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Los dos grandes líderes de la resistencia yaqui de fines del siglo XIX, Tetabiate y Cajeme murtieron peleando. Nunca estuvieron dispuestos a rendirse por completo ante los soldados federales.

Agravios viejos y rencores profundos: la guerra del Yaqui Hay historias dolorosas, oscuras que crecen al amparo de los siglos. Tal era la pesada carga que, en el norte de lo que empezaba a llamarse Nueva España, cayó en las espaldas de los hombres que llegaban a aquel territorio inmenso Historias Sangrientas Bertha Hernández

historiaenvivomx@gmail.com

Decía Ángel de Campo, el simpático Tick-Tack, desde su columna en la primera plana de El Imparcial, que ese fin de siglo había sido de lo más horrible: crímenes horrorosos, suicidas escandalosas y estridentes, y aquel rumor bárbaro, que venía del otro lado del mar, y que todo mundo se creyó -como que el impresor Vanegas Arroyo le encargó a don Lupe Posada uno de esos grabados que emocionaban a todo el mundo-: ¡¡El mundo se iba a acabar!! ¡Nadie llegaría con vida al siglo veinte!

A la hora de la hora, todo quedó en puro mitote. Mitote largo, eso sí, porque en ese alboroto se habían pasado muchos mexicanos los últimos ocho meses del siglo XIX. Cuando fue claro que el mundo no se acabaría, ni mucho menos, el asunto dejó de tener importancia, y, en cambio, el diario recuento de las historias violentas y criminales lograron que la gente se olvidara de tontas profecías sin fundamento, para ocuparse de cosas mucho más terrenales, como aquella, la intermitente, densa guerra que el ejército de don Porfirio libraba contra los indios yaquis del norte del país. Los más viejos de aquel inicio de siglo bien se acordaban de los alborotos de los yaquis, que, en versión de segunda o tercera mano, llegaban, cada tanto, a inquietar la vida de un puñado de

interesados en el asunto. ¡Es que Sonora quedaba tan lejos! ¡Y era un pleito tan antiguo! Pero no faltaban aquellos que vieran con cierta satisfacción cómo se marchaban los soldados para el norte, con la misión de aplacar a aquellos indios necios y levantiscos, orgullosos peleadores, a los que, ni modo, había que mirar con respeto: eran los yaquis un pueblo que ya iba para cuatrocientos años de resistencia contra todo aquel que, viniendo de otras tierras se quisieran quedar con aquella tierra que les pertenecía. Para la prensa opositora al presidente Díaz, combatir a los yaquis no era sino otra muestra del carácter autoritario, dictatorial con que don Porfirio regía los destinos del país. Se trataba de un oscuro propósito de exterminio; que no quedara ninguno de esos rebeldes, que

se fueran al más profundo de los infiernos, por andar insistiendo en rencores añejos. Del mismo modo que unos pocos años antes habían aniquilado a los chihuahuenses rebeldes de Tomóchic, las tropas federales veían a los indios yaquis como a unos viejos enemigos. Eran tan tenaces, tan tercos, y tan bravos, que hasta gusto daba marchar a enfrentarse con ellos. Así empezaba en México el siglo veinte. YAQUIS, EL VIEJO RENCOR

Siendo estrictos, aquel odio se remontaba nada menos que a 1533, cuando Diego de Guzmán, con todas sus ínfulas de conquistador y explorador se llegó a las orillas del que hoy se sigue llamando Río Yaqui, y le dijeron, sin darle muchas vueltas, que regresaran por donde habían llegado. Así vivieron los tres siglos que llamamos virreinato. Quedó, en los anales y en la memoria de la región, la gran rebelión yaqui de 1740, con grandes quejas respecto de los españoles que habitaban cerca de aquel territorio, y con saludos respetuosos para un rey distante. Tan distante, que en realidad al pueblo yaqui les tenía más o menos sin cuidado. Problemas, los hubo en 1767, cuan-


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19-06-2021 by La Crónica de Hoy - Issuu