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Salón de Embajadores

Detalle del techo del Salón Prim, con el retrato del general (arriba), y La batalla de Tetuán (abajo). Blay / París») por el escultor gerundense Miguel Blay y Fábregas (1866-1936). Blay, que alcanzó notorios éxitos con sus figuras femeninas y sus monumentos, consiguió la primera medalla en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de 1892 y 1897 y la de honor en el certamen de 1908, habiendo sido director de la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid. Esta pieza es una reproducción en bronce y de tamaño algo reducido del original de mármol que el artista catalán realizó en su etapa parisina y que hoy se conserva en el Museo de Arte Moderno de Barcelona; representa a una joven de medio cuerpo, fiel exponente de la especial delicadeza de los peculiares modelos femeninos de Blay, por lo general de triste mirada; las flores que la muchacha porta en las manos encierran todo el hondo simbolismo en el que el artista catalán fue maestro, al tiempo que el tratamiento formal de las telas y de los motivos vegetales refleja las claras vinculaciones del artista con el Modernismo o Art Nouveau. También ha sido incorporado un Lancero de 1846 (46 x 17 x 34 cm), pieza realizada en resina de poliéster por el antes citado Luis Sánchez López. Además, existe un busto (31 x 17 x 20 cm) del rey Juan Carlos I, realizado en escayola patinada en verde por el escultor Carlos Beltrán en 1975.

Además de la mesa redonda central, utilizada para las comidas con un número reducido de invitados, hay varios sillones y sillas que imitan el estilo Luis XVI, al igual que una consola y un entredós, piezas modernas a imitación del mismo estilo.

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SALÓN DE EMBAJADORES

Una de las estancias más espaciosas de la zona noble del palacio es este salón, que, a mediados del siglo XIX, era conocido con el nombre de Pedro Navarro, famoso ingeniero militar del siglo XVI. Cuenta con un techo abovedado totalmente cubierto de ornamentación al fresco, que, al igual que la de los demás salones, ha sido sometida a una delicada restauración. La decoración, cuya calidad no es, ciertamente, de primer orden, aunque contribuye a mantener el ambiente de la época isabelina, presenta una geométrica compartimentación a base de paneles cuajados de variados motivos de fina traza. El conjunto está presidido por un amplio espacio central con casetones fingidos de bien conseguida perspectiva y otros paneles con finas labores vegetales de tipo pompeyano. En la zona correspondiente a los lados más estrechos del salón y entre esbeltas columnas aparecen sendos jarrones con trofeos militares; y en las esquinas, unas parejas de bichas flanqueando estilizados floreros de formas renacentistas.

En las largas bandas laterales y entre pares de blancas y delgadas columnas con capiteles de hojas de acanto y anillos en el fuste, hay sendas representaciones del Ejército y de la Marina en medio de cortinajes sujetos con rojos cordones; la del primero es una figura femenina sedente, con manto rojo y fina vestimenta blanca, coronada de laurel, con una rama de olivo en la mano derecha y el pie sobre unos fasces o haz de varas de los que usaban como distintivo los cónsules romanos; a su lado, un gran escudo coronado de laurel y sostenido por un amorcillo, en cuyo campo se muestra un casco de airoso penacho; junto al plinto en que apea el escudo se encuentran los diferentes elementos de un trofeo militar. La representación simbólica de la Marina consiste en una joven también coronada de laurel, de pie y con manto amarillo sobre fina túnica blanca, apoyando el brazo derecho en un ancla de cuatro puntas mientras que sostiene en la diestra una serpiente y en la izquierda un pebetero con llamas; detrás aparece un navío y, en la parte inferior del lado contrario, un cesto con frutas y flores. Estas figuras simbólicas están flanqueadas por varios nichos fingidos en los que se alojan grandes jarrones con guirnaldas de flores, a cuyos lados se alternan, en la zona que da al interior del edificio, cuatro representaciones a manera de bustos marmóreos de los principales capitanes españoles: Hernán Cortés, el Gran Capitán, Hugo de Moncada y Antonio de Leiva, unos de frente y otros de perfil; en la parte que da al exterior del palacio los personajes efigiados son todos ilustres marinos, figurando Vasco Núñez de Balboa, Álvaro de Bazán, Juan de Austria y Fernando de Magallanes. De este modo, Ejército y Marina se hermanan en la ornamentación de la bóveda de este gran salón.

Las paredes están cubiertas con telas de color rojo que hacen conjunto con las cortinas y crean un vivo contraste cromático con las puertas, lacadas en blanco y con adornos dorados de lenguaje clasicista. Por su parte, el mobiliario consiste en varios sofás, sillas y butacas de estilo Luis XV, de madera dorada y tapizadas en

Techo y lámpara del Salón de Embajadores.

terciopelo rojo, pero realizadas en el siglo XIX. Grandes espejos con sencillas molduras de madera dorada se reparten de manera equilibrada por el espacioso salón. Una mesa redonda de estilo Luis XVI, con seis columnas de orden jónico, presenta un tablero de mármol blanco jaspeado. También blanco es el mármol del tablero de las tres consolas de madera dorada que imitan el estilo Luis XVI y que, con adorno de un jarrón entre las patas, completan el mobiliario.

Cuelga del techo una gran lámpara del siglo XIX, de bronce dorado y con dos pisos de luces que parten de unos brazos decorados con dragones y con panoplias formadas por escudos, banderas, lanzas, hachas y espadas en los remates. Hace juego con cuatro apliques de bronce dorado que, situados en las paredes, son iguales a cada brazo de aquélla. Sobre una chimenea de mármol blanco reposa un reloj francés de la primera mitad del siglo XIX, firmado en la esfera por Marquis en París; de mármol verde y con adornos de bronce dorado, remata en un pebetero ardiendo. Se encuentra flanqueado por un par de candelabros de fines del siglo XIX,

Reloj francés de la primera mitad del siglo XIX, rematado por un pebetero.

formados por una peana de bronce dorado sobre la que se alza un jarrón de porcelana de color azul Sèvres con adornos vegetales en dorado y sendas escenas pastoriles en los medallones ovalados de la zona central; de la parte superior salen siete brazos con motivos vegetales de bronce dorado con las luces.

En la consola situada enfrente descansa un grandioso reloj de bronce dorado, realizado a mediados del siglo XIX en el establecimiento madrileño del relojero francés P. Prévost, en la calle de Alcalá, 3, cuya esfera está rodeada por varios estandartes que surgen por detrás de unos escudos con las armas de los reinos españoles; entre la abigarrada ornamentación destaca una loriga romana flanqueada por dos leones rampantes, y un yelmo con penacho de plumas corona el conjunto. Está acompañado por dos candelabros de bronce dorado de la misma época que apoyan en tres garras y tienen un soporte de forma vegetal cubierto con diversos trofeos militares para rematar en seis brazos de luz. Otras dos parejas de candelabros idénticos se encuentran en las consolas colocadas entre las ventanas del mismo lienzo de pared.

Carlos III. En sendas consolas figuran, además, dos pequeñas esculturas ecuestres. Una (43 x 43 x 13 cm sin la peana) representa al rey Alfonso XII, de uniforme y montado sobre un caballo de elegante estampa que marcha al paso, cuyas riendas sujeta el soberano con la mano izquierda. En el basamento se halla la inscripción «A. XII / restaurador y pacificador / de la monarquía española», así como una leyenda en la parte central del suelo que aclara su origen («Cía. Mª de San Juan de Alcaraz / 1886»), mientras que el número de serie («Nº 33») aparece en un lado. En efecto, se trata de una pieza vaciada en bronce en las instalaciones de la Compañía Minera de San Juan de Alcaraz en 1886, tomando como modelo el yeso que se conserva en el Museo del Ejército. Tanto el maravilloso tratamiento del caballo, de airosa cabeza y esbelto cuerpo, como la minuciosidad con que está interpretado el uniforme —en particular, las botas, la Cruz Laureada de San Fernando y la Medalla de la Campaña del Norte— y todos los detalles de la figura del rey hacen recordar el modo de trabajar del valenciano Mariano Benlliure. De él se dice que el 14 de enero de 1875, siendo casi todavía un niño, tuvo ocasión de contemplar la triunfal entrada en Madrid de don Alfonso XII —de quien precisamente habría de realizar en 1902 la figura ecuestre que remata el

Reloj de mediados del siglo XIX, flanqueado por sendos candelabros.

Alfonso XII.

monumento dedicado al mismo soberano en el madrileño Parque del Retiro— y se aprestó a modelar en yeso una figura del monarca, que luego fue expuesta al público en los locales de la antigua Platería Martínez; al contemplarla el conde de Toreno, éste logró que el rey recibiera al joven artista para que le mostrara la pieza, que el soberano colocó sobre su mesa de despacho, entregando a cambio a Benlliure la cantidad de quinientas pesetas.

La otra escultura (82 x 63 x 37 cm), también de bronce, es obra cierta de Mariano Benlliure (1862-1947) y representa al rey Alfonso XIII a caballo, con la firma del artista («M. Benlliure») en el lado izquierdo del pedestal. El monarca, que viste uniforme modelado con extremada minuciosidad en todos sus detalles, aparece montado en su caballo preferido y con el sable levantado en la diestra en actitud de saludo, mientras que con la mano izquierda sujeta las riendas; el pedestal se adorna con cuatro castilletes en las esquinas y recuerda bastante el del monumento dedicado a Alfonso XII en el Retiro madrileño por la interpretación naturalista del suelo; en la parte delantera se muestra la inscripción: «¡Viva el Rey / Alfonso XIII!», en tanto que en la zona posterior puede leerse: «1886-1902», en alusión a las fechas de nacimiento y mayoría de edad del joven monarca, figurando también los símbolos de los reinos de Castilla, León, Navarra, Aragón y Granada, así como la corona real. La estatua, de la que existe una réplica en el Museo del Ejército y que, en bastantes detalles, parece repetir la de Alfonso XII en el remate del monumento antes mencionado, fue realizada por Benlliure en 1905 con ocasión de la visita a Madrid del presidente de la República Francesa, Émile Loubet. Según indica Quevedo Pessanha (1947:221-222), con dicho motivo el Ayuntamiento de la capital encargó al artista valenciano una escultura ecuestre del soberano para entregarla como recuerdo al ilustre visitante.

De las paredes de este salón cuelgan dos retratos. El primero representa a Carlos III (140 x 111 cm) de algo más de medio cuerpo, copia de la tan conocida imagen del monarca que plasmara en 1761 el pintor de Bohemia Anton Raphael Mengs (1728-1779) y que hoy se guarda en el Museo del Prado. Convertido en retrato oficial, pronto se realizaron numerosas réplicas y copias por parte de los discípulos y colaboradores del primer pintor de la Corte, desde Maella y Bayeu a Andrés de la

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