10-05-2020

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Domingo, 10 Mayo 2020

Bertha Hernández historiaenvivomx@gmail.com

crónica 9

||  Nacional  ||

En las tareas cotidianas del Tribunal del Santo Oficio, los médicos siempre estuvieron presentes. La persecución de los delitos contra la fe no les negaba a los investigados o a los prisioneros la atención médica necesaria para que se mantuvieran en condiciones de seguir el proceso. Pero hubo ocasiones en que los médicos fueron perseguidos. Al fin y al cabo, su arte se nutría de una sustancia intangible pero peligrosísima a los ojos de los inquisidores: el pensamiento crítico HISTORIA EN VIVO

Los médicos que persiguió la Inquisición E

l Tribunal del Santo Oficio empleaba a abundante personal. Entre ellos, hubo médicos, enfermeras, e incluso parteras, que en algunos casos fueron solicitadas para atender a procesadas embarazadas. Por temible que resultara la Inquisición, no era mal negocio tratar con ellos. Ser médico del Santo Oficio era, de hecho, una distinción en la sociedad novohispana y, cuando se abría una vacante, eran muchos los interesados por llenarla. Sin embargo, cuando, en el siglo XVIII apareció el pensamiento ilustrado, el Tribunal no vaciló en perseguir a los médicos que hicieron de su arte un ejercicio de la razón y de la búsqueda de conocimiento nuevo.

AL SERVICIO DE LA INQUISICIÓN.

Sólo la muerte sacaba de su puesto a los médicos titulares del Santo Oficio. Eran dos las plazas: una, como médico titular, y otra como suplente. A fines del siglo XVIII se encuentran menciones de una tercera plaza de médico. Necesariamente tenían que demostrar que eran cristianos viejos, que tenían “limpieza de sangre” comprobable. También debían vivir en la Ciudad de México, y no podían salir de la capital del reino si no era con el permiso del Tribunal. De hecho, esa autorización —conforme al espíritu burocrático de la institución— debía solicitarse por escrito. Sabemos que a fines del siglo ­XVIII, un médico de la Inquisición ganaba un sueldo de 60 pesos al año, que no era malo. Pero si echamos un vistazo a los médicos interesados en el cargo, es evidente que el puesto era ambicionado por su valor simbólico y honorífico. Aspiraban a ser médicos de la institución personajes con larga práctica médica, con cargos notables en el ejercicio de su profesión. ¿Como qué clase de personas aspiraban a ser médicos del Santo Oficio? Personajes como el doctor ­Joseph Antonio García de la Vega, que tenía en 1754 más de 20 años de práctica médica, con experiencia docente en medicina y matemáticas; como el doctor José Francisco Rada, que en 1785 se presentaba como médico graduado por la Real y Pontificia Universidad, donde era catedrático. Otro aspirante al pues-

Los médicos de planta de la Inquisición estaban obligados a atender las enfermedades de los presos en las cárceles del Santo Oficio.

to fue el doctor Mariano Aznares, que en 1789 aspiraba al puesto de médico suplente. Pero el doctor Aznares era, nada menos, que el médico de cámara del Virrey, y había sido “médico de los reales ejércitos, revalidado en los protomedicatos de Aragón y Castilla”. Un médico del que ya se ha hablado en Historia en Vivo, el doctor Luis Montaña, que rastreó el origen de la epidemia de fiebres malignas que azotó a la Nueva España en 18131814, también fue médico del Santo Oficio: Montaña era poblano, era catedrático de la Universidad, y el iniciador de la enseñanza clínica, pues afirmaba que “el enfermo enseña más que los libros”. Solía promover reuniones con alumnos y con colegas para hablar de los avances de la práctica médica. Montaña, que ocupó el cargo de médico del Santo Oficio a partir de 1801, tenía una peculiaridad: solía leer libros prohibidos, decía él, “para cumplir adecuadamente sus cometidos”, como argumentó en septiembre de 1810, cuando tramitó ante el Tribunal la autorización pertinente para leer libros que esta-

ban en el Índice elaborado por la institución. Montaña no era el único médico que leía libros prohibidos. Colegas suyos, novohispanos y extranjeros, también buscaban en esos libros los nuevos vientos que soplaban en las más variadas disciplinas. Pero, precisamente por eso, algunos de ellos sufrieron persecución y encarcelamiento, incluso les costó la vida.

MEDICINA Y PERSECUCIÓN. En el curso del siglo X ­ VIII se

dieron varios casos en la Nueva España, en los que se persiguió y procesó a médicos. En aquel, el llamado Siglo de las Luces, cuando surgen las obras fruto del espíritu de la Ilustración, era inevitable que los médicos del reino sintiesen inquietud y necesidad de conocer aquellas publicaciones que habían sido proscritas por la Inquisición. El Tribunal diseñó mecanismos bastante engorrosos para entorpecer, cuanto pudiese, la circulación de esos libros en el reino. Al puerto de Veracruz llegaban los libros y el Santo Oficio los detenía, mientras el dueño gestionaba el permiso para tenerlo, o podía ocurrir lo contrario: que un médico decidiera irse de la Nueva España, y debía pedir permiso para llevarse sus libros. Un vistazo con ojos del siglo XXI a una lista de esos libros puede no advertir nada anormal. Pero tener, como ocurrió en el caso del doctor Tomás de Rivera, aparte de numerosos clásicos de la medicina, como las obras de Hipócrates y de Galeno, y libros de medicina de la época, las obras de Isaac Newton, daba a pensar y a sospechar por parte de la burocracia inquisitorial. En especial, se veían con desconfianza los libros en francés, porque venían del país donde se había editado la En-

ciclopedia, otra obra prohibida. En otras ocasiones, por más que el propietario aseguraba que su libro era necesario para su práctica, el Santo Oficio desechaba sus argumentos. Tal fue el caso de un médico francés, avecindado en la Nueva España, que pidió permiso para ingresar al reino muchos libros, entre ellos un Tratado sobre el Onanismo, un clásico sobre la masturbación, y que fue toda una autoridad durante 200 años. A la Inquisición le pareció que el libro era de lo más obsceno y libertino, y negó el permiso. Pero, desde la institución del Santo Oficio en la Nueva España, hubo médicos perseguidos por algo más que libros prohibidos. En 1732, un médico, Joseph de la Peña y Flores, se autoacusó ante el tribunal, por haber recurrido a “prácticas de brujería” para conseguir el amor de una mujer, con conjuros y oraciones distorsionadas. Como De la Peña había sido su propio denunciante y no había observado una conducta que provocara el escándalo público, lo amonestaron severamente y lo enviaron a casa, con un certificado de absolución, de modo tal que pudo seguir ejerciendo la medicina. Otro médico, don Juan de Arvizu, fue juzgado en 1718, nada menos que por haberse casado ¡cinco veces!, viajando por los reinos de la América española. Tenía esposa en España, otra en lo que hoy es Nicaragua, otra en Ciudad Real, en lo que hoy es Chiapas y otra en Oaxaca. Intentó conseguir otra esposa en Puebla, pero no lo consiguió, y en cambio se consiguió en Celaya una cuarta esposa. Por pillerías diversas anduvo huyendo y acabó en la isla de Cuba, donde se consiguió a la quinta esposa, con la que vivía cuando lo localizó y atrapó el Santo Oficio. Juzgado en la Ciudad de México, fue expuesto a la vergüenza pública, paseando por las calles de la capital del reino, montado en un burro, desnudo de la cintura para arriba y con coroza de “cinco veces casado”. Pero hubo médicos perseguidos por cuestiones menos terrenales; asuntos que involucraban el pensamiento ilustrado: médicos que practicaban su arte en las vísperas de la Revolución Francesa. (Continuará).


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