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LA CASA DE LOS MALFENTI // EDICION: INVIERNO 2001 Ahora la mujer de mediana edad luce unas mechas embadurnadas de una sustancia celeste que según Marcelo es el decolorante, luego le aplicará un rubio ceniza y quedará como nueva. Seguramente él la invitará a cenar luego del café y ella aún no sabe qué se pondrá, ¿qué tonos combinan con el ciruela?, ¿y si la tintura está vencida y el pelo le queda color negro azabache?, ¿y si Marcelo se descuida y excede el tiempo de exposición del producto y el pelo comienza a caerse? Se imagina comprando una peluca, se imagina enganchándose la peluca en la rama de un árbol, o en el perchero del restaurante, y quedando al descubierto, su cabeza desnuda ante Gregorio. No había pensado que volvería a desnudarse ante él, eso le da miedo, porque él vendrá cargado con la imagen de su cuerpo esbelto, sin estrías, ni rollitos molestos en las caderas, en los muslos, y ahora, los pechos algo caídos, aunque no mucho, podría disimular todo esto con ropa interior negra y una luz tenue, pero antes de desvestirse deberá vestirse, pensar en las tonalidades que hagan juego con su nuevo pelo. Revisa mentalmente su guardarropa. Segunda tintura. Se sienta una mujer de unos setenta años, el pelo escaso, las raíces canosas. Es increíble como te crece, dice Marcelo, apoyando sus dedos sobre las raíces, sus dedos son un instrumento de medición. Dos centímetros en menos de un mes ¿no? La mujer asiente. Se mira al espejo y le pide un tono más claro, casi plateado.

Es que ya no puedo venir con tanta frecuencia, la vida está muy cara, con un plateado el crecimiento de las canas se disimulará, hasta podría ponerme un matizador gris ¿no? Es una buena idea pero tendré que hacerte una decoloración y tu pelo se verá más castigado. ¿Y si me lo cortás bien cortito? Un corte en lugar de una tintura, muy buena idea, es más rápido, pienso. Miro a Marcelo expectante, él observa a la mujer desde el espejo, duda, analiza seguramente como le quedará el corte en el conjunto de su cara, mide el óvalo y finalmente toma las tijeras. Corte y tintura, determina. La mujer seguramente estará contando sus monedas pero será la última vez, luego lucirá su pelo plateado ornamentado con el matizador gris, de uso casero. ¿Y si ella se dejara las canas? ¿Y nada de ciruelas y riesgos? No, sus amigas le habían insistido muchas veces, Gabriela, hacete un color, te dará más vida. Más vida. Piensa en Gregorio. Quizá ahora sea el momento, la promesa de un encuentro, la continuación de una historia. Que dios te bendiga, le dice Marcelo a la anciana. Siempre pronuncia esta frase como despedida. Que dios te bendiga. Que estés bien. Falta una permanente. La muchacha se sienta, su pelo lacio brillante, realmente es una pena que lo estropee con una permanente, ¿no? Recuerdo una palabra “croquiñol”, mi abuela la decía, para ella la permanente se llamaba “croquiñol”, ¿será una palabra de origen francés? Mi abuela con sus rulitos apretados sobre la cabeza como un cordero.

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