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Salón Prim

SALÓN PRIM

Dedicado en un principio, quizá, a saleta de música, pasó luego a ser conocido como Salón Urrutia en reconocimiento al ilustre militar dieciochesco. La actual denominación se debe a que en uno de los sofás que hubo en la estancia fue depositado el cuerpo herido del general Juan Prim y Prats (1814-1870), a la sazón ministro de la Guerra en el gabinete Serrano, poco después de haber sufrido el 27 de diciembre de 1870, en la cercana calle del Turco (hoy, del Marqués de Cubas), el atentado que el día 30 habría de costarle la vida, casi al tiempo que el rey Amadeo I de Saboya, por cuya candidatura a ocupar el Trono tanto había luchado, ponía sus pies por vez primera en España.

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Combate de caballeros. Escultura de mediados del siglo XIX, de autor anónimo.

El techo presenta en las esquinas unas graciosas alegorías de las Cuatro Estaciones con parejas de putti ante fondos de paisaje y bajo arcos acasetonados rematados por águilas. Varios elementos arquitectónicos fingidos enmarcan unos compartimentos ante los que aparentan colgar unos paños con las figuras de cuatro jóvenes en actitud de volar, vestidas con finas telas que ondulan al viento; cada una de ellas está flanqueada por otros dos paños que fingen estar atados a unos soportes y en los que están representados numerosos objetos alusivos a la Música, enlazados en sentido vertical y delineados con suaves trazos. El cuadrado central, en cuyas esquinas aparecen jarrones

de flores sobre trompas simuladas, está ocupado por una abertura de cielo por el que vuelan dos amorcillos, asimismo con instrumentos músicos, enmarcando el celaje una especie de cortinaje que recogen unos lazos en forma de semicírculo hasta configurar un contorno polilobulado. En algunos detalles, la composición recuerda el estilo de Luis Yappelli, muy activo en los reales sitios a fines del siglo XVIII, si bien resulta bastante inferior en calidad a las realizadas por el decorador italiano; todo ello hace pensar que se trate más bien de una obra llevada a cabo ya en los años medios del siglo XIX, aunque siguiendo los postulados estéticos de décadas anteriores.

La lámpara, de bronce dorado y cristal, es de estilo isabelino del siglo XIX con abundantes brazos de los que salen multitud de luces. Los apliques de pared son muy antiguos, luciendo todavía las llaves de paso del gas que, en otro tiempo, alimentara sus fuegos.

La estancia está presidida por un buen retrato (122 x 91 cm) del famoso militar catalán pintado en 1889 por el salmantino Enrique Esteban Vicente (1849-1927), artista que se formó en Madrid, en donde residió la mayor parte de su vida dedicado a la pintura de género, a la ilustración gráfica y también al retrato, conservándose varias obras suyas en distintos organismos oficiales. El lienzo, firmado abajo a la derecha («E. Estevan/1889»), muestra al ilustre soldado de algo más de medio cuerpo, vestido de uniforme —«sin entorchados más que en la bocamanga (…), en el costado izquierdo dos placas con brillantes...», como lo describiera Pérez Galdós en el volumen que lleva su nombre en los celebérrimos Episodios nacionales— con fajín de general y luciendo las placas de la Gran Cruz Laureada de San Fernando y de Carlos III; apoya la mano izquierda en el sable y con la diestra sostiene el ros, siendo el fondo un paisaje bastante difuminado para no restar atención a la figura del marqués de los Castillejos y conde de Reus, que está plasmada con un extraordinario rigor casi fotográfico. Destaca también una versión (123 x 93 cm) del retrato de la reina Isabel II que realizara en 1844 Federico de Madrazo y Kuntz (1815-1894) por encargo de la madrileña Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y que habría de mantenerse durante varios años como imagen oficial de la soberana. Representada de más de medio cuerpo y con traje blanco de ceremonia, Isabel II luce las bandas con veneras de, entre otras, las órdenes de María Cristina y Carlos III y ostenta en el pecho un gran broche con gruesas perlas; cubre la cabeza con velo de encaje y sujeta con la mano izquierda un guante, en tanto que apoya la diestra en la mesa en que reposan la corona y el cetro reales sobre un rojo almohadón; el fondo está compuesto por una gran columna con basa de bronce dorado, junto a la que se advierten la puerta de una estancia, un cortinaje y dos figuras femeninas que forman parte del trono. El cuadro, casi idéntico al conservado en el Ayuntamiento de Granada que pintara Madrazo en 1845, cuando la reina contaba quince años de edad, tiene buenos detalles de factura; sin embargo, resulta un tanto plano para ser obra del famoso maestro madrileño, por lo que cabe considerarlo como una buena copia de taller, quién sabe si debida al murciano Germán Hernández Amores (1823-1894).

Mayores dimensiones (190 x 321 cm) tiene el lienzo que representa La batalla de Tetuán, en el que el ejército marroquí está situado en el lado izquierdo, en tanto que las tropas españolas, que parecen venir desde la lejanía entre nubes de polvo, ocupan más de la mitad del cuadro; en el centro destaca, en segundo plano, la figura ecuestre del general Prim que, sable en mano, anima a la lucha a los voluntarios catalanes y a los soldados del Batallón de Alba de Tormes; al fondo, un grupo de militares está presidido por el general O’Donnell montado en su característico caballo tordo. Con evidentes concesiones al tratamiento del paisaje, el cuadro, que no está firmado, trae al recuerdo el lienzo realizado en 1864 por el catalán Francisco Sans y Cabot (1828-1881) para la Diputación Provincial de Barcelona con la intención de rememorar de manera gráfica la decisiva batalla que se libró en las proximidades de la ciudad africana durante los días 4 y 5 de febrero de 1860.

Varias esculturas completan la decoración del salón. De J. Rodon Faure, artista francés de la segunda mitad del siglo XIX, es un busto (80 x 53 x 20 cm) de Baco según unos, o una Alegoría de la Primavera para otros, que, fundido en bronce, se levanta sobre motivos vegetales de blanda factura y con una flauta de doble cálamo en pieza adosada, estando coronado de racimos de uva ejecutados con acusado contraste lumínico. Pero la obra de mayor calidad es el pequeño bronce (44 x 47 x 27 cm) titulado Primavera, o también Mujer y flores, que, alzado sobre una peana de jaspeado mármol verde, está firmado en el lateral derecho («Miguel

Enrique Esteban Vicente

Retrato del general Prim (1889).

Isabel II.

Primavera o Mujer y flores (izquierda) y Baco o Alegoría de la Primavera (derecha). Esculturas de J. Rodon Faure y Miguel Blay, respectivamente.

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