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Saudades elementales
Dijo que el día anterior había regresado de Sergipe. Tengo una idea vaga por dónde se llega a Sergipe y, por supuesto, a Aracaju, donde hizo escala. Quise enterarme de más detalles, pero me respondió de una vez, sin rodeos, que sólo le interesaba estar por allá, arriba, piloteando el avión de carga DC–8. –El cielo es más azul, las nubes amplias, blancas, no hay contaminación como por acá abajo, –dijo–. Continuamos la conversación cargada de la inofensiva trivialidad de las remembranzas. La vida es un debate continuo con la memoria que abre y cierra puertas entre encuentros y desencuentros. Nos despedimos con la promesa de volver a vernos, en tanto la tarde se abrió paso entre las luces, el tráfago propio de las horas pico acentuado por la llovizna pertinaz de abril y la profundidad de la noche. Los acontecimientos cotidianos, en apariencia, hacen tránsito a la nada. Deje así, se dice con frecuencia. Los hechos suceden, el olvido intencional o no – hiedra mitológica– de la existencia, absorbe todo con su aliento. Al menos, es lo que uno cree. Pero Sergipe y Aracaju quedaron allí como cabeza de proceso. Brasil es un título nobiliario, refulgencia clamorosa, eco asentado en la representación íntima de una identidad erigida en el vaivén de la presencia y la inspiración: alma que abre y cierra a contrapelo constante entre lenguaje fluido y desparpajado, precisada expresión musical casual que libera sonrisas y aliento silencioso. A decir verdad, el estímulo vino de regreso y fueron las noticias de los negocios por cuenta que un potentado, brasileño y boliviano a la vez, ahora colombiano, quizás ciudadano del mundo, que se hizo a una quiebra, Avianca. Bien dijo Felipe una vez: el dinero no tiene nacionalidad ni sentimientos. Toda una historia nacional que se hizo a la globalidad. ¡Ciudadanos del mundo!, eso creímos como lema de inversión: es posible que las consignas del capital sean resumen de la verdadera intencionalidad: el rendimiento del dinero. Y ahí la memoria porfiada se da sus mañas para reformularse y hasta se presenta en exquisita representación que escapa al abrir un texto: Merci pour tout, Rio, 07 de agosto de 1982.
¡Lembro me!...como se fosse a hora da memoria/ Outras tardes, outras janelas, outras criaturas na alma/ O olhar abandonado de um lago e o frêmito de un vento / Seis
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crescendo para o ponte como salmos… (…) Oh criação que estas me vendo, /surge mulher e beija –me os olhos/ Afaga–me os cabelos, canta una canção para eu dormir. Claro, hora da memoria es un número de vuelo Sao–Bogotá, na la Avianca, una extensa caminata de extravío y noche en un parque (¡pasmo!un imposible metafísico a la sombra contrita de Sao, creí entender, hoy no lo sé); danza heterodoxa entre samba o candombe, qué se yo, ¡pucha vida!... un iniciado arrítmico, presuntuoso; un incipiente instigador del gozo, el futuro inmediato en un avión crepitante que rechina a tientas entre las nubes y la tormenta, promesa sin sustrato, cuerpo arrellanado en el tremor d´il primo adio. Y la madrugada: un atractivo y flemático gris sin perspectivas, fatigado rocío de
ventana.
Louco amor meu que quando toca, fere/ E quando fere vibra, mas prefere/ Ferir a fenecer e vive a mesmo. Fiel a sua lei de cada instante/ Dessasombrado, doido, delirante/ Numa praixao de tudo e de si mesmo. Ley no es digresión, non fere, aclara lo vivido, actualiza y retoma. ¡Ainda embora! Entonces, otro vuelo es plácido e irrepetible: final de tarde, puntos en el firmamento paulista, Chegamos, Varig, meu irmao, o melhior do mundo. El aplauso en Congonhas, y allí: cabelhos compridos, sonrisa amplia, como si nada, anuncio, abrazo y palmitos al anochecer (voce non gosta da palmitos), pero sí de un verde lleno en Morumbi, Palmeiras–Corinthias (un, do, tre, cinco mil, eu queremos que Corinthians va puta que o pareu), dicen a mi lado y es la trastienda de la insomne Avenida Sao Joao, ¿cuál andar? Eu ne me lembro porque me llevan ríos de paulistas al mercado de turmalinas. Festa do interior: plaza Ancheta, a caipirinha e Ibirapuera es un poema de longe, por cuenta de los afectos que reflejan lejano un rostro perdido en lozanía, desprevenido, desenfadado, siempre tra gente,… ¡Pucha vida!, dijo el paulista a toda mierda– Sao es un a toda mierda, de día, de noche– como si el VW le disputara el lugar al turbo a Rio sin presentar el pasabordo, Ponte aereo por Congonhas. O tempo…sombras de perto e sombras da distancia–vem, o tempo quer vida! / ¿Onde ocultar mina dor se os teus olhos estao dormindo? Atlantida. Vamos y es Cirrosis, ¡ Ufi ¡ Ipanema. Atrás queda el extenso recorrido victorioso–guirnalda, salmo y samba para Santos Dumont– el mosaico es un hall para nosotros–, rapidito antes de que los frescos de los paredones nos lo arrebaten y lo enajenen para todos los ojos llegados del ultramar de los portugueses como aquella vez, ¿recuerdas? –Elle perdeu–se no mar! A quem respondo señao a ecos, a solucos, a lamentos/ De vozes que morrem no fundo do meu prazer ou do meu tedio. Por lo pronto, ahora es éxtasis: el onírico árbol Brazil abre los brazos del Corcovado pero es el Jardín Botánico, antesala del litoral, resumen del imperio extraviado en la antesala de la amazonia porque, sí, el vértigo del teleférico a Pao de Azucar no es oleaje, es marea alta sin bandera de peligro de Ipanema, tampoco el sumiso y preciso desliz del ferry a Paquetá que deletrea un atardecer en portugués, asentamiento cálido, simétrico; juventud apacible, florecida, ardorosa y embriagada de nostalgia: jeroglífico egipcio, lengua francesa, Colombia
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incomprensible y enigmática. En la chistera quedaron esperando para el Google Hearth: Angra Dos Reis y el Grosso Matto. Nasco amanha / Ando donde ha espaco / Meu tempo e quando. El estrépito de los afectos, A festa do interior no terminó. Prosiguió con feijoada, y un 6 a 0 Botafogo – Madureira. Zico inició la cuenta que no fue interrumpida por el incendio proverbial de un carro a media noche, cara hostil del taxista carioca y, al final, un adiós de madrugada: vuelo no directo, escala en Manaus, de largo, sin posibilidades de probar suerte en la búsqueda de la parentela extraviada en el gemido de las caucheras del 30. ¿Es o no? Ignoro, se infiere, entonces, silenciosa y en penumbra la macumba a los pies del Corcovado, piedra filosofal del descarrío inmigrante, Caderneta de Poupanca, y el paso continuo de lo esencial en lo local: Vinicius, Guimaraes Rosa, Amado, extenso apretón, intenso y desprevenido en el nuevo corazón sobrecogido que recita un presente hoy en la calle, ilusión actualizada, sentimiento que encuentra reposo en la extensión del territorio. ¿Saudades? Siempre indescifrables, a veces voce, casi siempre el tiempo que no fue. Lo cierto: nadie nos quita lo bailao… sustancia atesorada, versión propia y auténtica que trasciende el hermético tudo fechado, que sea infinito mientras dure. Luna nueva. Hoy se eleva: oriente, es un redondel áureo, luz pródiga, acaramelada que se distiende por el descampado. En lo alto, cuerpos de nubes se dispersan, pero otros permanecen estáticos e inconclusos, intentan cubrir el horizonte, ponen a salvo un amplio margen invadido de luciérnagas que combaten con la atracción irrefrenable de los astros. El bosque se mece a ritmo del cefirillo de agosto que mitiga la ardentía del sol de la tarde. La vaguada refleja luces del Valle que enciende fogones, fragor de palabra queda y en suspenso para ser retomada en las extensiones futuras de la cotidianidad, sílabas contraídas que se intuyen como amplia perspectiva, un rostro ligero, ámbito desenfadado, susurro cercano se difunde en la quietud; rumor antiguo y reconocido, escucha atento, dice que en la noche seré emboscado por un duende trajeado de josefinas.