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Emiliano García-Page Sánchez

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Programa

Programa

Quiero en primer lugar trasladar mi agradecimiento a la Junta de Cofradías de la Semana Santa de Cuenca por vuestra amable invitación, a pesar de veros obligados a la suspensión, por segundo año consecutivo, de la que es la mayor celebración pagana y religiosa de vuestra ciudad. Hoy dais un paso adelante para que no falten las palabras e imágenes en vuestra magnífica publicación “Cuenca Nazarena”, y aprovecho esta ocasión tan especial para trasladaros mis mejores deseos y sentimientos de cercanía y respeto como esta ocasión merece.

Por ello, quiero hacer llegar mi ánimo, reconocimiento y homenaje a los miles de nazarenos que ensalzan la Semana Santa, en una celebración donde se mezcla la respetuosa religiosidad con la mejor tradición de los miles de participantes y el más noble arte que atesoran sus pasos e imágenes. Cuenca es su Semana Santa, y ésta no sería lo que es y representa si no fuera por su reconocida conmemoración.

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Una Semana de auténtica pasión y emoción, con reconocimiento de Interés Turístico Internacional y, por lo tanto, cita deseada y esperada para todos los conquenses que aquí viven, y para quienes aprovechan esta inigualable celebración para acercarse y compartir momentos únicos e irrepetibles como la cita merece.

Cuenca vive su Semana Santa de tal manera que resulta difícil imaginar la ciudad sin esta celebración, en un escenario único como el que ofrece esta mundialmente reconocida ciudad y su patrimonio. Semana Santa que, por segunda ocasión consecutiva, no se podrá celebrar y que demuestra el gran ejercicio de responsabili- dad individual y colectiva, de buena vecindad y gran corazón, que realizáis para preservar lo más valioso que tenemos como es la salud de cada persona y del conjunto de la población, y con ello contribuir a superar las circunstancias que la pandemia nos ha provocado.

Desde el Gobierno que presido queremos mostrar nuestro apoyo a la Junta de Cofradías de Cuenca y a su Semana Santa y deciros que nos sumamos y unimos en la constante labor por preservar y difundir vuestra Semana Santa tanto religiosa como culturalmente. Una celebración que es una de vuestras mejores señas de identidad y que os hace únicos como ciudad, viviéndola y sintiéndola con el máximo fervor que la celebración merece.

La ciudad de Cuenca y todos y cada uno de vosotros y vosotras hacéis que vuestra Semana Santa sea especial para todo el que os ha visitado, ofreciéndoles la mayor hospitalidad y el amable acogimiento, por lo que os podéis sentir muy orgullosos.

Os reitero mi agradecimiento personal y también todo mi ánimo en este año en el que vuestra Semana Santa no se va a poder celebrar como todos la conocemos, acompañados de miles de nazarenos a los que se suman miles de visitantes que hacen que resultase de la mayor satisfacción para quienes la hemos vivido y disfrutado. Deseo de corazón que entre todos y todas, consigamos que el próximo año pueda celebrarse como merece, y que sea vivida tan apasionada y fervorosamente como habéis hecho siempre.

Recibid un fuerte y afectuoso abrazo.

Queridos hermanos y hermanas: Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo. Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo. En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo. El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.

La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas. En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida.

El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).

La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23).

Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones — verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador.

La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino

La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4,10). Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día resucitará» (Mt 20,19). Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor. Significa saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto.

En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación. El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 32-33;43-44). Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20).

Al recibir el perdón, en el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de fraternidad.

En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223).

A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224).

En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.

Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6). Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3,15).

La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza. La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.

«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183).

La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6,30-44). Así sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez.

Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID-19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.

«Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).

Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.

Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2020, memoria de san Martín de Tours.

Francisco

“Espero que tenga un poco de tiempo, Enrique, porque la entrevista es larga”. Desde el otro lado del teléfono, Enrique Martínez Gil, Cartelista de la Semana Santa de Cuenca de 2021, se ríe y responde que sí, que lo tiene, que no hay problema. “De lo que más tiene uno ganas desde que empezó la pandemia es de hablar, de hablar de sus cosas. Sobre todo ahora que se acerca la Semana Santa”, añade.

Esta es una entrevista atípica. En ella se habla del Cartel, sí pero, en tanto que la comunidad nazarena no lo verá -con suerte- hasta 2022, no se cuenta de él apenas nada. Esta entrevista tiene lugar sin que haya caído el repostero de la JdC para dejar al descubierto la imagen que los nazarenos de Cuenca esperan con anhelo cada año. No ha habido cerrado aplauso para el Cartelista, ni las fotos de rigor con la obra que ha de representar un sentimiento y a toda una ciudad, ni luce ya pegado en decenas de escaparates, muros, hogares. No hay una escarpia nueva para él en la pinacoteca de la Sala Guerra Campos de la sede de la JdC, ni se han hecho las acostumbradas encuestas en redes sociales, ni ha corrido de whatsapp en whatsapp hasta convertirse en la imagen más reenviada y compartida del año en Cuenca.

La pandemia que se llevó por delante las procesiones de 2020 se ha llevado también las de 2021 y eso significa que el Cartel de Enrique Martínez Gil tendrá que dormir el sueño de los justos un año y tres meses, a la espera de su momento. Mientras tanto, en esta entrevista, hablamos de cómo debe ser un cartel de Semana Santa, de cómo es ser Cartelista en una situación extraordinaria como ésta y de cómo se aprende a leer entre líneas para captar eso que nadie más capta de una procesión.

¿Qué fue lo primero que pensó cuando recibió la llamada de la JdC para comunicarle que había sido elegido Cartelista?

Una mezcla de sentimientos. Lo primero una alegría grandísima: para una persona que quiere tanto a Cuenca y a su Semana Santa, sentirse tan querido por la gente es una cosa muy grande. Yo entiendo la elección como un reconocimiento de lo que has hecho y lo que eres en la Semana Santa, así que sentí una gran alegría y se juntaron muchos sentimientos.

¿Esperaba la llamada?

Sabía que me habían presentado como candidato pero, como había varias propuestas, siempre te queda la duda de que puedas ser o no. Esto es una cosa que te pasa una vez en la vida; no me quería ilusionar en exceso por si me quedaba en puertas. Así que pensaba: llegado el momento, ya me alegraré y me tomaré las cosas como tenga que tomármelas.

Cuando uno sabe que lo han presentado como candidato a Cartelista y sabe en qué día tiene lugar la elección…

¿Cómo afronta las horas previas? ¿Qué hace?

Tampoco te creas que me acuerdo mucho, la verdad (risas). Fue una tarde normal. Es verdad que vas echando cuentas de las horas que podían ser, pero como estaba trabajando, tampoco estuve tan pendiente. Prefiero que fuera así porque si no, a lo mejor te pones nervioso en exceso.

¿Tenía alguna idea de diseño en mente en el momento del nombramiento?

A partir de presentar cartel al concurso convocado por la JdC hace cuatro años y también a raíz de las polémicas que ha habido, me tomé el tema del cartel como un reto, casi como un ejercicio, para darle vueltas a cómo pienso yo que debería ser un cartel y a lo que yo haría como cartel. No es que fuera un fin, lo hice sobre todo por si se volvía a convocar un concurso y volvía a presentar obra. Ese fue el germen y, cuando me dijeron que me habían elegido Cartelista, lo que tenía claro era la idea de lo que debería ser un cartel. El cartel como tal no, pero la idea de lo que debería cumplir como cartel y lo que yo podría hacer sí lo tenía bastante estudiado.

Al hilo de lo que comenta: ¿Cómo piensa que debe ser un Cartel de la Semana Santa de Cuenca?

Pues… (se hace el silencio al otro lado del teléfono). Nada más y nada menos. La gran pregunta. El análisis que yo hice es que, muchas veces, menos es más. Yo creo que hay que intentar explicar lo máximo, con los menores recursos posibles. Es complicado, quizá como un proceso de abstracción. Pienso que a la hora de diseñar el cartel hay que hacerlo al revés: poner los elementos para luego ir quitando y dejar lo mínimo para que exprese todo lo que tú tienes dentro. Pienso que hay que partir de una idea y luego ir quitándole lo accesorio y dejando lo fundamental. Y que eso mismo exprese lo que tú buscas.

Según lo plantea, lo entiendo como un proceso parecido, salvando las distancias, al de podar un rosal. Pues casi, sí. En mi caso, el ejercicio del Cartel ha sido más quitar que poner, porque pienso que muchas veces es más necesario quitar y que siga funcionando, que añadir cosas. Pienso que ésa es la labor más difícil porque, para que siga funcionando y quede como tiene que quedar y no le falte de nada… es necesario encontrar el equilibrio. Y una vez que lo encuentras, dejarlo y no modificarlo.

En todo el tiempo que queda hasta la Semana Santa de 2022 -en la que esperamos que sí haya procesiones - ¿Sentirá la “tentación” de revisar el Cartel? ¿De modificarlo?

Es la primera vez que el Cartelista está año y medio sin mostrar su obra. En este sentido, te queda la sensación de que parece que tienes que ir añadiendo ideas o complementándolo con cosas que se te habían quedado en el tintero en un primer momento. Sí, siempre tienes el riesgo de que parezca que te quedas corto, con tanto tiempo para pensar, más... Entonces, tengo que hacer un ejercicio de contención de este año y decir: “No, estáte quieto, que está así bien. Déjalo estar”.

¿Lo tiene a la vista o ha preferido guardarlo?

No, no. Lo tengo guardado. Y lo tengo guardado por dos cosas: primero por no tocarlo, como te decía antes, y segundo porque ya, de tanto tiempo trabajándolo, al final hasta te cansas de él y empiezas a no saber si te gusta o no te gusta. Quiero poderlo ver más adelante con otros ojos, aunque sea el mismo cartel. Así, cuando pase el tiempo, me puede servir incluso para autocorregirme cosas a las que todavía pueda darles una vuelta. Es más fácil el proceso cuando llevas un tiempo sin verlo. Estaré unos meses sin trabajarlo y, cuando lo retome, seguramente vea cosas que captaba cuando lo hice, cosas que quizá pueda mejorar.

Fue nombrado Cartelista en plena segunda ola, cuando ya planeaba la sombra de una posible suspensión de las procesiones. ¿Cómo se afronta el encargo con esto en mente?

¿Condiciona?

A la obra no. Me condicionó a mí, personalmente. Por una parte, porque en estas cosas son muy importantes los tiempos y el hecho de que hayan variado plazos y circunstancias te puede llegar a afectar. Y por otra parte, una cosa importantísima que sí me afecta a nivel propio es lo mucho que he echado de menos haber podido compartir presencialmente con mis amigos y con la gente el honor de ser Cartelista. Por ponerte un ejemplo: como la elección es previa a Vaquillas, yo me imaginaba poder haber estado con toda mi gente en ese momento, con los amigos, esos abrazos que te das cuando celebras algo como esto… Soy una persona a la que le gusta el contacto con la gente y ese cariño de esa manera lo he echado mucho de menos. No quiere decir que no haya tenido muestras de cariño, al contrario: las he tenido, de otra manera, pero las he tenido. Pero ese estar con la gente es lo que me ha faltado de la experiencia de ser Cartelista. Por supuesto esto no afecta al Cartel, porque por un lado va el diseño y por otro lo demás, pero personalmente sí lo he echado en falta. Sé que se compensará el año que viene, si Dios quiere.

Es comprensible en tanto que, al fin y al cabo, el ser Cartelista no es solamente diseñar el Cartel: es un acto social en sí mismo. Este año, es la experiencia de ser Cartelista… sin la experiencia.

Sí. Eso es lo que peor llevo. El haberme perdido todo eso, teniendo en cuenta que ser Cartelista es algo que te pasa una vez en la vida. Es verdad que el año que viene, si Dios lo quiere y ya está todo en condiciones, la espera se compensará con la alegría y con la emoción de todo el tiempo de espera que hemos tenido.

Desde luego, una gran expectación va a haber. Si de septiembre de un año a enero de otro ya la tenemos, imagine de septiembre de un año a enero de dos años hacia adelante.

(Risas) Sí. Expectación habrá. Dos años sin procesiones… Habrá muchas ganas de Semana Santa.

Cuando llega el momento de hacer esta entrevista para Cuenca Nazarena ya conocemos el Cartel, podemos mostrar fotos, el autor lo explica… Eso es algo que en esta ocasión no se puede hacer. Sin embargo... ¿Puede avanzarnos algo sobre su Cartel?

Puedo avanzar que es un cartel muy de Cuenca, que a la gente de Cuenca le pueda emocionar y a la de fuera le pueda provocar un sentimiento y ganas de conocer nuestra Semana Santa. También quería que fuera un cartel muy mío, que la gente lo reconociera como tal. Me gustaría tocar la médula de todos y más en estos momentos, tanto por la enfermedad como por la larga espera de dos años sin Semana Santa. Quiero que sea una explosión de sentimientos. A parte de la estética, quiero que se sienta.

¿Hubiera preferido mostrarlo este año o piensa que es mejor que se guarde hasta el año que viene?

Yo entiendo que el Cartel es para anunciar una Semana Santa y unas procesiones. Si no las hay, no tiene sentido. Lo que me hubiera gustado es que la situación fuera normal, si no como antes de la pandemia, sí al menos con las condiciones para que se pudiera celebrar la Semana Santa completa, con sus procesiones, y poder mostrar mi cartel. Cuando haces una obra, lo que quieres es que la gente la conozca. Para un artista o, en mi caso, la fotografía, tener una obra guardada tanto tiempo no es del gusto de nadie. Piensa que además es un secreto y tenerlo guardado tanto tiempo es complicado y duro. Pero entiendo que no tenía sentido y que el Cartel tiene que salir cuando tiene que salir. Así que, a pesar de la espera, pienso que es una buena decisión.

Como fotógrafo ¿qué aspectos de la Semana Santa le llaman más la atención?

Empecé haciendo fotos a los pasos, a las imágenes: es lo más socorrido y lo más sencillo cuando empiezas, casi siempre te dan buenos resultados y alegrías. Conforme vas perfeccionando la técnica y tu estilo, vas buscando otras cosas. Lo que siempre me ha atraído es ir leyendo entre líneas. Siempre voy buscando lo que el ojo no ve, lo que está fuera de filas o pasa desapercibido para la gente. Eso es lo que me atrae. Y muchas veces lo que más trasciende, lo que pone las cosas en su verdadera fecha, son las personas, las cosas que pasan en las filas y alrededor de las procesiones. Este tipo de fotografía es lo que le da valor documental y lo que la pone en contexto. A mí siempre me ha parecido lo más interesante.

Su formación en arquitectura ¿le da otra perspectiva sobre la fotografía de Semana Santa, desde el punto de vista de la composición?

Como es una cosa intrínseca a uno mismo, lo tomas como una cosa propia y natural. Pero sí es cierto que muchas veces, cuando ven mis fotos por primera vez, me dicen “cómo se nota que eres arquitecto”.

Sobre todo por la manera de componer. En arquitectura pesa mucho la composición; cuando diseñas algo, buscas siempre un equilibrio, bien de masas o de huecos vacíos, de macizos… Cuando haces fotografía, casi sin darte cuenta, al final lo haces igual: buscas los pesos de una luz, de una sombra, de una línea que se compensa con otra, una inclinada que va a tal punto… Casi sin querer, siempre se nota un poco la profesión y te sale el oficio. A mí que llevo tantos años me sale casi sin pensarlo.

Este arquitecto de profesión y fotógrafo por vocación heredada de su padre, llegó a Cuenca desde Priego con poco más de seis años. Hermano del Huerto del Jueves y del Cristo de los Espejos como toda su familia -su padre falleció siendo número 1 del Huerto, hace año y medio-, Enrique recuerda haber hecho de adolescente sus primeros pinitos en la fotografía, cuando “íbamos de excursión con los amigos, en momentos así”. Por aquel entonces “yo no tenía cámara, así que se la cogía a mi padre”. Su amor por la fotografía fue creciendo y no es de extrañar que con su primer sueldo se comprara “una cámara de fotos y un equipo de música, que eran mis dos aficiones”. Ese primer año con cámara propia ya empezó a fotografiar la Semana Santa… y hasta hoy.

Enrique, que confiesa no tener apenas fotos de él en Semana Santa, entiende la fotografía como una forma de documentar la realidad, algo tal vez heredado de su oficio de arquitecto, de ahí que en Semana Santa le gusten “las horas ‘raras’, las salidas y las llegadas, porque la gente está más relajada y en situaciones diferentes, que te llevan a ver cosas más peculiares”. El hecho de que sean momentos en los que muchos nazarenos están sin capuz “hace que en el rostro humano puedas encontrar gestos, sentimientos… que no encuentras cuando lo llevan puesto”. Una vez está formada la procesión, Enrique busca “luces, contrastes… otras cosas, aunque es más difícil tener ese valor añadido de lo que expresa el rostro humano”.

Su trabajo es bien conocido entre la comunidad nazarena pero… ¿Sabían que de pequeño cantó el miserere muchos años, bajo la dirección de Alberto Vera? ¿Y que Jerusalén es una de sus marchas favoritas, por ese sonido de película que tiene? ¿Que la Semana Santa le huele a la mezcla de cera, incienso y flores que hay al entrar a las iglesias antes de salir la procesión y que ese olor de la cera le traslada a la cerería que había en su infancia en la Puerta de Valencia?

Quizá les resulte curioso que, aunque dice tener recuerdos especiales de Semana Santa, como todos los nazarenos, más que evocarle recuerdos “la Semana Santa me da pensamientos de futuro. Siempre pienso en lo que va a venir”. Aun así hay cosas, como su primer contacto con la Semana Santa, que permanecen: “Recuerdo que, cuando vivíamos en la Puerta de Valencia, nos sacaba mi madre al balcón cuando bajaban las procesiones y recuerdo estar viéndolas tapados con una manta los cuatro hermanos pequeños”.

Álex Simón Javier Chaler Henar de la Sierra

Cámara: Canon EOS-1DX

Objetivo: Canon EF 16-35 f4L IS USM

Exposición: 1/60· Diafrágma: f/4,0 · Distancia Focal: 20 mm · ISO: 6400

Álex Simón

A veces, en Semana Santa me gusta quedarme en un rincón, sentarme en una acera o alejarme del recorrido procesional y ver qué es lo que pasa… La foto la realicé el Miércoles Santo del año 2018 desde el interior de un portal de la calle del Peso en el que me dejaron acceder. Podemos ver las miradas cruzadas de un Nazareno y los músicos de la banda…estos últimos mirando a las Imágenes de San Juan y La Virgen.

Yo soy de la opinión que en ocasiones y con tan poca luz como la que había, hay que exprimir la cámara al máximo. Prefiero una foto con una resolución “aceptable” antes que perder un momento como este.

Datos

Javier Chaler

Aquí se aúnan muchos sentimientos del Jueves Santo para mí, la procesión familiar de mis hijos, la de acompañarles y verles vivir las raíces o sencillamente verles vivir la ‘Pasión’.

Y entre Paz y Caridad esta mirada, que la hago mi mirada, no solo de recuerdos para recordar, sino de recuerdos para no olvidar tantas vivencias y valores que se han ido forjando con el tiempo,…. mirada de relevo a nuevas miradas.

Henar de la Sierra

Tras una intensa espera llena de ilusión por su salida, aun cuando las previsiones no eran buenas, la calle quedaba en serena expectación por si la lluvia aún decidía echarse atrás. Eran las 07 horas 27 minutos y 29 segundos de la madrugada del Viernes Santo de 2019.

Una noche cerrada, en la que la luz anaranjada de las farolas acentuaba la silueta, serena, a la vez que expectante, del nazareno, de tonos tímidamente violáceos; tonos complementarios que junto con el granulado causado por el uso de un ISO alto, remarcaban la sensación de incertidumbre de la escena.

“Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos, frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

Con estas palabras comenzaba el papa Francisco el momento de oración el 27 de marzo de 2020, con una plaza de San Pedro vacía, con una lluvia fina que impregnaba todo el ambiente, ante el crucifijo traído de la Iglesia de San Marcelo al Corso de Roma.

Llevamos meses dentro de esta pandemia del coronavirus y la hemos vivido de múltiples formas: afectados por la enfermedad, por la muerte de un ser cercano, por el temor contagiarnos por el virus,... A todos nos ha supuesto una brusca interrupción de la vida que llevábamos anteriormente, tanto personal como comunitariamente. Ha alcanzado a toda la sociedad a nivel mundial.

Este virus, de origen desconocido, ha supuesto una nueva manera de experimentar la fragilidad y la vulnerabilidad del ser humano, la impotencia ante una situación nueva que pone en entredicho nuestras seguridades, la seguridad de una sociedad que parecía indestructible. Hemos experimentado nuestra contingencia de un modo nuevo.

Las respuestas a esta crisis humanitaria han sido en unos casos positivas, mostrando una generosidad grande en los múltiples ámbitos: sanitario, social, religioso... También hemos conocido algunos casos de abuso en esta crisis.

Para nosotros, en nuestro ámbito nazareno, es un golpe fuerte. Otro año más, por motivo del coronavirus, son suspendidos consecutivamente los desfiles procesionales.

Por Joaquín Ruiz Requena

Nos podemos preguntar, ¿cómo vivir esta próxima semana santa?

Nos es fácil acompañar a Jesús y a su Madre, en Semana Santa, entre la multitud. Este año, como el año pasado, nos cuesta de nuevo acompañarlo en la soledad, solos, en el frío y en la noche de este tiempo de pandemia, como el Papa Francisco bajo la lluvia en la fría noche del 27 de marzo pasado, solos con él Solo, como Jesús en la cruz. Abandonado de Dios y abandonado por los hombres.

Esta situación de pandemia nos puede ayudar a entrar en el misterio central de nuestra fe: Pasión, Muerte y Resurrección, a encontrarnos con este Cristo que muere en la cruz, pero no queda en brazos de la muerte sino transforma la muerte en vida por la Resurrección. A transfigurar todo dolor, sufrimiento, muerte, oscuridad en amor, vida, resurrección.

En primer lugar nos hace preguntarnos, como cristianos bautizados, como nazarenos, quienes somos, qué vivimos y qué esperamos. Es en la Pascua donde la vida surge de nuevo, donde Cristo resucitado vence al pecado y a la muerte. La Pascua abre el tiempo a una vida nueva. Es en la Pascua donde se nos invita de nuevo a encontrarnos con el Resucitado, a volver a los orígenes de nuestra fe.

Pascua es la fiesta de la libertad cristiana. Pero la libertad humana se hace efectiva en el amor, libre del apego a uno mismo y por ello libre para los demás, en la fraternidad con que uno lleva la carga del otro. Es conocer a Jesucristo en las llagas de la Iglesia que están presentes en toda la historia de la humanidad.

Pascua es testimonio ante los hermanos. “Id y anunciar a los discípulos: Ha resucitado de entre los muertos” (28,7). Es el encuentro con el resucitado el que nos convierte en testigos de la resurrección, el que nos hace comunicar a los demás nuestra experiencia de Vida nueva nacida de este encuentro.

Os invito a que esta Semana Santa, distinta, sin desfiles procesionales, la podamos contemplar, meditar en el silencio, celebrar en la comunidad cristiana, a encontrarnos con Cristo sufriente, camino del Calvario, que muere en la cruz para después resucitar con Él y ser testigos de la Resurrección como lo fueron los apóstoles.

Este artículo fue enviado por Gregorio el mes de Julio, unos meses antes de su muerte. Desde la Comisión Ejecutiva de la JdC queremos agradecer su colaboración con esta revista durante tantos años. Descansa en Paz, amigo Goyo.

Por Gregorio Martínez de las Heras

La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la Encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente singular a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia. (LG,61)

Sabemos tanto de las virtudes de María, que quizás no hayamos reparado en la vida ordinaria de ella. En nuestras oraciones diarias, siempre está María presente, pero no sé si nos hemos parado a pensar realmente, y a la luz de los evangelios, en el papel de María.

Supongo que a todos nos gustaría poder acercarnos a la Virgen para que nos contase -como una madre a sus hijos-, su camino humano y de mujer creyente. Cómo llegó a descubrir su identidad, cómo purificó y ahondó su imagen de Dios, cómo fue su oración en las distintas circunstancias en las que vivió.

Al leer los evangelios nos damos cuenta de que se habla poco de María, sin embargo, la figura de María ha sido muy estudiada. No es el momento de extendernos en explicaciones teológicas que los Santos Padres han hecho a lo largo de toda la historia. Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es la Soledad y el Dolor que pasó María, siempre bajo la narración de los evangelistas. Se sabe que María era muy joven y estaba dedicada al Señor, siempre en oración. Al leer el evangelio de S. Lucas nos presenta a María, a una muchacha de Nazaret, pequeña localidad de Galilea, en la periferia del imperio romano y también en la periferia de Israel. Un pequeño pueblo. Sin embargo, sobre ella, aquella muchacha, se posó la mirada del Señor que la eligió para ser la madre de su Hijo. En el capítulo 1, versículo 38: “… y tras la visita del ángel Gabriel, dijo María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” Y el ángel dejándola se marchó”. Es el Fiat de María. Y en esa Soledad se quedó María, dándole vueltas, supongo, a lo que el ángel le había anunciado.

Y sola asumió que iba a ser la MADRE del Redentor del mundo. Es fácil entender que en esos momentos no alcanzaría a saber bien que camino había elegido. Sencillamente se fio de Dios y siguió con sus tareas. Pronto marchó a dar la gran noticia a su prima Isabel que también estaba embarazada del que sería el precursor, el Bautista.

Los textos del Nuevo Testamento nos abren una pequeña puerta para descubrir cómo María acoge con sencillez lo que su Hijo planteaba como sentido de la vida. Jesús no “jugó” a ser hombre, sino que asumió todo lo nuestro, excepto lo que implica el pecado, por lo que podemos decir que María no “jugó” tampoco a ser mujer, sino que fue una mujer de cuerpo entero y además creyente.

Podemos intuir en María la evolución normal de cualquier joven de su tiempo: experiencia de incondicionalidad hacia Dios ¿Qué querrá Dios de mí? En su interior chocaba la imagen de Dios que recibía de los rabinos y los fariseos en la predicación moralista en las sinagogas y la imagen del Dios misericordioso que llenaba de vitalidad su propia vida. Toda la sensibilidad humana que descubrimos en Jesús la recibe de María: la compasión, la acogida de los pecadores, la alegría ante los niños, la predisposición para orar, el perdón…

Cuando Dios irrumpe en la vida de María, tiene la experiencia de pequeñez y de encontrarse con el Dios de los profetas. Se confía a Dios. El camino de fe de María se perfila en forma de etapas, según algunas pistas que nos han dejado los evangelios:

La primera es confiar a José el comienzo de una nueva vida por la acción del Espíritu Santo. San Lucas nos dirá dos veces que María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Las cosas de Dios no se entienden en un primer momento; necesitan ser oradas e interiorizadas. María tiene que dejar crecer a su Hijo en libertad: cuando Jesús le descubre a los doce años que tiene que dejar sitio y dedicación a Dios como Padre. Más adelante, Jesús le insinuará a su Madre que la maternidad humana no le dará privilegio alguno en la entrada en el Reino, que la pertenencia a la comunidad de los discípulos o a su “nueva” familia se garantizará desde el hacer la voluntad del Padre (cf.Lc2,39-52;Lc8,19-21; Mc 3,20-35; Lc 11,27-28). De lo que se desprende que Jesús valora en su Madre, en todo discípulo, la capacidad de acoger la palabra con un corazón nuevo, la opción de hacer la voluntad de Dios por encima de todo, la decisión de decir en cada irrupción de Dios. “Hágase…soy esclava”, como Jesús en Getsemaní: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Aparte de en las bodas de Cana y en la Cruz, María ya no aparece más en los relatos de las comunidades del Nuevo Testamento.

María nos dice que cuanto más humanos somos, más cerca estamos del corazón del Padre y que cuando más disponibles estamos ante el Padre adquirimos una mayor capacidad de ser humanos, de amar a las personas en lo concreto de la vida.

El dolor se ha aficionado a estar con nosotros desde que entró el pecado en el mundo, es un compañero inseparable de nuestro peregrinar, de nuestro caminar por esta vida terrena. Antes o después aparece por el camino de nuestra existencia y se pone a nuestro lado. Tarde o temprano toca a nuestras puertas y no pide permiso para pasar, entra y sale como si fuera uno más de casa.

El sufrimiento parece que se apega a algunas personas de un modo especial.

También la vida de la Virgen estuvo marcada por el dolor, porque Dios quiso probarla en el crisol del sacrificio. Y la probó como a pocos. María padeció mucho, pero lo hizo con entereza y con amor, el mismo amor con que acogió la Palabra de Dios cuando le anunció que ella era la escogida para ser su madre.

En esta tierra, el amor y el dolor van muy juntos. San Juan de la Cruz nos decía: “quien no sabe de penas no sabe de amores”

Todo ello basado en la tercera bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt,5,5). La Virgen María sufrió muchas penas y dolores. Simeón ya le anunció que “una espada traspasaría su corazón” (Lc 2,35), y los cuatro evangelistas nos narran acontecimientos que no podían menos de causar un profundo dolor en María. Y el libro del Apocalipsis, nos describe a la “Mujer vestida de sol, con la luna a sus pies y coronada con una corona de doce estrellas… y nos dice que “gritaba con dolores de parto” (Ap. 12,1_2.) Estos dolores son los que le produjo el parto sobrenatural de la Iglesia y de los miembros del cuerpo místico de su Hijo, y seguirá sufriendo tanto en cuanto su Hijo no haya nacido en todos los corazones de los hombres.

En la presentación del niño en el templo el anciano profeta Simeón, no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano. Al contrario: “este niño será puesto como signo de contradicción, -le aseguró-. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma”

María debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey Herodes, -ella misma con su hijo tuvo que huir a Egipto-, la matanza de los inocentes. ¿Qué corazón con un mínimo de sensibilidad no sufriría antes esa monstruosidad? Ella también era madre. Y ¡qué Madre! María conocía muchos de esos pequeñines, conocía a sus madres… A lo mejor hasta María se sintió un poco culpable por lo ocurrido y eso agudizaría su dolor. Quizás comprendió que aún no había llegado el momento de ofrecer a su Jesús en rescate por aquellos pequeñines.

¡Cómo sufre una madre cuando se ha perdido su niño¡ Sufre angustiada por la incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿Cómo estará? ¿Le habrá pasado algo? ¿Estará en peligro? ¿Lo habrán raptado? Todo eso pasaría por la mente de María. Y más cosas aún: ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba para matarlo? Así son las madres y su amor por sus hijos… ¡Qué tres días de angustiosa incertidumbre, de verdadera congoja ¡Seguramente María no durmió durante esos tres días de búsqueda. ¡Cómo va a dormir!… Pero rezó mucho. Confió en Dios, porque había perdido un hijo y no cualquiera: se le había extraviado el Mesías ¡Se le había perdido Dios…! ¡Qué apuro el de María!

Pero no todo acaba aquí, tras encontrarlo y después del gran alivio sentido, el evangelio nos cuenta que María tuvo la reacción normal de una madre: “Hijo mío. ¿por qué nos has hecho esto?” Y el evangelista asegura que… “ellos no comprendieron la respuesta que les dio” . María en vez de enfadarse, no dijo nada. Lo sufrió todo en su corazón.

A nosotros a veces en nuestra vida nos sucede algo parecido. De repente Cristo se nos esconde. “Desaparece”;… y nos invade la angustia y el desasosiego. Y es que, a veces, Dios nos pone a prueba. Se nos pierde de vista. ¿Qué hacer? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso y sufrir con paciencia y confianza. Orar. Esperar la hora de Dios. Él no falla, volverá a aparecer.

La mayoría de las veces el problema es que nosotros olvidamos con quién debemos ir, y dejamos a un lado a Cristo, nos escondemos de Él, nos buscamos a nosotros mismos o nuestras cosillas y nos toca perder y muchas veces se lo echamos en cara a Cristo siendo nosotros culpables y la solución es que hay que salir de sí mismo y volver a buscar a Cristo.

Y llegó el día. Después de pasar 30 años juntos, llenos de experiencias inolvidables vividos en un ambiente increíblemente divino y a la vez humano de Nazaret. Treinta años de silencio, trabajo, oración, alegría, entrega mutua, amor, treinta años de familia unida y maravillosa.

¡Qué momento aquel! ¡Jesús se despide de su madre!… pocas palabras, pero abundantes e intensos sentimientos: “¡Adiós, Hijo! -¡Adiós, madre!…”

La soledad es una de las penas más profundas de los seres humanos: ¡Hemos nacido para vivir en compañía de los demás! ¡Que dura fue la soledad de María! Pero supo vivir esa separación y esa soledad con amor, con fe, con serenidad interior, obediente siempre a la voluntad de Dios.

La Iglesia nos invita a meditar en los dolores de la Virgen, especialmente en siete de ellos. Siete es un número que en lenguaje bíblico es símbolo de plenitud o totalidad. Los siete dolores de la Virgen que meditamos en el rosario llamado así son los siguientes:

1.- La profecía de Simón.

2.- La huida a Egipto.

3.- La pérdida de Jesús niño en Jerusalén.

4.- El encuentro con Jesús camino del calvario.

5.- La muerte de Cristo en la Cruz.

6.- Cuando bajan a Jesús de la Cruz y le colocan en sus brazos el cuerpo muerto de su Hijo.

7.- Cuando sepultan a Jesús.

Estos representan los siete momentos culminantes de los dolores de la Virgen. Y se han representado esos dolores con siete espadas que traspasan el corazón de María. Hay que advertir que estos siete dolores están en relación con Jesús. El sufrimiento de María proviene de la total unión de María con el Redentor.

La tradición del viacrucis recoge una escena sobrecogedora: Jesús camino del calvario, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre. ¡Qué momento tan duro para una madre! Ese cruzar silencioso de miradas. Nuestra vida, a veces, es también un duro viacrucis. No suframos sin sentido. Con mera resignación, busquemos, por la cuesta de nuestro calvario, esa mirada amorosa y confortante de María, nuestra Madre. Siempre que queramos encontrarla, ahí estará ella, dispuesta a acompañarnos, a consolarnos y compartir nuestros padecimientos.

Los dolores de María fueron más grandes que los de Abraham en el sacrificio de Isaac, puesto que aquel bajó con su hijo del monte y Ella no: el suyo fue sacrificio consumado.

Entre las prescripciones del Antiguo Testamento, el Éxodo contiene una de gran sentido humanitario: “No cocerás al cabrito en la leche de su madre” (Ex 34,26), para exigir a los ju- díos a evitar esa crueldad aún con los animales. Sin embargo, con María no la tuvieron en cuenta, porque fueron parte de los dolores de Cristo, la presencia dolorosa y doliente de su Madre, y no hubo tormento más grande para la madre que la vista del Hijo atormentado.

Los dolores de María no tienen medida:

Por su capacidad para sufrir: la capacidad de sufrir se deriva de la capacidad de amar, porque el amante sufre con los dolores del amado. La capacidad de sufrimiento es equivalente a la santidad de cada uno. Decía San Juan de Ávila: “Vos, la más santa y la más lastimada, la más querida y la más angustiada, la más alta y la más abajada…Si mucho la amaste, mucho la afligiste; si muy santa la hiciste, mucho la angustiaste”.

Por sentirse Ella misma causa de la Pasión: padece más aquél por quién Cristo padeció más. Dionisio el Cartujano decía: “Tanto más padeció Cristo por una persona, cuanto a mayor dignidad haya sido elevada ésta”. Cristo sufrió por María para preservarla inmaculada del pecado, para hacerla llena de gracia.

Por el fin de sus dolores: María quiso sufrir para honrar infinitamente al Padre, para compensar el pobre amor que el hombre ofrecía al Padre, para unirse y acompañar los dolores de su Hijo.

Podemos contemplar a María en su camino de retorno desde el Sepulcro. La comitiva que haría compañía. ¿Es posible hacer compañía en una situación así? Allí estaban María Magdalena, María Salomé, María de Cleofás, José de Arimatea, Nicodemo, Juan. Cierran el sepulcro y regresan en silencio porque falta Jesús. También nosotros hemos perdido de vista su cuerpo, hemos de acostumbrarnos a vivir en la fe: justus vivit ex fide. De regreso se encuentra frente al monte Calvario. Ve la Cruz, lo único seguro en este mundo cambiante, inestable como el mar: “crux stat dun vovitur orbis” (la cruz permanece estática mientras el mundo da vueltas…). Y al ver la cruz la adora. ¡Qué diferencia con nosotros, que escapamos a la Cruz! Ella la adora, ese mismo día, el viernes Santo, llega al Cenáculo y da las gracias a José de Arimatea y a Nicodemo, y ahí le llega la soledad desgarradora. Y lo peor de todo,… el dolor de una madre que ve morir a su Hijo, y lo ve morir de esa manera. No podremos sospechar, ni remotamente, lo que significó ese dolor para su corazón de Madre, al contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo. Ella que sabía perfectamente quien era Él y tuvo que callar, sufrir y obedecer. Esa es la voluntad de Dios. Otra escena conmovedora: Jesús muerto en los brazos de su Madre, que lloraba su muerte; y aunque le cueste creerlo, no hay duda, está muerto. Él que era el Hijo del Altísimo, el Salvador de Israel; Él que era la Vida; Él, está muerto. Dura prueba para la fe de María. Su Hijo, el destinatario de todas las promesas, yace ahora cadáver en su regazo. Pero aun así, la fe de María no se extinguió, siguió encendida y luminosa.

Bibliografía: Santos Evangelios; Documentos Vaticano II; Revistas y Webs católicas.

Textos de José Miguel Carretero Escribano, Javier Caruda de Juanas y Antonio Pérez Valero

Lo que el año 2020 ha representado para el mundo en general, y para el entorno nazareno en particular es difícil de describir. Por ello los coautores de este artículo decidimos la necesidad de recordar a aquellos nazarenos cuya tulipa ya no volverá a iluminarnos. Pero también comprendimos que las circunstancias actuales nos impedían elaborar un censo de aquellos que se han incorporado a aquella procesión del mas allá que nos relató el pregonero.

Pasará alguna generación hasta que en las Hermandades se diluya el recuerdo de Marcelino, Luis, Gregorio, María Paz, Aniceto, Francisco, Gloria, Antonio, Juan José, Eduardo… a los que aquí queremos rendir homenaje de forma global, sin distinciones, sin apellidos, de algunos de ellos no tendremos conocimiento de su ausencia hasta que la normalidad permita a la cofradías celebrar sus juntas, sus actividades, sus desfiles y en ese momento será cuando descubramos la ausencia de nazarenos con los que hemos compartido penitencia, sufrimiento, alegría, banzo, discusiones, abrazos…

Por ello de común acuerdo decidimos ofrecerles nuestro reconocimiento de forma global, dedicando las siguientes líneas a quien nos representó a todos (y hoy más que nunca deseamos en su figura ver representados a todos aquellos nazarenos a los que ya añoramos), pues esta es una de las obligaciones del Presidente de la Junta de Cofradías, y Santos Saiz Gómez ejerció este cargo y asumió esta obligación durante casi veinte años.

Para todos ellos nuestra oración y recuerdo.

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