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El Dragón del Sagrario
Tiene quinientos años. Nos ha visto de reojo pasear a todos por la milenaria vía que flanquea la fachada que lo oculta. Entre la maraña de hojarascas de piedra, agazapado y con vértigo de mirar al suelo, se encuentra escondido el protagonista de esta bella historia.
No hacía muchos años que Málaga había sido conquistada por los Reyes Católicos. La ciudad intentaba recuperar su vida tras la traumática expulsión de toda su población. La construcción de la nueva catedral sobre la vieja mezquita era el mayor símbolo de los nuevos tiempos. Una portentosa fachada se abría a la antigua vía romana que había pervivido más de mil quinientos años sin alteración alguna. Era el eje de comunicación que llevaba los productos de la mar al zoco que emergía frente a la mezquita, pero que desapareció para ser engullido por conventos que empezaban a tapiar las calles. La ciudad se cerraba al exterior con las murallas y al interior con altas tapias. Era un día de primeros de octubre, corría el año 1508. A la sombra, en el patio de los naranjos, se reunían como cada tarde de lunes siete amigos. El mayor de ellos era un fenicio, como se gustaba llamar. Converso, se hizo cristiano en la propia Roma. Sus últimos días quería pasarlos bajo aquellos naranjos que le hacían recordar sus viajes por el Mediterráneo. Su gran amigo de antaño en sus tratos comerciales, era otro converso, pero judío. Sin prisa, apareció el tercero en discordia, un morisco que había llegado esa mañana por el camino de Antequera, para vender su aceite del molino de Almogía en el puerto. Poco después hacían su presencia el hombre más cabal de todos, un notario proveniente de Úbeda, junto a un francés que gestionaba uno de los almacenes de la isla de Arriarán, y un hidalgo de origen cántabro, caballero veterano de la guerra de Granada.
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Faltaba uno al que llamaban el kitano, pues ese parecía ser su origen, aunque en verdad a lo que se dedicaba era a la producción de seda, y por eso le pusieron ese apelativo oriental sin más fundamento. Su retraso era debido a una enfrascada conversación con el maestro que estaba trabajando en las obras catedralicias. La discusión iba elevando el tono a cada réplica y pronto llegaron las voces hasta el patio de la antigua mezquita, aturdiendo la placidez de una tarde soleada a la sombra de los naranjos. De pronto, el silencio. Al poco, el kitano a paso ligero: “Ese tío es tonto er culo”. Las estupefactas caras de los congregados pedían una explicación más descriptiva y menos peyorativa, pues de un maestro de obras se trataba y su reputación como profesional no admitía gratuitamente semejante calificativo.
El kitano le había espetado al maestro que menuda portada lateral iba a tener la catedral y no quería imaginarse cómo sería la fachada principal, a lo que el otro le dijo que se equivocaba, que lo que estaba contemplando era la fachada principal.
“¿Cómo va a ser eso? Todo templo se orienta de oeste a este, señor mío”. Dicho lo cual comenzó la enfrascada disputa de pareceres, sin más razones que las propias del que escucha por la boca. El tema no tenía mucho más que comentar, puesto que a ninguno de los presentes le interesaba lo más mínimo, unos porque lo que hiciera el maestro mayor les importaba bien poco, otros porque seguir la cuestión rompía la placidez de aquella tarde inútilmente. Se hizo el silencio.
"Tenemos que hablar con el maestro de obras y que haga algo para nosotros". El notario sabía atraer la atención. "Voy a buscarlo y le pediré que nos escuche a cada uno de nosotros". Se levantó y se volvió para quedar frente a sus expectantes oyentes. "Cada uno le contará lo que quiera. Yo me encargaré de que lo haga". Y tal cual lo dijo se fue en busca del maestro de obras. Luego uno tras otro hicieron lo mismo, incluido el kitano. Un halo de entusiasmo los embriagó a todos, pues algo tan simple tendría una repercusión para los siglos venideros. Caía la tarde y se emplazaron para el siguiente lunes, en el que debían contarse unos a otros lo propuesto al maestro de obras.
Llegó el esperado lunes. El fenicio fue el primero en llegar como siempre, pero cual fue su sorpresa cuando se percató de que el maestro ocupaba el asiento que con avidez perseguía. "Le estaba esperando. Bueno, a usted y a todos". Conforme iban llegando el resto de amigos, las caras de perplejidad se iban sucediendo. Llegado el último y todos acoplados en sus asientos, se levantó el maestro y empezó a mirarlos uno a uno.
"Hace una semana tuve una encendida discusión con el amigo kitano. Su comentario me irritó por considerarlo irreverente, pero cierto es lo que dijo, lo cual me hizo irritar mucho más, aunque esta vez conmigo mismo. Luego me llegó el amigo notario a contarme una extravagante propuesta, a la cual aún aturdido por mis encontrados pensamientos, no reparé suficientemente en ella. Acepté la propuesta como un reto, al menos para hacer desvariar mi cabeza en otros asuntos que no fuese construir una catedral imposible".
"Hoy he venido aquí a decirles que todos tendrán su historia grabada en la fachada de la catedral de Santa María de la Encarnación. No sé cuánto tiempo durará esta obra en pie, pero tengo claro que sus historias cumplirán más años que la piedra que las soportará".
"Primero llegó el notario, recordando el pasado que este sagrado lugar tuvo desde antiguo, muestra de ello las romanas columnas que soportan la antigua mezquita y ahora catedral".
"Esto me hizo reflexionar precisamente en lo relativo que es una obra, puesto que el tiempo es inmisericorde con la banalidad humana. Lo que es piedra es piedra. Su interés era representar el poder de la sabiduría, lo único que nos hace eternos".
"El que más gracia me hizo fue nuestro amigo morisco. Me emocionó. Sus palabras fueron las que me dieron la confianza y darle sentido a esto, pues de eso se trata, no de darle sentido, sino sentimiento a lo que se hace. Era contradictorio disfrutar de las palabras de alguien que contaba penas, porque eso quería representar, la pena de ver cómo el mundo en el que nació ha desaparecido, y la ruina no entiende de paraísos".
"Los problemas de conciencia me los provocó un converso que no tengo claro si quería convertirme a mí. La exaltación católica debía tener su contrapunto, el mal que acompaña a la naturaleza humana y que los textos del Antiguo Testamento recogían perfectamente. Quedaba claro en su exposición que lo importante no era la apariencia ante los demás, sino lo que cada uno creyese, aunque tuviera que ser en secreto".
"La penitencia la tuve que sufrir con el kitano. Tozudo en su idea, su obstinación era enfrascarse en la orientación del templo. Le corté su alegato con una pregunta: ¿por qué te llaman kitano? El origen. La autenticidad de lo que somos,de donde venimos y a donde vamos. Sus palabras me estremecieron: vengo de donde sale el sol, más allá de donde acaba el mar. Soy zurdo, porque me educaron así, para no mirar al ocaso. No me pidió nada".
"Un giro inesperado a todo lo anterior me lo dio nuestro comerciante francés. Todos los días son una aventura, la misma que siente viviendo en esta ciudad que ya no le es extraña. ¿Cómo se puede representar la alegría de vivir? A su pregunta le respondí con otra: ¿acaso no tiene problemas? Todo mal es pequeño si se sabe, se puede y se quiere derrotar. Esta respuesta era la justa medida de las cosas, todas por ganar y una sola por perder, la vida, tan pequeña y tan ínfima en su ser, que nada queda a su sombra".
"Sorprendente e ilusoria historia la que el hidalgo caballero me contó. Fascinante en su melancolía de tiempos pasados, pero que se antojaba irreconocible. Me contaba que desde el glorioso episodio de la conquista de Antequera, corría entre los caballeros castellanos la leyenda de la mujer malagueña. Los más intrépidos y valerosos, se adentraban por la sierra atraídos por sonoros cantos, producidos por el viento que azotaba las rocosas montañas. Al otro lado se encontraba con una cautivadora doncella, que les ganaba el corazón con su sola mirada. Tarde o temprano el caballero terminaba converso o enjuiciado ante la Inquisición, teniendo pocos la dicha de poder ir acompañados a buscar la felicidad en el otro mundo desde la peña de Antequera. La leyenda del caballero no podía más que asimilarla al poder embriagador que nos atrae con lujuria a esta tierra y a sus gentes. Más cercano al pecado que a la gloria eterna".
"Y me queda mi viejo y respetado fenicio".
"Su locura inicial me pareció lo más interesante de todo lo dicho hasta ahora. Sin parpadear, con la vista clavada en lo más profundo de mi mente, me dijo: lo que falta es una mujer. Falta en todo esto una mujer. Exacto. Pero no la doncella de caballeros heroicos, sino simplemente la mujer. Aunque nuestro amigo fenicio me intentó distraer este puro pensamiento con nombres y artificios orientales, propios por otra parte de su renombre, no me distraje de la idea inicial, y con esa me quedo".
El maestro cayó. Nadie sabía qué decir, pues ninguno adivinaba la solución a tal conflicto de peticiones más o menos claras. El hecho de que no se alzase voz alguna, provocó una leve sonrisa en el maestro. Era un pequeño detalle de honestidad ante el triunfo que sentía por haber honrado la memoria de esos hombres, con la sinceridad y el respeto que les hacía igual de diferentes entre todos.
"Ninguno os habéis percatado de que todo lo dicho ya está hecho. Solo falta explicarlo".
Todos quedaron estupefactos al saber que habían pasado por delante de la fachada y ninguno había notado nada nuevo, aunque a decir verdad, nadie había reparado más allá de no tropezar con los escalones de la puerta. La ansiedad hizo levantar a alguno, a lo que el maestro estirando el brazo lo contuvo haciéndole desistir. Todavía no había terminado. Aquello merecía una espera, si bien no tanta como la que el maestro tuvo que soportar de días hasta ese lunes para poder contarlo.
Por primera vez, no se percibía bajo aquellos naranjos la placidez cotidiana del silencio, sino el nerviosismo sonoro que esperaban palabras.
"El dragón para los romanos representaba el poder, pero el poder no se entendía sin sabiduría, pues es la única constatación de divinidad que facultaba a un humano a serlo. La etimología griega enlazaba perfectamente con la historia antigua de esta ciudad y su herencia cultural".
"Los conversos tienen en el dragón la representación del mal, de la ruina. Lo que fue y ya no es, o lo que nunca será, siempre son males achacados al mal, el mismo mal que nos corroe el alma humana, buscando culpables más allá de nosotros".
"El dragón en sí mismo no es malévolo, sino dependiendo de dónde lo situemos, en tiempo y lugar. El kitano me lo demostró, por eso tenía claro que solo podría estar a la izquierda, al este, indicando por dónde sale el sol y nunca mirando por dónde se pone".
"Esta aventura es mínima, una pequeña gota en el mar, puesto que nada es un problema más importante que poderlo vivir. Así que todo lo anterior tenía que tener el tamaño adecuado, es decir, pequeño".
"La leyenda del caballero no era realizable sin más fantasía que la propia, a la hora de establecer a las doncellas como esclavas de un dragón, que llevaba a valerosos caballeros a la perdición. Dejar al dragón empedrado en la fachada, aseguró que ninguna doncella más de esta ciudad, terminase despeñada en Antequera".
"Hasta ahora cumplía el compromiso, pero un dragón no era una mujer, ni doncella admitía el asunto. Todo en ello debía ser una señal de algo grande. Así que dispuse el dragón en el acimut del lucero vespertino, girando la cabeza para conseguir con una larga lengua de fuego señalar la posición exacta de Venus".
Dos siglos después el maestro mayor de las obras de la catedral proyectaba la finalización del templo. Su sucesor, mantuvo la idea original hasta completar la obra que se perseguía, la cual no era otra que conseguir darle una gran fachada a la catedral, cuya altura quedaba señalada por el acimut del dragón. Más no fue suficiente con ello. El último maestro de obra de la catedral, solicitó comprobar que se llegase al nivel del suelo de la calzada romana. A ese nivel y a la misma distancia de la puerta que el ancho que esta tenía, la lengua de fuego del dragón señalaba exactamente la veleta que coronaba la torre de la catedral.
Siete amigos y un dragón. Tardes a la sombra de un naranjo en el silencio de las piedras que cuentas historias. ·