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La catedral de Antonio Ramos II
La falacia de un tejado para la catedral
La catedral de Málaga jamás se proyectó con tejado. No existe documento histórico alguno del Cabildo catedralicio que indique la necesidad o ejecución del tejado. En los 254 años que van desde el comienzo de las obras hasta su paralización definitiva, ningún maestro mayor propuso ni diseñó tejado alguno, desde Pedro López hasta Antonio Ramos, pasando por Diego de Vergara y José de Bada, pues la cubierta cerámica ofrecía más seguridad para la integridad de la fábrica en caso de bombardeo. El diseño de la cubierta está condicionado por la ubicación de la catedral a cincuenta metros del mar, a tiro de los navíos enemigos que surcaban las aguas malacitanas.
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La edificación del siglo XVI es una auténtica fortaleza, un bastión inexpugnable y disuasorio para los enemigos de la Corona española, que no quería volver a repetir ataques como los sufridos por Kemal Reis tras la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos y, en especial, la temible amenaza de los hermanos Barbarroja con sus ataques corsarios desde las bases otomanas en Berbería. Sin embargo, el enemigo cambia durante el siglo XVII, y serán franceses, ingleses y holandeses, los que surcarán la bahía con potentes bombardeos sobre la ciudad que llegarán hasta la catedral.
La primera referencia documental que se tiene sobre la cubierta es en 1668, cuando el Deán le dice al Cabildo "que un oficial de albañil, que andaba reparando los golpes de las balas, había dicho que la iglesia tenía mucha falta de reparo por la solería de las bóvedas, y que de no poner remedio, se podía temer mucho daño", aunque unos años antes, en 1655, el Cabildo acuerda "aderezar las bóvedas de las capillas, de forma que no haya goteras en ella". En 1702, en plena guerra de Sucesión al trono español, el Deán avisa de que las armadas de Inglaterra y Holanda se hallan a la vista de Cádiz, pero será dos años después, en el verano de 1704, cuando la armada del almirante Rooke cause pavor en la ciudad en su camino hacia la conquista de Gibraltar, y pocas semanas después, en su encuentro con la armada franco-española en la famosa batalla de Málaga. El miedo a sufrir un bombardeo fue una constante durante el siglo XVIII, fundamentalmente por la continuidad de las guerras con Inglaterra.
Toda la documentación histórica demuestra que en ningún momento se estimó la construcción de un tejado, como se describe en las cartas que se le envían al Rey y a la Corte en 1746, detallando el estado de las obras: "lo que falta que ejecutar son arcos y bóvedas del cuerpo de la iglesia para su conclusión y cerramiento, y concluir torres y sacristías". En marzo de 1782, cuatro meses antes de paralizar las obras, el Cabildo reconoce que "además de la conclusión de una de sus torres principales y de las cuatro restantes de los cubillos, las dos sacristías, todos los remates y adornos de la fachada y circunvalación de los altos, el programa estatutario, el panteón, la sala capitular, el Patio de los Naranjos, y todas las oficinas necesarias para el debido uso y servicio de la Iglesia". Ni antes, ni después de la visita de Ventura Rodríguez, hay referencia alguna al tejado. En 1792, diez años después de paralizadas las obras, se le vuelve a enviar al Rey un memorial solicitando ayuda "para acabar la torre, hacer la sala capitular, sacristías y demás oficinas que se juzgaron precisas al delinearlo". Incluso el informe de 1796 de Martín Aldehuela y Miguel del Castillo tampoco señalan que falte la cubierta.
El Cabildo tiene clara sus prioridades y continuará recordando incesantemente la necesidad de realizar la sacristía y sobre todo, la construcción del panteón. A lo largo del siglo XIX se suceden los proyectos para la ejecución de la sacristía, consiguiendo durante la visita de Isabel II a Málaga en 1862, "presentarle a la Reina la súplica de que sean continuadas las obras de indispensable complemento de esta iglesia catedral, siendo acogida benévolamente esta petición calificándola de muy justa".
El último intento de reanudar las obras de la catedral es promovido en 1943 por el Gobernador Civil, pero se desecha rápidamente la iniciativa ante la magnitud de los deterioros que presentaba el monumento. En los 479 años que van desde el comienzo de las obras hasta la intervención del arquitecto Juan José Jiménez Mata, el tejado siempre ha sido una quimera, una falacia de proyecto, que jamás tuvo el más mínimo sentido para todos los arquitectos que fueron maestros mayores de la catedral.
Buenaventura Rodríguez Tizón, conocido como Ventura Rodríguez, vino a Málaga en 1764 para realizar un informe técnico sobre la solución de cargas que había realizado Antonio Ramos para las bóvedas. La ciencia aplicada por Ramos suponía cargar los arcos que soportaban las bóvedas con potentes cadenas de sillares, lo cual reducía el empuje en los muros perimetrales de la fábrica. La idea de Ventura Rodríguez era la de cargar los costados, reduciendo en su caso las cadenas sobre los arcos, pero al no ser lo suficientemente gruesos los muros perimetrales, esta solución suponía un alto riesgo para la mecánica del edificio. En cualquier caso, Ventura Rodríguez no plantea la cubierta como una necesidad, sino como una alternativa al planteamiento de Ramos de cargar competentemente la obra, como finalmente hace. Los documentos de Ramos sobre la resistencia de las estructuras arquitectónicas, debió sorprender al arquitecto de la Corte, que lo recomendó como materia de estudio en la Real Academia de San Fernando, considerándose este ensayo la cota más alta alcanzada por la ciencia arquitectónica española de la Edad Moderna sobre esta problemática.
La historia del tejado es oportunista, está tergiversada y fue absolutamente rechazada desde su misma presentación. El mal endémico que ha sufrido la cubierta ha sido el mísero mantenimiento que ha tenido. En esto no hay problema en documentar la afirmación, pero hay que hacer dos apreciaciones al respecto, la primera es que los problemas más graves de humedades y filtraciones han sido en las bóvedas de las capillas, y el segundo aspecto y más relevante, es que las bóvedas del siglo XVI son de albañilería, lo cual las hace mucho más frágiles y necesitadas de mantenimiento constante. Por el contrario, las bóvedas construidas bajo la dirección de Antonio Ramos son de piedra, que insiste en 1755 en utilizar la piedra de Alhama "por no recalarse con las aguas", lo que demuestra la intencionalidad manifiesta de no requerir tejado alguno para cubrir las bóvedas.
La inspección de la obra que hace el maestro mayor de la catedral de Cádiz, Gaspar Cayón Orozco de la Vega, en febrero de 1756, tres meses después del terrible seísmo de Lisboa, recoge en su informe final: "hay una abertura en la bóveda mayor del crucero que no necesita reparo alguno porque es antiguo y es menester tener buena vista para verle desde el plano de la iglesia y no es de riesgo ninguno; y el cubierto que tiene encima de la dicha bóveda se infiere la echaron por las lluvias y algunas humedades que por dicho pelo se introducían, lo que se debe quitar, así de este pelo por donde se introducen las humedades, como de otra cualquiera que haya en cualquiera de las otras bóvedas que se ofrezca, ya advertí a don Antonio Ramos con la facilidad con la que se remedia". Es innegable la experiencia de Cádiz en ataques, bombardeos, incendios y más en la construcción de terrazas para las cubiertas. Este círculo histórico se cierra con el matrimonio celebrado en 1765 entre Ventura Rodríguez y la hija de Torcuato Cayón, que en 1757 había relevado a su tío Gaspar como maestro mayor de la catedral de Cádiz.
En los proyectos de obras de restauración realizados a partir de 1942 por Francisco Prieto-Moreno, arquitecto conservador de la Alhambra y director general de arquitectura, y dirigidas por el arquitecto diocesano, Enrique Atencia, se encuentra la primera actuación en la cubierta en 1955, por la que se sustituirán "los elementos estructurales descompuestos y recubrimiento del trasdós de las bóvedas con rasillas colocadas sobre las partes dañadas de las cubiertas, para proceder a restaurar el intradós una vez neutralizada la causa primera del deterioro" por humedades y goteras. Prieto-Moreno precisa las causas del estancamiento de las aguas pluviales en la fábrica y ofrece indicaciones concretas acerca de cómo proceder a solventarlas. Los siguientes proyectos de restauración de la catedral empiezan en 1987, pero la cubierta quedó nuevamente fuera de las actuaciones prioritarias.
Hay que esperar hasta 1996 y a la campaña "Salvemos nuestra catedral", impulsada por el Ayuntamiento y el Obispado, para la presentación del lamentable proyecto de cubierta inspirado en la propuesta de Ventura Rodríguez para evitar las filtraciones de agua. Este proyecto del arquitecto diocesano Álvaro Mendiola, será calificado por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico como "negativo para la catedral, tanto para la solución de cubierta en su conjunto, como por la falta de rigor en el diagnóstico y en la formulación y justificación de la solución adoptada".
La sonrojante contundencia del dictamen contra el tejado, provoca que el Ayuntamiento encargue un proyecto de restauración e impermeabilización de la cubierta existente. Los objetivos se basan en el sentido común y la lógica aplastante de mejorar la estanqueidad y evacuación de las aguas pluviales para evitar las filtraciones y humedades en el interior de las bóvedas, con soluciones y tratamientos específicos de impermeabilización para las distintas zonas del ámbito del proyecto, pero quedó inconcluso, no realizándose la totalidad de las intervenciones previstas, destacando la falta de actuación en la girola, lo que provocó nuevas vías de entrada de agua en el interior de la catedral, con la correspondiente alarma general.
Al mismo tiempo que se desarrollan estas actuaciones de restauración de la catedral, la Consejería de Cultura desarrolla el "Plan de Restauración y Ordenación de las Catedrales de Andalucía", que comienza su andadura en 1996 con un informe de la planimetría y diagnóstico detallado de la fábrica, además de planificar y evaluar las intervenciones que se necesitan. En 1997 se firma el primer acuerdo de colaboración para el "Plan Nacional de Catedrales" entre el Ministerio de Educación y Cultura y la Iglesia Católica. En enero de 1998 se reúnen en Guadix los doce equipos de arquitectos conservadores de las catedrales de Andalucía para unificar la metodología y el contenido de los planes de restauración y mantenimiento de las catedrales, dando lugar a la redacción del Plan Director de la catedral de Málaga, el cual se presenta en la Delegación de Cultura en julio de 2002. A partir de ese momento el Obispado, con el deán García Mota al frente, se opone frontalmente a la gestión y desarrollo del Plan Director, esgrimiendo la peregrina idea de que está planteado de manera que parece que se trata de una desamortización. Las negociaciones entre la Dirección General de Bienes Culturales y el Obispado de Málaga, terminan en un primer texto refundido del Plan Director realizado en 2004 y uno posterior en 2007, el cual se deja sin efecto por el obispo Catalá, que encarga en 2011 la redacción de un nuevo Plan Director que se presenta en 2016, no estando aprobado aún por la Consejería de Cultura.
En definitiva, el Plan Director tan imprescindible y necesario para el monumento, ha sido torpedeado de manera consciente y decidida por el Cabildo, no permitiendo realizar las obligadas actuaciones de conservación y mantenimiento que se requieren con un planteamiento global, sistemático y a largo plazo, tanto en los aspectos teóricos y de investigación, como en las ejecuciones de obras concretas con la capacidad jurídica, técnica y económica exigida. Hacer de la catedral un campus de estudio para permitir una conservación total de forma racional y permanente, es hoy en día una entelequia.
La necesidad del monumento, junto con la presión mediática y política, logra el acuerdo en 2003 entre la Delegación de Cultura de Málaga y el Cabildo para realizar un informe de actuación de emergencia en el interior de la bóvedas, que consistió fundamentalmente en el desmontaje controlado y manual de fragmentos de piedra de dudosa estabilidad y potencialmente peligrosos. Los resultados del informe sobre filtraciones de aguas, grietas, cuñas y clavos podridos, patologías más significativas, etc. llevó, como medida más inmediata, a la colocación de una red interna bajo las bóvedas del siglo XVI. A raíz de este informe se convoca en junio de 2004 por la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía, un concurso de ideas para intervenir en las cubiertas.
La comisión técnica eligió la propuesta presentada por Juan Jiménez Mata, arquitecto conservador de la catedral de Cádiz, por ser "una solución que no altera gravemente la imagen arquitectónica de la cubierta actual, eliminando la penetración de agua en las fábricas, bóvedas y rellenos de las mismas, garantizando la rápida evacuación de aguas y la transpiración de las bóvedas a través de la cámara de aire ventilada que se forma entre las cubiertas antigua y nueva, utilizando en la nueva cubierta materiales compatibles con los existentes, desde el punto de vista constructivo y estético". Se consideró una buena solución constructiva para "resolver los defectos de las cubiertas de la catedral y su sistema de evacuación de aguas", con viabilidad e idoneidad técnica y económica, sin alterar la imagen histórica. El tiempo ha demostrado que esta segunda piel de la cubierta no resuelve el problema de las bóvedas originales, únicamente las ocultaba a la vista, que no al agua, pero también ha demostrado la indecente actitud del Cabildo en su mantenimiento, más interesado en publicar grietas y roturas de la capa decorativa de losas cerámicas, que en mantener y limpiar el sistema de evacuación e investigar realmente el problema de filtraciones y humedades que afectan tanto a las bóvedas como a las capillas.
El proyecto de cubierta con tejado a dos aguas aprobado por la Delegación de Cultura en 2021 es un auténtico despropósito, revestido con el "falso histórico" de un proyecto que nunca fue tal y que jamás fue parte del diseño y ejecución de la obra, como queda reflejado en los planos de José de Bada y Antonio Ramos, maestros mayores de la catedral. Esta terrible actuación no es una restauración, ni tiene precedentes en ninguna de las catedrales españolas desde el inicio del Plan Nacional de Catedrales, es una aberración histórica que contraviene las recomendaciones y criterios de intervención recogidas en las Cartas Internacionales del Restauro y del Patrimonio Arquitectónico (Atenas-1931, Venecia-1964, Ámsterdam-1975 y Cracovia-2000). No se ha atendido la necesidad de investigar y diagnosticar con determinación y valor científico las causas de los problemas de la cubierta, con una manifiesta falta de una exhaustiva labor interdisciplinar de historiadores, geólogos, biólogos, arqueólogos, químicos y demás especialistas para tomar decisiones colegiadas, puesto que el fundamento de cualquier proyecto de restauración de un monumento histórico, es el carácter interdisciplinar y la concienciación de su dimensión social y urbana. Todo ello ha sido suplido por una campaña mediática pueril, que ha conseguido imponer la propuesta del tejado en un ejercicio de argumentario trilero con la complacencia e incluso complicidad, de los poderes públicos. No tiene credibilidad alguna quien no ha sido capaz de hacer un mínimo mantenimiento del proyecto de Jiménez Mata, que es lo mismo que decir que no ha tenido el más mínimo interés por diagnosticar los problemas reales para saber qué tipo de soluciones adecuadas deben aportarse. El objetivo siempre fue vender tejas.
La cubierta de la catedral consiste en una hoja de ladrillo sobre las fábricas de piedra de las bóvedas y los rellenos de sus riñones, y de ahí provienen esencialmente todos sus males, de la alta porosidad de un ladrillo que ha perdido totalmente su vidriado impermeable exterior debido principalmente a los excrementos de gaviotas y otras aves y a la falta absoluta de mantenimiento.
Las filtraciones se producen por el estancamiento de agua en la cubierta debido al sistema de circulación y evacuación de aguas, ya sea por no tener capacidad suficiente para evacuar los litros por metro cuadrado que pueden caer en toda la superficie de la cubierta con respecto a los litros por minuto que puedan absorber los bajantes, como al hecho más común que es la obturación de los bajantes por la suciedad acumulada en la cubierta. Estos estancamientos de aguas llegan a ser tan importantes, que han rebasado la cámara de aireación de la actuación de Jiménez Mata, colando el agua sobre las bóvedas antiguas y provocando las graves filtraciones. Se añade a ello una piedra caliza sumamente porosa en todo el perímetro de la cubierta, constituyendo otra vía de entrada de agua que baja al interior del edificio por su cara superior y laterales de los muros. El irregular y complicado sistema de evacuación de la cubierta se compone de desagües embutidos en la fábrica y los tubos de chapa de cobre que anularon la caída libre de las gárgolas sobre la terraza de las capillas de la girola y laterales con un desnivel de 18 metros, lo cual palió el fuerte deterioro de la cubierta de las capillas. Precisamente en la cubierta de las capillas se realizó una intervención con planchas de fibrocemento hormigonadas recubiertas de losas de mármol con una cámara de aire sobre la cubierta antigua que facilita la ventilación.
Las bóvedas del siglo XVI son muy delicadas, con un espesor en algunos puntos de sólo 16 cm y sin aislamiento térmico sobre ellas, por lo que se producen fuertes condensaciones de humedad por la porosidad de los materiales, que ennegrecen los paramentos interiores y deterioran el revestimiento protector. Este deterioro se produce por la acción de las sales higróspicas que provienen de la alteración de los morteros y se movilizan por acción de la humedad, aflorando estas sales en el interior de las bóvedas a zonas de ventilación donde se recristalizan y producen roturas por presiones dentro de los capilares, siendo esta la causa de la red en esta zona interior de la catedral. A todo ello se añade la vieja grieta que recorre la parte oeste del crucero por el arco toral, que se deriva de los problemas estructurales generados desde 1588 y acelerados con los terremotos de 1610 y 1680, si bien esta fisura es la más controlada históricamente de toda la fábrica en su relación con el problema de filtraciones.
En definitiva, la solución de la cubierta de la catedral debe basarse en tratamientos hidrófugos sobre la cubierta original, eliminando la porosidad de los materiales de la fábrica en la lámina cerámica, en la arenisca de los muros perimetrales y en los propios rellenos de los riñones de las bóvedas, y atendiendo a las dilataciones y contracciones térmicas con un solvente programa de mantenimiento para las fisuras y desgaste de los tratamientos impermeabilizantes, principalmente por efecto de los excrementos de gaviotas y palomas. Si esta actuación lleva aparejada una decidida limpieza continua del sistema de evacuación evitaría en gran medida las obturaciones y los consiguientes estancamientos de aguas. Son demasiados los ejemplos de otras catedrales, iglesias y monumentos de diversa índole, que no se entienden con otra cubierta, que dan lecciones de funcionamiento y que, a fin de cuentas, simplemente respetan lo que la historia nos ha dado en herencia. ·