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5. Otros caciques colegiales
Simón en 1639, y solo le sucedería tres años más tarde. Estas fechas permiten deducir que en 1642 no tendría los 25 años que otorgaban la mayoría de edad, sino más bien 20 puesto que nacería más o menos en 1622. Es de suponer que su estadía en el colegio de caciques le valió de dispensa, a no ser que se casara entonces. El hecho es que declara haber heredado el cacicazgo en 1642 por decreto del virrey Mancera (AGI, Lima: 11). En 1656 fue acusado de hechicerías por el visitador Pedro de Quijano. Escribió el último documento del expediente con una letra y expresión claras, donde pide que le admitan la recusación que hace del visitador. Además denuncia la violencia y procedimientos del religioso. Se entiende que unas mujeres indias fueron traídas presas sin tomarles confesión, y que tres de ellas murieron en el hospital de Santa Ana (AAL, Hechicerías: leg. 9, 11). Rodrigo usa entonces los argumentos de un buen cristiano contra los actos despiadados del visitador. En 1669 firma una carta a la reina con caciques de otros corregimientos. En 1670 firma con la misma letra otra carta colectiva, relativa al buen gobierno del conde de Lemos que Gerónimo Limaylla remitió al Consejo de Indias. En esta carta dice que su hijo, Juan de Guzmán Rupaychagua le sucede en el cacicazgo. Ahora bien Juan Rupaychagua fue también colegial del Cercado donde entró en 1657, o sea el año que siguió al proceso de su padre. En 1696, sin embargo, un Juan Rupaychagua solo tiene el título de principal y el cacique gobernador de Guamantanga es su suegro, don Miguel Menacho. En un litigio sobre el cacicazgo, Juan de Campos, «gobernador que fue del repartimiento de Guamantanga» acusa a Juan Rupaychagua y a Miguel Menacho de haberle hechizado para que no pueda hablar y obtener el cacicazgo. ¿Sería que Juan no había conseguido el título del Virrey? Los Rupaychagua fueron objeto de una vigilancia continua y, de padres a hijos, colegiales del Cercado. Lo que llama la atención en el caso de Rodrigo es la soltura de su expresión escrita. Como Rodrigo Guainamallqui y como Juan Picho, la enemistad del licenciado visitador y ciertos odios le valen la acusación de hechicero. Como Jerónimo Limaylla, le preocupa la política virreinal para con los indios y pretende dar su opinión ante el Rey. Aunque ningún documento lo confirma, no me parece totalmente descabellado pensar que la famosa carta pudo indisponer al poder y que, una vez marchado el conde de Lemos, los Rupaychagua hayan sido castigados por su soberbia, negando a Juan la herencia del título.
5. Otros caciques colegiales
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Fuera de estos casos bastante documentados, otros —que son la minoría— llaman la atención por varios nombres de los del libro del Cercado que se encuentran en los procesos de idolatrías y hechicerías (Gutierrez, 1993: 105-137). Fue el caso de Sebastián Quispe Nina Vilca, colegial en 1651, y procesado en 1660;
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
de Gómez Poma Chagua, colegial en 1656, e inquietado en 1666; de Juan de los Ríos, colegial en 1621, y acusado en 1668; de Francisco Pizarro, colegial en 1627, y acusado en 1675. También en el catálogo de capítulos se encuentran Gabriel Camaguacho —colegial en 1627— que capitula con otros caciques a varios curas entre 1651 y 1654 (AAL, Capítulos: 15, VII); Francisco Chavín Palpa —colegial en 1638— que capitula al licenciado Cristóbal Martínez en 1650; y Cristóbal Pariona —colegial en 1645— que acusa al cura de San Juan de Lari en 1665. Otro hijo de cacique, Francisco Gamarra —colegial en 1653— parece haber sido el cacique de Ihuarí que también sería acusado, en 1665, de hechicerías y de ser el autor de un alzamiento de los indios «sobre resistir las mitas de los obrajes» (AAL, Hechicerías, V: 9, 10; V: 12-13). Escapó hábilmente del pueblo pero fue preso en Lima a las tres semanas y se escapó otra vez. En 1675 fue de nuevo acusado de idolatría. Por los lugares y fechas que coinciden parece verosímil que se trate de la misma persona.
Estos caciques tienen en común, además de haber estado en el colegio del Príncipe, el haber tenido que enfrentarse con la justicia, o más bien, a menudo, con la injusticia, unos por envidia de otro cacique, otros por el odio de un visitador y por defender a sus indios de la codicia de frailes y curas explotadores o por defender la causa de todos los indios. Varios fueron acusados de hechicerías, en ciertos casos falsamente, porque la mano dura del tribunal eclesiástico era entonces el mejor instrumento de venganza que también servía para intimidar y vencer a los rebeldes. Llama la atención, a este respecto, el que se multiplicaran los procesos en los años sesenta del siglo XVII. Los recorridos de estos ex colegiales permiten también ver las contradicciones y la confusión de la administración colonial. Don Rodrigo Guaynamallqui a pesar de ser hijo natural y descender de un linaje de idólatras heredó el título sin ninguna oposición en 1634; mientras que don Gerónimo Limaylla no pudo heredarlo por ser hijo natural, a pesar de que la tradición en el valle de Jauja fuera la sucesión en línea de varón. En realidad, el argumento permitía no otorgar el título a un cacique que se mostraba demasiado vivo. Don Juan Picho obtuvo el título del mismo cacicazgo, supuestamente porque no se mostró tan reivindicativo y sin embargo supo hacer frente al cura visitador y defender la causa de sus indios contra la codicia de los españoles, apoyados por dicho cura. También es relevante que en los años sesenta, cuando crecía el descontento de los indios, dos de los
ex colegiales escogieran, con otros, recurrir al Rey, en España, para manifestar de manera pacífica su opinión sobre la condición de los indios mientras que uno fomentaba una rebelión. Sin embargo no se puede eludir la pregunta: ¿qué habría hecho don Gerónimo en 1666 si se hubiera quedado en el Perú? ¿Qué hizo don Rodrigo? Pero también existen ejemplos de caciques opresores. El caso de don Luis Macas, cacique gobernador de Chaclla, y uno de los dos autores de la carta de protesta de 1657, o su hijo —el documento es de 1688— parece algo diferente, en la medida en que se le menciona como cómplice del cura abusivo de la doctrina y es objeto de las quejas de sus indios (Carcelén, 1998: 111). No es posible afirmar que estos caciques son representativos de todos los colegiales del Cercado ni establecer una relación precisa entre la educación recibida en el colegio de caciques y la actitud de cada uno; faltan datos. Lo que sí se destaca es que los caciques educados representaban una amenaza para muchos curas doctrineros y visitadores que no vacilaban en blandir contra ella el arma destructora de la idolatría.