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in memoriam...



! ! Indice!LCM!Nº38! ! ! ! !

1. Miguel!Martínez7Lage!en!el!corazón,!por!Adolfo!García!Ortega! 2. Entrevista!a!Miguel!Martínez7Lage,!por!Belén!Galindo!Lizaldre! 3. Los!emails!del!Hombre!Incesante,!por!Antón!Castro!

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4. El!traductor!de!Beckett,!por!José!Francisco!Fernández!

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5. Adiós,!Miguel,!por!Juan!Gracia!Armendáriz! 6. Una!magdalena!en!la!memoria,!por!Stefanía!García! 7. Found!in!translation,!por!Ignacio!Lloret!

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8. Un!buen!tío,!por!Roberto!Goñi!Ruiz! 9. Blog,!por!Antonio!Robles!

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10. Simplemente!Miguel,!por!José!Luis!Allo!Falces! 11. El!otro!hombre,!por!Estel!Juliá!

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12. Espacios!comunes.!La!familia!importa.!La!familia!exporta,!por!Juan! Oleaje! 13. El!traductor!incansable,!por!Iñigo!García!Ureta!

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14. Homenaje,!por!Eugenia!Vázquez!Nacarino!


Miguel Martínez-Lage en el corazón Por Adolfo García Ortega

Recuerdo que conocí a Miguel Martínez-Lage a raíz de la muerte de un querido amigo común, Valentín Zapatero, que gustaba de mantener separados a sus amigos sin mezclarlos. Miguel me dijo entonces que Valentín tenía varios amigos íntimos, como él y yo entre otros, pero no los compartía. Cada cual se sentía, así, único. Esa es la verdadera amistad, en la que precisamente Miguel acabó siendo un artista refinado. No puedo evitar una extraña emoción al pensar en ambos ahora. Valentín Zapatero era el dueño y editor de la editorial Trieste, una de las editoriales más vocacionalmente exquisitas que ha habido. Allí publicamos Miguel y yo algún libro de poemas y alguna traducción. Y fue en la traducción y en la poesía en donde tejimos interminables conversaciones. Conversaciones largas y envolventes, en pos del hallazgo erudito y del hallazgo fetichista. Porque los dos éramos muy fetichistas. Hablábamos sin parar sobre la literatura, sobre los escritores con nombre propio, pero metíamos de paso gotas encendidas sobre fútbol, sobre bebidas, sobre todo tipo de pasiones, y la suma global del conjunto daba como resultado que hablábamos indudablemente de la vida en general. Y siempre con la ironía fina y el liviano deje fatalista de quien conoce por igual lo dulce y lo amargo. Era un mago del juego rápido e ingenioso, de la palabra asomada que dejaba siempre mucho más para después, para seguir hablando en otra ocasión. Era inagotable, Miguel. Me acuerdo de que al principio de nuestra amistad nos veíamos a veces con Ángel Rupérez, también amigo íntimo de Valentín. Hablábamos de todo lo divino y de lo humano. Recuerdo una conversación encendida sobre Brodsky, a quien Ángel criticaba y que para Miguel y para mí, con el tiempo, fue un poeta definitivo. Pero ahora que lo pienso, de estas cosas hace ya más de veinte años. Porque también nos

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gustaba mucho Gil de Biedma, y pensábamos cómo sería el mundo cuando pudiéramos decir eso que él decía de que “de todo hace veinte años”. Nos gustaba Brodsky ardientemente. Y nos gustaba Conrad ardientemente. Y Shakespeare ardientemente. Y Eliot, mucho Eliot. Todo era ardientemente en Miguel. Venía por mi casa de la calle Colmenares, bebíamos whisky, charlábamos hasta hartarnos y nos respetábamos con elegancia. Nos distanciamos con el tiempo y por el tiempo. Nos distanciamos por algo tan tonto como dejar que creciera el tiempo entre whisky y whisky. Seguro que fue así como nos bifurcamos. Tengo muchas cartas suyas. Y poemas que me enviaba. Y dibujos y postales, siempre desde la altura de una inteligencia culta y astuta. Una de sus últimas cartas era un regalo: me mandaba un dibujo y una portada de la edición inglesa de Le Panama ou les aventures de mes sept oncles, de Cendrars, traducido e ilustrado por John Dos Passos. Nos mandábamos cosas así, por Navidad o a destiempo: de pronto un mensaje. Era generoso, era un extraordinario traductor, un alma literaria y poética. Era un gran tipo. Y un sabio.

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Entrevista a Miguel Por Belén Galindo Lizaldre

Entrevista a Miguel Martínez-Lage sobre su traducción de ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner Entrevista realizada en 2008 y publicada en el Nº29 de La Casa de los Malfenti y que ahora recuperamos íntegramente como homenaje a Miguel y a uno de sus trabajos de traducción más destacados.

Pocas veces accede un lector a un libro del que sale transformado y embrujado, renacido y renovado, noqueado y al mismo tiempo tan agradecido como tras la lectura de un clásico, digamos que de un Faulkner, de ¡Absalón, Absalón!, en este caso, y afinando aún más, de la nueva traducción que ha realizado Miguel Martínez-Lage. A resultas de esta obra, ya se ha apresurado a decir Álvaro Pombo que “lo que nos sorprende en Faulkner no es que haga un experimento literario, sino que al escribir y al leerle, nos topemos con una experiencia vital en crudo”. Tiene razón. Y añadía en su comentario, sin dudas ni ambages, que “todo lector debe tener esta experiencia por lo menos una vez en su vida”. En esas estamos. Y más. Porque al tremendo poder de la narrativa faulkneriana hay que añadir la magnífica reedición que el editor Pere Sureda ha puesto en nuestras manos a través de una cuidadísima traducción, obra de Miguel Martínez-Lage. Sin lugar a dudas, uno de los trabajos literarios más logrados y, por tanto, mejor considerados del año que acaba de finalizar. Martínez-Lage es Premio Nacional de Traducción por Vida de Samuel Johnson, de James Boswell (Acantilado); como él dice, “lo mejor de mi cosecha de 2007, aunque eso va quedando lejos, por más que sea un libro para toda la vida. En cambio, lo mejor que ha salido de mis bodegas en 2008 es ¡Absalón, Absalón! (Belacqva) y, tal vez, Ágape se paga, de William Gaddis (Sexto Piso)”. Con semejante botín en las bodegas de nuestro `Pez de Tinta´, hemos tenido el privilegio de seguirle la pista en buena parte de la travesía y del proceso de traducción de esta gran obra. Quizá por eso también nos hemos podido LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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emocionar y conmover como pocos con su traducción de esta novela de William Faulkner. Y tanto o más, con sus merecidos premios y recientes éxitos literarios. Es un reto ahora, a través de esta entrevista, transmitir aunque sea una parte pequeña de todo lo que ¡Absalón, Absalón! y William Faulkner, gracias a la traducción de Martínez-Lage, nos han dado.

Miguel Martínez-Lage

La Casa de los Malfenti: Nada más terminar la lectura de su traducción de ¡Absalón, Absalón!, me siento como si hubiera asistido a una compleja forma de creación excepcional, a medias divina y demoníaca; una obra que cobraba vida línea a línea, como en un conjuro o un sacramento, a través de la palabra, de la obra de William Faulkner y de los caminos que usted, mediante su traducción, ha trazado para el lector. Dígame, de entrada, qué piensa del carácter sagrado de esta obra maestra de William Faulkner, ¿es obra de un dios o de un demonio? LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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Miguel Martínez-Lage: Me temo que soy una persona muy descreída y a veces no distingo bien cuál es la diferencia entre un dios y un demonio, ni con mayúsculas ni con minúsculas. Yo creo que William Faulkner es una de esas personas de las que sí se podría decir que están tocadas por la gracia divina, o que han hecho un pacto con el diablo. Viene siendo lo mismo. Y sin entrar en escatologías sí se puede decir que es una persona que tiene lo que los griegos llamaban un daimon, un genio protector, un ángel de la guarda, un talento muy difícil de volver a encontrar, que es precisamente lo que le da el carácter de artista único en la historia del género humano. Pero tampoco vayamos a olvidar que esa condición sobrehumana que se puede apreciar en Faulkner (y en artistas de esa talla: Miguel Ángel o Picasso, Beethoven o Bob Dylan, no muchos más) es fruto del esfuerzo, del trabajo, de una dedicación titánica a su obra. Esto tal vez lo explique mejor que nadie nada menos que Hemingway, que no era por lo común pródigo en elogiar a sus colegas de oficio, sino más bien cicatero. Una vez [en una carta a Maxwell Perkins, su editor, del 17 de octubre de 1933] dijo que “[Faulkner] es el que tiene más talento de todos, y sólo le falta una especie de conciencia de la que carece. Ciertamente, si ninguna nación puede existir siendo la mitad libre y la mitad esclava, no hay hombre que pueda escribir siendo a medias puta y a medias monja”. L.C.M.: Antes ya de la lectura, el lector queda impresionado por el aura de obra sacramental que tiene esta novela, en parte por detalles como la delicada y magnífica edición que ha realizado Belacqva - La otra orilla- en papel biblia o la cuidada ilustración de portada... Los sentidos ya reconocen que el libro, como objeto material, custodia algo grande. Cuénteme cuál fue el origen de todo este proceso para usted, ¿cuándo y cómo llega a sus manos este Faulkner para ser reinventado con sus palabras y su personal bagaje, para ser vertido de nuevo al castellano? M.ML.: En la vida hay un momento para cada cosa. A mí, en el año 87 u 88, hace la friolera de veinte años, un magnífico editor y un faulkneriano como la copa de un pino, que se llama Manuel Rodríguez Rivero y que entonces dirigía en Alfaguara la sección de autores extranjeros, me tiró los tejos para que me hiciera cargo de algunos de los trabajos de los que entonces ya iba ocupándose LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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uno de los grandes traductores de Faulkner que hay en España, me refiero a José Luis López Muñoz. Otros a los que debo destacar son Jesús Zulaika o Mariano Antolín Rato, y Ana Antón Pacheco. Lo digo porque uno sabe aprender de sus mayores, y eso es una suerte. En aquel momento le dije que no. Con mucho dolor de corazón. ¿Por qué? Pues porque no hubiese podido. Porque mi herramienta lingüística, mi cabeza y mi capacidad de lectura y de expresión hace veinte años no estaban a la altura de Faulkner. Y ya me jodió, pero era una cosa que había que dejar pasar. Recuerdo textualmente alguna frase que le dije; por ejemplo, que “en esta vida no se puede saber de todo”. En aquel momento yo me consideraba más afín a otros autores anteriores a Faulkner, como Joseph Conrad. Lo sorprendente es que pasan veinte años y otro editor fabuloso, como es Pere Sureda, de Belacqva, me propone un Faulkner y además durante muchos días no me dice cuál. Yo creo que fue porque él estaba negociando la compra de más novelas de Faulkner. Finalmente, según tengo entendido, Belacqva sólo podrá sacar ¡Absalón, Absalón! Durante un tiempo, Pere Sureda me dijo que sería bonito poder seguir con otra obra de este autor. Y me hablaba continuamente de El ruido y la furia. Y yo le decía “imposible, no podría hacerla”. Hoy sé que sí, que podría. Sólo que no es una de las novelas de Faulkner que necesite nueva traducción. L.C.M.: ¿Qué ha cambiado? M.ML.: He cambiado yo. Faulkner, afortunadamente, sigue siendo el mismo. Mi destreza, mi capacidad de traducción y mi comprensión del complejísimo mundo de William Faulkner y del entramado de su lengua literaria ha evolucionado a través de Absalón y ya con anterioridad, con la lectura de otras novelas, sobre todo Luz de agosto. Digamos que ahora estoy literalmente “enganchado”, con un punto de adicción. Esta traducción me ha permitido conocerlo mejor y sentirme a la altura de lo que demanda una traducción de Faulkner. De todos modos, en tu pregunta hay algo con lo que no estoy del todo de acuerdo: yo no he reinventado a Faulkner, lo he rehecho en mi lengua, efectivamente, tal como este Faulkner a mi entender necesitaba. El otro día, Álvaro Pombo calificó de “bella” mi traducción. Yo no diré que no lo sea, pero sí que la belleza, él se refería al poderío poético de su prosa, está ya en Faulkner, naturalmente. LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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L.C.M.: Como el Ulises, ¡Absalón, Absalón! tiene ya tres traducciones al castellano. Y voces autorizadas se han apresurado a certificar que la de Martínez-Lage es “la más sólida y la más escrupulosa (y no con la lengua inglesa sino con la obra de Faulkner)”. ¿Cuántos niveles ha tenido que horadar en las capas tectónicas del lenguaje para llegar a ese nivel de fidelidad… y no sé si también de felicidad? M.ML.: Ése es un retruécano muy bueno. El cruce de fidelidad y felicidad para los que estamos bien casados, como tú y como yo, es muy bonito. En cierto sentido, el traductor, cuando traduce, tiene una sensación parecida. La fidelidad suele ser sinónimo de felicidad, sobre todo si esa fidelidad te hace sentirte cómodo y te permite reproducir en un medio completamente distinto los efectos que tú percibes en el original. Me parece que la imagen, aparte de tu logrado juego de palabras, es muy afortunada. Yo desde luego pienso que cuanto más feliz sea uno haciendo algo, mejor le saldrá. Y no todo el mundo puede decir que tenga un trabajo que le cause felicidad. En cuanto a los niveles que he tenido que taladrar para llegar a Faulkner… bueno, esta novela no tiene una complejidad de registros lingüísticos muy grande, como ocurre en otras de Faulkner. Es decir, aquí no estamos oyendo muchas voces de muchos personajes, por ejemplo apenas aparece el habla dialectal de los negros del sur de Estados Unidos, que suele ser lo que le hace no difícil de entender, pero sí muy difícil de trasladar a nuestro idioma, porque nosotros no tenemos la posibilidad de recurrir a una escritura fonética como se hace en inglés, y porque así los negros del Mississippi terminan hablando algo completamente espurio, entre caribeño y gaditano, que no funciona. Hay que buscar otra clase de trucos. En Absalón no aparecen, de hecho, las cuatro variantes dialectales que Faulkner identifica en sus obras, además del inglés estándar. Aquí la complicación es lisa y llanamente el empleo de una sintaxis poderosísima y que está a punto de romper continuamente los moldes de la lengua y del pensamiento. No es tanto cuestión de niveles, sino de la estructura sintáctica de cada frase, además de dar con la palabra exacta. Y te confesaré una cosa: hubo momentos durante la traducción de Absalón en los que tuve la sensación cierta de que de haber escrito yo literatura narrativa lo habría hecho, o lo habría intentado, vaya, con LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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una respiración mental, con un aliento sintáctico parecido al de Faulkner. Me temo que a lo sumo lo hubiera intentado. L.C.M.: Porque quizá por fuerza también hubo, me imagino, al enfrentarse a tal gigante, a tal poder, a tal fuerza narrativa, momentos en los que el traductor sufrió por alcanzar al autor… M.ML.: Aquí a mí me sucede una cosa. Yo no me considero una persona masoquista, no me gusta sufrir por sufrir, pero cuando traduzco a autores que me importan, que a día de hoy son Beckett y Faulkner y no en ese orden, sino Faulkner y Beckett... y algunos más, resulta que el sufrimiento forma parte indisoluble del goce. No del placer, sino del goce. Y los extremos se tocan, claro, salvo en el caso de la diversión y el aburrimiento. De modo que claro que se sufre, pero ese sufrimiento te compensa con creces. En este sentido, hay una máxima en inglés que me gusta mucho, y que dice que “It is impossible to achieve change without suffering”. El traductor, naturalmente, va en pos del cambio y ha de sufrir, aunque el cambio que opera sea como aquél con que termina El gatopardo: en la traducción realmente hace falta que todo cambie para que todo siga igual. Mi mujer suele decir que hubo un día que me encontró con una lágrima desde el ojo hasta la barbilla después de desayunar y me preguntó “¿qué te pasa?”. Le contesté que sabía lo que ponía en aquella página, sabía lo que decía, pero era como si se me hubiesen obturado los conductos de transmisión de lo que yo leo a lo que luego va a salir por mis dedos, que es una operación para la que yo estoy bastante bien preparado, aunque sólo sea porque no soy joven. Pasan los días y ese pasaje atragantado termina por salir. Pero sí, claro que hubo momentos no de sensación de que había que tirar la toalla, sino de que había que ir muy despacio y operar con mucho tiento, de manera que aquello se pudiera trasvasar al castellano. En esto de la traducción, dicho sea de paso, no existen los imposibles. L.C.M.: ¿Cuántos momentos de esos hubo? Y, en todo caso, fueron ¿más o menos de lo habitual? M.ML.: Momentos de ese nivel de complejidad y sufrimiento hubo más de media docena y menos de docena y media. Muchísimo más de lo habitual. LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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L.C.M.: Y luego, no obstante, ¡qué alivio leer en su posfacio aquellas palabras de T.S. Elliot, cuando dice que “es propiedad de las grandes obras comunicar antes de ser propiamente entendidas”. Porque a ratos el lector se deja llevar sin saber si está entendiendo, como en trance, por un territorio que ahora le arroja y luego le atrapa, en una suerte de embrujo y catarsis literaria y metafísica. ¿Cómo afrontó, desde el punto de vista del método, un proyecto traductor de esta envergadura? Háblenos de las coordenadas más humanas del proyecto: tiempos, espacios y momentos. M.ML.: Aquí estás barajando palabras sumamente sugestivas y atinadas. Trance, embrujo, catarsis. Es bueno a veces, cuando uno está en manos de un escritor o un pintor o un músico de esas características, artífices sin par, entregarse a él sin reservas, aunque no se entienda nada. El procedimiento para llegar a eso y llegar hasta el final arranca por algo muy sencillo: hay que ponerse a leer, despacio, hasta que uno encuentre el asidero. Y cuando toca volver atrás, pues humildad y a ello. Supongamos que la novela es una pared de mármol y tú has caído ahí como una mosca y de repente encuentras un sitio en el que te puedes agarrar e iniciar la ascensión. Es el lugar desde el que yo comienzo a traducir. Yo tuve la suerte de que a mí el editor, para traducir esta novela, me dio un año entero. Y durante todo ese tiempo, con una obra de esas características hay un momento muy dilatado en el que todo está en suspensión. Es como si tuvieras un contenedor lleno de un líquido de una densidad x, que ya ni es original ni es traducción todavía, y vas echando cosas y haciendo pruebas y no hay nada decidido, todo está en suspensión. Ese momento es placentero porque vas encontrando variantes y no sabes cómo vas a resolver eso, pero no importa, porque ya lo encontrarás. Mientras, hay que seguir leyendo una y otra vez, ya digo, aunque no se entienda nada. Tienes soluciones que te van marcando cómo vas a resolver otro tipo de problemática, y unas veces valen, y otras descubres que no, que hay que descartarlas… Todo ese proceso es largo pero es bonito. Y luego resulta que al final de todo ese año que he pasado escribiendo muchas veces a mano, en cuadernos, casi toda la novela, para ir tomándole el pulso, de repente dices “caramba, sólo me quedan cuatro meses”, aunque ya hayas empezado a pasar fragmentos al ordenador, y resulta que te has ido marcando LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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todo con comentarios… y entonces llega el final y todo eso que estaba en suspensión empieza forzosamente a sedimentarse. Ahí entra la angustia y requiere una dedicación que ya no puede ser fuera de horas, ya es de 14 y 16 horas diarias. Diré también que las revisiones que yo he hecho sobre esta novela han sido más que nunca, más que en ninguna otra ocasión. Conservo tres versiones sucesivas, y ni siquiera la última es la entregada. Y luego viene el proceso de edición, el primer lector, alguien de la editorial, en mi caso Ilse Font, y vuelta a empezar, por suerte por última vez. La traducción está hecha en mi casa, en mi estudio, en Lanzarote, en Tierra Estella, en su mayor parte a mano la primera vez, que es como escribía Faulkner, nunca directamente a máquina. Por otra parte, agradezco el tiempo que se me ha concedido para hacer una traducción especialmente mimada y de una dificultad extrema. También es cierto que conforme se acercaba la fecha, la editora me iba llamando: “¿cómo vas? ¿Cómo lo llevas?” Pero esta vez no tuve la menor sensación de agobio. L.C.M.: ¿Se podía haber hecho en menos tiempo? M.ML.: No, pero también es verdad que no lo hubiera hecho mejor en más tiempo. L.C.M.: Afirma en el posfacio de la obra que “Faulkner se traduce de maravilla y con enorme facilidad, por sí solo, si se sabe cómo. Basta con ponerse a su servicio, como uno haría con un enemigo más poderoso que él, a cuyas filas se pasa, como buen traidor, sin renunciar, jamás, a sus propias armas, a su bagaje”. ¿Cuál fue su estrategia en el campo de batalla? Cuéntenos cómo se hace para ser vasallo y señor al mismo tiempo, a las órdenes de William Faulkner. M.ML.: Lo difícil es traducir lo malo. Lo bueno, lo que tiene calidad, sale por sí solo, tarde o temprano encuentra un camino. Siendo uno el cauce, lo bueno siempre encuentra su forma de llegar a otra lengua. Lo primero es limitarse a ser cauce que trasvase todo el genio de una lengua al de la lengua propia. Y ésa es una forma muy curiosa de estar y no estar al mismo tiempo. Mejor dicho, de estar con tal de no estar.

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Cuento en el posfacio cómo se hace: se trata de hallar los estilemas que Faulkner podría tener en castellano; por ejemplo, todos los anacolutos de Faulkner están basados en frases de relativo. Sabes que eso en castellano no va a funcionar porque el antecedente del relativo a veces queda en Murcia. Y a sabiendas de que eso no va a funcionar en castellano, pues te pones a leer a Marías, a Benet, a algunos escritores más que me han sido de ayuda, en gran parte porque ellos vienen de Faulkner, y porque después de ellos Faulkner tenía que recuperar un sitio que nunca tuvo en el sistema literario español debido a las pésimas traducciones de los años sesenta y setenta. Parece mentira, pero en esta traducción son una ayuda impagable los grandes escritores en lengua española. Aquí quiero decir que anteayer murió el escritor más prometedor de mi generación. Francisco Casavella. Era además un buen amigo y una persona espléndida. Creo que era el Juan Marsé de su momento y aventuro que su ordenador estará lleno de joyas. Aunque parece que no era faulkneriano, leyendo El día del watussi se encuentran pasajes que sólo se entienden si uno ha digerido bien su Faulkner. Creo que él también es deudor de la narrativa de William Faulkner. Yo me inspiro en ellos, he leído mucho Tu rostro mañana antes de traducir ¡Absalón, Absalón! Y en esos buenos libros, vas encontrando señales. De repente el jueves tú te encuentras en Absalón con algo que el martes viste en Benet o lo viste en Marías, porque ellos han leído a Faulkner y vienen de ahí. Ese es uno de los trucos necesarios para tener la humildad y el señorío de estar a las órdenes de William Faulkner. L.C.M.: ¡Absalón, Absalón! obtiene su título del episodio bíblico de Samuel, 2: 13-19, que relata cómo Absalón, hijo de David, mata a su hermano Amnón por haber forzado a su hermana Tamara. Lo que hace tan adecuado el título de la obra (¡Absalón, Absalón!), que en origen iba a ser Dark House. Curiosamente el mismo título de trabajo que había tenido Luz de Agosto. ¿Por qué tiene tanta importancia en Faulkner el título de sus novelas? ¿Por qué ¡Absalón, Absalón!, repetido y entre exclamaciones? M.ML.: Con esta novela pasa una cosa realmente extraña. La novela no es sólo la novela: tiene cuatro partes incardinadas, cuatro elementos que hay que relacionar constantemente y que son, por orden: el título, las 500 páginas de la novela, los dos apéndices cronológico y genealógico, y el mapa. Son LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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absolutamente interdependientes. Los apéndices son deudores de la novela y luego están ahí dos anomalías que son el título y el mapa. El mapa lo hizo Faulkner ex profeso para Absalón, pero ya es el mapa de todo su territorio. Digamos que funda el territorio de Yoknapatawpha y por eso el mapa es indispensable. El condado existía de antes, pero es con Absalón cuando adquiere entidad propia. Sobre el título, hay que decir… Uno, que Faulkner tenía la fundadísima y natural pretensión de escribir y refundar leyendas. El otro día pensaba que si a Faulkner tuviera que compararlo con un escritor sólo hay uno posible: alguien que funda mitos como él, alguien que escribe leyendas como él, alguien que gestiona y va armando la mitología de Occidente, heredera de griegos y romanos, como él. Y no es otro que William Shakespeare. Y no es casual que la novela hermana de Absalón, que es El ruido y la furia, esté titulada con Shakespeare, no a partir de sino con él. Con esa cita tan bella que dice “life is but a tale told by an idiot full of sound and fury and signifying nothing”. Lo que quiere decir que la vida no es más que un cuento que cuenta un idiota, un cuento lleno de ruido y de furia y que además no significa nada. ¡Absalón, Absalón! ¿por qué? En la novela no hay ningún protagonista con ese nombre. ¿Quién es Absalón? ¿Es Charles Bon o es Henry, su hermanastro e hijo legítimo de Thomas Sutpen? No importa. Lo que está haciendo Faulkner es reescribir un episodio bíblico que está en nuestra conciencia y que si, a día de hoy, en las iglesias del mundo cristiano se recurriese al episodio de Absalón, no habría que leer ya lo que escribió Samuel en el Libro de los Reyes, habría que leer lo que escribió William Faulkner. Eso es lo que persigue Faulkner y eso es lo que consigue. Por eso los títulos. Las novelas de Faulkner tienen títulos magníficos; titulaba como nadie. Pero con respecto a la importancia de sus títulos, Faulkner no es el único. ¿Por qué titula Corazón tan blanco Javier Marías? ¿Por qué titula Mañana en la batalla piensa en mí? ¿Por qué esa genialidad de Marías en Negra espalda del tiempo? ¿Por qué Saúl ante Samuel, en el caso de Benet? En definitiva, estamos ante auténticos tótems, que no son libros, sino monumentos de la cultura occidental. Los primeros son tres: todo Shakespeare, la Biblia y la obra de Miguel de Cervantes. Esa es la importancia y el éxito de

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Faulkner y sus continuadores, el dar con la clave del mito y tener a los lectores con la mosca detrás de la oreja. Pocos lo han logrado.

L.C.M.: ¿Y la exclamación? M.ML.: Es la exclamación del Rey David, es el grito de “hijo mío, hijo mío”. Eso es lo que quiere decir. L.C.M.: ¡Absalón, Absalón! es quizá la más compleja de las novelas de Faulkner. Su historia es la de Thomas Sutpen y la familia (las familias) que él

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funda. El libro cuenta su vida, la de sus hijos (legítimos y naturales), la destrucción de la estirpe por sus mismos integrantes, la decadencia y posterior degeneración. Gira alrededor del racismo, el amor, la venganza y el honor en el contexto histórico y cultural de la época de la esclavitud y las plantaciones de los grandes terratenientes de los estados del sur y la Guerra de Secesión. Está fuera de duda que la novela radiografía el Sur, pero probablemente en última instancia, la historia encumbra la creencia de Faulkner en la fatalidad. En una entrevista a The Paris Review, el propio escritor dijo: “la conciencia moral es la maldición que el hombre tuvo que aceptar de los dioses para que le dieran el derecho a soñar”. ¿Era Faulkner un hombre sin esperanza? M.ML.: En primer lugar, no es la más compleja de las obras de Faulkner. La más compleja es El ruido y la furia. En segundo lugar, es una novela fundacional, la que se desarrolla antes que todas las demás que él dedica a Yoknapatawpha, la más antigua, y ésa es una de las razones por las que yo no hablo de la ciudad de Jefferson, sino del pueblo. Es una localidad que está expandiéndose y que luego, en la trilogía de los Snopes, ya es una ciudad. Y yo digo que es un pueblo, aunque ya habíamos estado ahí, si leemos la obra de Faulkner por orden, en Sartoris y El ruido y la furia ya habíamos estado ahí. De todos modos, la sinopsis que dio el propio Faulkner es bien clara: “Absalón es la historia de un hombre que quiso tener un hijo a fuerza de orgullo, que tuvo demasiados, y al que sus hijos destruyeron”. Ahora bien: si te fijas, anteriormente, y lo cuento en el posfacio, Faulkner dice esto otro de la novela: “es la historia de un hombre que insultó y ultrajó a la tierra, de modo que la tierra se volcó contra él y lo destruyó junto con su familia”. Y es que una novela de esta magnitud antes que nada necesita ser bastantes más cosas de las que aparentemente pueda ser. En cuanto a la falta de esperanza… Mira, yo creo que a ciertos escritores se les necesita encasillar, y es entonces cuando se falsea su realidad y su obra. Y esto es algo que nos ha legado una crítica literaria, la de los años cincuenta y sesenta, que pecó de perezosa y de sesgada. Es el mismo caso de Beckett, al que hace décadas se nos vendió con el marchamo de teatro del absurdo, y luego además cargó con el mochuelo de estructuralistas y tel-quelianos, cuando es otra cosa. ¡Beckett es humor en estado puro, es alegría de vivir! En serio. Faulkner no cree LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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en la fatalidad. Podría parecer que los personajes de Absalón sí están a merced de algo más fuerte que ellos, de un destino, de una fatalidad. Pero yo creo que no. Creo que uno cuando va a matar a su hermano en la puerta de la casa del padre, yo creo que siempre puede elegir. Y los dos hermanos eligen y reflexionan y refrenan (o no) el impulso de la sangre. Y uno cuando se va a enamorar de su hermana, sépalo o no, puede elegir. Faulkner no es un pesimista que defienda la fatalidad. Tú coges Luz de agosto y la historia de esa mujer embarazada, Lena Grove, que recorre medio condado en busca del hombre que la ha dejado preñada, junto con la otra historia que se va entrecruzando, la de Joe Christmas, José Navidad (vaya nombrecito), un presidiario que lo que desea es estar cuando antes en la cárcel, y pronto ves que se establece esa peculiar relación entre ambas. Christmas está condenado a cadena perpetua y no quisiera estar libre, cosa que decide en total libertad. De hecho, está libre por casualidad, porque el Mississippi ha tenido una crecida enorme y la reata de trabajadores encarcelados se ve libre de repente. Él quiere volver a la cárcel porque es el único sitio donde se siente seguro. Si volviese a la cárcel, estaría condenado a la fatalidad, pero en cambio se encuentra con Lena a la orilla del río y la ayuda a parir, con el Mississippi desbordado. Él corta el cordón umbilical con un abrelatas que es lo único que tiene en el bolsillo. Eso no responde a la fatalidad. Hay tantos personajes en William Faulkner que ante todo pugnan por la vida que... Rosa Coldfield, por ejemplo, ¿ha estado entregada siempre a lo que le tenía que ocurrir? No. Yo pienso que la esperanza es algo que todos sentimos y que difícilmente se concreta. Posiblemente la esperanza en sí misma es el estado más parecido a la felicidad. No hace falta que se materialice, la felicidad es seguir teniendo esperanza. Esperanza incluso de volver a la cárcel antes que sea tarde. Esperanza de parir y de encontrar al hombre que… En fin. L.C.M.: Parece que su obsesión por el tema del incesto (clave también en esta obra) es reincidente. Faulkner en torno a 1914, en una conversación con algunos miembros de un grupo de teatro al que pertenecía, aseguró: “He aquí que me parece mucho más lógico mantener relaciones con alguien de la familia que con un desconocido. ¿No lo ven ustedes también mucho más natural? Sería lógico que, de elegir a alguien con quien compartir un espacio tan íntimo elijamos a un

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miembro de nuestra propia familia, dado que, desde pequeños, convivimos con ellos”. La obsesión por el incesto está tan enraizada en sus personajes que uno de los narradores de ¡Absalón, Absalón!, el joven Quentin Compson, viene de otra de sus novelas, El ruido y la furia, donde también se aborda el tema del incesto. Allí asistimos al suicidio de Quentin, motivado por el amor incestuoso hacia su hermana. Toda esta trama de incestos, ¿tenía algún origen biográfico en Faulkner? Y, si no es así, usted que le ha buceado como pocos, ¿puede darnos pistas de a qué puede deberse? M.ML.: No hay nada justificado en su biografía que le vincule expresamente al tema del incesto. La frase que citas, y que desconocía, tiene cierto aroma de empeño por epatar, ¿no? Por otra parte, ¿no es el incesto uno de los temas más universales? ¿Qué es el incesto sino deseo, amor y guerra, contravención de ciertas convenciones sociales? Si atendemos al relato bíblico de la humanidad, me temo que Caín tuvo que copular con su madre como mínimo, y los hijos de Caín entre sí. Esto es un tabú que si se estudia en sociedades primigenias es algo que no está mal visto, es algo que se asume como tal. Cuando Faulkner dice lo que señalas en la cita, está provocando. Pero, ciertamente, ¿qué problema teórico hay? ¿Es una prohibición eclesiástica? Lo que Faulkner muestra en su obra es una sociedad anterior a la nuestra, cuyos ciudadanos son, entre otros, los colonos que llegan a un territorio que no está conquistado y que actúan como actúan y que se encuentran con una población autóctona que no sólo está conformada por esclavos negros que han traído ellos, sino que también hay indios. Yoknapatawpha es mestiza en grado máximo, aunque el matrimonio interracial esté prohibido. Sería bueno recordar que en las tribus indias, el tabú que para el homo occidentalis supone el incesto, para ellos no era tal. Por otra parte, es un tema universal de tremendas posibilidades que Faulkner sabe explotar muy bien. Y no es el único que toca porque también está el del matrimonio interracial, el mestizaje, la bigamia, el respeto a la imposición paterna. Nunca nadie podrá saber si Henry hace lo que hace por una u otra de todas estas razones, o por alguna más. Esa indeterminación en esta novela y en las que transcurren en Yoknapatawpha nos devuelve a una sociedad anterior a nuestras leyes, una sociedad por la cual es como si no hubiera pasado

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la Revolución Francesa, con todo lo positivo y sobre todo lo muchísimo negativo que trajo consigo. L.C.M.: Encontramos en esta novela una perspectiva épica, poblada de figuras fantasmales y de tamaño sobrenatural, pero sin embargo el modelo narrativo que sigue Faulkner no se parece al que podría haber heredado de los grandes padres de la épica, como Homero o Tolstoi, sino que parece seguir la senda de otros maestros como Joseph Conrad o Henry James. Malraux ha dicho que la obra de Faulkner “introduce la tragedia griega en la novela policial”. ¿Cuál es, a su parecer, la intencionalidad con que cultiva William Faulkner los géneros en ¡Absalón, Absalón!? M.ML.: Renueva la narrativa porque se inventa posibilidades hasta entonces no soñadas por el hombre a la hora de contar, tal como arma un tipo de narración que cambiará para siempre la forma de narrar. La novela tal y como la contempla y la practica William Faulkner no existía antes, surge con él. Malraux acierta con esta frase, que define muy bien lo que es Absalón y lo que es Faulkner, sobre todo El ruido y la furia. Pero ese mestizaje de géneros aparentemente caprichoso responde a una necesidad: ¿hubiera sido posible contar la historia de Thomas Sutpem y sus descendientes de otra forma? L.C.M.: De toda la obra de Faulkner, probablemente, es ¡Absalón, Absalón!, la novela que ha ejercido una mayor y más poderosa influencia en autores posteriores de distintas lenguas, de Vargas Llosa a Lobo Antunes, Juan Benet, Gabriel García Márquez, Thomas Bernhard o Javier Marías. ¿Por qué? M.ML.: Porque cualquier persona que aspire a escribir novela (no una novela cualquiera, claro: hablo de Novela) y que conozca a tiempo a Faulkner se da cuenta de que es la quintaesencia del novelista y ¡Absalón, Absalón! es la condensación máxima de sus virtudes. Esta mañana, teniendo en cuenta que esto no es una entrevista sino un examen final, he estado repasando cosas y he vuelto a leer un artículo de un estudioso de Faulkner donde saca a colación declaraciones de estos autores que citas. No recuerdo ahora cuál de ellos dijo que después de leer a Faulkner se dio cuenta de que su mayor aspiración era ser novelista. Eso lo dice todo: además de enorme novelista, Faulkner es fecundo, alentador, inspirador. Un modelo. Además, esta obra, aun siendo complicado

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entrar en ella, es un Faulkner portátil mejor que el que armó Malcolm Cowley, una antología donde había de todo. El auténtico Faulkner portátil es Absalón, y por eso influye tanto en quien sepa leerlo. La cuestión es que un aspirante a escritor descubre con Faulkner que quiere ser escritor y descubre cómo: necesita un mundo propio y una manera de contar propia, y una voz. Para todo eso, el mejor prontuario está en Faulkner. Por eso tiene esta presencia. L.C.M.:

¿Hay

una

razón

última

por

la

que

Faulkner

mantiene

permanentemente al lector, a lo largo de las casi 500 páginas que tiene ¡Absalón, Absalón! en un precario equilibrio entre la certeza y la duda? M.ML.: Curiosamente, el editor de esta novela Faulkner, Pere Sureda, tiene la buenísima costumbre de mandar periódicamente citas literarias a sus amigos (entre los cuales me cuento, y a mucha honra) y hace unos días llegó una de un psiquiatra de Madrid especializado en situaciones de emergencia, que dice “la peor enfermedad del ser humano es la certeza”. Sembrar la duda permanentemente, ésa es otra de las grandes virtudes de William Faulkner y de la gran novela. Pienso en Kafka, en Proust, en Joyce (aunque a Joyce cada vez lo tengo peor catalogado, porque pienso que puso algo que ha germinado después de Joyce, en Faulkner sin ir más lejos, que en cambio viene más de Conrad), pienso en Beckett… Una de sus mayores virtudes es contraponer el estatus de la novela frente a todo lo que entendamos como instituciones. Una institución es algo que se valida, se afirma y se impone por sí misma continuamente. En cambio, la novela está continuamente dudando de su propio estatus: la novela que no dude de sí misma no funciona. Y esto viene de Cervantes, que ya puso en entredicho, en tela de juicio y en duda, el estatus de novela y de lo que sucede a Alonso Quijano. Esas son las novelas de Faulkner, eso es ¡Absalón, Absalón!, aunque el modelo ya existiera, no nos olvidemos. ¿Por qué te crees que venía yo a esta entrevista pensado que era un examen final, y que también podía ser otras cosas distintas, aunque sin dejar de ser un diálogo? L.C.M.: ¿Usted también piensa, como Faulkner, que la clave está en “la decimocuarta imagen”? M.ML.: Ese es el título de mi posfacio, y está tomado de una maravilla de libro que constituyen los dos cursos que dio Faulkner en la Universidad de Virginia

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después de que le dieran el Nobel. Tuvo la humildad de aceptar una invitación que le hicieron para pasar allí un trimestre, y no lo necesitaba. Él se plantaba ante un atril y respondía a las preguntas de los estudiantes. Es decir, se sometía a una entrevista diaria, a un examen final. Por ejemplo, una chica le pregunta qué se propone al escribir con frases largas y no con frases cortas. Imagino que Faulkner debió de pensar en el espectro de Hemingway, que aún no había muerto. A esa pregunta, responde así: “Esto es como lo del carpintero que se pone a buscar el martillo o el hacha con que mejor pueda hacer su trabajo, sin saber si va a ser un hacha o un martillo. Además, todos tenemos certeza de que un día moriremos, y que tenemos relativamente poco tiempo para empeñarnos en contar toda la historia de la sensibilidad del hombre y además en la cabeza de un alfiler. Por otra parte, para mí un hombre no es el que parece, sino que es la suma de su pasado. Un hombre es la suma de cuanto ha hecho, y la frase larga es un intento por condensar su pasado y acaso su futuro en el instante en que hace algo…”. En esas charlas, él aplica a ¡Absalón, Absalón! la idea de que hay trece maneras de mirar un mirlo, pero sólo la decimocuarta nos va a aportar la imagen del mirlo. Y no es definitiva. Todo está perpetuamente incompleto en la saga de Yoknapatawpha y no sólo porque el escritor (y único dueño y propietario del condado) haya muerto, sino porque cada lector se suma a la tarea faulkneriana de inquirir, curiosear, interrogar, fluir, interpretar… y cada nueva versión, cada nueva imagen, sean quince o cien, jamás resultará definitiva, pero es una aportación esencial a la saga, a ¡Absalón, Absalón! en este caso, y además es el mejor homenaje que se puede y se debe rendir a su fundador. L.C.M.: Resulta complicado describir el estilo de esta obra: un texto convertido en palimpsesto, con monólogos interiores tejidos con anacolutos y una sintaxis desquiciada por las sinuosidades del pensamiento y la presencia de estructuras codificadas como versículos bíblicos, cartas, fórmulas de la novela negra o el folletín victoriano o sermones, dilatadas elipsis y subversiones temporales… Si ya resulta complejísimo definir tal magma estilísticamente, ¿cómo abordarlo en un trabajo como el suyo? M.ML.: Esto es muy sencillo. Se aborda con pasión, con devoción, con desconcierto, con estupor, con el triple respeto de siempre, por el libro, por el

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lector y por el escritor; recordando lo afortunado que uno ha sido porque un capricho del destino, de la fatalidad o algo que quizá no sea ni destino ni fatalidad, sino esperanza, le ha permitido hacer una lectura de ¡Absalón, Absalón! que posibilitará la de otros; se aborda afilando al máximo las herramientas que uno tiene (yo soy un carpintero y armo muebles, sí, que otros van a utilizar), capacidad de comprensión, de interpretación y de reescritura; se aborda apoyándose en los modelos, recurriendo a muchos estudios y glosarios, ensayando fórmulas nuevas o tomándolas en préstamo; se aborda alucinando pepinillos, llorando un poco y gozando mucho. L.C.M.: Confieso que me resulta especialmente desasosegante, y al mismo tiempo tan atrayente, el monólogo interior en el que transcurre prácticamente toda la obra. Hay un eco triste sobre la tierra y el ser humano en el monólogo interior. No acabo de saber si los personajes mienten, sueñan, confiesan o han perdido el juicio, ¿a usted no le ocurre? M.ML.: Es muy importante no perder de vista en este libro (y en casi todos) que el gran hallazgo de la narrativa del siglo XX, frente al modelo anterior, es el narrador que no nos merece confianza porque no sabe, aventura, interpreta, conjetura… y es un lector más de la historia. En ¡Absalón, Absalón! es crucial saber quién cuenta qué y por qué lo cuenta, y tener presentes las reiteraciones. Hubo un momento traduciendo en que me di cuenta de que todo lo importante sucedía o se contaba dos veces al menos. Entonces, hay que contrastar la primera con la segunda versión y luego sale otra que no es la decimocuarta, pero casi, que da el tono de ambas y a mí al menos me ubica en el lugar desde el que puedo mantener las ambigüedades el original y lograr su claridad meridiana, según sea el caso. Es importante saber cuáles son los límites de quien monologa. El capítulo quinto a mí me parece una maravilla y una chaladura. Sobre ese monólogo de Rosa Coldfield, por ejemplo, William Faulkner llegó a decirle al editor: si no me lo pones todo en cursiva, esto no funciona y no lo quiero publicar. Ese monólogo, y otros que son estilo indirecto libre, y en mi experiencia lectora sucede aquí y después, se da por ejemplo en La saga/fuga de JB y en muchas otras novelas: se empieza a narrar una historia de una manera que no es monólogo, ni estilo indirecto libre… es otra cosa, y hay varias citas en los LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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capítulos últimos en que dialogan Quentin y su compañero de habitación, Shreve, que aclaran algo capital: ya hablan instalados en el no lenguaje o, mejor dicho, en el deslenguaje. (Por cierto: no deja de ser curioso que Beckett se propusiera escribir una “literatura del despalabro”: otra concomitancia interesante entre ambos.) Eso es inquietante: Faulkner está contando una historia que nos conmueve, que nos mueve, que nos hace temblar, que nos gratifica, que nos inquieta y nos trastorna, pero la cuenta a veces desde un espacio lingüístico, desde una conciencia psicológica, a la que todos tendríamos acceso si tuviésemos la conciencia y la curiosidad y la maestría de la lengua que tiene William Faulkner. Y todos la hemos tenido, lo que pasa es que se nos ha quedado atrás, en algún recodo del camino de la vida.

L.C.M.: Ante ese estilo perturbador, ante la narrativa altisonante y experimental, ante la exhibición de tal barroquismo y potencia expresiva, en ¡Absalón, Absalón! sólo cabe avanzar, como señala David Dowling (William

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Faulkner, MacMillan, Londres, 1989), “como avanzaríamos en la jungla, cortando la maleza con un machete mientras vemos que a nuestra espalda ya se cierra de nuevo el camino, sintiéndonos ahogados en un exuberante hábitat de modificadores, oraciones de relativo, frases parentéticas, perífrasis”. ¿Usted ha estado en las marismas y estudiado los pantanos del estado de Mississippi? ¿Cómo, si no, ha logrado convertirse en tan eficaz guía en esa maleza narrativa faulkneriana para orientarnos a este batallón de lectores? M.ML.: Haré una parábola bíblica en términos faulknerianos: yo no he estado ahí, en el Delta del Mississippi. Mi conocimiento de Estados Unidos se circunscribe a Nueva Inglaterra, el norte de California, Nueva York y Washington. Yo no he estado ahí, pero he sido mujer, y eso es más difícil que estar en el Delta. Es decir, el traductor es un actor y meterse en un papel no es difícil. El saber qué sucede allí y que te cuenten cómo es exactamente eso, de eso se trata. Me gustaría ir a Jackson, una ciudad que no existe. Pero a día de hoy, me gustaría más estar a la altura de ese territorio; y alguna vez, fumarme un cigarro a la orilla del Mississippi, que es como un mar longitudinal, que no va y viene, que pasa y que da la clave por ejemplo del tiempo en Faulkner. Pasa despacio, sobrado o justito, pero pasa todo el tiempo, así se entiende el tiempo en Faulkner. Espero ir, de todos modos. Y no creo que sea fundamental no haber estado. Quiero pensar que soy un buen actor todoterreno, aunque se me den mejor unos papeles que otros. L.C.M.: Señala Vargas Llosa (La verdad de las mentiras. Ensayos sobre literatura, Seix-Barral, 1990), a propósito del estilo faulkneriano, que “toda novela se compone de datos visibles y de datos escondidos. El narrador nunca nos lo dice todo, y a veces nos despista: revela lo que un personaje hace pero no lo que piensa, o al revés. Así, la historia se va iluminando y apagando”. ¿Está Faulkner jugando con el lector? M.ML.: Si la literatura es un juego, sí. Pero en realidad, Faulkner está creando a su lector, a ti, que has hecho el mismo trabajo que yo, al afrontar tu lectura de ¡Absalón, Absalón! que es pareja a la mía y posterior a la mía, y no exactamente igual. Ahí no hay un juego. Y, si lo hay, es muy serio. Pero los niños, que saben, se toman los juegos muy en serio: otra vez el roce de los extremos. Una novela como Absalón nos está creando como lectores, nos enseña cuáles son las reglas LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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del juego. A veces muy sutilmente, a veces con mucha humildad, nos enseña a ser aquello que decía Baudelaire. “Hypocrite lecteur,—mon semblable,—mon frère!”. ¿O era hermana? ¿O todo lo contrario? Nos da las coordenadas, nos enseña. Curiosamente, todo esto ya aparece en las primeras páginas, cuando Quentin cuenta por primera vez que va a visitar a Rosa Coldfield, dice que hablaban el uno con el otro en el prolongado silencio de lo despersonal en ausencia de lenguaje: nos está enseñando cómo leer, ahí no hay un juego. Dice “señora, caballero, esta historia viene de aquí y aquí hay unas reglas de juego; si quiere jugar, hagámoslo”. Pero él no juega con nadie. O sí, pero totalmente en serio. L.C.M.: Faulkner es el único modernista americano de la década de 1930, siguiendo la tradición experimental de escritores europeos como James Joyce, Virginia Woolf y Marcel Proust. ¿Es ¡Absalón, Absalón! un buen ejemplo de novela modernista, equiparable a las que se escribieron en Europa? M.ML.: Aquí voy a ser muy conciso: no. Es mejor. El canon que configura la narrativa del siglo XX hasta hace poco, que yo recuerde, estaba compuesto por Joyce, Kafka, Proust (auténtico modernismo) más sus muchos imitadores de tremendísimo valor, tantos otros. Faulkner muere en el 61 (el año que nazco yo) y Beckett en el 89 (el año en que yo me hago mayor) y además de ellos la literatura del siglo XX tiene otros dos escritores como pilares inamovibles… y no está Joyce entre ellos, lo siento. Son, cronológicamente: Kafka, Proust, Faulkner y Beckett. Y no es casual que haya un alemán, un francés y dos autores de expresión anglosajona, pero que no son de Inglaterra; uno es un irlandés en Francia y el otro es un escritor norteamericano que no tiene igual. L.C.M.: Y no deja de ser curioso que el poseedor de esta narrativa ardua y compleja fuera guionista en Hollywood… M.ML.: En aquellos años, en los años treinta, cuando a Faulkner se le ofrece la posibilidad de ir a escribir guiones a la meca del cine, y ni tan siquiera guiones (a veces diálogos de continuidad, en películas o proyectos que luego no se iban a rodar), en ese momento el público consumidor de ficción, sea en forma de novela o película, da igual, todavía no se había dado cuenta de que se había producido una fractura cruel y trágica, a raíz de Flaubert. Una fractura que el

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modernismo ahondó y que, a día de hoy, salvo en el caso de Pérez Reverte y pocos más, sigue ahí y no tiene solución. Esa fractura es la diferenciación entre alta y baja cultura. Hablo de literatura. Esto aún no se había producido. Y para Faulkner era tan importante tener una trama como saber cómo contarla. Y por eso ¡Absalón, Absalón! es una tragedia griega con ribetes de novela policiaca. Esa fractura no se había producido aún, y la novela es un compendio de ambas formas o alturas. Y hoy Faulkner puede ser una lectura difícil para los que están acostumbrados a la baja cultura: los Ken Follet y toda esta gente, (que yo no desprecio, me parece que ofrecen un entretenimiento más o menos digno, aunque no eso sea literatura, y ellos lo saben), pero Faulkner es otra cosa. El otro día leía el ensayo de George Steiner titulado Dostoievski o Tolstoi, donde él traza dos tipos muy distintos de escritura y de ficción, no sólo muy distintas sino antitéticas y excluyentes. Dostoievski, pese a haber compartido tantas cosas con Tolstoi, cultivó un tipo de narrativa radicalmente distinta al otro, y según leía el tramo final de ese ensayo que es magnífico, me di cuenta de que en Faulkner se reconcilian el escritor tipo Dostoievski y el escritor tipo Tolstoi, es decir, se reconcilia la alta y la baja cultura. Por eso, en Faulkner no es extraño que se den la mano el guión hollywodiense y la complejidad estructural de El ruido y la furia. Lo mismo sucede en otras novelas suyas. Y es que si Dostoievski desconfía de la razón y ama la paradoja y no admite que haya una forma absoluta de entender cada cosa y le deja siempre una puerta abierta al misterio y a la duda y se pierde por el laberinto de lo que no es natural y está buscando siempre un modo de entrar en la hondura del alma y deja que la alucinación y lo espectral y lo demónico entren en sus narraciones, Tolstoi es el poeta de la tierra, de lo rural, de las raíces, y persigue la sed de verdad del hombre y le deja que cometa sus excesos y disparates, y se basa en lo tangible, en el detalle, y se apoya en la historia, en lo concreto… Después de escindirse estas dos modalidades, sólo Faulkner reúne esos dos caminos, abriendo una vía por la que han transitado muchos. Y cuando leí a Steiner el otro día me di cuenta de que en realidad lo que pasa con Faulkner, volviendo al principio, es que su “daimon” le permite reunir las dos personalidades que hay de ser artista. Faulkner es tan apolíneo como dionisiaco, es tan exagerado, tan bestia, tan negro, tan crudo e inconsciente como listo y

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fino y comedido. Tan nocturno como diurno. Eso nos asombra de Faulkner. Todas esas maneras de ser humano, eso es lo que nos asombra de Faulkner. L.C.M.: El conflicto, el sometimiento al destino, la angustia y la sensación del extravío… ¿Cuál cree que es la noción de hombre que Faulkner nos ofrece tras estos lastres, en ¡Absalón, Absalón!? M.ML.: Déjame que te responda con una pregunta. ¿Tú no encuentras parte de ti en Quentin Compson? Pues yo encuentro mucho de mí en Rosa Coldfield sin ir más lejos. No sé si hay mucho más que decir. L.C.M.: Y sin embargo, Faulkner es un escritor que nunca parece juzgar a sus personajes, por más despreciables que sean. ¿Es al fin la bondad y la humanidad del padre creador, del patriarca, lo que prevalece en él? M.ML.: Hay muy buenos novelistas que te dejan una cierta insatisfacción lectora. Faulkner no, porque para escribir novelas es absolutamente indispensable querer mucho a tus personajes. No tienes por qué entenderlos, pero no los puedes rechazar, no los puedes condenar, no los puedes ningunear, y menos aún juzgar. Ésa no es tarea del novelista ni del lector (ni del ser humano, dicho sea de paso). Faulkner ama a todas y cada una de las almas que habitaban en su condado. Los llevaba permanentemente dentro de él, los quería, quería el paisaje, quería cada curva del río, cada casita, a los pobres y a los ricos, la trágica historia de la tierra, el futuro incierto. Habla de su país del tamaño de un sello de correos y lo universaliza dándole a una historia local un carácter universal. ¿Cómo? Poniéndole Absalón en el título. Levantando minuciosamente el mapa. Eso es indispensable. Si uno no ama a sus personajes, no debería escribir novela, o la novela no será todo lo buena que podría ser. L.C.M.: ¡Absalón, Absalón! es una obra enigmática, ambigua, y de una complejidad técnica extraordinaria. Imagino que será difícil para un traductor encontrar, tras este, retos de un nivel equivalente o superior. M.ML.: No. Obras literarias de esta envergadura, o parecida, siempre irán surgiendo… si los editores se acuerdan de mí y me tienen presentes en sus oraciones, como yo a algunos de ellos. Lo que pasa, y tú lo sabes bien, es que Faulkner genera adicción y yo querría seguir, pero ya veremos. Hay algunas

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obras de Faulkner que requieren nuevas traducciones, porque la traducción envejece a una velocidad mayor que el original y además envejece mal. Hasta hace poco no sabía por qué, pero ahora creo que lo puedo explicar: la clave está en la palabra "original". El original es un Rolex hecho en Suiza, y la traducción es un Rolex de imitación, hecho en China. Eso sí, los chinos hacemos los Rolex cada vez mejor, imitamos de maravilla. En Suiza deberían empezar a preocuparse. Y siguiendo con el símil podría decir que si hago Rolex de imitación es pensando en quien no tiene dinero para comprarse el original, es decir, para quien carece de caudal lingüístico suficiente en la lengua de partida. Pero ojo: estos Rolex no vulneran la ley de propiedad intelectual, sino todo lo contrario. En fin: si no se cruza otro Faulkner en mi taller de falsificador legal, ten por seguro que, aun sin traducirlo, lo seguiré leyendo. A fin de cuentas, el traductor es un lector que escribe… o un escritor que lee, sea Faulkner o sea lo que realmente valga la pena, que por fortuna es mucho. L.C.M.: Para terminar, cuéntenos cuál fue el momento de la traducción de ¡Absalón, Absalón! que no olvidará. Y por qué. M.ML.: Esta traducción, como todo el mundo sabe, es un lujo. Es una bendición que a uno le ha tocado y que agradeceré eternamente a Pere Sureda. El primer momento es cuando me atrevo a hacerla, el segundo sucede varias veces, cuando hay un pasaje o una frase que no sale, y no importa, ya llegará. Y luego, está esa fase en la que se forma la decimocuarta imagen que para mí tiene un momento clave en el libro. Es cuando Charles y Henry empiezan a hablar en cursiva en el capítulo VIII, el último, formando parte cada uno de dos regimientos distintos en un ejército confederado que ha sido derrotado y que está ya a las puertas de la rendición definitiva. Y con lo que se dicen el uno al otro, de repente empieza a encajar todo, sin olvidar que su ¿diálogo? se reproduce por medio de otro diálogo, el que mantienen Quentin y Shreve muchos años después, en la fría noche de Nueva Inglaterra. Tampoco puedo olvidar cuando leo pasajes de ¡Absalón, Absalón! en voz alta, antes de acometer la traducción, en un parque de mi ciudad o en casa, solo o acompañado, y me entran sudores fríos. Y no voy a olvidar la acogida que este libro está teniendo, que me equipara a los lectores, porque cuando yo encuentro a un lector como tú (y no eres la única LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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sino que hay más), que han hecho el mismo ejercicio que yo, pienso que ha valido la pena. No cuentas con eso, pero es lo que te gratifica. No pienso olvidar la mañana de la lágrima en la cara y el efecto que en mi vida ha provocado William Faulkner… Tiene gracia porque ese efecto es mayor y mejor que el de Samuel Beckett. Tela marinera. Quizá porque yo también estaba preparado. Tengo, después de traducir ¡Absalón, Absalón!, la sospecha de que Beckett leyó a Faulkner. Hablamos de dos premios Nobel con unos diez años de diferencia, hablamos de dos señores mayores, creo que hay cosas en la primera trilogía de Samuel Beckett que sólo se entienden si ha leído a Faulkner, pero no lo puedo demostrar. A mí Beckett me permite conocerme mejor a mí mismo, no bucear gratuitamente en el fondo de mí, sino llegar a ese fondo de mí que no conocía y que tal vez no es yo. Y además me río. Con su humor desgarrado, con su desprecio por la tragedia. He dicho no es yo, no he dicho no soy yo. Y en cambio Faulkner, con su bondad, con su país del tamaño de un sello de correos, me permite abrirme a los demás. Son perfectamente complementarios. Y no voy a olvidar llamadas telefónicas que te dicen, “ah pero usted es el traductor de ¡Absalón, Absalón!, lo compré el otro día y voy por tal página y no doy crédito a lo que estoy leyendo”. Todo esto lo he hecho por Faulkner y, de paso, por ganar unos dinerillos, pero también y sobre todo por lectores como tú, que quieren leer esta novela. Una vez dije que traducir a Faulkner es un acto de caridad, y uno de sus traductores estuvo muy de acuerdo. Piensa que estamos hablando de una de las cumbres, de un ochomil de la narrativa escrita por cualquier ser humano a lo largo de la historia. Si hubiese más gente que leyera ¡Absalón, Absalón!, el mundo sería mejor y la sonrisa faulkneriana que se me pone por dentro cuando me doy cuenta de que si así no ha de ser, es otra de las cosas que no olvido… si así no ha de ser, ni es culpa nuestra ni tampoco nos importa mucho.. L.C.M.: Nosotros, los lectores, difícilmente vamos a olvidar esta lectura. Muchas gracias por hacérnosla, de esta manera, posible. Gracias por dedicarnos su tiempo en esta entrevista.

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De propina, vaya unas cuantas citas que ha espigado en ¡Absalón Absalón! su traductor, aunque sea reacio a estas prácticas y aconseje leer la novela de cabo a rabo y no de un tirón, sino respirando despacio. Un Faulkner comprimido tal vez no pierda sabor, pero sí embrujo. De todos modos, siempre podremos disculparnos con la primera de ellas: Hay cosas para las que con tres palabras sobran las tres, y con tres mil son tres mil las que faltan, y ésta es una de ellas. *** Uno sólo envidia a quien considera que es sólo por puro accidente, nada más, superior a uno mismo, y que posee lo que uno cree que con un poco más de suerte que la que ha tenido hasta entonces llegará a poseer. *** Eran como a veces llegan a ser dos personas, que parecen conocerse la una a la otra tan bien o que son tan parecidas que el poder o la necesidad de comunicarse mediante el habla se atrofian por falta de uso al comprenderse sin la necesidad de que intervengan el oído o el intelecto, y que dejan de entenderse una a la otra cuando usan la palabra. *** … que a ti no te extrañó qué se había hecho de la madre, que ni siquiera te importó, como a nadie importó un comino: muerte o fuga con un

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hombre o casorio: no crecería ella a raíz de una metamorfosis, o disolución, o adulterio, ni pasaría a la siguiente metamorfosis llevando consigo los envejecidos, acumulados, desperdiciados años que llamamos memoria, el yo reconocible, pero que cambia de una fase a otra como cambia la mariposa una vez se despoja de la crisálida y no lleva nada de lo que era en lo que es, y no deja atrás nada de lo que es, pues se escabulle completa e intacta y sin resistirse al próximo avatar, así como la rosa o la magnolia que se abren más de la cuenta se escabullen de un junio abundoso al siguiente sin dejar huesos, ni sustancia, ni polvo de ninguna clase… *** mientras aprendía la lengua (esa hebra fina y quebradiza, dijo el abuelo, mediante la cual la superficie y los rincones y las aristas de las vidas secretas y solitarias que llevan los hombres pueden por un instante unirse de vez en cuando antes de hundirse de nuevo en las tinieblas en que clamó el espíritu por vez primera sin ser oído y en que ha de declamar por última vez sin que tampoco nadie responda), sin saber que aquello sobre lo que cabalgaba era un volcán, oyendo el temblor del aire en la noche y el latir de los tambores y los cánticos, sin saber que era el corazón mismo de la tierra lo que estaba oyendo, convencido (al decir del abuelo) de que la tierra era afable y acogedora y que las tinieblas eran tan sólo algo que uno veía o algo en lo que no era posible ver nada… *** … a ninguno de los dos les importaba quién llevase el peso de la charla, puesto que no era la charla por sí sola la que corría con, llevaba a cabo y cumplía el acto de trascendencia, sino que era una suerte de feliz maridaje de la charla y la escucha en el que cada uno de los dos, antes de la demanda, de la requisitoria, perdonaba condonaba olvidaba los defectos y las faltas tanto en la gestación de esta sombra que habían comentado (en la que más bien habían existido) como en la escucha, la criba y el descarte de las falsedades y la conservación de lo que parecía

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verdad, o se correspondía con lo preconcebido, con el fin de trascenderlo y pasar al amor, en donde puede haber paradoja e incoherencia, pero nada fallido ni falso. *** Tal vez un hombre construye su futuro de múltiples maneras, no sólo de una, y lo construye de cara no sólo a ese cuerpo que mañana ha de ser el suyo, que será suyo al año siguiente, sino con las miras puestas en las acciones y en los rumbos irrevocables de las acciones resultantes que la debilidad de sus sentidos y su intelecto no pueden prever, pero que son los que tomará así que pasen veinte o treinta años, los que habrá de tomar con el fin de sobrevivir a la acción.

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Los emails del Hombre Incesante Por Antón Castro

Un día, mi hija Aloma, que empieza ahora su carrera de traductora de francés, me escribía diciéndome que se había muerto por la noche, y probablemente de infarto, en Vera (Almería) el gran traductor Miguel Martínez-Lage (1961-2011), con quien he coincidido varias veces: en Zaragoza, recuerdo una noche memorable de tertulia y parranda y toda la pasión por la vida que él exhibía siempre, y por supuesto en Tarazona. Solía acudir, en tiempos de Francisco J. Uriz y de Maite Solana (ahora una novelista de éxito en Cataluña con sus novelas policíacas), a la cita anual de los traductores españoles. Cobijó el sueño de dirigir la Casa del Traductor, pero en la votación final la elegida fue Mercedes Corral, otra gran traductora, de francés y de italiano. Miguel se sentía muy feliz en el Moncayo, protegido por la montaña y la leyenda, se sentía un ave nocturna, y en el fondo, viviendo como vivía entonces en Pamplona, se sabía muy cerca de casa. Una vez, quizá porque vio que se me iban los ojos en exceso, me dijo: “No mires tanto a X. No es para nosotros: es como un ángel que ilumina estos encuentros. Una de esas mujeres con las que siempre te apetece soñar. A veces creo que vengo aquí solo para verla”. Sinceramente no puedo recordar el nombre real de X. Recuerdo que me veía bastante con él: no conozco mucho su vida sentimental, pero durante un tiempo vivió una relación muy romántica con una chica de Barcelona, Miguel y ella se citaban en Zaragoza los fines de semana, y eran como dos enamorados de sábado y domingo en una ciudad que cada vez les era menos extraña. Miguel era apasionado, vehemente, enamoradizo y, sobre todo, muy trabajador. Muy trabajador; parecía caótico, pero debía ser todo lo contrario. En 2008 recibió el Premio Nacional de Traducción por su trabajo,

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monumental de veras, sobre la ‘Vida de Samuel Johnson’, de James Boswell, que publicó Acantilado en casi dos mil páginas. En realidad, puede decirse que Miguel Martínez-Lage era como un torrente, un traductor insaciable, curioso: ha traducido a William Faulkner, Martin Amis, Auden, Samuel Beckett (“Rumbo a peor, de Samuel Beckett. Es la traducción más hermosa que he hecho nunca, quizá porque la hice en compañía, con otros cuatro traductores”, le decía a la periodista y paisana Nuria Alejos), Saul Bellow, Steinbeck, Stevenson, Evelyn Waugh, Eudora Welty, Coetzee, Joseph Conrad, Don DeLillo, Hemingway, Henry James, George Orwell, Poe, Pound, Steiner o Virginia Woolf, entre otros muchos. Esos nombres revelan la importancia de Miguel, el tamaño de su ambición. Había algo que me impresionaba siempre de él: hablaba de los autores con cariño, como si fuesen sus hermanos invisibles, sombras en la noche porque sospecho que Miguel debía ser una criatura de noche. De noche y de día. Siempre decía que una de sus traducciones más difíciles había sido ‘Absalón Absalón’ de Faulkner, y en 2008 confesó que llevaba tres años sin ver la televisión. “La virtud indispensable de un traductor es la invisibilidad, que no se note que un texto está traducido, pero luego es difícil conseguir una cierta consideración social. Afortunadamente, hay editoriales que ponen el nombre del traductor en la portada”, declaró al ‘Diario de Navarra’ en 2008. Miguel Martínez-Lage era un animal literario, un letraherido, que también escribía, poesía y prosa, y que cobijaba un último afán:quería hacer una carrera personal y sólida como escritor. Por supuesto, como Consuelo Berges, José Antonio Llárdent, Ángel Crespo, Luis Astrana Marín, Mario Merlino, como tantos y tantos otros, ya tiene un sitio en el universo, en el reino inagotable de los traductores. Recuerdo que mantuvimos una larga correspondencia. Nos encontrábamos en el correo por puro azar o cuando publicaba un nuevo libro. El escritor Miguel parecía no tener prisa, o quizá tuviese demasiado respeto a la creación, y me remitía sus notas, sus poemas. Recuerdo con mucho cariño las emails-río que me enviaba con motivo del libro de Boswell. Le encantaba escribir, contar cosas, reflexionar, explicar el origen de las frases. Y de vez en cuando le gustaba recordar una de las anécdotas más memorables que viví con él: nos habíamos encontrado en Zaragoza –el escenario de sus citas de amor: hace poco me enteré de que hubo varias mujeres, otros encuentros clandestinos. Miguel tenía alma LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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de picaflor-, estábamos con mi hijo Daniel Gascón, que aún no sabía que iba a ser traductor, y bebimos un poco. En realidad, bastante. Juraría que él más que nadie, o cuando menos un poco más que yo. Hacia las dos o a las tres de la mañana, cuando nos expulsaron de varios bares, nos dijo que se marchaba a Tarazona. A más de 80 kilómetros de Zaragoza. Nos pareció de locos. Recuerdo que le dijimos que teníamos la casa cerca, en Bretón 44, que le dejaríamos dormir en una habitación donde había mucha literatura extranjera, donde había muchos de los libros que él había vertido al castellano, y que por la mañana iría mejor. Ni caso. Sacó el coche del garaje que está bajo la plaza del Pilar y yo lo seguí en mi furgoneta. Por supuesto que no hubiera soportado el mínimo análisis de alcoholemia. La ribera del Ebro me pareció más espectral que nunca: una lodosa lámina de nieblas. Por la tarde lo llamé y estaba ahí, a vueltas con las palabras, a vueltas con Conrad o Beckett, furioso de vivir, codicioso de belleza y exactitud. No le había dado la mínima importancia a su pequeña aventura ni tampoco me había visto por el espejo del retrovisor durante los diez kilómetros que lo había seguido. Algunos me han dicho tras su óbito que había tenido mala vida. Que no se había cuidado, que había fumado en exceso, que había vivido de arrebato en arrebato. Daniel Gascón –traductor Faulkner, David Vann, Kipling o Christopher Hitchens, entre otros- me dijo: “No sé cómo habrá vivido pero ante todo era un currante, un trabajador incansable. Da la sensación de que no paraba ni un instante”. Miguel dio una nueva voz a muchos escritores. Y eso lo seguirá haciendo para siempre más allá de las sombras.

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El traductor de Beckett Por José Francisco Fernández

Con la muerte de Miguel Martínez Lage se ha perdido, además de uno de los más importantes traductores del inglés de las últimas décadas, al principal valedor de la obra de Samuel Beckett en España. Tras la traducción de una de las biografías de Beckett (Samuel Beckett: The Last Modernist, por Anthony Cronin, 1996), que será publicada en breve por La otra orilla, Miguel tenía el encargo de traducir Proust (1931) y era su intención, posteriormente, emprender la tarea hercúlea de realizar una nueva versión de la Trilogía (Molloy, 1951, Malone muere, 1951, y El innombrable, 1953). En su opinión, las traducciones de la mayoría de las obras de Beckett que hoy conocemos, realizadas en los años 60 y 70 del pasado siglo, se habían hecho con exceso de entusiasmo pero con falta de preparación; no existía rigor, tenían demasiada literariedad y carecían de un pulido que hoy en día se exigiría a toda obra de un autor capital. Sin duda la versión de la Trilogía que habría realizado Miguel hubiera alcanzado la excelencia y hubiera sido un hito más en su gran legado como traductor, quizá un punto de referencia en su carrera sólo comparable a Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, o ¡Absalón, Absalón! de William Faulkner. Para Miguel, traducir a Beckett no era un trabajo más. Traducir a Beckett de forma adecuada, sin las cargas de solemnidad ni el lastre existencialista de las primeras versiones al castellano, tenía algo de deber moral, de justicia poética, de agradecimiento a un autor que había sido clave en su experiencia vital: “No ha creado escuela,” escribía Miguel en un artículo titulado “La corbata de Beckett”, “no es un escritor seminal, pues la suya es una literatura que explora su propio agotamiento. No el suyo, sino el de ella. Y sin embargo ejerce una fascinación sin par”. Para Miguel traducir a Beckett tenía algo de misión: había que mostrar el genial autor que era el nobel irlandés, la facilidad que tenía para

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llegar a la conciencia de todos, lo divertido que podía llegar a ser. Y Miguel, que se reía a carcajadas con El innombrable, era la persona adecuada para este cometido. Su desbordante energía y su afán perfeccionista hubieran producido traducciones conmovedoras, refinadas, certeras, deslumbrantes. No son gratuitas estas afirmaciones. Las traducciones de la obra de Beckett realizadas por Miguel con las que contamos en la actualidad reúnen estas características, y eso teniendo en cuenta que se trata de obras menores pero reveladoras (La capital de las ruinas/F-, Deseos del hombre/Carta alemana), de pequeñas joyas (A vueltas quietas, Rumbo a peor) y de algún relato ocasional (“Ding-Dong”). Por así decirlo, Miguel estaba preparando el asedio a esa ciudadela que es la magna obra de Beckett mediante valientes conquistas de los territorios cercanos. Tarde o temprano el fortín hubiera caído a sus pies. Rumbo a peor (Worsward Ho, 1983) fue el resultado de un trabajo conjunto de Miguel con otros cuatro traductores (Libertad Aguilera, Daniel Aguirre Oteiza, Gabriel Dols y Robert Falcó), cinco mentes perfectamente sincronizadas para enfrentarse a un texto que presentaba una fundamental dificultad, la de encontrar el tono adecuado que reflejara la lucidez agónica de una voz que parece estar de vuelta de todo. De aquí son las famosas frases: “Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better” [“Jamas probar. Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”]. Como se puede leer en el prólogo, “juntos descubrimos que podíamos equivocarnos mejor, y la suma de errores fue marcándonos el rumbo de manera paulatina”. El gran hallazgo de este libro, sin embargo, radica en una sola palabra, el vocablo “on” que supuso para Miguel más de un quebradero de cabeza. Así empieza el texto: “On. Say on. Be said on. Somehow on. Till nohow on. Said nohow on”. Los que conocimos a Miguel podemos imaginar la excitación mental que le sacudiría ante este reto y cómo no pararía hasta dar con la clave. “Aún”, esa era la palabra adecuada, la que permite que el texto en castellano suene como en las grandes traducciones, cuando nos percatamos de que no es posible hacerlo mejor: “Aún. Di aún. Sea dicho aún. De algún modo aún. Hasta en modo alguno aún. Dicho en modo alguno aún”. El “aún” de Rumbo a peor se repite a lo largo de todo el libro como el tictac de un reloj, como una letanía de supervivencia que no se resiste a extinguirse a pesar de ver el tiempo fluir.

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Miguel tuvo la suerte de contar con la clarividencia de un editor como Carlos Rod que fomentó más, si cabe, la pasión de Miguel por Beckett. En 2002 se publicó en La uña rota La vieja canción, una obra teatral de Robert Pinget con traducción de Miguel donde se incluía, además, el texto original y la versión al inglés que Beckett había realizado del mismo. Miguel partió de la versión de Beckett. La idea era pasar el testigo: del francés a un inglés con acento irlandés, y de este inglés al castellano. Por eso españolizó los nombres de los dos ancianos protagonistas así como los topónimos que aparecen en la obra. Dos años más tarde Miguel traduciría también para La uña rota una obrita de teatro inacabada de Beckett, Deseos del Hombre, y la conocida Carta alemana, apareciendo ambos textos en un mismo volumen. La importancia de la Carta alemana, literalmente una misiva de Beckett a su amigo Axel Kaun fechada el 9 de julio de 1937, estriba en su carácter de declaración de principios, su planteamiento de cómo entendía él la escritura, y esto es importante porque Beckett cumpliría a rajatabla con esta hoja de ruta en los siguientes 50 años. Carlos Rod y Miguel Martínez Lage tuvieron la audacia de dar a conocer este texto totalmente desconocido para el público español, en donde Beckett expresaba su ambición de usar la lengua como un bisturí: “Abrir en ella un agujero tras otro hasta que lo que acecha detrás, sea algo, sea nada, comience a rezumar y a filtrarse”, como se puede leer en la traducción. Miguel era consciente de la trascendencia de este planteamiento y así lo explicó en el epílogo del libro (otra de las constantes en sus traducciones de Beckett). En este trabajo Miguel acuñó el feliz término “literatura del despalabro” (Literatur des Unworts) para describir el ansía de Beckett por alcanzar la desnudez y el silencio del lenguaje. También en 2004 Miguel produjo para Carlos Rod otro texto imposible de Beckett, A vueltas quietas (Stirrings Still, 1988), rescatando, con revisiones, una traducción previa de 1999. Esta pequeña obra, la última que Beckett publicó en vida, representa una destilación de las obsesiones del autor y es probablemente uno de sus trabajos que más cuesta resumir y que más se resiste a ser vertido en otra lengua. Nos encontramos frente a una narración ensimismada y obsesiva, profundamente desasosegante. Con su didacticismo característico Miguel escribió en el prólogo: “Lejos de la opinión más corriente, Beckett tiene poco o nada de experimental: los escritores experimentales son aquellos que no se ocupan de expresarse, de transmitir su cosmovisión o su LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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experiencia, sino que se preocupan por la quiddidad, las leyes y las posibilidades del medio escrito. Beckett nunca ha jugado en esa división: sus obsesiones son más ontológicas o existenciales y le han obligado a ser cada vez más selectivo, a descartar muchos de los recursos convencionales del medio escrito, por superfluos e irrelevantes”. Se trataba por tanto de dejarse llevar de nuevo, como quien se adentra en una corriente sin saber a dónde conduce, reconociendo una fuerza superior y renunciando a luchar por llegar a la orilla hasta que el trayecto termine. En A vueltas quietas el trayecto termina con una frase sobrenatural “Oh all to end” que a Miguel le causó mucha angustia por la duda de poner o no una coma, traduciéndola finalmente por “Ay, que todo termine”, dando lugar a una frase maravillosamente ambigua. Tuve la oportunidad de entrevistarle para una revista universitaria en octubre de 2007 y le pregunté precisamente por la desazón causada por decisiones como ésta a las que un traductor se enfrenta a diario: “En cuanto a la angustia propiamente dicha: bendita sea” me dijo. “Cuando la traducción aún flota en suspensión en el líquido de las decisiones por tomar, que es un líquido de consistencia indecisa, la situación es de una dicha considerable (…) Es decir, que en eso que usted llama angustia a menudo está mi gozo”. Hay poco más que añadir. Nos queda la traducción de Dream of Fair to Middling Women (1932) [Sueño con mujeres que ni fu ni fa], la primera y desbordante novela de Beckett, que próximamente publicará Tusquets, y que realizamos conjuntamente durante el invierno de 2010-2011 en un pueblo costero de Almería. Si el día de su muerte, 13 de abril, coincide con la fecha de nacimiento de Beckett, otra coincidencia más sorprendente es que Miguel también se había exiliado del mundo, emprendiendo en su retiro almeriense su particular ‘asedio de la habitación’, al igual que Beckett había hecho en París tras la Segunda Guerra Mundial. Y quedan, finalmente, otros textos dispersos que recuerdan la fructífera relación de Miguel con la obra de Beckett. Miguel tradujo para La uña rota, dentro de un volumen colectivo publicado en 2007, La capital de las ruinas, un texto para la radio con el mismo nombre sobre la experiencia del autor en Francia tras la guerra como miembro de un equipo de la Cruz Roja irlandesa; “Saint-Lô”, un poema con el nombre de la ciudad donde acudieron a participar en la

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reconstrucción, y “F-“, un relato firmado por la mujer de Beckett, Suzanne Dumesnil. En el año 2009 Miguel fue el coordinador de una obra también colectiva, una antología de relatos irlandeses sobre el tema de la bebida, Beber para contarla (La otra orilla), en la cual él se hizo cargo de las traducciones de un relato de James Joyce, “Por la gracia” y otro de Beckett, “Ding-Dong”. Ambos se leen como si hubieran sido escritos en castellano. El Miguel culto y erudito está allí y a la vez el Miguel traductor es invisible. Le hubiera encantado esta paradoja.

Samuel Beckett

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Adiós, Miguel Por Juan Gracia Armendáriz Artículo publicado en Diario de Navarra el 24 de abril de 2011. Mientras yo descendía de una UCI -ese reino de los no muertos- a una planta individual de la Clínica Universitaria, Miguel Martínez Lage moría en Almería. El golpe sobrevino al repasar las páginas de los periódicos y encontrarme con su rostro de lobo inteligente ilustrando la sección de Obituarios. “Ha muerto Miguel”, anuncié a las paredes de mi habitación, pero nadie respondió. Junto a Belén Galindo –promotora de la revista “La Casa de los Malfenti”- la periodista Stephanía García, y quien estas líneas escribe, nos citábamos en el café “El Alivio”, para tomar café y hablar de libros. En realidad, quien más hablaba era Miguel, pues lo hacía con más conocimiento. Nos regalaba libros, nos ofrecía confidencias,

humor,

anécdotas.

Vehemente,

apasionado, dotado de no

pocas calidades dramáticas,

un humor socarrón y una

erudición

detrás de todo ello se

escondía una persona de

buen corazón, que amaba

a los suyos con el mismo

ímpetu con que había

traducido a los grandes de

arborescente,

la literatura anglosajona. Si Iñaki Ochoa de Olza coronó todos los ocho miles de la montaña, nuestro traductor navarro más insigne coronó los grandes ocho miles de la literatura anglosajona: Faulkner, Conrad, Coetzee, Steinbeck, Delillo, Virgina Wolf o Samuel Beckett, hasta que en 2008 recibió el Premio Nacional de Traducción por su vesión de Vida de Samuel Johnson, de James Boswell. En una de aquellas tertulias, trajo una bellísima traducción de ¡Absalon, Absalon!, de Faulkner. Nos dijo que nunca había sufrido tanto traduciendo un libro. Pero conociendo su inteligencia, su capacidad de trabajo, su exigencia sin límites, sabíamos que Miguel había hecho un trabajo excelso. Nos dejó un hermoso poemario, La coz en el tintero y un día se marchó a Almería. Lo imaginaba caminando por el desierto, bajo los acordes de Ry Cooder. Me entristece su muerte, por lo que tiene de desperdicio: un hombre bueno que amaba la vida, un iconoclasta que desbordaba talento, un superdotado para el lenguaje. Descansa, Miguel. Well down, my sweet friend. LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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Una magdalena en la memoria Por Stefanía García

“Y él, todo ello envuelto en un trueno y en una furia de caballos despavoridos y de galope y de polvo.” W. Faulkner, ‘Absalón, Absalón’, traducido por Miguel Martínez Lage. – Así viniste, así te has marchado –

Trabajé en Almería hace cuatro años, en un verano de arena, calles sucias y tubos de cerveza. Escribía feliz sobre mi enfermedad favorita, la música, para la sección de cultura de un periódico local. Aún se hacían crónicas de conciertos y ante mi emoción pasaron por mi teclado nombres como Björk o Primal Scream. Además de escribir esas páginas de miel que nadie lee y el redactor se permite, teníamos que fabricar en masa hojas para engordar la entrega diaria. Valía todo, desde salpicar las páginas con fotos de gente anónima que exige su párrafo de gloria hasta la receta del salmorejo de una vecina participativa. Todo, menos olvidar la página 6, la sección imperdonable: el obituario. Al fin y al cabo, el género más antiguo, el que hace nacer un periódico. De él nos encargábamos los redactores de cultura, sección que paradójicamente se llamaba VIVIR. Consistía en consultar las necrológicas, elegir de entre todas un nombre que pudiera sonar familiar y escribir unas líneas sobre él. Nunca pude hacerlo. Ha sido mi único “no” en una redacción. Mis compañeros se encargaban por mí. Se me da mal escribir en pasado. Los verbos del periódico son el imperfecto y el pretérito en perfecto, esos en los que la acción perdura en el presente. Me niego al “fue”, al “ocurrió”, a cerrar la puerta.

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La vida toma sus puntos de surrealismo y vas tú, Miguel y llenas el presente de trampantojos a la geografía y al recuerdo. No sé si mis ex compañeros de Almería habrán escrito tu obituario, no sé qué hubiera pasado si yo hubiera seguido allá. Si hubiera accedido y me hubiera encargado de la hoja 6. Supongo que hubiera dicho que no otra vez, al fin y al cabo dudo de que esas páginas sirvan para otra cosa que para rellenar las noches de aburrimiento de los vecinos. Sigo negándome a hacer obituarios. Como dijo Umbral, la vida no se merece la muerte y por eso no hay que dedicársela. Y tu voz, la de Miguel M. Lage, el Malfenti más polémico y más divertido, sigue intacta en mi cabeza, granate y nítida, recuperando a pleno pulmón los versos en inglés de Samuel Beckett, cargando contra el provincianismo y la hipocresía, revelando con pasión el nombre de un nuevo autor que te hubiera fascinado. Por eso no hablaré en pasado. Aquí va una magdalena de mi memoria, Miguel. Aquí estás tú, como una actualidad candente.

Un martes de mayo en Pamplona. Bar Alivio, Pamplona. Llego tarde como siempre, consigo aparcar rápido. A pesar de los pronósticos, aún me acuerdo de pagar la zona azul y recoger la chaqueta del coche. Cruzo los cines Golem y miro los carteles de los estrenos. Camino entre las caras de los actores y los paisajes exóticos de alguna película de autor para envolverme en promesas y llegar a vosotros plena, lejos de los dolores de la jornada en la fábrica. En el bar Alivio, me encuentra la sonrisa de Belén, la cara atenta de Juan y las palabras de Miguel, que cuenta lo mucho que le ha gustado el último libro de una joven autora inglesa. Miguel tiene una sorpresa: de su bolso saca tres libros. Son regalos para nosotros. A mí me toca una de las mayores joyas que he tenido en mis manos ‘Absalón, Absalón’, traducido por el gran Miguel Martínez Lage - En aquel momento no sé cómo agradecerlo, cuando después lo haya leído aún mucho menos –

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“Es muy buen libro”, apoya Juan, tan sereno y tan lleno de talento. Me siento privilegiada por estar allí con estos tres grandes. Miguel ha traído su agenda, manoseada y llena de dibujos. Yo escucho, intento aprender todo lo que se puede beber de mis compañeros. No me merezco la atención, pero me pregunta Miguel por qué no he enviado ningún texto a los Malfenti en el último número. No tengo excusa, así que contesto con una broma. “He descubierto la palabra que me define: soy una ‘super procrastinator’, vamos una especialista en dejar para mañana lo que puedo hacer hoy”. O sea, una vaga de la vaguería. (Para leer y escribir, añado) Cuando dan las cinco Belén se marcha y algo se cae en el ambiente, ninguno de los tres queremos que llegue ese momento que sabemos inminente. Es tan bonito verla envuelta en sus planes y su energía. Miguel y Juan comparten su mundo de lecturas, próximos proyectos, mientras yo quiero memorizar la tarde. Los tres desbordan talento y sobre todo aman los libros. Miguel carga contra Kirmen Uribe. Bromea, al final acabamos llamándolo “Krimen Uribe”. Yo no lo he leído pero tengo fe ciega en las palabras de Miguel. Así que me inclino a llamarlo yo también así. La conversación deriva por recuerdos infantiles en colegios de Pamplona, entre

curas

estrictos

y

rebeldías

adolescentes,

próximos

proyectos,

recomendaciones de nuevos autores y sobre todo, la literatura. No he conocido mayores amantes de los libros que mis compañeros del Alivio. Mientras escucho, desfilan los cafés sobre la mesa, Miguel se atreve con dos solos y un whisky. Yo repito con té. Los minutos se dilatan y me encanta escucharles. Miguel opina rojo o negro y no tiene miedo a decir qué le gusta con locura y qué aborrece. Nos hace reír con sus comparaciones, sus opiniones polémicas, y pronto cuenta la idea de su próximo proyecto: una novela. Se trata de una historia sobre varios traductores que trabajan sobre un autor. La biografía del autor original se mezclaría con las vivencias de los traductores como una trenza que se desliza entre el pasado y el presente. No tengo duda del talento de Lage, así que sé que lo haga será bueno.

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La conversación ha viajado tanto que cuando llegan las seis de la tarde no recuerdo que tengo que marcharme ni cuál es el próximo punto de la tarde. Nos tenemos que levantar, pagar (a menudo invitaban mis compañeros y no había forma de contribuir a pesar de mis quejas) y cruzar la puerta para ver de nuevo la calle, los coches aparcados y que hemos vuelto al punto de partida, esta ciudad de la que hemos salido y a la que regresamos, a veces sin ganas. A veces no espera mucho después del encuentro, pero la rutina tiene sus propias leyes y hay que continuar con lo previsto. Permíteme aquí, Miguel, que recuerde un verso tuyo que ya he hecho mío: “Nunca quise huir, sólo estar en otra parte” (‘La coz en el tintero’) Tras la puerta está Pamplona. Hemos vivido en otros lugares, probablemente no hemos sido allí más felices, pero pensamos que algo falla por estar aquí de nuevo. Lo compartimos, no nos lo contamos. Aún queda el sabor del encuentro y la energía para seguir adelante con nuestros proyectos. Al abandonar el bar, recordamos a Belén, su iniciativa de organizar el encuentro, de su energía para juntarnos. (Sin ella no sería posible todo esto) Para mí durante esa hora nace una energía pura que me compromete con la silla y el ordenador. “Tengo que escribir más”, repito. Me siento culpable y contenta, con ganas de encontrar el lenguaje secreto de las anécdotas de la vida. Me prometo aplicarme a leer, acercarme a la vigésima parte de los conocimientos de mis compañeros. Nos despedimos y yo me siento un poquito más feliz cuando llego al coche. Después, la tarde, la madrugada. Del encuentro, me quedan las ganas de ver los próximos trabajos de Juan y de Miguel, cuándo saldrán esas novelas. Al día siguiente, sigue la rutina. Cuando abro el correo electrónico, me encuentro una sorpresa. Un mail de Miguel que me hace partirme de risa. “Procrastinadora, Éste es el gato de Krazy Kat, de George Herriman, que tanto procratinaba. Un abrazo, M.

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Lo comparto ahora para subrayar todo lo sublime y divertido en lo cotidiano de Miguel. Estoy segura de que nadie se ha aburrido con él y que probablemente es una de las personas más apasionantes que han conocido. En este encuentro que he recordado se han mezclado las anécdotas, seguramente no han ocurrido todas en la misma tarde. Y más seguro aún es que dejo muchas otras por el camino. Miguel está en sus versos de ‘La Coz en el Tintero’, entre las líneas de los libros de Beckett, Faulkner o Steinbeck que ha traducido. -- “Tengo la gran suerte de estar encantado con mi trabajo. Para mí es tan interesante como escribir”.. — decías. Miguel es la cara divertida que envió el dibujo de Krazy Kat, que proclamaba emocionado la maestría de Faulkner, de Gil de Biezma, que criticaba la hipocresía de cualquier patriotismo y que dedicó a sus seres queridos versos tan preciosos como éstos:

“Salgo así a desandar las calles, Tras otro paisaje que quiero preñado de recuerdos Cuando en verdad lo encuentro virginal, vacío, ileso,

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El paseo sin rumbo y con suerte Me reconcilia con rincones De la memoria a los que no he de volver, Entre sí aún enemistados acaso …” “Es la historia la que importa, el futuro del pasado y los ayeres del futuro, la vida que te nace en las yemas de los dedos mientras duermes a mi lado sin que haya quien te roce, cual si no estuvieras, por más tersa que estés contra mis márgenes..”. ‘La coz en el tintero’, Ed. Alfama, 2009.

Termino este no–obituario con una frase extraída de ‘Cuentos Orientales’

de

Yourcenar.

En

Marguerite el

futuro,

encontraré mis propias palabras para expresarme. No procrastinaré más y escribiré más a menudo. Prometido, Miguel. “En un universo en donde todo pasa como un sueño, sentiría remordimientos de durar para siempre. No me quejo de que las cosas, los seres, los corazones sean perecederos, puesto que parte de su belleza se compone de esta desventura. Lo que me aflige es que sean únicos.” Lo que fastidia de tu huida, Miguel, es eso: que eras único.

Nota: Fotografía cedida por Diario de Navarra

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Found in translation Por Ignacio Lloret

a Miguel Martínez-Lage in memoriam

He estado repasando las colaboraciones de Miguel en esta revista, sus escritos como Malfenti, y me he dado cuenta de que, en cierto modo, estaban lastradas por su gran erudición. Quizá porque siempre tenía mucho que decir, mucho que enseñarnos, Martínez-Lage quedaba a menudo atrapado en el marasmo de sus artículos. En cada número desplegaba un proyecto ambicioso, la invitación a un viaje de varias páginas del que nadie regresaba con las manos vacías. Emprendía con nosotros una expedición que ya había disfrutado en solitario, la lectura de un libro difícil o el descubrimiento de autores desconocidos, y en la incursión escrita nos abandonaba a todos en un bosque inmenso de palabras. Miguel era sobre todo traductor, es posible que fuese ésa la causa de su desorden. Puede que, libre por momentos de la disciplina impuesta por los textos de los demás, le costara contenerse en los suyos, someterlos al rigor que exige la creación literaria. A lo mejor creía que ésta era un caballo joven que podía montarse a pelo en una pradera sin límites, y lo ponía a galopar sin miedo en cada convocatoria de los Malfenti. Él nos pedía que le siguiéramos y nosotros le seguíamos, no sé de nadie que se haya arrepentido de hacerlo. Es verdad que nos dejaba tirados en cualquier lugar, en una espesura siempre distinta, pero luego encontrábamos la salida por nuestra cuenta y nunca le guardábamos rencor. He leído fragmentos de obras traducidas por él, algunos libros de Faulkner, y creo que Martínez-Lage era más brillante traduciendo que escribiendo. En esa tarea que dominaba tan bien, había mucho más que transformaciones o vertidos entre idiomas, había una felicidad constante hecha de hallazgos. Su talento no LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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se agotaba en el conocimiento profundo de la lengua fuente y la lengua destino, consistía además en la habilidad para renovar los textos sin traicionar su sentido, permitiendo de esa forma una lectura diferente. He sabido de sus premios, de su prestigio como traductor, y supongo que debió de disfrutar con lo que hacía. Pienso que, a diferencia de esas veces en que se extraviaba en el intento de guiarnos por lo intrincado de sus escritos, tuvo que sentirse en casa cada vez que daba con la palabra precisa. En esas novelas largas que tradujo, me lo imagino levantando bases de acampada entre frases ajenas, un hogar momentáneo desde el que seguir adelante. Yo creo que Miguel perseguía alegremente las expresiones necesarias para comprender las cosas y emocionarse con ellas, y que se encontraba a sí mismo en esa búsqueda.

Fotografía cedida por Diario de Navarra

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Un buen tío Por Roberto Goñi Ruiz

A Miguel lo recuerdo sentado una tarde soleada en la terraza de una cervecería de la plaza Yamaguchi. Belén había quedado con él para algo, pero en esta ocasión yo la acompañaba. Recuerdo su alegría al vernos, recuerdo el abrazo sincero que me plantó sin apenas darme opción a reaccionar. Él era así… El caso es que acabamos bebiéndonos unas seis cervezas de trigo cada uno en hora y media, mientras Belén se quejaba porque yo tenía que conducir… Acabo de maquetar prácticamente este número 38 de La Casa de los Malfenti dedicado íntegramente a Miguel y he tenido oportunidad de leer antes que nadie todos los textos que sus amigos y compañeros le dedican. En la mayor parte de ellos hay palabras de admiración profesional, de reconocimiento literario porque muchos de los que escriben pertenecían a su entorno creativo. Yo en cambio, poco puedo añadir en este aspecto. Para él estoy seguro que era el compañero friki de su querida Belén. A menudo me sorprendía con preguntas interesadas sobre mi profesión mundana o sobre mi pasión por los cómics. Y es que ávido de conocimiento y experiencias, realmente se interesaba por la vida de alguien en las antípodas de su círculo vital y creativo. Dueño de una incontinencia verbal avasalladora y de una lucidez y memoria prodigiosas, conseguía de mí una entrega instantánea. La mayoría de las veces me perdía en los recovecos de sus explicaciones sobre libros que yo no había leído, lo cual no impedía que cayera en las redes hipnóticas de su apasionamiento, de su energía oral sin límites. De la misma manera en que cuando era niño escuchaba entregado a mis mayores hablar sobre temas que no entendía, yo me dejaba llevar por la erudición del personaje que escondía al verdadero Miguel…

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A Miguel lo conocí durante una tertulia en la biblioteca de Barañáin. Nos hablaba del libro “Desgracia” de Coetzee. Ya entonces me pareció un tipo apasionante. La forma en que movía las manos, la pose teatral que adoptaba al fumar (por aquel entonces todavía había espacios públicos con humo), su risa socarrona, ese acento tan meloso cuando pronunciaba lentamente los términos originales en inglés… Luego, el azar nos hizo amigos. Probablemente el hecho de que no tuviera nada que ver con su círculo profesional, que no pudiera aportarle nada, creativamente hablando, hizo que siempre mostrara conmigo una actitud conciliadora, campechana, natural… Era de ese tipo de personas que se te van colando dentro cerveza tras cerveza, hasta que un día sin darte cuenta lo sientes como parte de tu propia vida. Sinónimo de pasión, de energía, a veces descontrolada, de amistad sincera y de humor, Miguel nos visitaba cada mes en La Casa de los Malfenti trayendo algún regalo debajo del brazo. A veces un cuaderno manuscrito, un email sobre un cómic que alguien le había recomendado o simplemente una próxima cita entre cervezas (whiskys él)… La muestra de que Miguel se había colado en nuestras vidas ajetreadas es que el día en que nos llegó la noticia de su muerte, Belén y yo la sentimos como un golpe demasiado doloroso. Ese destello que de tanto en tanto nos deslumbraba con su voz excesiva, con su amistad entregada ya no estaba. Todavía hoy, transcurridos un par de meses de aquel día, sigo sintiendo un hueco extraño en mi rutina. Echo de menos a Miguel y lo echo de menos porque realmente era un buen tío…

Fotografía cedida por Diario de Navarra

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Blog Por Antonio Robles

Y bueno, cambiando de tercio tengo que decir que hace tiempo que vengo siguiendo las necrológicas del Pais y hoy me he encontrado con que ha fallecido Miguel Martinez-Lage. Hace tiempo que no lo veía, pero lo conoci cuando empezó a, colaborar en Alfaguara y en un libro suyo que no se donde está me daba las gracias por haberle hecho unas fotocopias. Luego un domingo primaveral nos tomamos unas cervezas en la plaza mayor, hicimos un recorrido por los bares de la zona y me enseño un bar que se llama la escondida yo termine algo pedo, pero es tenia mas aguante que y, fue un buen domingo lo prometo y luego le mandaba paquetes a distintos sitios de galeradas y originales, nos saludábamos siempre con cariño y respeto, quizás haya una cosa que sepa poca gente se presento al premio Alfaguara con un pseudonimo como suele pasar en estas cosas paso desapercibido, nunca lo comenté con nadie no creo que le molestara que lo contara en el blog, que no creo que lo lea mucha gente, pero aquí está mi muestra de condolencia a quien pueda interesar. Descanse en paz.

BLOG DE ANTONIO ROBLES: http://blogdeantonioroblesylavida.blogspot.com/

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Simplemente Miguel Por José Luis Allo Falces

la voz que da voz a otras voces se ha quedado dormida despertará en cada palabra extranjera que Él nos quiso otorgar caligramas ignotos se hacen fuente de emoción pasada por su pluma de hombre múltiple de hombre exacto en la inexactitud del tiempo y del espacio disfrazado en otro canto poetas y narradores recobran su lugar en tu prosa y en tu verso te fuiste buscando el Mare Nostrum como queriendo volver a su seno para encontrar a los sabios que por él cruzaron expandiendo su docta ignorancia Galileo Platón Aristófanes y tantos otros reirás sentado en su ágora intentando descifrar sus misterios como antes lo hiciste con otros allende lejanos mares otros continentes epidermis hermanas en otra iridiscencia con esa risa tan tuya detrás de una mirada que nada oculta buscaré una y otra vez tu caligrafía de hombre incierto cubierto por mis dudas por las dudas de todos los sueños por las dudas de todos los que dudan allí estarás esperando un día nuevo el mismo que a todos nos espera en el que estaremos cuando la noche definitiva se abata sobre esta inconsistencia inseguros a veces de alcanzarla cuan tranquila ella nos espera con la calma de la letra impresa aquélla con la que tantos lugares tantos personajes nos hiciste amar hasta sentirlos nuestros como tuyos antes seguirá expandiendo tu cosecha de hombre culto polifacético y poeta uno más entre todos ellos universales y profanos uno menos entre nos animas mortales tristes por ausencias impuestas resistirás en nuestras mentes hasta su arcadia final hasta el Apocalipsis que nos lleve hasta el seno materno LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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donde reposas traduciendo el color del sol la alegría de la luna marina los deseos de los hombres que no supieron o no quisieron enfrentarse como Tú al tiempo vencido de los nómadas que dudan ganar al futuro el presente que te ha hecho inmortal

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El “otro” hombre Por Estel Juliá

…espera constantemente algo que debería recordar… pero recuerda constantemente algo que debería esperar. En consecuencia, lo que espera queda detrás de él, y lo que recuerda se extiende ante él… Siempre está muy cerca de su meta, y al mismo tiempo a cierta distancia. – Søren Kierkegaard, O lo uno o lo otro

Søren Aabye Kierkegaard

Con esta cita de Soren Kierkegaard encabezó su primer poemario Miguel Martinez Lage. No conocí a Miguel pero estoy segura de que en este breve, y casi juego de palabras, se encierra la filosofía de un traductor que ya no está con nosotros.

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El «otro» hombre Me pregunto cómo debió de ser el «otro» hombre que habitaba en el ser de Miguel Martínez-Lage. Llámenme entrometida o atrevida si lo desean, pero mi interés no alberga intención malsana alguna. Mi deseo es únicamente descifrar algunas claves que tal vez algunos ya se formularon y no se atrevieron a enunciar.

Tan solo hace dos años (2009) que Miguel publicó su único y último poemario, una antología que comprendía su creación durante el período 1988 – 2008. Con estos pocos datos y su título, La coz en el tintero, pude hacerme una ligera idea de quién era el poeta y suponer que estuvo años trabajando en su obra, de un modo paralelo, al tiempo que lo hacía en sus traducciones. Ganador en 2008 del Premio Nacional de Traducción comparto algunas de sus declaraciones, como una que recuerdo ahora mismo, «una buena traducción se paladea en la lengua en que se lee» y yo añadiría además que, una buena traducción debe ser como llevar puesta la camisa de Kafka sin que nadie se dé cuenta, tal y como él lo tradujo de la escritora Kate Pullinger en el libro El primer error o cómo leer a Marx, (Alfaguara Literaturas, 1990)

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Como dije al comienzo, al traductor no tuve la ocasión de conocerle, tampoco al «otro» hombre, el poeta, aunque es posible que en mi paso por la Casa del Traductor en Tarazona, hace ahora apenas un año, compartiera, sin tener conocimiento de ello, algunas de las huellas que allí dejó en sus estancias, y quién sabe, si lo hice con alguno de sus heterónimos, o los de quienes por allí tradujeron sueños y palabras. Y digo heterónimos porque en esto de la traducción tengo la sensación de que se ejerce a través de los heterónimos que cada uno lleva en la mochila. Uno, al menos creo, por cada lengua conocida, o desconocida. Otro además, por cada ser, traductor, escritor o poeta que habita en cada uno de nosotros. Pero volviendo a la casa, Antón Castro escribía al poco de conocerse la desafortunada noticia de la pérdida de Miguel, en la entrada de su blog del día quince de abril: «Solía acudir, en tiempos de Uriz y de Maite Solana, a la cita anual de los traductores españoles. Cobijó el sueño de dirigir la Casa del Traductor. Se sentía muy feliz en el Moncayo, protegido por la montaña y la leyenda, se sentía un ave nocturna, y en el fondo, viviendo como vivía entonces en Pamplona, se sentía muy cerca de casa.» Y recordé una noche de agosto del año pasado en la que el Cierzo se paseaba por todos los rincones de la casa, como un huésped más en aquellos días de estancias y traducciones. Recuerdo que el sueño fue ligero y durante toda la noche se escuchó el golpe seco y repetitivo como de alguien que llamaba a una puerta. Imaginarán que no se trataba de un espíritu, ni de un fantasma, ya que al día siguiente comprobé que la puerta del baño había quedado mal cerrada y la hueca madera era la que golpeaba el canto del marco como si fuera la coz de un animal extraño. De todos los pasos que di en aquella casa, ninguno me condujo a las traducciones de Miguel, y si fue así, no lo recuerdo, pero claro, era normal, yo andaba buscando poesía… Ahora me estremezco al pensar que estuve en el mismo lugar que estuvo el traductor. Tal vez aquella cama donde dormí fue su cama en alguna de sus estancias, o quién sabe si el espejo del baño donde me miraba todas las mañanas era el mismo que Miguel miró en alguna ocasión de reojo. Respecto al oficio de traductor que ejercía Miguel, diré que en las entrevistas y artículos que he leído sobre él corroboran el espíritu inquieto que poseía. En el LCM - Nº38 / In Memoriam Miguel Martínez-Lage

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año 2007, Íñigo García Ureta en Escrito en blanco, (Trama editorial, 2007), un libro de perfiles en el que definía a Miguel como un hombre, calificado por quienes le conocieron, de pasional, atrevido e incluso, en ocasiones vehemente en la defensa de sus tesis en estas cosas de la literatura. Impaciente, ansiaba con aprender, saber y aplicar. Posiblemente estos rasgos que le caracterizaban eran los que le llevaron a ejercer su oficio de trujamán literario tan certeramente. Innumerables nombres pasarán a las páginas de nuestra historia literaria gracias a esas maravillosas traducciones. De todas las que ya se conocen, para mi cobran un especial relieve las traducciones de Virginia Woolf, Horas en una biblioteca (El Aleph, 2005), y la casi olvidada representante del realismo sucio estadounidense, Jayne Anne Philips, de la que tradujo Miguel, recientemente junto a la escritora Gabriela Bustelo, Alondra y Termita (Duomo Ediciones, 2010).

Virginia Wolf

Pero me temo que el traductor ganó la batalla al poeta, ya que éste estuvo oculto durante años. Creo que el poeta siempre es aquel que lucha por los reductos insustanciales, iza las velas y se lanza a las aguas del Éstige que es la poesía.

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Y detrás de todo poeta hay un hombre, o una mujer. Así que, buscando al poeta fui a dar con el hombre. Un hombre que emergió a la luz pública hace poco más de un año con un cuaderno de viaje o blog, llamado: Días impares. En él Miguel, dejaba constancia de algunas de sus inquietudes, recuerdos y, digamos, imparidades. Actualizaba de un modo infrecuente su bitácora en días no pares e ilustraba sus entradas con fotografías, intuyo que, tomadas por él mismo. Lo que me llamó sorprendentemente la atención al leer aquellas ciento dieciséis entradas es que rápidamente identifiqué el espíritu de hombre que se expresaba con una prosa lúcida y llena de frescura. La prosa que presentaba en sus entradas, en ocasiones, era más que una prosa, era poesía. Este hecho además me vino a confirmar el secreto que guardaba respecto a su obra en prosa y que parece ser pronto iba a salir a la palestra, al menos así lo corrobora una de las entrevistas que le realizaron en 2009 en el espacio emitido el 20 de mayo de 2009 en la Cadena Ser en Navarra y que he podido escuchar. En ella el propio Miguel informaba de ello y no solo eso, sino que además, daba unas buenas pistas de su arte poética, o modo de hacer en poesía. Sin duda, sus palabras son una generosa pequeña clase magistral para aquellos que andamos ese incierto camino. De la entrevista me impactó escucharle con aquella voz tan lúcida y con gran dinamismo, hecho que me conectó directamente a la impaciencia aludida por su amigo Íñigo. Recitaba sus propios versos y leyó un inusual soneto, de corte isabelino, tal y como él lo denominó. No le faltaba razón en su apreciación sobre los dos tercetos castellanos que son, coincido con él, en ocasiones irresolubles y me llamó la atención que utilizara este contenedor para incorporar en él su

Fotografía incluida en "Días impares"

poesía. Pero ése era su trabajo de orfebre aunque me hiciera inclinar una ceja después de haber entrado en contacto con las frescas reflexiones de su diario de a bordo.

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La coz en el tintero no fue un título elegido al azar, por Miguel Martinez-Lage, para su primer poemario. Fue un título donde el juego de las palabras, su especialidad, cobraba la máxima dimensión. Tal vez debería haberme ceñido a comentar algunos versos del poemario de Miguel Martinez-Lage, discúlpenme si no cumplí sus expectativas, pero me temo que ahora ya es tarde aquí y tendrá que ser en otra ocasión, con más espacio y calma. Pero creo que lo dicho hasta aquí, pone de manifiesto que existen indicios suficientes para decir que en Miguel Martinez-Lage había mucha madera de hombre, de escritor y de poeta y que, posiblemente, hubiera dado mucha más, de no habernos dado la tremenda coz que supone haberle perdido, ese salvaje animal que es la vida. 25 de abril de 2011

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espacios comunes. la familia importa. la familia exporta Por Juan Oleaje (seudónimo de Juan Martínez-Lage)

cuadernos ... cuadernos, y más cuadernos. Encuentro uno al azar (je) que va y es de JUNIO DE 1999. Dice así:

escribir para que no se oxide el cerebro. escribir para soñar, para desvariar, para hablar, escribir por escribir. Y porque a mi también me hace falta. ¿Es escribir una necesidad? Digo, una necesidad como hacer cacas. Algunas veces escribo como cago en diarrea, y algunas veces me salen páginas lindas, compactas, duras y de hermosos colores ciegos. Es --- cribir. Estar. Cagar. Comer. Vivir. Morir. (mis cuadernos de Winooski).

Y como lo prometido es deuda y yo nunca prometo nada-que-pueda-cumplir te explico que Miguel Hurracaine Carter de Lage, mi hermano mayor, el Mayor (reportando al alto mando... por allí entre el cantábrico y el infierno... por allí,

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donde estáis los generales como tú... por cierto ¿qué tal con Bejamin? ¿había algo en la puta maleta o es todo una infame metáfora?...) tenía la costumbre de enviarme cartas que yo contestaba. Una de esas cartas me llegó al mailbox del college St. Michael's de Vermont, USA. en 1999... (vaya disco de Prince!!! vaya concierto de Prince al que me llevaste-invitaste-cantaste...

).

La carta contenía el siguiente poema de Dario Jaramillo (años después MHC de Lage me dijo que Jaramillo no tenía hermanos). Miguel sí (siete)... yo soy el quinto y esto no es precisamente una cura de humildad... es una cura de soberbia. MHC de Lage me estimaba (del catalán estimar: to love) exageradamente... que era como miguel amaba, bebía, leía... vivió. Vive. Vivirá. Si de mí algo queda.

TESTIMONIO ACERCA DEL HERMANO. Mi hermano tiene la línea de la vida corta y marcada intensamente, una señal profunda, como si una estrella de fuego le hubiera horadado la mano y el rumbo. Mi hermano sabe decir que no con la dureza y la suavidad de los hombres vigorosos. Mi hermano le ha enseñado a su cuerpo la alucinación y el éxtasis, ha cantado y reíado, mi hermano ha vivido siempre como un sabio, pisando el límite exacto de la demencia, tocando su borde alucinado, en la fiebre del hongo o el alcohol, en el delirio del amor y de la orgía. Pero siempre mi hermano ha sido fuerte y sabio, con la sabiduría de quien se conserva intacto, mi hermano juega con el tiempo, yuxtapone colores,

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mi hermoso quinto hermano me enseña con su historia el fondo transparente de su calma y me extiende la misma mano que quemó todas sus naves jugándose el todo por el todo siempre, y siempre incólume como quien sabe el final y no le duele. Mi hermano, el sabio transgresor, regresándome a la ebriedad y al incesto, el furiosamente libre, el desatado de toda obligación que no sea su instinto. Mi quinto hermano es duro y seco con la gente, intolerante como yo, pero mucho más recio, como quien está acostumbrado a guardar su territorio de invasiones. Mi hermano regala una cálida ternura a quienes ama, y entonces es locuaz y regocijante y más hermoso. Mi hermano habla poco y en ciertos momentos de lucidez alcohólica me dijo que él nunca moriría, que algún día se irá, que a lo mejor desaparezca, pero que SIEMPRE ESTAREMOS JUNTOS, de algún modo, como siempre. Debimos conocernos cuatro años antes, también me dijo me hermano en esa noche, pero yo creo que todo tiene su día, su destiempo, su oscura constelación de alborozado abrazo. Desde muy joven, sabiendo lo que hacía, mi quinto hermano quemó todas sus naves, y abrió los ojos y descubrió su hermoso cuerpo y supo también que la belleza es la SABIDURÍa del cuerpo, y siempre estuvo atento, creciendo hacia dentro en afiebrada vigilia. Mi hermano frabica conmigo fantasía de 17 pisos,

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con risas y palabras, mi hermano hace música y dice disparates y le gusta echar mentiras que no le hacen daño a nadie, y le fascinan los perfumes y hacer ejercicio y quemarse bajo el sol y le gusta estar solo, organizando los oficios diarios. Mi quinto hermano es fuerte y sabio y ambos sabemos que nunca nosotros, solitarios, DEJAREMOS DE ESTAR JUNTOS. Falta también aquí el sabor amargo que vela tras la sombra de mi quinto hermano, la pesadilla y el descenso a los infiernos: él siempre se jugó el todo por el todo y desaparecerá en la plenitud, cuando el agrio fantasma que lo sigue sin tocarlo, decida por él, y caiga, y con él caiga lo que quede de mí, si entonces algo queda.

pedro (4), pablo (3), ana (2), miguel (1) juan (5), jaime (6), maría (7) y belén (8)

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El traductor incansable Por Iñigo García Ureta Artículo publicado en El País el 17 de abril de 2011.

Miguel Martínez-Lage creía en la literatura como quien cree en los milagros, en la justicia, en el amor de madre. Puede sonar pretencioso, pero la felicidad le sorprendía entre las páginas de un libro. O al teclado, escribiendo, aunque guardaba también un sinfín de libretas negras, garabateadas a mano, que por alguna razón no solía acabar. En vida ha publicado un libro de poemas con el título ambiguo de La coz en el tintero, que encierra una metáfora naútica que le deleitaba no poco. Su poesía tenía un punto fiero y otro reflexivo, y ambos reflejaban su modo de ser, autoexigente y meditativo a un tiempo, mitad George Orwell, mitad Lou Reed. El resto eran gafas de ratón de biblioteca y vaqueros negros. Para muchos de quienes le conocieron, la encarnación viviente de un erudito capaz de tumbarte a copas a las cinco de la mañana. Tenía el don de juntar a quienes conocía, y no hay uno solo de nosotros que no haya ganado al menos media docena de amigos perennes y fieles entre los nombres que nos presentó un buen día, acá o allá. Sus méritos como traductor se explican así: sin Miguel, nuestro conocimiento de la literatura en lengua inglesa sería una caja de cartón sin pizza dentro y su alfabeto carecería de la A de Auden o Amis, la B de Bellow o Brennan, la C de Coetzee o Conrad. Etcétera. Gracias a La vida de Samuel Johnson le dieron el Premio Nacional y gracias a ¡Absalón, Absalón! quienes le seguían de lejos pudieron maravillarse mucho más cerca. Tan importante como traducir fue para él enseñar el oficio, pasar el testigo a las nuevas generaciones, lo que le llevó a impartir cursillos, dar oportunidades, traducir al alimón y conocer y tratar a escritores como W. G. Sebald o Michael Cunningham. Era la personificación literal de una voz inglesa, opinionated, que se usa para definir a quienes no pueden dejar de esgrimir un punto de vista. Esto hacía de él

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un personaje, y como personaje jamás aburrió a nadie. Nunca. Ahora bien, en ocasiones la persona que latía dentro sabía mostrarse también frágil. La vida, que a todos nos pule los bordes, le hizo un ser humano especialmente elocuente y también especialmente cálido, aunque él jamás habría aprobado esta frase, porque jamás se permitió que un adverbio acabado en mente pudiera ensordecer lo que debía decir. Su sentido del humor le permitía aclararnos que en alguna ocasión, entre diciembre y enero, había dejado de fumar tres meses. Era madrugador, mucho. Jamás pudo decir que no a una copa, y menos en compañía. Lo leyó todo y todo lo recordaba. En los últimos tiempos se había vuelto un hincha del Barça, y esperaba disfrutar de lo lindo con el partido de este sábado, que pensaba ver con los de su peña almeriense. Habría cumplido 50 años en noviembre. Deja tres hijos. Quienes le conocimos no supimos jamás robarle la palabra. Como tantos otros, el haber leído no nos ha librado de comprobar de nuevo cómo nunca se dice a los seres queridos lo mucho que se les quiere. Ha muerto un 13 de abril, el mismo día en que nació su admirado Samuel Beckett.

Junto al editor Íñigo García Ureta, firman este texto Catalina Martínez Muñoz, Carlos Rod, Juan de Sola, Carlos Pranger, Anna Jiménez y Eugenia Vázquez.

Fotografía cedida por Diario de Navarra

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Homenaje Por Eugenia Vázquez Nacarino

En veure que ja no hi eres, amb totes les penes juntes vaig fer-me un dolor de ferro. ―JOAN MARGARIT, Misteriosament feliç

Diez años de amistad con Miguel Martínez-Lage son años luz en el terreno de los afectos. En este tiempo he aprendido muchas cosas de Miguel y siempre he extraído grandes lecciones de vida en su compañía. Atesoro muchos recuerdos de los momentos compartidos, pues Miguel era capaz de grandes proezas, desde hipnotizar a perros asesinos hasta practicar un potlatch de erudición con quien se adentrara en sus dominios. Sin embargo, me gustaría hablar aquí de la generosidad con que compartió su vasta sabiduría y su oficio con personas como yo, que en el momento de conocerle deseaba abrirme camino en el mundo de la traducción y gracias a él tuve una primera oportunidad. Y una segunda, y una tercera, y una enésima de haberla precisado, si Miguel no me hubiera enseñado también a caminar sola y a confiar en mí. Era una de sus pasiones prohijar ―verbo predilecto suyo― a jóvenes con ganas de aprender, y me aventuro a decir que ninguno de los que tuvimos la oportunidad de trabajar codo con codo con él quedamos inmunes al fervor y la entrega que ponía en su labor, al derroche de conocimientos que compartía para vernos crecer a su lado, a su contagioso afán por absorberlo todo, a la visceralidad con que acometía, también, su profesión. Miguel me ha llevado de la mano todo este tiempo, siempre ha estado ahí y le estaré por ello eternamente agradecida. Adiós, capitán Lage.

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