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La nueva incertidumbre encontró una certeza demás. La información de la parada del próximo micro que lo llevaría a Encarnación por la ruta PY 06 fue respondida momentos después de acercarse a la estación de servicio. La instancia fue surtida con un: “más o menos cada hora, hasta las 19”, afirmación que procuró la chica uniformada de azul, gorro blanco, ojos de negro intenso, mirada vivaz en el medio de la pasividad de la redondez de un rostro estimulado por el desenfado de quien tiene cerca la opción de futuro cierto, según dijo, marcharse hacia el oriente cercano donde la vida fluyera con más emociones, expectativas de progreso en la modalidad de adquisición de objetos y la necesidad instintiva de continuar atendiendo, de cerca, el llamado de la piel aletargada en la evidente quietud de amplias y luminosas extensiones agrícolas diseminadas en el bermejal, collados, hondonadas; trepadoras, vorágine entre saltos, cataratas y meandros incontables. Frondosidades, tupizón redimida entre blancos de luna, yerbales generosos responsables del vigor intenso, depositario de arroyos pletóricos y serpenteantes, elevaciones apacibles, esteros rodeados de remansos, tierras bajas, trechos de aluvión, especies ocultas que comparten el uso incierto en medio de vastos cultivos de soya y pasturas diseminadas a la orilla de una ruta desplegada entre ondulaciones donde discurre la cotidianidad de los asentamientos, vecindario de paradójica pero profunda memoria subterránea de éxodos ingentes instalados en el borde de un pasado de circunstancias reiteradas, fechas registradas en anales de conflictos memorables por lo extenuantes, sucesivas pérdidas masculinas interpoladas en la indiferencia conjugada en pretérito y el tráfico denso de los tracto camiones cargados de madera y bienes pasajeros, estruendo y humareda deslucida, retumbo impugnado a la evidencia, palabra vacilante de lejanía insalvable de comunidades heroicas, trashumantes como se erige porfiada, enfrente el edificio de la escuela rural, la calle intermedia que se introduce al interior de polvorientas rutas de tierra rojiza como invitación de insinuantes vasos comunicantes desde inicio del ligero repecho de rambla adentro, portadora de comercio, noticias del centro, chimentos manifiestos de la ruralidad: distancia, profusión de inmuebles esparcidos, conformados con paredes de tablas empinadas, coloreadas, piso de mezcla empobrecida, techo de teja de barro que escuchan, a lo lejos, el tintineo de vehículos desvencijados que parten luego de que la oficina nacional de enfrente abriera al servicio y quedara a merced del sopor y la fiebre del medio día.
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Marcial avanzó con lentitud al paradero. Ella permaneció sentada en un banco de rusticidad indiscutible, se recostó sobre la pared de la gomería, pasividad de ver pasar el tiempo enseguida de la oficina de administración, cerrada igual, pero a tres pasos del abrigo de la plataforma metálica del aviso de Petropar, marca identificada por la barra de azul brillante, larga y ancha, dinámica confluyente de tipografía compacta, altas y bajas que responden a una composición de colores institucionales cerrando con vectores en rojo, azul, verde; cubierta ligera que abriga apenas los surtidores de donde se alejó raudo de regreso Severino, el taxista, en un despliegue de pericia y conocimiento hacia Jesús de Tavarangüe. Se sentó en el banco de ladrillo a la vista debajo de la marquesina del paradero. La serenidad se hizo soplo y mirada de sur ampliado a la que se interpuso el fulgor desprevenido de una transfiguración titilante, fragmento de espacio entre asfalto y cielo abierto, movimiento insinuado en los kilómetros de regreso y el aviso de acceso, a la izquierda: Santísima Trinidad del Paraná. Una sutilísima brisa fragmentó el vacío, fue placidez suspendida en el monosílabo alargado del mecánico que despertó en la silla del chofer del colectivo en reparación, parqueado en el recoveco del acceso a Jesús. Entonces, los tordos revolotearon y la mirada se alejó, quedó a boca de ruta hacia el noreste, se extravió, luego, de la curva que contiene la espesura, poco más allá del talud contiguo a la casamata del peaje. Esperó, el instante se disolvió. Y así, la expectativa fue santiamén sin memoria, al lado del banco del paradero; allí, estaba ella sentada. –¿Espera el micro?, preguntó la señora. –Sí, contestó Marcial. –En cuarenta pasa. De aquí a Encarnación es hora y media. 35 kilómetros, creo, se detiene donde haya pasajeros, estaremos allá a las cuatro y treinta. –Ah, bien, gracias, respondió Marcial. –¿No es de aquí, ¿verdad? –No. –Ah, ¿está de paseo? –Sí, vine a las ruinas de las misiones que llaman. –¡Lindo! ¿Mucha gente? –Pues en Trinidad fui el primero en llegar y, en Jesús, el segundo, aunque al salir llegó un joven europeo. –Esta época es de poca afluencia, sin embargo, llegan tures organizados. Pocos vienen como vos, independientes, a riesgo de que el transporte no fluya. Mirá, por ejemplo, normalmente el colectivo a Jesús cumple, es viejito, pero hoy está dañado no se sabe hasta cuándo.
–Forma parte de la manera como se encara el relativo conocimiento que uno pretende. –¡Qué bien! Extraño para lo que uno ve, vienen, pasan raudos, se van. –Después del recorrido, intento contrastar con lecturas el relato de los guías que es más bien recitado, todo esto en guaraní debe ser más preciso. Entender los movimientos de la historia siempre lleva más tiempo, pero todo ayuda, da pie para, en lo posible, mantener la
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mente ocupada mientras se avanza entre visita y visita, hacer analogías, avanzar, maravillarse, identificarse, desechar. ¿Qué hace? –No soy de aquí propiamente, nací en San Ignacio, mis padres murieron, mi ex se quedó en Santa Fe con otra, al fin y al cabo, paraguayo y, no tengo hijos, con lo que pude rescatar después de un largo y repetido andar, regresé al trabajo que me gusta: comunidades, autogestión y acompañamiento. Trabajo para una ONG europea. Siempre me interesó lo mismo. Aunque llegar aquí tuvo comienzo en un largo periplo que me llevó a Buenos Aires, luego de que la dictadura nos obligó a salir a muchos. Pude estudiar como licenciada en ciencias sociales. Fueron diez años, en tanto, lavé ropa, hice oficios varios en muchos departamentos, bodegas, vocación de buena paraguaya en Argentina. Por estos lados somos más cercanos con los argentinos, grandes nexos culturales nos unen, pero las fuentes de trabajo son precarias. –¿Y tu trabajo? –La acción en una comunidad como la nuestra es variada, decidir un objetivo requiere de muchas actividades que se inician con algún trabajo de campo fundamentado en cánones del trabajo social: encuesta con instrumentos no clásicos, heterodoxos. Al inicio los transcribía en papel, luego grababa las voces hasta confirmar que los vecinos contestaran espontáneamente porque queremos enfocarnos hacia lo cultural. No se trata de un listado de necesidades básicas o superfluas insatisfechas –intentamos presionar para que los gobiernos cumplan con lo que les corresponde–, menos gestionar asistencias. Aspiramos una incursión hacia formas de vida de lo que va quedando de lo ancestral, validarlos con la comunidad misma, sistematizarlos y asumirlos: registros de cocina, métodos de subsistencia, siembras, relación con la naturaleza, precisar la influencia de las estaciones, periodos de lluvias, cultivos, comercio que siempre fue muy fluido en toda ésta gran cuenca desde antes de que los jesuitas implantaran la versión europea: transformaron una cultura de movimientos continuos, cuasi nómada, en sedentaria, esfuerzo inmenso e inteligente, lo reconozco, conservar en el medio de la imposición de formalidades en “evangelización” –lo digo entre comillas–, logros como sociedad, digamos, espontánea, que no lo es, aún continúa entre vestigios impuestos al paso del tiempo entre claves de permanencia de nuestra lengua simple, sonora y gráfica. –¿Me hablás del guaraní? –¡Exactamente! El valor de la época a la cual me refiero es cuando el idioma dio un salto cualitativo con la publicación extraordinaria de Ruiz de Montoya que le dio estatus occidental a nuestra lengua. En el envés, lo negativo: urgencia de la conquista europea expresada en métodos culturales cuantitativos, mediciones, urbanismo, religión, estructuras coloniales de apropiación, riqueza de la propiedad privada que, en el papel parecen, hoy, adecuadas y justas, como el respeto a la cultura, utilización de nativos para el desarrollo comercial es donde se presenta el dislate con la vida en extenso, qué hacer agitado y errabundo. Es por eso que no nos adentramos muchos en la historia que ofrece tantos campos de corto entendimiento y mucho de interpretación. Sin embargo, los aportes fueron valiosos: mapas, croquis, distancias, confirmaciones, asentamientos que afirmaron, así, la ubicación de sitios escogidos dentro del valor de lo patrimonial que concluyó con representaciones
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arquitectónicas, exageradas propuestas con el estilo de moda, detalles, representaciones con los medios que son hoy, desde lejos, la hazaña aclaratoria del acervo al alcance: uso del barro, piedra, andamio, fuego, madera, brazos, argamasa y agua, dejadas irresponsablemente para que la posteridad alguna vez volviera la mirada como usted, a valorarlas en la dimensión de sus posturas y disciplina. En consecuencia, evangelización, en realidad, era un mandato real como oportunidad de expandir el dominio de las verdades occidentales sintetizadas en la congregación de una misión, imprecisamente llamada reducción, término bastante prosaico y trivial que destaca un método para la conversión el apaciguamiento y la docilidad onerosa de la fusión, –concepto de moda–, trasplante con un margen estrecho para el respeto de lo atávico y sus implicaciones. Inútil sería hoy que hiciésemos lo mismo. Habitar en este entorno es una interpelación constante a los vestigios sociales que son propuesta de una sociedad que tiene realidades y anhelos nuevos. –¿No cree que usted y la ONG intentan lo mismo, instaurar una utopía o un relato reivindicatorio de la pobreza? Volteó el rostro, lo miró a los ojos con la sorpresa convergente de una duda. Marcial infirió que la afirmación no concordaba con la circunstancia de aquel diálogo inopinado. Pero la idea quedó aquietada porque fue interrumpida por dos pasajeros que se acercaron a espaldas de ellos. Ella volteó la mirada, saludó con la familiaridad de lo conocido, se sentaron en el mismo banco con libertad y, el ritual se dio inició: la guampa y el termo portado por uno de ellos fue llenada de agua fría, acomodaron la bombilla con soltura entre la yerba, cebaron tereré y…la ronda. Sorbos, gustillo a yerba macerada, limón como agregado, otro sorbo y otro hasta agotarla… entonces volvieron a cebar. –¿Quiere? Ella le acercó la guampa y la bombilla. –¿Es tereré? –Sí, le respondió. –Le agradezco, aún no me acostumbro. –No sabe lo que se pierde. ¡Es el último del día! –Seguramente, pero soy de chipá. –Son exquisitas, por aquí las fogonean al punto exacto. Observe, viene Rogelio con la provisión para el camino. Rogelio atravesó desapercibidamente el pavimento con la canasta de mimbre cubierta con tela de género a colores. Se acercó en cuanto ofreció la mixtura de mandioca, queso y sal. Un aroma de abundancia se desperdigó por el paradero, los pasajeros cedieron a la tentación de los sentidos. –El tereré o yerba mate es pilar de nuestra convivencia, interrumpió ella en la ceremonia del intercambio despreocupado. Todos vivimos alrededor de él, continuó. ¡A nadie se le niega un sorbo! Es una infusión de la yerba mate, Ilex paraguariensi, hasta ahí conozco el origen que da nombre al rito cotidiano; en invierno bebo mate cocido, eso lo aprendí en Argentina, pero en esta época de calor, tereré. Los viajeros de antes le llamaban la yerba de los jesuitas, sin embargo, existía mucho antes, incluso fue culpada de ser causante de muchas enfermedades de los guaraníes, pero luego los mismos jesuitas la reivindicaron: “Muchas
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son las virtudes que se atribuyen a dicha yerba. Lo mismo reconcilia el sueño que desvela; igualmente calma el hambre que la estimula y favorece a la digestión, repara las fuerzas, infunde alegría y cura varias enfermedades…Los que se acostumbran a ella no pueden pasar sin usar dicha yerba.” Los mapas de los yerbales datan de la época, 1690 al 1700, por estos lados. Claro está, no sirve de mucho saberlo, es tradición, ya está. –Algo conozco de esa historia. Volviendo al tema, ¿Su trabajo se evalúa sobre la base de resultados? –Sí, tenemos una metodología para mirar avances sobre todo en participación democrática. –¿Cómo es aquello de la participación democrática ¿Este país, acaso, no lo es? –Tema espinoso. No lo considero así. Vivimos años de dictaduras, ya le dije, soy sobreviviente de la última y hasta las justifican bajo el paraguas de defendernos de más invasiones. Ahora son dictaduras compartidas que tienen su efecto en el escepticismo de participar, el recelo de que regresemos a épocas oscuras de represión. Por eso nuestro trabajo es de mucha paciencia con una comunidad que vive alerta en el silencio, se resiste pasivamente cuando hablamos de la importancia y dignidad del trabajo rural donde el manoseo ha sido constante, sin ir muy lejos, el proyecto tan cacareado de las colonias agrícolas. Hacer amigos, visitar domicilios, acompañar la comunidad en la instrucción, las versiones alternativas, fomentar el arraigo –los jóvenes todos se quieren ir, algunos con el imaginario de regresar como brasiguayos–consolidar rutinas comunitarias con dinámicas, actividades como el deporte… el fútbol y la música que fue cultivada también desde la época de los jesuitas, mucho de todo son esos aspectos. Entonces se promueven eventos culturales con la iglesia católica y los mandatarios locales. He tenido dificultades con mis empleadores…ellos quieren una democracia a la europea. El problema es el reclamo para con un estado de recursos escasos y, los pocos que hay, implica trámites ingentes plagados de “retenes”: firmas, giros que se demoran exageradamente, cuando no llegan, vienen mermados. Uno debe armarse de imperturbabilidad no sea que todo este trabajo se desperdicie. Marcial se distrajo en el instante y el perfil fragmentado de rayos de sol se detuvo en la cabellera compartida entre líneas blancas y azabache, salvaguardia del presuroso término que despidió la escena y dio inicio a la nueva fracción del viaje. El chofer apuró, entonces, un sorbo inexcusable, sorber tereré de la guampa que permanecía en un aparador rústico adosado al panel de los comandos del autobús, acentuó el acelerador, el tubo de escape esparció un nimbo negruzco de residuos, avanzó aligerado con los cinco nuevos pasajeros que se acogieron sumisos al espacio libre del autobús que se detuvo nuevamente en el paradero improvisado e intermedio al lado de la berma antes de ingresar al terminal de Capitán Miranda en el que cumplió un recambio de vecinos, recibió nuevas ofertas de chipá, sorbió tereré que le acercaba el ayudante durante el adelanto raudo por los columpios de lo ancho de la vía. Ráfagas de brisa continua e insubordinada ingresaron por la ventana. Marcial se detuvo en el atisbo transitorio de verde saturado que encerraban ojos de agua, reposo en pasividad de la soberanía propia al paso de los puentes, arroyos y corrientes en avance,
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incesante entre un oleaje, apenas sugerido, fuerza e identidad, quietud irregular de lechos que drenan con pasividad hacia las tierras bajas, orillas del Paraná. Y el temblor del viento en el agua, humedales adyacentes, verdores, Igual que el retumbo del río. Y esa rara sensación de que la tierra era la que caminaba bajo el agua, girando gomosa sobre sí misma sin ir hacia ninguna parte, sería quizás, el ímpetu oculto del ánimo de búsqueda sin tregua de la Tierra sin Mal, donde se encontraría, entre otras emociones, la infalible soledad que sabe protegerse a sí misma cuando es irremediable. Estiró las piernas en el espacio entre la línea de asientos y el pasillo, intentó tirar el cuerpo hacia atrás al encuentro de alguna comodidad, pero rozó con la rigidez de la barra curvada de la estructura de la propia silla en procura de encontrar algún alivio, sopor y el cansancio se hizo intento de cerrar los ojos, aislarse de las voces y la conversación que secreteaba entre ella y el paisanaje de data antigua. Entonces se instaló en el interrogatorio de la duda inicial que precede a la valoración posterior, pausada observación de la recordación. “Creo haber estado aquí alguna vez” dijo, y el retorno fue animación congregante de presencias, entendimiento presentido de las trazas de las instalaciones, propuesta elemental de lo urbanístico camino a la disolución, voluntad precisada en el detalle explícito de tiempos en profusión: capiteles en fuga, frisos con rostro de ángeles instando paredones consistentes en el anhelo de resguardarse de la sombra de cielos azules, pinceladas caprichosas de cirrus iluminados por soles inclementes, descampado de una plaza donde se congregara el inicio de cada cotidianidad, semiótica del sello, obstinación en la búsqueda incansable de la utopía terrenal.
El nuevo desplazamiento del autobús dejó dos pasajeros con sus bártulos a la orilla de la ruta de regreso en la última parada, antes de ingresar a la doble calzada para deslizarse con presteza al cruzar el puente de la ensenada de aguas serenas de la presa e ingresar invicto a Encarnación. Se levantó, avanzó para descender en la Ruta Nacional a la altura de la 14 de Mayo, pero el frenazo lo hizo tambalear, el agarrón del soporte le llevó hasta el conductor para solicitar entrecortadamente que lo dejara en la próxima parada. Finalmente, el autobús se detuvo, descendió. Momento de acomodación al lanzamiento a la calle de la congestión. Se inmovilizó en medio de la vereda, quiso continuar, pero se encontró con ella que descendió detrás. –¿A dónde va?, preguntó. –A la costanera, respondió Marcial. –¿Sabe cómo llegar? –Creo que sí. –¿Y usted? –Más hacia el centro, a lo de mi prima que vive unas cuadras más allá, no mucho. –A todas estas, me presento, soy Marcial Barrientos. ¿Y usted? –Raquel, Raquel Villalba. –¿Villalba? me suena…tuve un compañero paraguayo en Buenos Aires, también de San Ignacio.
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–Bueno, aquí y en San Ignacio, Villalba somos muchos. –Clemente Villalba Castillo. –Mi hermano tiene el mismo nombre. ¿En qué año lo conoció? –Por allá en el 77 del siglo pasado. –¡Caramba! Posiblemente sea mi hermano. –A ver, nos conocimos un verano. Trabajamos para un grupo de sociólogos que hacían encuestas en Liniers. Diálogo transitorio, instante de posible cercanía que, quizás, ella entendió como una nueva trampa del destino, instinto mudo de la precaución, quizás, la sospecha de un olvido los puso a caminar aceleradamente por la acera de la avenida. Al margen, la conversación, porque la vía era desorden, tráfago de la hora, comercios al por menor extendidos en el tiempo justo para tomar el propio rumbo al que se interpuso el nombre de Clemente, desasosiego presentido por dos extraños de la vida de él, búsqueda por vía expedita, ensueño de abrazar una sociedad donde la igualdad fuese el patrón leal de comportamiento general y el principio personal ético del ideal. Los incisos constantes de los propios desencuentros y contradicciones entre democracia plena, rechazo generalizado al autoritarismo, fe sin duda en Jesús de Nazaret y la doctrina social de Iglesia Católica, la promoción del hombre por el hombre, la justicia social vívida en comunidades de base y la dictadura extendida a lo largo de ambas fronteras, para adentro la resignación en extenso, exhorto al arte de la palabra escrita moldeada en un periódico semanal impreso en turnos mensuales de varios talleres de imprenta en busca del crédito rotativo para ir abonando presto a los avisos de comercios de mecánica automotriz, restoranes, pequeños emprendimientos de idealistas católicos, anarquistas y, quizás, amigos que a fuerza de ideología y penuria pasaban la vida en un puerto apacible a orillas del mismo río memorioso y represado que les arrebató la mirada, irrumpió con su extensión y colorido la boca calle desde los bajos de la 14 de Mayo. Raquel le ofreció un cigarrillo Laredo. –Muchas gracias, no fumo, y el adiós fue distancia apropiada a lo desconocido. Se adentró en el barrio estimulado por otra iniciación, puesta de sol que descendía con discreción adentrándose en el más allá de las aguas retenidas. Avanzó, y la imagen inicial se disolvió en la silueta menuda de rostro convencido, valor diferido, sustancia del instante aludido de una exhortación. Encuentro en la periferia porteña desde la figura de un todo por hacer; el lugar, la pizzería de la esquina de Liniers donde solían adelantar una fugazza casera o un par de empanadas salteñas–lo superlativo al paladar es directamente proporcional al dinero disponible–, época de descubrimientos, vino de la casa aligerado con soda como apoyo incondicional a la mitigación del apetito y la derrota del cansancio. Habían terminado las encuestas del día que guardaron con rigurosidad en las carpetas. Clemente hizo lugar a su hermana recién llegada en la mesa cuatro de la esquina extrema del salón donde las cortinas, a mitad de la vidriera, permitían entrever el nombre del negocio con letras en dorado fulgurante, ventana de reverso de adentro para afuera. Los décimos de pizza, dos empanadas prolongaron la conversación en la brevedad tomada al contexto de un destino.
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El micro había llegado de Resistencia hacía una hora y ella los esperó allí con el equipaje del agotamiento. Raquel lo abrazó con holgura, sonrisa de un voceo en guaraní, cercanía de la cual Marcial quedó al margen. El natural de la escena fue admiración remota, representación afirmada en el lenguaje de los afectos en un ahora en otra tierra, expresión de esperanza, esencia de la dimisión para siempre de una infancia de fogones femeninos en hervor, campos apacibles, silbos masculinos de madrugada, congregación de ganado, pastizales entre vegas, ondulaciones, polvaredas en verano, atolladeros en temporales, aglomeración de terneros en los saladeros y el parto de las primerizas que la trasladaba del canto del jilguero al sonido clamoroso del arpa y la expresión de una polca. Estructuras vegetales en el medio de la textura sugerida como infinita, colores presididos por ardores sofocantes, quebrachos, colorados, urundeyes erguidos en inmutables fríos en invierno y, en verano, lluvia copiosa en lengua guaraní, bilingües erres aspiradas y vibrante canto extendido entre fronteras fluviales emanadas de la raíz, aflicción del recuerdo de noches diáfanas inflamadas de constelaciones que rielaban por las corrientes del firmamento, así como, el sabor amargo de la provisión envuelta en tela de género de yerba mate que enviaba el Taita Guazú para que, en el sumario de los días por venir, fijaran el espíritu del llamado al origen, arraigo y cercanía, nación o patria, recordación sentida a cada aspiración. La educación religiosa temprana de Marcial incluyó el catecismo del padre Astete como final de un proceso que inició con la lectura y repetición de la Historia Sagrada, reformulada, luego, como Historia de la Salvación en la cual el libro del Éxodo, presunción de verdad que implica la esencia sufriente del pueblo elegido para agruparse en la feracidad de una Tierra Prometida. Ríos de leche y miel, recordó, pero su instrucción no se detuvo en lo sagrado, se embebió en la lectura, relatos de ostracismo, destierros, acoso sistemático del dramático extremo del brete social, momento en el que se instaura la teoría para, con apoyo de la imaginación que fluye a cada párrafo, redundar lo corregido. Sin embargo, toda expatriación era distante ubicación en geografías exóticas hasta aquel instante en el que escuchó cómo el despojo se hacía presente, y, asimismo, voz femenina advertida en la expresión verbal, angustia de relatos persecutorios, apego inseparable, tonos de figuras canoras, revuelos sesgados y rasantes en los abrevaderos, movimiento presuntuoso del espacio anchuroso del campo; vertiente, árbol y soledad. Cánticos en turnos reposados: tucanes, macás, garzas, yaribones, patos de estanques lejanos de tierras bajas; sombra de fieras, coro de gallos al amanecer con los que erigió su filiación al recinto íntimo de la propia fantasía asentada en la seguridad del afecto que ahora excitaba el pasmo de lo desconocido, cansancio previo de la incertidumbre, rumor grave, amplificado dejo acompasado de la actividad frenética de los motores de madrugada del suburbio, más allá de las orillas de un río anchuroso, alejado del lugar de llegada pero que había bordeado en paralelo entre el sopor y el alborozado chamamé que dio inicio en la ciudad de Corrientes, así llamada porque se junta con el río Paraguay que quiere decir río de plumas, tanto porque lo pueblan innumerables pájaros de diversos colores como porque los indios que moran en sus riberas se visten y engalanan con vistosa plumería. Sobre este río, a sesenta leguas, está situada la ciudad de la Asunción, cabeza del Paraguay.
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Raquel intuyó, al marcharse con Clemente, que el desasosiego era el instante límite que debía transformarse en contención y mutismo, suspenso de la nostalgia, suspiro simple, ausente de noches de sábado y tardes de domingo donde una colonia de mucamas, ayudantes de cocina, albañiles, cadetes, estafetas, distribuidores de estupefacientes, jugaban al fútbol, iban de parrilla– vacío y mandioca–, chipá, baile de polca, de vez en cuando galopera con atuendos y equilibrio, y flor de flirteo, amoríos como antitóxico en la búsqueda de un albor al fondo del laberinto de futuro que se erigía en el después del paredón de las afugias: pago retrasado, extraviado oficio de lo impago ante el inexorable fin de mes para dar inicio al siguiente entre lavado y planchado en departamentos de closets nutridos, prendas de invierno y verano, camperas de textura abullonada, abrigo de pieles, pasamanos, citófonos y portones lustrosos –desconfianza inveterada de gallegos encargados–, apariencia es complejidad subrayada de lo porteño aunque olvida que Juan de Garay llegó con cincuenta paraguayos para dar inicio a la segunda fundación que ahora es correría de colectivo a colectivo, estación de subtes, extravío de calles con nominación de próceres desconocidos, trampa de nombres y nomenclatura, pregunta al transeúnte de elemental orientación, respuesta distante de monosílabo o, simplemente el ademán como respuesta supuesta de evidente recaudo en el interior de la certeza de que las extremas caminatas entre veredas, al borde, avenidas descomunales contrarias a un mundo ceñido a la sabiduría de lo invisible y provinciano; semáforos, paso entre luces para peatones, condición latente de orfandad, divergencia, anarquía entre distancias de una ciudad de movimientos establecidos, ordenada observación, perpetuo acatamiento de la realidad adoptada de lo urbano. Inicio del recorrido es la orilla del río enorme, nombre de pila reconocido y entrañable pero que allí fuera bautizado como del Plata, mucho antes de reconocerse en las fuentes. La ciudad se expandía por las orillas hacia conglomerados de etnias europeas asentadas en lo nuevo, lo antiguo, lo porvenir, beneficio del confort, distancia en la disparidad; el buen vivir que se alejaba al destino del suburbio de ellos que se daba con el inicio mitigando la fatiga en el transporte público, tren, andenes de estaciones al estilo inglés para simular quietud en el sueño en un cuarto de pensión, segundo piso, cuatro por cinco, ventana al interior, sanitario y ducha común de un clásico conventillo de convencionales inmigrantes. Raquel y Clemente, al llegar, no fueron por el rastro de la fortuna de hacerse a Buenos Aires. La expectación trascendió el cuarto de dos camas estrechas, colchón de campaña, mesa de luz al medio, cómoda de tres pilchas, lavabo, ducha, lavadero y tendedero común, reverbero, sí, para hervir agua de la preparación constante de la infusión: mate o tereré y los pesos de sobra luego de pagar el arrendamiento, manutención, transporte y el honor empeñado en el préstamo: “después arreglamos”, supuesto de la conversación fantasiosa de los contertulios sabatinos, anhelo de golpe de suerte, quiniela o hallazgo entre deshechos o un empeño sorprendente con quien sobrellevar las privaciones, enlistarse, por fin, entre ínfulas de la conquista de lo pródigo alejado del lugar en donde Raquel se inició en el asombro, elaboración del relato de regreso auténtico en el antes de permitir ser cautivados por las farolas prolíficas de los avisos, jerga presumida, ebullición sin límite de la metrópoli.
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Entonces haría el retorno por la misma ruta, transitada de parada en parada, bordeando el río que peregrina con el soplo de planicies inmortales, luces temblorosas y ausentes de la Mesopotamia y el Litoral hacia las tierras altas de las fuentes y los saltos, pero con oficio titulado para envanecer el reconocimiento, ternura antigua y talante renovado, grave y extenso asumido en ella en las entrañas del tiempo presente con que la jarýi Augusta la despidió. “Debes irte a Asunción, nada de esto es lo mismo que antes”. Manifiesto del reencuentro, retorno al idioma infinito donde ella, la abuela, tuteló la comarca de mates, miradas y mimos que yacen en un cuerpo incorruptible, sostén en la sima del arraigo. Apuró el primer sorbo, fue de una Pilsen puesta en hielo de una mesa diminuta, nivelada a ras de la arena de un bar coqueto, pasos adentro del paseo de la Costanera. Alguna visión de un arcano se apostó al costado a la vista del silo abandonado entre aguas. Más allá, el costado del puente majestuoso y febril recibía los fulgores del ocaso. Una inquieta exhalación resplandeciente se filtró entre la broza de los árboles de los antejardines, acentuó las ondas apacibles de la presa cuando las luminarias de las ciudades, hermanadas para siempre, miraron al sol, renuevo de ocaso que cursaba entre recalcados tonos rojizos oscilando mansamente entre figuras uniformadas en pajizo para esfumarse y conferir destellos a una renovada oscuridad. El segundo trago hizo parte del reclamo del por qué no había hecho presente en el recuerdo ante Raquel de aquel pasado emigrante e incierto, pero lo distrajo una familia en tránsito que abandonó la playa con desparpajo hasta alejarse por el recorrido. Un parpadeo, dejar de lado, por ahora, el reproche. Entonces la extensión lejana repasó un pálpito entre sombras de los edificios, reflejo en las ondas en el oleaje antes de entregarse a la noche que fluyó entre cogitaciones contrarias a la estrategia del olvido. ¿Azar? Desafío permanente de hechos de tipificación absurda que se cree contraria a lo establecido, medido, calculado. ¿Coincidencia? Atracción de la intuición, emplazamiento sorpresivo de la incredulidad, duda o torbellino, imagen a merced del pretérito constante de la recordación que toma de la mano el extravío resignado referente de la noción del tiempo circulante, ronda íntima, libertad en tiempos, lugares y personas. Quizás una propuesta aceptable, de inicio, sea el encantamiento que se estimula con la historia: confabulación de silencios, señales, preámbulos náufragos, documentos, hallazgos, vestigios, mapas, despojos, rutas, razonamientos, analogía, textos, descripciones, fronteras entre imaginación y escrutinio de hechos narrados, expresión de promesa entreverada en la intencionalidad del anhelo. Cuarenta leguas de esta ciudad (Corrientes) comienzan nuestras reducciones de esa primera provincia del Paraná, que son cinco. Leguas adentro: nos hemos introducido bajo forma de corderos, remamos a la manera de los lobos, se nos expulsará como a perros, reapareceremos como águilas. Y la estimulación constante del Nuevo Mundo se instauraba en la imaginación, noticias difundidas desde los puertos, incesante extensión del enorme apartamiento del imperio español: lectura de cartas, salvaguarda de siniestros, filibusteros al encuentro de caudales, relatos, fantasía y lejanía, imposible constatación de irrupciones, solicitudes, necesidad de pobladores conspicuos, leyenda de encuentro con etnias exóticas, elementales,
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paganas y la peripecia apostólica de Santo Tomás en un sitio del mapa determinado por lo primitivo, inmenso y abundante, Suramérica. Un día se hizo a la mar, probablemente en San Lúcar de Barrameda. Ir tras una nueva epifanía en lugares de resguardo guiados en la noche por la solemne constelación de Géminis, honra de Cosme y Damián, sustitutos de Cástor y Pólux; en el día, la quilla rompía las olas de la inmensidad, agua a babor y a estribor y sur, eternamente el sur, rumbo de Magallanes y las Pérsidas. Tres meses de vientos alisios abultaron las velas del bergantín, avanzaron entre marasmo e inquietud, estrechez a bordo o conjuro de la desgracia, aliento de la fortuna, juego de baraja de marineros y pasajeros antes de la zozobra, borrasca enfrente de Rocha para atracar y encontrar de nuevo un verano calcinante como el de Andalucía. Montevideo de aguas profundas y expectativa en el malecón del puerto de Santa María del Buen Aire al ingresar, luego, por el brazo profundo de islas exuberantes, camalotes despanzurrados entre aguas bajas, arenales inquietos del delta, tierra de jaguares, naturaleza derramada, alucinación de aguas en el ascenso: río arriba en barcos grandes para el norte, perdiendo el nombre de Río de la Plata y tomando el de Paraná, que le dan los naturales y significa pariente del mar. A ochenta leguas, sobre un brazo, está la fundada la ciudad de Santa Fe (…). Puerto a puerto, bitácora, evidencia de lo fortuito, parada obligada en Santa Fe en el colegio de la Inmaculada Concepción para avanzar luego en la chalupa, detenerse ribera a ribera y presentir las fundaciones en la fuente del cosmos, plenitud, privilegio de única certeza, brote de la lluvia como: un besar que recibe la Tierra / el mito primitivo que vuelve a realizarse. El contacto ya frío del cielo y tierra viejos / con una mansedumbre de atardecer constante, entonces, hallar destino y quietud en la turbulencia como condición previa para convertirse en cuenca y litoral inagotable. Mi P. Vict dor Nicolas Contucci, 5 junio 17:6 Abra como tres años que pedí cenos tachos al P. Manuel Guterrei cura de Sta. Rosa, y finalmente me envia uno de los 2 os 3.1 pero malo, porque se sale el agua por 1 parte, testigo de vista es el P. Miguel Amengual. Antes de enviarme el P. Manuel dicho tacho, me escrivió si lo quería de 10 reales libra, y la yerva de palos a 6 reales; respondi, que la yerva de palos es a 12 y pueblo con pueblo, pero que como se necesitaba mucho del tacho, le escrivi, me los enviare por el precio que señalava. Enviele la yerba en 200 mas que el importe del tacho, y me halle burlado; pues el no merece más precio el tacho que se da por un tacho viejo. Nunca el P. Manuel quando celebramos el trato me escrivio la matadura del tacho, sino lo callo, ni antes, ni después ni quando lo mando dijo palabra de la matadura del tacho. Toda la mulada bolvió mal tratada y 2 mulas de perdida; y aunque la buelta nos trajeron las mulas 400 as de algodón, pero nunca se hubieran maltarato tanto, si no hubieran llevado la yerva (…). Dejó la copia en la mesa, apuró otro trago en tanto terminó la lectura. La había tomado del documento escrito en letra llana y esparcida, posiblemente recuperado, años después de la obediente consunción, puesto por algún antropólogo indiscreto en lugar de medio paso en el museo de Trinidad. Escurrió la mirada por la Costanera de enfrente extendida a lo largo de la orilla hasta detenerla en la sombra de la estatua de Andresito iluminada del lado contrario. Pretendió entregarse a la escucha, sentido impreciso, latente, otra voz entremezclada en remota expresión de evidencias, perímetros, asentamientos, escritos, libros, vestigios, grabados,
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capiteles, molduras de figuras angelicales, frontispicio con reproducciones a la usanza, desprendidos de una propuesta como réplica razonable a peregrinaciones exploratorias de la búsqueda que rodeaba la Tierra sin Mal, mudar la pretensión integradora de dos mundos desconocidos –negativa de lo que no es–, para erigir un lugar inmune con el propósito manifiesto, descomunal, concentrado, apenas valorado en la periferia del hado, universo en inspiración, antípoda en ebullición decidida de la liviandad de los instintos disgregados. Ramón Fernández, debió llegar a la Misión que avanzaba con el método y dinámica del modelo: enclaves autodenominados como Conquista Espiritual erigidos en el medio de verdores vigorosos, mutismo interrumpido por la proximidad, salmodia de aves como invitación a detenerse en los detalles, tintes de espesura descubiertos con llaneza después de la dispersión de la corriente permanente de un celaje. Sinuoso, apretujado espacio entrecruzado por pasajes ocultos, heridas pasivas en el bosque, pasaje necesario, urgente, del intercambio atávico. En el medio, un descampado espléndido, lugar de encuentro, actividades, moradas, talleres, depósitos; detrás la huerta y, en el centro, el templo. Ruina espectral, edificación, majestuosa propiedad de lo permanente, llamado de la atracción, de lejos, espíritus celestes, adornos de la imaginería barroca de inspiración europea interpretada en el altiplano de los Andes, expresado allí, en el medio del inmenso resguardo de la selvatiquez. Paredes, ingeniería, piedra pajiza, hallazgos de cantera, tallas de madera en el detalle de la lateralidad, grafía de los significantes en las prominencias del frontispicio, púlpitos recubiertos de relieves hasta dominar la atención con la palabra de la lengua adoptada, cultivada, hecha carne en textos que conducen las voluntades por el angosto pasaje de lo cotidiano. Luego del baptisterio, a la izquierda, acceso al inframundo, oscuro extremo de la vida, identidad de la muerte y, a la orden la humedad del hipogeo; alborozo en el bautismo, indeciso instante de las sombras del descenso a los mundos inferiores para instalar la memoria en los sarcófagos porque al tercer resucitaría de entre los muertos al paraíso memorioso, columna del sacrificio en la tierra perpetuada y contigua de la simbolización del sacrificio en el ara, trono y, altar, centro de la tarea oculta de la liturgia y el mando: eucaristía de la largueza en espacio generoso, conexión nunca cercana a la inquietud de las fluctuaciones del empeño. Al final de la cubierta, ventanales, marcos de piedra en el remate del techo a dos aguas que iniciaba en los portalones de acceso, cubría el coro, única posibilidad de mirar todos los actos desde lo alto, alargue de metro y medio en los adyacentes para ver caer el agua lluvia a plomo y correr ligera por los canales del recubrimiento en piedra hasta depositarla en el canal, rumbo al huerto. Interior entramado a la vista, obstinación a toda prueba de las piezas de la entresaca de los bosques, mutiladas a trocero, transpiración y secado a la usanza italiana en la explanada de soles reverberantes, palmeras crepitantes, a lo lejos, cuando se dio por terminado el oficio con el rechinar del fuego que anticipó los tiempos del estremecimiento. Ramón iniciaría las rutinas un día después en el espacio generoso de la sacristía de la Misión, luego de hacer su cuarto, abrir la ventana, entronizar en el pupitre el símbolo en madera del cristo de votos, hacer el examen para dar por terminada la oración. Imágenes que inspirarían la distancia, sucesos inesperados inherentes a la travesía se tramitaron en la procrastinación, intimidad muda de su anhelo, así como, la narración, ahorro
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de palabras que verbalizaría concisamente, de vez en cuando, en el regusto del almuerzo de celebración del natalicio de Ignacio de Loyola. Hablaría de coincidencia y azar, años después de la ferocidad de la epidemia que aún latía en el ánimo andaluz, lo llevaron por segunda vez a las puertas de noviciado de los jesuitas con el firme propósito de hacerse hermano coadjutor honrando el eco del llamado en un sin adornos que había movilizado la voluntad, luego del sermón que el padre Díaz en la iglesia de su aldea en derrochada elocuencia, perífrasis, hipérboles, tonos, ademanes y florituras que enaltecían la gran metáfora: la imitación de la vida de Jesús de Nazaret. Luego continuó el discurso de las digresiones, incomprensibles para él, reiterados del dogma: Dios trino y uno, dones de la gracia y de lenguas que el Espíritu Santo concede por medio de la manifestación de la fe y la continua recepción de los sacramentos. En medio de vapores estivales, palabras y ritualidades pudo razonar con certeza que Jesucristo había nacido de Santa María Virgen, descendido de los cielos para hacerse al cuerpo de cualquier mortal, servir y salvar al pueblo elegido por Dios en el culto que exigía ser verdad para toda la humanidad, por tanto, trecho que debía iniciarse en el largo Nuevo Mundo pagano, imperio asentado y asumido en buena hora por la Europa Cristiana, hasta convertirlo a la fe verdadera, para lo cual, los fieles podrían depositar su donativo y contribuir con esta cruzada. La pregunta la formuló en Sevilla el padre Becerra directamente recelosa pero respondida con rezongo flemático que dictó la pulsión del deslumbramiento para, después de revelada, regresarlo a casa a orar, rodear la cotidianidad familiar hasta por año y medio, darse a la marcha, camino de ida y de venida que transitó sin condiciones ni aspaviento a la insinuación que el padre Becerra le hiciera al padre Sánchez Mejías de que lo condujera, poco a poco, a presentarse como candidato de acuerdo con la disposición de las Constituciones y tramitar con detalle el ingreso. Cada visita era advertida, de lejos, con una serena atracción, expresión familiar de identidad precoz con el proceder de los novicios y escolares que se acercaban a la intelectualidad en la extensión del ambiente creado al interior de los arcos del claustro: orden, aliño, sosiego, modestia, distancia, sobriedad entretejida en oración, reflexión constante, escucha, coherente y precisa distribución del tiempo para, con el mandato y cercanía de las actividades ilustrativas, floreciera cercanía natural, gozo cierto, inefable paradoja revelada de pervivir en lo inefable, andar constante, solo y a pie en la imitación de Cristo en la Compañía de Jesús.
Para el andaluz, Ramón Fernández, hijo de Ángeles y Pepe, luego de haber cursado el postulantado de más de tres meses – su presentación fue espontánea–, se hizo novicio, tomó la vestidura talar, se incorporó al grupo y, entonces, preparó con sigilo de cómodo cumplimiento, el mes de Ejercicios Espirituales. No estuvo al corriente de cómo en la primera semana debía asumir el control de los escrúpulos, ciertamente, no los sintió cuando el Maestro de Novicios lo advirtió en la lectura en voz alta la respectiva explicación de las Anotaciones de que: todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas la afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del anima,
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se llama excercicios spirituales. Indispensable para ello, entonces, iniciarse en el meditar o contemplar , narrar fielmente la historia discurriendo solamente por los punctos con breve y sumaria declaración, porque la persona que contempla, tomando el fundamento verdadero de la historia, quier por una raciocinación propia, quier sea en quanto el entendimiento es ilucidado por voluntad divina, es de más gusto y fructo spiritual, que si el que da los exercicios hubiese mucho declarado y ampliado el sentido de la historia, porque no el mucho saber harta y satisface el ánima más el sentir y gustar de las cosas internamente. Porque como acaece en la primera semana unos son más tardos para hallar lo que buscan, es a saber, contrición, dolor, lágrimas por sus pecados, asimismo como unos sean más diligentes que otros alargarla, y así en todas las semana siguientes, buscando las cosas según materia subiecta; pero poco más o menos que acaba en treinta días. (…) mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su criado y Señor, ofreciendo todo su querer y libertad para con su divina majestad, así de su persona como todo lo que tiene se sirva conforme a sus sanctísima voluntad (…). Quando siente al que se exercita que no le vienen algunas mociones spirituales en su anima; así, como consolaciones y desolaciones, ni es agitado de varios spiritus, mucho se le debe interrogar cerca de los exercicios, si los hace a sus tiempos destinados y cómo; asimismo de las adicciones, si con diligencia las hace, pidiendo particularmente cosa destas. El agere contra y el oppositum per diametrum fue anecdótico, irrelevante certeza de lo simple que se impuso finalizando la Tercera Semana, luego de un diálogo sucinto con el Maestro y la observancia del orden sugerido para encontrar la propia manera de orar, moción del espíritu que lo impulsó a vencer la cautela de la propia desconfianza, entonces se instaló en disposición de asumir con naturalidad y consecuencia la meditación de los Tres Binarios, la de Dos Banderas, fe de imposible expresión precisada en las Annotaciones: advertamos que en los actos de voluntad, quando hablamos vocalmente o mentalmente con Dios Nuestro Señor o con sus santos, se requiere de nuestra parte mayor reverencia, que quando usamos del entedimimiento, entendiendo. La claridad, pues, fue acogida como virtud. En adelante, una vez encontró en la elección de estado que debía continuar su existencia hasta la muerte en la Compañía de Jesús, el deseo del superior fue voluntad de Dios, orden determinante de la convicción de que: El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre y, para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre ha de usar dellas, quánto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas cuando para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, menos, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados. Medida de sus actos: apego a la orden estrictade los superiores de turno que gozaban, de antemano, la ventaja de lo conocido.
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Reflejo de lo sagrado: observancia estricta de la limpieza de la sacristía, cuidado y resguardo de la humedad de los ornamentos para ceremonias presididas cotidianamente por los presbíteros, brillo de los vasos sagrados, suministro, almacenamiento riguroso de las hostias consagradas, vinajeras, vino, agua y, el movimiento de manteles del altar, brillantez del sagrario, apertura a horarios del templo, abastecimiento de cirios y velones para candelabros que reverenciaban imágenes entronizadas en las naves laterales, plegarias, promesas ocultas, favores imposibles; el recojo y conteo de la limosna de los fieles allegados de fuera de la reducción que entregaría con precisión y selección –muchas almas descastadas del vecindario dejaban monedas falsas en las huchas–, anuncio oportuno de los pormenores de la pulcritud de las bancas, cuidado del enladrillado, paredes, tallas en madera. El acompañamiento distante de los ensayos del coro le confiaban las partituras que resguardaba en cajones de madera en la sacristía, celo en la protección del órgano, si lo había, sino la pianola, instrumentos de la fusión cultural, tiempo de promesas de combinación, sobrepellices de actos solemnes para los acólitos, el respectivo estímulo, la revisión diaria de las representaciones del Vía Crucis, la limpieza del polvo acumulado en el travesaño del crucifijo que presidía los supuestos de la dirección del rector - maestro de capilla; manojo de flores perennes a los pies de María. Y, el instintivo inconsciente y múltiple de la genuflexión al paso enfrente del sagrario. Recurso de la costumbre era el apego asaz a la exactitud. Horarios estrictos, urgencias de manutención: compra en el abasto, preparación, presentación, limpieza de los utensilios de la frugalidad diaria que ordenaba el superior de acuerdo con las recomendaciones del Santo y el flujo de las arcas. Frugalidad activa con base elemental del agua porque del pan, conviene menos abstenerse. América, rigor del modelo mayor, gala de dispendio, intercambio de lo palpable por lo invisible, a contrapelo, la estructura y proyección sempiterna de las edificaciones, geometría de los asentamientos en el medio de la asimetría del relieve, sinuosa insistencia como excepción, amplitud y detalles del templo: arquitectura como concepción espacial de un mundo mejor ‘aqui y ahora’. Lo demás, organización de lo formal, apoyo extendido y exhaustivo a cualquier labor catecúmena y prosaica como sacralización de la práctica de la labor artesanal, la huerta, el canto y la astronomía. Entonces la perseverancia fue comprendida dentro del mutismo, observación y escucha porque la palabra presurosa era para las prescripciones de la Teología Moral, argumentación, fatalidad y libertad, elucubraciones que daban curso con habilidad entre monoteísmo, panteísmo, antropofagia; la antinomia de la poligamia extensa y la fe verdadera; alegato de la sacralización en la nueva organización social, desde lo sedentario: vestimenta y desnudez, procreación y bautismo, discurso de la inculturación, fusión urgente del guaraní con el castellano como vía cultural unificadora y, la tertulia distante de los profesos. La política, validación del regicidio, reino y dominio, los bandeirantes; la supremacía, macrofamilia y conservación de las uniones sociales, liderazgo, tierra como propiedad colectiva, competencias, decreto encallado en un brazo de arena del río, vigencias caducas entre estaciones de largo, obispo y visitadores del Rey; sarcófagos, cosmogonía y ritual funerario, nigromantes y comparsas; pirotecnia en la espesura de la región de la Paraquaira.
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El rostro de Contucci se contuvo a la lectura de la noticia. Cualquier expresión de sorpresa se escapó por la ventana al horizonte del cuarto del Visitador. Ramón había actuado de acuerdo con la manera de ser. No podía esperar nada diferente frente a la advertencia, burla del P. Manuel Guterrei. Obrar en coherencia obtenida en el Prosupuesto de los Ejercicios Espirituales: (...) como el que los rescibe, más se ayuden y aprovechan: se ha de presuponer que todo buen christiano ha de ser más prompto a salvar la proposición del próximo que a condenarla, y sin no la puede salvar, inquira cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor, y si no basta, busque todos los medios para que bien entendida, se salve. Tanto cuanto, mesura que, ciertamente, quedó escrito y precisado en las bitácoras, cuentas del avance continuado y extendido en la AMDG, sigla tallada con laboriosidad en el frontispicio de las ruinas despejadas en la fronda, memoria de un tiempo que debía continuar inalterado. Y la disolución: 17. Para apartar altercaciones o malas inteligencias entre los particulares, a quienes no incumbe juzgar, ni interpretar las órdenes del Soberano; mando expresamente, que nadie escriba, imprima ni expenda papeles, y obras concernientes a la expulsión de los jesuitas de mis Dominios, no teniendo especial licencia del Gobierno e inhibo al Juez de Imprentas, a sus Sublegados, y a todas las Justicias de mis Reinos, de conceder tales permisos o licencias, por deber correr todo esto bajo de las órdenes del Presidente, y Ministros de mi Consejo, con noticia de mi fiscal. El Extrañamiento, no fue profecía, barrunto consecuencia de la Pragmática Sanción del Rey Carlos III ( 2 de abril de1767), firmada por Don Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar de las Islas de Canarias, de las Indias Orientales, y Occidentales, Islas y Tierra–Firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante, y de Milán, Conde de Habsburgo, de Flandes, Tirol, y Barcelona; señor de Viscaya y de Molina(…) puso en evidencia otra vez, la prontitud de la indiferencia adoptada como fundamento de la obediencia ciega de sus votos. –¿Qué ves?, preguntó Contucci a Ramón cuando la chalupa se dio al río abajo, incertidumbre y refulgencia que siempre es esencial avanzar con ligero ajuar y peso. –Una llanura perdida entre grama verde, aguas detenidas, un extenso horizonte entre arboledas y retoño de árboles caídos. –¿Qué oyes? –La voluntad de Dios en su palabra, padre. –¿Qué sientes?, Ramón. –Que el amor se demuestra más en las obras que en las palabras. –¿Sabes a dónde vamos?, volvió a interrogar Contucci. –¡Al lugar donde nadie quiera ir!
El vago rumor de los vehículos del lado opuesto absorbió el golpeteo de un oleaje insignificante que iba y venía por inmediata, arenisca, beso constante de las aguas contenidas del Paraná. Marcial Barrientos se conformó en la oscuridad de la noche. El efecto letárgico
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de las emisiones titilantes dispersas en el agua lo condujo a distinguir en el pulso de los encuentros la ausencia, pretexto de una escucha, de nuevo, ojos que vieron tus ojos, nunca olvidaron pudieron: olor, cocción, sudor, huerto, cotidianidades; yerba entre piedra y boscaje; trascender, entonces, los rigores del paso del tiempo en la ilimitada evocación de documentos, vaivenes extensos de la presencia sugerida y renovada que se asume en el derecho al ensueño; ¡cuánto olvido en medio de tanta memoria! Compasión nueva, ternura antigua de la frustración del ideal esforzado de un mito fundacional, estaciones itinerantes de Raquel y Clemente. ¿Tierra prometida? ¿Expatriación o trashumancia? Así en la tierra como en el cielo, punto de lo incontable, feudo de lo sublime, anhelo resumido, vigencia en la búsqueda permanente del equilibrio, disputa aplazada de lo inevitable. Desmayo y delirio, piedad o beneficio, mundo errabundo, desvarío o condición humana atrapada en contradicción hasta en espacios remotos de la geografía que se renueva entre vestigios del pasado. La réplica del silencio. Pálpito extendido en polvareda, candil de santos, tránsito del mismo sendero, alma de propia identidad; se aleja, se acerca, entorno redondo, hechos distantes, carácter que se acerca en la tonada que irrumpe. Un sonido grave, brillante, casi imperceptible de las notas de un acordeón antecedió al grito eufórico: ¡Sapucai! Y la escucha de Marcial fue tomada por asalto con el llamado de la melodía de acordeones, guitarras, compás de seis por ocho, acento resbaladizo, voz grave, descripción declamatoria precisa de la media noche. El verso, palabra prolongada con erres que se arrastran, conversatorio para sí, concurrencia que encontrará la manera de identificarse en el jolgorio y los vericuetos del relato: polvo, soledad, destino, lejanía, quema, humareda, lapacho. Nube negra, carancho, culebra, lagartija, carpincho, silbos, trino armonioso del ave, deslizamiento del yacaré, potranca, yegua, potro atropellado; reses en el extravío, estaciones de la profusión: agua, pastizales, soles candentes y, la arboleda interminable, apego cierto a los fundamentales de la ruralidad, fuerza velada de la tradición. Y el grito de emoción contenido en la monotonía de la distancia, desamparo, comunicación oculta después de la consunción convertida en síntesis del aún, antes y después: señores, aquí está la identidad. ¿Por qué negar la intención del baile? Cercano movimiento del torso, cuerpo, piernas: exultante escucha que se acerca, vaivén de la desdicha de los amores inconclusos: Kilómetro 11, Lucerito Alba... Chamamé… nota remota, entresijo vecino, luz de ojo, piedra y espesura que emerge de la espera; vida al aire libre, aspiración profunda, bálsamo exhalado y melodioso: Anivé angana, che compañero, ore korazö reikyti asy… No más, no más, compañero, rompas cruelmente nuestro corazón. El duende de la noche entre acordeones, guitarras y exultación se disipó en la sutil propuesta de luz de sur lejana. El anhelo de que la atracción de otra jaisi pyahu se resolviera en llovizna fue nubosidad, refugio ligero, en tanto Marcial se alejó por la vereda de venida. “No hay felicidad completa”, dijo para sí. La sombra lo hizo figura delgada, paso corto, cuerpo errático en deliberación, tanteo de relato categórico, protesta interna disuelta en la Tierra sin Mal, peregrinar sin agotamiento porque lo inesperado, fortuito, extraordinario es rutina de la historia que requiere del estímulo en palabra para continuar el relato. Ella dijo
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de Scheherazade, descifrable, apacible, extendida clarividencia, hálito también resuelto por el Karai Guazú, José Gervasio Artigas, juicio irrefutable más cerca del paraíso que de los mundos inferiores.