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Epílogo ¿De dónde venimos?

Insultar al malagueño, estigmatizar su carácter y acomplejarlo en sus opiniones, ha sido el argumentario esgrimido cínicamente por quienes defienden la "terminación" de la catedral. ¡Basta ya! El malagueño únicamente adolece de ignorancia de su propia historia, de no reconocer su memoria y de confiar en fariseos. No hay voluntad de dar luz a los hechos, datos y estudios que conforman una realidad mucho más apasionante y fascinante, mientras seguimos ensimismados en leyendas fútiles que sí demuestran una indolente falta de interés en conocer un pasado al que nos resignamos suplir con cuentos para turistas low cost, como aquel viejo guía de la Alcazaba que les descubría a los visitantes "el teatro romano que hicieron los moros".

Afirmaba el arquitecto Jorn Utzon, autor de la ópera de Sidney y premio Pritzker, que "las grandes obras deben quedar inacabadas". Jurídicamente, todo edificio que cumple su función está terminado, y la catedral de Málaga cumple perfectamente su función sin necesidad alguna de añadirle elementos que no aportan absolutamente nada a su funcionalidad actual.

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Así lo entendió el ilustrado obispo Molina Lario cuando firmó la orden de paralizar las obras, pero también fue la ratificación de un cambio de ideas, de prioridades, de oportunidades que se daría Málaga en los siguientes años. Se dejó manquita la catedral para dedicar la piedra de la torre a construir los puentes que trajeron el agua que necesitaba la ciudad. La sacristía se levantó a muchos kilómetros de distancia, en el último paso del río Campanillas antes de subir el puerto de la Boca del Asno hacia Antequera, en el que los presos de la ciudad redimían sus penas haciendo camino. La colección de estatuas para coronar tan regio edificio, se convirtió en el más bello homenaje que se pudo hacer a las familias de cosecheros y viñeros, que con su sudor y sufrimiento aportaron los más de trece millones de reales que costaron las obras catedralicias dieciochescas. Sí, sin lugar a dudas Málaga salió ganando desde el momento que se concluyó la torre norte, poniendo fin a un periodo de ostracismo tan demandado por la ciudad, necesitada de futuro e ilustración. El acueducto de San Telmo (1782-1784), los caminos de Antequera y Vélez-Málaga (1780-1788) o el Real Montepío de Socorro a los Cosecheros (1776 y 1782), fueron actuaciones paralelas a la conclusión de las obras catedralicias, como también la construcción de la Alameda (1783-1785), la apertura del puerto para el comercio con América (1778), o la constitución del Consulado Marítimo y Terrestre (1785) que a su vez creó el Colegio de Náutica de San Telmo (1787), además de la aprobación de la Sociedad Económica de Amigos del País (1789). Todo ello tuvo un nombre propio, José de Gálvez y Gallardo, marqués de la Sonora y Secretario de Estado de Indias, que fallece en 1787, un año antes que el rey Carlos III, protagonizando la época más sobresaliente de Málaga y en la que se sentarán las bases de lo que llegaría a ser en el siglo XIX.

El desarrollo social y económico que tuvo Málaga a partir de 1776 se debe a esas dos figuras inconmensurables que fueron José Molina Lario y José de Gálvez y Gallardo, que en ese año llegan al episcopado malacitano (29 de enero) y a la secretaría de estado de Indias (28 de enero), respectivamente. La fábrica catedralicia no estuvo en las prioridades de ninguno de ellos y demostrado queda por sus obras y actuaciones. En descargo del obispo Molina Lario, hay que señalar la pareja de órganos con la que dotó a la catedral, uno de los cuales costeó él mismo, y que son un conjunto único en el mundo y el culmen de la organería. En cualquier caso, tres meses después de dar la orden de paralizar las obras de la catedral, comenzaba la construcción del acueducto de San Telmo que financió personalmente el obispo turolense, costando más del doble que lo presupuestado por Antonio Ramos para concluir el proyecto de la catedral. Es cierto también, que el obispado malacitano concedió un préstamo a la Corona de doscientos mil reales para financiar la campaña de Bernardo de Gálvez contra los ingleses en la guerra de independencia americana, pero ello no supuso quebranto alguno para la fábrica catedralicia, como se ha demostrado sobradamente.

La catedral es un compendio de historias de la historia, con su torre escondida en el barrio de Capuchinos o con las piedras que le faltan desparramadas más allá de la ermita de Zamarrilla, pero que también está presente en la misma Alameda, en el actual Muelle 1 o en el maravilloso conjunto que forman el actual Ateneo y el antiguo Real Montepío. Málaga vivió una épica transformación en una década que no debe olvidarse, que merece el respeto por todos aquellos malagueños que la hicieron posible, apasionados en embarcarse en un futuro de porvenir, que nunca necesitó de torres y estatuas, sino de luces para sus sueños e ilusiones. ·

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