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La catedral de Antonio Ramos I

Las relaciones de los maestros mayores con el Cabildo catedralicio

La infame consideración de Málaga con el arquitecto Bartolomé Antonio Ramos Medina, maestro mayor de la catedral y artífice de obras sobresalientes en la ciudad, ha llegado a su cenit con la negación de su proyecto y la inclusión de una propuesta de Ventura Rodríguez para la cubierta. Cualquier razonamiento en este sentido es denigrante para el auténtico artífice de la obra catedralicia, pero la tergiversación histórica tan burda y fraudulenta que se está realizando, lo ha borrado, tanto es así que no tiene ni una mísera calle, ni callejón o pasaje, nada.

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Al menos en vida, tuvo el sincero y profesional reconocimiento del propio Ventura Rodríguez, así como del mismo Secretario de Estado de Indias, José de Gálvez, que en carta enviada al Cabildo catedralicio y fechada el 10 de septiembre de 1782, decía: "célebre arquitecto, que es uno de los mejores que tenemos en España, y cuya reputación está bien asegurada y quedará vinculada en el acierto con que ha dirigido esa obra".

Antonio Ramos murió en Málaga el 27 de noviembre de 1782. Al conocer la noticia, Ventura Rodríguez le propone a José de Gálvez la edición de una carpeta de grabados del proyecto completo de la catedral, conforme a los planos dibujados por el propio Antonio Ramos y que le había enviado tiempo atrás, de la planta, la fachada y la vista lateral. José de Gálvez editará la colección a beneficio de las obras de la catedral. La carpeta comienza con un dibujo de Antonio Carnicero de un frontispicio presidido por una alegoría de la ciudad de Málaga, bajo la cual hay un texto explicativo cuya letra fue grabada por Francisco Asensio. Completando los planos de Antonio Ramos, las secciones transversal y longitudinal, las realiza Pietro Vanvitelli. La colección fue grabada a buril el año 1784 por Francisco Muntaner y publicada en Madrid en 1785 con el título Diseños de la catedral de Málaga.

La falta de respeto al autor de una obra sólo puede justificarse por ignorancia, pero cuando no hay ignorancia sino interés en ignorar, lo único que queda es el insulto al autor. Nada nuevo que no haya ocurrido a lo largo de la historia de la catedral de Málaga desde el inicio de su construcción, lo cual tampoco puede explicar una actuación tan ignominiosa, pero demuestra una actitud constante en el tiempo por parte del Cabildo catedralicio con los maestros mayores que ha tenido la obra.

Cuando comienza la construcción de la catedral, se están cambiando los criterios técnicos y sistemas métricos, así como los de control formal y espacial. Se necesita seguridad, garantía en el proyecto constructivo, por lo que es lógico que se recurra al prestigio, en este caso el de Enrique Egas, pero a sus setenta y tres años no puede asumir el encargo del Cabildo catedralicio. Egas había conocido a Pedro López en 1500, cuando éste era maestro mayor de la catedral de Jaén, un templo que comienza a ejecutarse en 1494 y finaliza en 1519, al concluirse el cimborrio. Precisamente será el derrumbe del cimborrio de la catedral de Sevilla en 1511 el que los vuelva a reunir un año después para evaluar su reconstrucción. Muchas catedrales añadieron cimborrios y sus estructuras no las soportaron, como le ocurrió a la catedral de Jaén realizada por Pedro López, cuyo derrumbe en 1525 supuso más tarde el proyecto de la nueva catedral renacentista de Vandelvira Sin embargo, mientras estuvo Pedro López al frente de la fábrica malagueña, no se tiene constancia de conflicto alguno sobre el proyecto arquitectónico o de su valía profesional como maestro de obras. Todo cambia a su muerte, cuando se constata la presencia de Diego de Siloé, maestro mayor de la catedral de Granada y persona de confianza del deán Ortega, para informar sobre la situación de las obras. Años más tarde afirmará el deán Ortega que se había errado, demostrando la discrepancia de Siloé con el trabajo realizado por Pedro López, y el cambio del proyecto goticista hacia el sentir del pensamiento renacentista.

La llegada del obispo Manrique y de su maestro mayor, fray Martín de Santiago, impulsa la obra catedralicia en la línea esgrimida por Siloé, pero el pronto fallecimiento del arquitecto dominico y el nombramiento de Diego de Vergara como sucesor en el puesto, supondrá el primer caso de desconfianza e incluso de denigración personal contra un maestro mayor. El deán Ortega "le dijo por descargo de su conciencia a su Señoría (obispo Manrique),que era bien que se trajesen maestros de fuera para que se hiciese un modelo de la obra". Todo quedó entre Diego de Vergara y Andrés de Vandelvira, que aún no era maestro mayor de la catedral jiennense, era el arquitecto del palacio que el deán Ortega se estaba construyendo en Úbeda. Luego se llama al maestro mayor de la catedral de Córdoba, Hernán Ruiz II, para evaluar las propuestas de ambos maestros. Diego de Vergara supera la prueba y se confirma en su puesto hasta su muerte. En un claro ejemplo de nepotismo, habitual entonces, su hijo Diego asumirá el cargo en el momento más delicado de la obra con el cierre de las bóvedas.

La decisión del obispo García de Haro de paralizar la construcción, fue el episodio más esperpéntico de la historia catedralicia, con la guerra abierta con el Cabildo para la construcción del coro, en la que se suceden proyectos y maestros durante varias décadas. La estabilidad de la catedral es muy delicada, y así lo expone en 1612 el sucesor de Diego, Pedro Díaz de Palacios, que advertía que se arruinaría todo de no hacer nada. Tal y como se esperaba, no se hizo nada, y el milagro del terremoto de 1680, tampoco ayudó a cambiarlo.

La desconfianza en el maestro mayor volvería a ser el mal endémico en la reanudación de la obra catedralicia, desde que el 24 de abril de 1721 es llamado el maestro lucentino José Marcelo de Bada y Navajas. Bada llegaba a Málaga el 8 de mayo sin tener la experiencia como maestro mayor de catedral alguna, pero un año después, el 11 de abril de 1722, le nombran maestro mayor de la catedral de Granada (finalizada en 1704 por su tío y a la vez suegro), con el encargo de concluir las obras de la iglesia del Sagrario. Era cuestión de tiempo que solicitara igual título al Cabildo catedralicio de Málaga, lo que hace el 8 de octubre de 1722, pero el arcediano de Antequera, Juan Lázaro, se opuso a que se le diese dicho título "por no tener genio para gobernar la obra y se halla con poca diligencia". Finalmente se le concedió el título el día 26 de ese mes, aunque el arcediano de Antequera pidió en el cabildo del 12 de noviembre, "que el papel (plano) que ha hecho(Bada), además del mal gusto, tiene varios desaciertos y sobras de lo que pide el arte, que serán muy costosas y afearán más la fábrica y que todo esto se debe mirar y conferir con inteligentes desinteresados y conforme a su dictamen resolver, para que después no sea necesario o desbaratar o proseguir con menos acierto la obra". El Cabildo no se fía de Bada y acuerda el 25 de agosto de 1723, "traer a otros arquitectos para que comprueben lo hecho y hagan un modelo para proseguir la obra". El 29 de noviembre presentan un exhaustivo informe el maestro mayor de la catedral de Cádiz, Vicente de Acero y Acebo, y el de Sevilla, Diego Antonio Díaz. Según este informe, el maestro Bada había presentado un diseño para la fachada principal corrigiendo algunos errores del diseño de Ayala (no se sabe quién era ni se tiene dicho diseño), el cual "divide la fachada en cuatro cuerpos de arquitectura, que no guardan proporción, ni entre sí, ni con el todo, costosísima, y aunque sea permitido antiguamente en los retablos, conociendo esta fealdad, es nuestro dictamen que se suspenda la labor de la fachada y torre y que ambos maestros hagan una planta para la fachada, portada y torres". El escarmiento que le supondría a Bada el contundente informe de Acero y Díaz, le hace reaccionar para realizar un modelo que no admita más injerencias en su valía. El Miércoles Santo de 1724 se presenta el maestro Vicente de Acero con su planos de planta y alzado de la fachada, y se reúne a lo más granado de la ciudad, al ingeniero mayor Borbón, al ingeniero Ferrer, al arquitecto trinitario descalzo fray Miguel de los Santos, al ingeniero de la obras reales del muelle Felipe Crane y al maestro Felipe de Unzurrunzaga. El Cabildo acordó el 24 de abril, tras escuchar las conclusiones de fray Miguel de los Santos, que "se siga y gobierne la obra de la fachada por el modelo hecho por el maestro José de Bada, sin admitir dictamen ni parecer de otro alguno, ni que se traiga más este punto al cabildo". En 1735 se va a comenzar el segundo cuerpo de la fachada y el Cabildo le pide explicaciones a Bada sobre las modificaciones que realiza del modelo inicial. El diseño de la catedral del maestro mayor José de Bada quedará reflejado en cuatro magníficos dibujos, "con el primor que cabe y no reparando en gastos", realizados en 1738 como agradecimiento al cardenal Molina por su gestión en la prórroga por ocho años del Real Arbitrio para la fábrica catedralicia.

Antonio Ramos recibe la noticia de la muerte de José de Bada cuando cumple 53 años. Lleva 32 años trabajando en la catedral, de los que 29 de ellos han sido como segundo maestro de la obra. Pocos días después pide el título de maestro mayor, el 19 de enero de 1556, siendo concedido el 14 de agosto de 1760, a la edad de 57 años. La desconfianza del Cabildo es enfermiza, y a pesar de la extremada pericia demostrada por Antonio Ramos, llama al maestro mayor de la catedral de Cádiz, Gaspar Cayón Orozco de la Vega, para que "formase dictamen de su inteligencia y diera cuenta de la suficiencia en el aspirante" a maestro mayor. El informe de Gaspar Cayón es una apología de la maestría y habilidad de Antonio Ramos: "lo considero muy capaz de seguir con la obra, lo uno porque se ha criado en ella los muchos años que V.S. sabe, lo segundo porque los accidentes de don José de Bada y no poder asistir a ella ha llevado el dicho don Antonio casi todo el peso de la obra; lo tercero por su mucha aplicación y demás prendas que reconozco son necesarias a un director de una tan encrespada obra, como es esta, y que merece el que V.S. haga toda confianza de su habilidad, no solo para la dirección de esta obra, sino para cualquiera que se le ofrezca a V.S. ocuparlo y que hablando con la verdad que acostumbro no sería fácil al presente a V.S. encontrar sujeto igual al dicho don Antonio, porque no tengo conocimiento en los cinco reinos de quien me pueda hacerla confianza que debo hacer del dicho don Antonio". Tras leerse este informe en el cabildo del 24 de febrero de 1756, Antonio Ramos era reconocido como el maestro mayor de la catedral de Málaga, aunque el título tardaría cuatro años más. La situación de la obra está en un momento crítico. Entre 1747 y 1755 se habían cerrado las ocho bóvedas de las naves laterales, llevando la ejecución casi en solitario Antonio Ramos, que se quejaba de la falta de asistencia de Bada para "la ardua y prolija tarea y operación del cerramiento de las bóvedas". El terremoto de Lisboa fue una dura prueba que se solventó sin la menor incidencia en la seguridad del edificio, como reconocía Gaspar Cayón en su informe: "ni en lo antiguo, ni en lo moderno, no hay abertura ni pelo que sea reparable".

Antonio Ramos estrena su responsabilidad con el cerramiento de las cuatro grandes bóvedas de la nave principal, pero el 6 de mayo de 1757 presenta un dictamen al Cabildo exponiendo que "debía seguirse una de las torres hasta el cuerpo de campanas, porque en el año venidero era menester proseguir los otros dos cubos, ya que sin estar acabados unos y otros, no podían hacerse las bóvedas principales en las que estaba trabajando". Así continúan las obras hasta el fatídico año de 1763, cuando un Cabildo ansioso por unir la fábrica del siglo XVI con la nueva, entra en pánico. Todo comienza con el informe que el 4 de agosto presenta Antonio Ramos al Cabildo, en el que afirma "que no estamos en proporcionado tiempo de demoler bastiones y tabicones hasta que se cargue competentemente toda la caja de la iglesia antigua y nueva, que en la actualidad no tiene los correspondientes estribos para resistir el inmenso peso de los arcos y bóvedas, cuyos empujes por toda la caja son a proporción de lo cargado sobre cada arco y bóveda, y querer antes de la referida prevención hacer comunicables antigua y nueva obra, es exponernos algunas quiebras y tal vez a una ruina".

La contundencia del informe no deja contento al Cabildo, que busca otras opiniones al respecto. Aparece entonces un coronel de ingenieros, José Lacroe, que va a provocar algo más que perplejidad en los capitulares, es puro terror, pues el ingeniero les advierte de la inminente ruina de la obra por la solución de cargas que ha realizado Antonio Ramos para los arcos de las bóvedas. El 12 de septiembre se reúne el Cabildo, que acuerda obsequiar la inteligencia y dotes adivinatorias del ingeniero Lacroe con media docena de jamones del norte y una docena de botellas de vino de Francia. La situación necesita la ayuda del Rey, al que se le solicita un perito en arquitectura para resolver la discrepancia técnica planteada. El Cabildo archiva el fundamentado y detallado memorial de Antonio Ramos, con la veleidosa justificación de lo dicho "por algunos capitulares, que han oído de peritos el riesgo que amenaza la obra en algunas de sus partes". En el cabildo del 10 de octubre, se da lectura a la carta recibida del Secretario de Estado, Ricardo Wall, que propone a Ventura Rodríguez como perito para reconocer el estado y solidez de la fábrica. En el mismo cabildo el ingeniero Lacroe vuelve a afirmar que "el reconocimiento por el arquitecto nombrado, le parece no pueda hacerlo por el riesgo inminente de ruina".

Pasa el invierno sin que la fábrica colapse y sin que de señales de vida Ventura Rodríguez, por lo que el 23 de marzo de 1764, el Cabildo le manda una carta en los siguientes términos: "No dudamos habrá sido bien poderoso el motivo que haya vuesa merced tenido tan largo tiempo en esa Corte, después de haber hecho presente no sólo la incomodidad suma que pasamos, sino el riesgo inminente que tenemos". Mientras tanto, Antonio Ramos seguía con la obra, terminando los dos cubillos que restaban. Finalmente, el 12 de mayo llega Ventura Rodríguez a Málaga, hospedándose con un discípulo y un criado en la hostería de la Flor de Lis. En el cabildo del 19 de mayo se expone el nerviosismo existente ante el silencio del arquitecto madrileño, pues tras ocho días en la ciudad, tres visitas a la obra, estudiado los planos e informes y asistido por la comisión establecida al efecto, aún no hay conclusiones, por lo que se insta a que presente el dictamen para el que ha sido requerido por el Cabildo. El informe de Ventura Rodríguez se retrasa hasta el 24 de junio, firmando otro igual el 30 de junio, un día antes de volver a Madrid. El 3 de julio en la reunión de cabildo: "visto el informe precedente del arquitecto Ventura Rodríguez, se mandó guardar con los demás". De forma tan lacónica termina la esporádica visita del insigne arquitecto de la Corte, que no tendrá el más mínimo provecho para la fábrica, si bien supondrá una fructífera relación de amistad entre Ventura Rodríguez y Antonio Ramos, honrado por el interés demostrado por el académico, que le anima a que realice un manuscrito que recogiera su ciencia sobre la gravitación de los arcos, el cual será estudiado en la misma Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

La finalización de la torre norte en 1779, marca el final de las obras catedralicias, aunque aún tardaría tres años más en hacerse efectiva. El Real Arbitrio se acababa y Antonio Ramos con los diputados de la obra, proponen que el millón y medio de reales que son necesarios para el resto de la arquitectura a realizar, se sufrague aplicando un 2% de las rentas de los prebendados, unos 154 reales al año a cada uno. Esta idea que hubiera permitido culminar la construcción del proyecto catedralicio en diez o quince años, fue rápidamente rechazada por los capitulares, atendiendo a la "escasez de los tiempos y los rigores de la guerra" con Inglaterra. Los esfuerzos económicos del Cabildo se destinan a las dotaciones artístico-suntuarias del templo, toda vez que a su juicio el estado de la catedral, si no inmejorable, sí se consideraba más que suficiente para la realización y desarrollo de sus cometidos.

Antonio Ramos tiene 79 años cuando el Cabildo acuerda el cese de la actividad de la fábrica catedralicia. El 17 de agosto de 1782 expone Antonio Ramos al Cabildo que "había sido maestro mayor de la fábrica de esta Santa Iglesia y que habiéndose paralizado la obra solicita que el cabildo le conserve renta con que mantenerse".

Los capitulares toman conocimiento y reconocen sus méritos, pero "suspendió determinar sobre la petición hasta nueva oportunidad". Sin embargo, en el cabildo del 15 de septiembre se lee la notoria carta de José de Gálvez, referida al principio, el cual incide en que "sus méritos, servicios y circunstancias lo hacen acreedora lo que se pide y el honor mismo de V.S.I. quedaría comprometido si desatendía en esta ocasión a este célebre arquitecto". El Cabildo no resuelve hasta el 25 de octubre, "en virtud de la poderosa mediación de Su Excelentísima, deseando obsequiarle y complacerle, señaló a dicho maestro 300 ducados anuales". La mezquindad del Cabildo deja pendiente el acuerdo de aportar la cantidad del caudal de la obra hasta el 28 de noviembre de 1782, pero llega tarde. Al margen del acta se dice: "Murió ayer".

Bartolomé Antonio Ramos Medina, fue inhumado en la antigua iglesia de PP. Clérigos Menores, actual iglesia de la Concepción. Una lápida en el pavimento del lado del evangelio, próxima a la reja del presbiterio y pegada a la pilastra inmediata, tiene inscrito lo siguiente:

"Aquí yace D. Bartolomé Antonio Ramos, insigne arquitecto a quien debe esta ciudad, su patria, la dirección de los mejores templos y edificios que se hicieron y renovaron en su tiempo. Gobernó 56 años la obra de la Iglesia Catedral, siendo primero y segundo Arquitecto, desde que se sacó de los cimientos hasta concluir una de sus Torres. Hizo el diseño del Retablo principal de esta Iglesia, donde por su singular devoción a la Virgen, quiso enterrarse. Nació el 7 de enero de 1703. Vivió religiosamente, y murió con fama de virtud en 27 de noviembre de 1782. Requiescat in pace. Amen". ·

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