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3.2.- Mirando al cielo: los comportamientos ante la muerte

El mismo barreno ahora “afogonado” en la mina “titulada Palentina” fue el que acabó con la vida un año más tarde de Martín Landayo, casado, natural de Vizcaya” … no recibo sacramento alguno por la inmediata desgracia…”144 .

La última muerte relacionada con la industria de San Blas tuvo lugar en 1855 y no se produjo como era frecuente en las minas, sino por asfixia en el calero de la Sociedad Palentino Leonesa. El fallecido fue Simón García casado con Francisca del Blanco, él era natural de Pino de Viduerna, localidad cercana de la provincia de Palencia, y ella de Fuentes de Peñacorada, obispado de León145 .

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En definitiva, las muertes provocadas por la industria de la Ferrería de San Blas son escasas, se concentran en los años de máxima actividad, para desparecer a partir de 1856, y están más conectadas con el trabajo en las minas, afectando a trabajadores mineros, procedentes de otras provincias: Asturias, Vizcaya. No obstante, nos transmiten el peligro que entrañaban dichos trabajos y la tristeza de su pérdida y en definitiva de la muerte, donde al párroco de Valdesabero le preocupaba también la rapidez de los fallecimientos sin que diese lugar a poder suministrarles los santos sacramentos.

La muerte está siempre presente en todas las sociedades y épocas históricas y más en las que todavía tenían muy pocos medios humanos para poder hacerlas frente. De ahí, que las sociedades preindustriales o que estaban en sus inicios fuesen muy sacralizadas y sintiesen la muerte como algo que no estaba en sus manos si no que dependía de una voluntad superior, la Divina.

Resulta difícil aproximarnos a las mentalidades o actitudes mentales ante la muerte de las diversas categorías sociales y más si dichos grupos no han dejado huellas epistolares: cartas personales, etc.. No obstante, una ventaja para los historiadores es que, en el siglo XVIII y todavía hasta avanzado el XIX, las reflexiones anteriores a los momentos de la muerte se efectuaban en las mismas escrituras de testamento o actos de última voluntad, y no importaba la riqueza o condición social a la hora de especificar las disposiciones que hacían referencia a su entierro y cláusulas religiosas. Incluso, también era muy frecuente en las zonas rurales y alejadas de la presencia de escribanos y notarios la realización de una simple memoria, en general también efectuada ante y por el cura párroco donde aparecían los aspectos más esenciales del entierro y misas y que, por fortuna, el párroco en algunos casos volvía a reproducir en las partidas o registros parroquiales de difuntos o enterramiento. Es lo que sucede en el libro de Difuntos de Sabero.

De este modo, gracias a los testamentos y a las disposiciones que contienen referentes a las creencias religiosas – Misterios, Santos de devoción, de su nombre, etc., a los intercesores para la salvación de su alma -donde la preferida es la Virgen María para que interceda ante su hijo y pongan su alma en carrera de salvación-, al entierro y su acompañamiento – hábito con el desean enterrarse: el más demandado el de San Francisco para los hombres y el de Nuestra Señora del Carmen para las mujeres, lugar de la sepultura, acompañamiento de religiosos, cofradías, pobres con hachas a los que se viste y se les paga una limosna, etc.-, las misas tanto para lograr salvar el alma del difunto/a -misa de cuerpo presente, honras y cabo de año, misas por su alma, aniversarios, novenarios, etc.,

144] Ibidem. 145] Ibidem.

especificando si son cantadas o rezadas, su precio y a veces también los lugares de celebración-, y a las ofrendas, generalmente de pan, vino y cera, sobre la sepultura, ha sido posible a nivel historiográfico estudiar los comportamientos religiosos ante la muerte.

El camino a seguir lo marcaron los historiadores franceses – M. Vovelle, P. Chaunu – a partir de los años setenta del siglo XX, con sus estudios, utilizando la fuente básica ya señalada de los testamentos, sobre la muerte en Provenza y en París, donde aportarán también una nueva metodología de estudio, con el objetivo final de poder apreciar el proceso de descristianización de estas zonas a finales del siglo XVIII 146 .

Por los mismos años la influencia francesa se transmite en España a la relevante escuela histórica gallega y en 1973 aparece el trabajo pionero de Baudilio Barreiro147. Desde esos momentos, a partir de los años ochenta son numerosos los estudios que se abordan desde este enfoque en toda la geografía española, caracterizándose en líneas generales por tres características principales: en primer lugar, la base central de la documentación ha sido casi exclusivamente la escritura testamentaria; en segundo lugar la cronología preferida se ha centrado en el siglo XVIII, intentando apreciar los cambios a finales del mismo en el fervor religioso. Y en tercer lugar, el ámbito espacial de estudio han sido de forma casi exclusiva las ciudades, marginando las áreas rurales, debido a que en estas últimas es más difícil encontrar testamentos.

En el caso de Sabero tampoco son muy frecuentes los testamentos, pero sí en cambio las memorias que incorporaron los párrocos en el Libro de Difuntos, y, aunque sólo disponemos de un Libro de Difuntos de los años 1852-1887, es a través del mismo como nos vamos a acercar a los comportamientos mentales religiosos de los habitantes de Valdesabero y en definitiva de los empleados de la Ferrería de San Blas.

Como es lógico, la información que nos suministra el Libro de Difuntos es mucho más pobre que la de los testamentos, ya que sólo se mencionan: por una parte, los curas y religiosos que demandan para el entierro, honras, y cabo de año, además del obligado párroco. Por otra parte, el número que se solicita de misas para la salvación del alma del difunto/a y el número de misas votivas, con la especificación, en general, del precio. Y finalmente, la ofrenda que se encarga realizar sobre la sepultura del muerto y la duración de la misma.

Respecto al primer aspecto, el número de curas que se demandan para que oficien las honras fúnebres y el cabo de año, la media de los años analizados, desde 1852 hasta 1873, es de tres religiosos, donde siempre está presente el párroco y otros dos curas más, siendo uno de ellos, cuando el difunto/a es de una localidad próxima a Valdesabero, el párroco de dicho pueblo. Indudablemente, dado el tamaño de la muestra resultaría totalmente absurdo realizar un análisis de la dinámica por años de este tipo de solicitudes, pero sí que es posible y muy interesante abordar los contrastes, ya que pueden estar conectados con signos de riqueza de las personas que fallecen que desean ser reflejados en estas últimas voluntades, lo cual es lógico ya que toda demanda estaba acompañada de un precio y por ello a mayor demanda mayor coste. De este modo, exceptuando a dos curas párrocos que son enterrados en 1857 y 1866 -el primero es el propio párroco de Valdesabero, don Bernardo Díez cuyo entierro es realizado por doce párrocos, y el segundo don Baltasar González Canseco, párroco de Canseco, que solicita asistan a sus honras fúnebres y al cabo de año ocho clérigos148- la demanda más alta de religiosos tiene lugar en el año de 1864 y es la

146] M. Vovelle, Piéte baroque et déchistianisation en Provene au XVIIIéme siècle. Les attitudes devant la mort d aprés les clauses des testaments,

París, 1973. P. Chaunu, La mort à Paris 16, 17, 18 siècles, Paris, 1978. 147] B. Barreiro Mallón, “Realidad y perspectivas de la historia de las mentalidades”, en Crónica Nova, Nº 18. 1990, pp. 51-76. 148] A.P. O., Libro Difuntos Nº 3.

que establece en el testamento, realizado ante un escribano de Boñar, Joaquín Sánchez que falleció de un “asma aguda”, el cual es enterrado en el cementerio de la parroquia por el párroco y otros dieciséis clérigos149. Quizás su estado civil, soltero, tenga que ver con este deseo de no encontrarse sólo a la hora del entierro. En una posición más intermedia se encuentran los que piden cuatro religiosos, incluido el obligado párroco, que es lo que sucede, por ejemplo, con Joaquín Rodríguez, que es enterrado en 1867, de estado viudo, que falleció el día anterior a consecuencia de una “fiebre gástrica”, el cual hizo una simple memoria en la que dispuso “…asistiesen al entierro, honras y cabo de año tres clérigos para con el párroco…”150. Y finalmente, la gran mayoría opta por tan sólo dos acompañantes, el párroco y un sacerdote, tanto en el año 1852 como en 1876, y da igual que se trate de una simple memoria o de un testamento formalizado ante notario151 .

Todas estas demandas de acompañamientos de religiosos, cuando llegaba la hora definitiva de la muerte y su posterior enterramiento, se refieren al mundo de los adultos, ya que cuando se trataba de enterramientos de “párvulos, es decir, de población infantil, menor de doce años, entonces sólo acudía por norma general el párroco, que era el que efectuaba el enterramiento en el lugar del cementerio de la iglesia destinado para los “párvulos”, cobrando siempre por la sepultura la cantidad de ocho reales. Desconocemos el precio del resto de las sepulturas, con lo cual esta referencia en la de los niños es también muy significativa.

La demanda de misas tanto para la salvación de su propia alma como las requeridas para parientes, tal como ya hemos señalado, es una práctica normal en todos los grupos sociales, que no sólo está implantada en el Antiguo Régimen sino que incluso se puede ver en los momentos actuales. A mayor número de misas más posibilidades de salvación, lo cual llevaba a que a veces era casi imposible poder cumplir las altas cantidades de misas que se pedían. No obstante, había que tener cuidado ya que las misas costaban dinero y no eran igual las rezadas que las cantadas, y tampoco tenían el mismo precio las que se oficiaban en lugares y altares privilegiados, como por ejemplo el famoso Cristo de Burgos o la Virgen del Camino en León. De ahí, que en ocasiones ocurre que en los testamentos o memorias se soliciten un número de misas que luego cuando llega la hora de la verdad es imposible que los herederos y ejecutores testamentarios puedan cumplir, debido a que se tienen que pagar con el quinto de libre disposición de los bienes del difunto que hayan quedado, generalmente una vez descontadas las deudas –según el derecho castellano de las leyes de Toro de 1505- y como en el momento en que piden dichas misas, lo normal es que las personas no tengan en la cabeza el patrimonio familiar y sus bienes líquidos, descontados los pasivos o deudas, una vez que hay que llevarlas a cabo si no hay dinero son los propios herederos o ejecutores testamentarios los que se encargan de anularlas o realizarlas, pero pagándolas por su cuenta.

En definitiva, las misas que se pedían guardaban una estrecha relación, en líneas generales, con la situación económica y eran un reflejo también de la posición social, de ahí, que en familias de la nobleza o comerciantes de la provincia leonesa no es extraño encontrar demandas que superen el millar.

En Valdesabero, las misas que se solicitan en los años que estamos analizando son mucho más bajas, ya que la media de misas por el alma se sitúa en unas 22 misas y las votivas, que suelen ser misas para santos en 5 de media. Medias que se corresponden más con grupos sociales de menor categoría social y que tienen como lugar de residencia núcleos rurales. No obstante, las medias como es lógico encubren importantes diferencias y más

149] Ibidem. 150] Ibidem. 151] Como ocurre en 1852 con Dorotea Muñiz, casada con Joaquín Revuelta. Ibidem.

si volvemos a recordar que las peticiones había que pagarlas, al precio de cinco reales la misa normal rezada. De este modo, tampoco nos parece interesante, como frecuentemente ha realizado la historiografía cuando aborda esta temática, efectuar un estudio por años, intentando ver la mayor demanda de misas con los años de mayores dificultades económicas -dada la escasez de la muestra y el hecho de que los que mueren por accidentes en los peligrosos trabajos de la minas son de repente y no le ha dado tiempo a hacer el testamento o la memoria- , y preferimos optar por mostrar de nuevo los contrastes. Así, en los años de 1852 a 1856 sólo 1854 y de forma más clara 1856 reflejan unas solicitudes de misas por encima de las medias, pero son debidas principalmente a casos particulares de personas con mejor posición económica y social. Es lo que sucede en 1856 donde la mujer de don Manuel de Arija, uno de los empleados cualificados del establecimiento industrial de San Blas, como ya analizaremos más adelante, doña Dorotea Merino, es enterrada y en el testamento pide un total de 128 misas para la salvación de su alma o “alivio de la expresada”. En los años siguientes, será el cura párroco de Canseco el que sobresalga, en 1866, con la elevada cifra de “… trescientas misas con varias a varios santos…”152. En el nivel inferior tenemos a los que sólo piden cuatro misas, y los encontraremos tanto en 1853 como en 1876. En el primero, José González, casado, murió de repente en el camino por lo que no tuvo tiempo ni de hacer testamento, ni recibió sacramento alguno, y por ello sus herederos dispusieron que se le realizasen cuatro misas comunes. Y en el segundo ejemplo, Catalina Álvarez, mujer de José González, natural de Saelices, y vecina de Sabero, tampoco hizo ninguna disposición testamentaria, y por decisión de su padre político se le aplicaron cuatro misas rezadas.

Por lo tanto, podemos concluir que en los anhelos de salvar el alma una vez fallecidos es importante el fervor religioso y no menos el criterio económico, ya que las misas no se podían encargar gratuitamente.

Tampoco estaban al alcance de todas las familias el poder tener una vez enterrados las ofrendas que hubiesen soñado, ya que otra vez entraba en juego el coste de las mismas. Dichas ofrendas consistían en llevar pan, vino y cera, no señala las cantidades, sobre la sepultura, y por un tiempo, que solía variar entre uno y doce meses. Además, también se solía incluir un responso anual cantado o rezado. La media de duración de dichas ofrendas en Valdesabero para el periodo analizado no llega a los tres meses. Y de nuevo más que los años nos interesan las diferentes demandas. Así, es el ya citado párroco de Canseco, en 1866, el que pide que “…se ofrenden sobre su sepultura, por espacio de un año, pan vino y cera según costumbre de la parroquia…”. En 1855, Manuel García, que falleció el día anterior de “accidente epiléctico” dispuso en su testamento que se ofrendase sobre su sepultura pan, vino y cera, durante medio año y un responso anual cantado. No obstante, la ofrenda más requerida era la de dos meses y a veces tan sólo la de un mes, que en general se correspondía con la menor demanda de misas por el alma.

Los trabajadores que fallecieron en las instalaciones industriales de la Sociedad Palentina Leonesa, que como hemos analizado en su mayoría fueron provocadas por accidentes en las minas, lo normal es que no dejasen un testamento redactado ni tan siquiera una simple memoria con las solicitudes de enterramiento, misas, ofrendas, etc., debido a la rapidez de la muerte y a su juventud. Por este motivo es una costumbre que sean los propios compañeros, trabajadores de la Sociedad, los que dispusieran lo relacionado con las exequias del cadáver, tal como aparece en la mayoría de los enterramientos producidos entre 1852 y 1855. Por ejemplo, cuando se produce el ya mencionado accidente mortal, en 1854, del vasco Martín Landayo en la mina Palentina, el párroco especifica que no pudo hacer testamento por la inmediata desgracia y se “…le hicieron las exequias de costumbre a expensas de todos los mineros que quisieron hacer bien para su ánima, de cuyo funeral di recibo

152] Ibidem.

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