ¿No sufrían los colegiales de San Antonio Abad su proximidad? ¿La rivalidad de los dos colegios —San Bernardo y San Antonio— recaía sobre San Borja? Quizás todo a la vez. La nueva casa había sido del obispo Pérez de Grado, tan enemigo del colegio en sus tiempos. Los jesuitas se quedaron en ella hasta el día de su expulsión.
En breve, queda claro que la administración de los colegios fue siempre difícil, más en Cuzco que en Lima, por la oposición constante que mostraron los vecinos de la ciudad y el clero a la educación de los caciques. Al parecer, en el siglo XVII, no había mucho control ni de las cajas de censos ni de las cuentas de los rectores. El siglo XVIII introdujo más rigor en la administración, sobre todo una supervisión más apremiante, pero no bastó para acabar con la corrupción de los funcionarios, puesto que la ley siguió acatándose sin cumplirse. Como todos los colegios, el Príncipe y San Borja tuvieron sus buenos y no tan buenos rectores, al principio españoles en su mayoría y a partir de la segunda mitad del siglo XVII criollos en una proporción notable, sobre todo en el Cuzco. Al abandonar el Perú, los jesuitas dejaban colegios florecientes desde el punto de vista económico. San Borja, en particular, que vivía de limosnas en su principio, en 1767 se había convertido en una empresa con inversiones diversificadas. Este éxito estribaba en varios resortes: un vínculo con las más altas esferas de la sociedad y el ser escuchados largo tiempo por reyes y virreyes, saber invertir en buenas tierras y cultivarlas para sacar el mejor provecho, cuando no eran buenas, invertir en su mejora, comprar las herramientas y esclavos necesarios, desecar los pantanos, habilitar las acequias —como lo ha mostrado Pablo Macera—, diversificar los productos, redimir los censos en cuanto se podía, y también tener la pertinacia para luchar contra los jueces de censos, porque además los jesuitas eran buenos conocedores de las leyes y sabían defender sus derechos. Las épocas siguientes mostraron que sin ellos las mismas haciendas y los mismos bienes decaían y perdían su valor. Sin embargo, los caciques no eran los beneficiarios de esta prosperidad, salvo algunos nobles del Cuzco.