PARANORMAL

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3 ÍNDICE 2 Losautores 3 Editorial 8 Quinametzin JuandeDiosMayaÁvila 15 Ojosdelagartija MoacirFio 21 Unamosca FranCastillo 42 Lacadenadeplata JovanniFloresRamírez 51 Elúltimohombre ArturoHernándezGonzález 59 Sïkwame YeseniaJasso ELHILOROTO 30 Unpasomásallá RaúlSolís PUNTOSCARDINALES 65 Unfantasmaenel Castillo RaúlSolís

1 LOS AUTORES

Juan de Dios Maya Ávila (Tepotzotlán, México) Miembro del consejo editorial de la revista El Burak. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, del FONCA y del Programa de Estí mulos a la Creación y Desarrollo Artístico. Ga nó el Concurso Internacional de Cuento, Mito y Leyenda Andrés Henestrosa (2012) y el Con curso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés (2019). Autor de La venganza de los aztecas (mitos y profecías), Soboma y Gonorra (2018), El Jorobado de Tepotzotlán (2020) y La Serpiente y el Manzano (2021). Titular de la columna Canaimera, en la revista El Cama león, y colaborador de RAB Revista de Arte Boticario. Su obra ha sido traducida al inglés, esloveno y otomí. Moacir Fio (Fortaleza, Brasil) Es profesor, músico, escritor y editor de la revista Escambanáutica, además de cofundador del Coletivo Escambau. Máster Universitario en Literatura Comparada; investiga decolo nialidad en el horror gótico latinoamericano. Es autor de Deus qualquer de areia y As pe quenas hemorragias. Fran Castillo (Córdoba, España) Ingeniero informático y traductor. Escritor y cineasta. Ha escrito y dirigido una veintena de cortometrajes, y galardonado en tres ocasiones. Autor de la novela Tiempo muerto (2019). Ha publicado relatos de terror, ci fi y fantasía en varias antologías y revistas, como Sofritos. Relato ganador de la antología de terror noir Dulce Hogar (2020) y «Nachzehrer», incluido en La Hermandad de la Noche, cuentos de sangre y oscuridad. Finalista en los Premios Ignotus 2022. Miembro del podcast literario «La Horda Podcast». Jovanni Flores Ramírez (Ciudad Juárez, México) Egresado de la carrera de Literatura Hispanomexicana, de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Fue creador y director de la re vista independiente El Estilete, dedicada a la difusión de la creación literaria de los estu diantes de la universidad. Arturo Hernández González (Bogotá, Colombia) Escritor, docente y traductor. Su obra ha sido traducida, premiada y publicada en importantes medios hispanoamericanos y europeos. Es autor de Olor a Muerte (2011), y del poemario ilus trado Breviario de lo Incierto (2017). Desde hace una década dirige la revista internacional de cultura y artes Noche Laberinto. Colabora como traductor oficial en la organización Democracy at Work. Yesenia Jasso (Estado de México, México)

Bióloga por el IPN. Maestría en Ecología por el CONACYT. Estudiante de Doctorado y do cente en el IPN. Ha tomado cursos y talleres de creación literaria, entre ellos el Taller vir tual de cuento breve, impartido por el INBAL.

En cualquier caso, hoy cumplo un año como el editor de Cuentística, y no puedo sentirme más contento y satisfecho como ahora. Mi entu

La primera que me escuchó comentarlos fue Brenda Suaste, mi novia, en nuestras sobremesas. Fue ella quien me incitó a escribir sobre ellos para que otros pudieran leerme, ya que entre nosotros, dijo, va a ser di fícil que encuentres la repercusión que esperas. Y así nació EL HILO ROTO.

Editar una revista independiente no es fácil. Recuerdo que una vez alguien, en las redes sociales, me acusó de quedarme con los textos de los autores para hacer negocio con ellos. Le respondí que no era cierto: que esta revista está pensada, primero, como una plataforma para pu blicar la obra de autores que están forjándose una carrera. Yo mismo estoy forjando la mía. La acusación que me hizo está motivada, es claro, por el desconocimiento de la labor editorial y el compromiso intelectual que demanda este proyecto, así como las condiciones que me motivaron para fundar una revista.

3 Editorial EN SEPTIEMBRE DEL 2021 decidí emprender el proyecto que me hacía ruido por dentro desde hacía tiempo. Sin fondos económicos suficientes, pero teniendo claro lo que quería hacer y de a quiénes iría dirigido, redacté las bases de Cuentística. Al principio, me imaginé una revista literaria que solo publicara cuentos, y una breve recomendación cultural de mi parte. Pero este experimento ya lo había realizado antes. Además, co menzó a urgirme reflexionar sobre algunos asuntos que me inquietaban.

Por qué el número de aniversario fue paranormal, me preguntó alguien cuando le platiqué de una constante que vi en los relatos recibidos durante la convoca toria, y no ciencia ficción. La primera razón fue que me interesaba leer relatos de corte fantástico sobre asuntos inexplicables, como los avistamientos de naves extra terrestres; poderes sobrehumanos como la telequinesis, la telepatía o de cualquier otra índole; de seres fantásticos con habilidades únicas, como la levitación, el do minio de las fuerzas naturales… Todos estos ejemplos los vi, por primera vez, en la serie televisiva de Los expedientes secretos X, y los investigaban los agentes Mulder y Scully, que eran una mancuerna efectiva: un creyente empedernido de los fenó menos paranormales y una doctora en medicina que trataba de ser lo más racional y escéptica posible. Yo era un niño cuando se emitieron por primera vez en la televisión, y la impresión que me causó fue contundente. Así que no quería leer relatos de ciencia ficción. Aunque, después de reflexio narlo, los asuntos paranormales están ligados con esa categoría, ya que, según el diccionario, se definen como aquellos fenómenos que no pueden ser explicados por la ciencia actual. Por lo tanto, un escritor de asuntos paranormales debería saber algo de ciencia para poder utilizar las posibilidades a su favor. Sin embargo, y este fue el comentario que hice respecto a los relatos recibidos, la mayoría de los cuentos que recibí en la convocatoria se centraron, principal mente, en apariciones de fantasmas o entes demoníacos. Luego de leerlos todos, no pude evitar una sensación de desencanto. ¿Dónde quedaron esos otros asuntos paranormales?Estoyconvencido que se ha perdido el interés en ellos porque los medios masi vos, como la televisión y las redes sociales, usan el tema para hablar casi exclusi vamente de fantasmas porque, asumo, es lo más sencillo de explotar. Solo bastan un grupo de personas dispuestas a filmarse, cámaras, ruidos raros y malas actua ciones para crear un ambiente enrarecido; sumamos algunas sombras, tomas rá

4 siasmo es tal que ya contemplo un crecimiento en el formato y las secciones. Pero ya habrá tiempo de comentarlos. Después.

Pero dejemos eso para hablar de lo realmente importante: los cuentos publicados.

En la internet tampoco faltan los videos que aseguran haber capturado un fan tasma real aunque solo se trate de algún efecto óptico curioso o de ediciones com putarizadas. Pese a serlo, quienes lo comparten asumen con dolo que se trata de sucesos extraordinarios. Repito: tal vez sea por la facilidad con que se pueden crear estos fenómenos que su popularidad ha acaparado el tema de la paranormalidad.

5 pidas y videos de baja calidad para echar a andar la imaginación. Y listo: tenemos una casa embrujada.

El relato de Juan es historiográfico. Su escenario también es un ambiente pro vinciano: el último que sobrevive de la urbanizada Ciudad de México. Juan se vale de la tradición de los pueblos xochimilcas y de Milpa Alta, que ha sobrevivido al paso de los siglos, para sostener el encuentro del protagonista con una criatura mitológica. El efecto es tal que de pronto uno ya no sabe qué clase de texto está leyendo. Tuve un desconcierto parecido cuando leí por primera vez el relato de Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Hasta aquí la semejanza.

Empezaré con los relatos de Yesenia y Jovanni, que comparten elementos de la provincia mexicana, que son ricas en leyendas populares. El relato de Yesenia tiene como motivo a las brujas, esas bolas de fuego que vuelan por las noches sobre los montes y sierras. El vínculo entre la abuela y la nieta es profundo, pues son herederas de una tradición mística y ancestral que las une, aunque la anciana mantiene oculta una verdad importante sobre el origen de ambas que la joven solo podrá descubrir por su cuenta y en la soledad, cuando la muerte haya alcanzado a la primera. Del mismo modo, el relato de Jovanni trata sobre tres generaciones de mujeres herederas de una tradición mística, aunque menos explícitamente. La abuela ha muerto, pero su hija, que la ama más que a cualquier otra cosa, está dispuesta a echar mano de su vínculo ancestral con poderes esotéricos para devolverle la vida. Sin embargo, la nieta prevé el peligro: algo maligno se interpone y tendrán que hacer acopio de todas sus fuerzas para rechazarlo, pues trata de aprovecharse de su dolor.

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Finalmente, el cuento de Arturo es el más apegado al tema de lo paranormal. Es una carta que un veterano de guerra estadounidense le escribe al hijo de un sol dado caído en Vietnam. En ella, el veterano le cuenta lo que sucedió en la selva asiá tica y los sucesos sobrecogedores que presenció, que le costaron la vida a su padre, causados por un ser fantástico que lleva a la locura a los que consiguen verlo. Sin embargo, la responsabilidad de ser el último hombre no es menos trágica y dolorosa, pues tiene que cargar con la responsabilidad de darle fin a un carnaval de lo cura y muerte. El relato es rico en detalles que sostienen la atmósfera formidable mente.Pormi parte, en mi sección EL HILO ROTO reflexiono sobre el peligro de la exce siva credulidad porque sus efectos son cada vez más visibles no solo en lo cultural sino también en lo político y social. De esto nos advertía Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios. Y en PUNTOS CARDINALES reviso la novela breve de Edwin

El cuento de Fran Castillo narra el enfrentamiento entre un chamán dominicano y una entidad diabólica que se posesiona del cuerpo del hijo del protagonista. La experiencia fílmica de Fran le permite echar mano de recursos y efectos visuales poderosos y atractivos. Todos los elementos fantásticos se aprovechan con pericia y talento narrativo para sostener la veracidad del relato. Este es un thriller diná mico y emocionante de principio a fin. La sorpresa fue el relato fantástico de Moacir Fio, un autor de lengua portuguesa que se aventuró a escribir en castellano, y lo hizo bastante bien. La protagonista es una mujer que se ha cansado de su relación y decide echar a su novio del de partamento. Pero este no es un edificio cualquiera; tiene personalidad propia: es un ente vivo que reacciona a los estímulos de la protagonista. Las paredes oscilan, el piso burbujea y la estructura se queja dependiendo de la situación. No obstante, lo más extraño es el encuentro virtual que tiene esta mujer con un desconocido que le ha escrito por la internet. Todo gira alrededor del interés y repulsión que tiene por los reptiles, y lo que descubre al final la lleva a enfrentarse a un peligro desconocido. El engaño es el motivo principal del cuento.

Gracias a todos los que literario.ycontemporáneoslosapostandorevistaCuentística.deformadohanpartelprimerañodeEstaseguiráporautoressuquehacer

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Alcántara, Diario encontrado en el Castillo de Chapultepec, en el que una pareja de jóvenes historiadores desaparece en las entrañas del recinto cuan do persiguen el fantasma de la emperatriz Carlota de Finalmente,Habsburgo. gracias a todos los que han forma do parte del primer año de Cuentística: a los autores que han publicado conmigo, a los que han en viado sus relatos en cada convocatoria con la ilu sión de salir seleccionados, y especialmente a los que siguen puntualmente y con interés la publi cación de cada número. Esta revista seguirá apostando por los autores contemporáneos y su que hacer literario. Sin más dilación, sean, pues, bienvenidos al número del primer aniversario de Cuentística.

Quinametzin

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Juan de Dios Maya Avila A mi padre, un gigante EL SURORIENTE DE LA Ciudad de México es un paraje mágico que mu chos aseguran que no existe. Sin embargo, allí, entre el yermo campo que se niega a sucumbir frente al sucio asfalto, hay un hervidero de comunidades rurales en las que aún veneran a los mismos na huales que en tiempos de la gentilidad se trepaban a las nubes du rante las tormentas y volaban sobre ellas por las orillas de los lagos en busca de carne y sangre humana para comer. Todavía se prenden veladoras en nombre de aquellos quinametzin (gigantes), que se elevaban sobre las cumbres de los volcanes hipnotizados por el fue go y destruían bosques a brazadas. Gigantes nahuales, como los que refiere en su dilatada bibliografía aquel último príncipe nahual de Amecameca, que muriera en el convento de San Antonio Abad, y cuyo kilométrico nombre era Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin. Muy poco se han animado los historiadores a revisar esta región, primordialmente lacustre y mágica. El ojo conspicuo del antropó logo descubriría un sinfín de lazos culturales que hasta la fecha unen a estos pueblos ahora divididos entre el Estado de México y la Ciudad de México. Lazos que van desde lo geográfico hasta lo cultural.

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Y por supuesto, la cosmovisión de sus particulares teologías. Un ejemplo es el Día de Muertos. He aquí un momento en que se distinguen del resto del país con unas cuantas acciones que les hacen singulares. Los habitantes de estos pueblos no es peran a sus muertos en el interior de la casa junto al altar, como en otras zonas del país, sino que, en el quicio de la entrada principal, despliegan sillas en la fa chada y disponen un hato de gruesos leños, mismos que, al comenzar el cre púsculo del primero de noviembre, han de prender en una fogata que debe durar toda la noche. El fuego es para ahuyentar, o bien, hipnotizar a los gigantes que están a la espera de las almas para alimentarse de ellas. Cada familia practica la misma vigilia, y para amenizar la espera, un grupo de jóvenes se viste de mujeres y se hace acompañar de una tambora en comparsa que se encargará de visitar casa por casa, bailando una o dos piezas de manera cómica a sabiendas de que al final se les convidarán tamales, guisados y pulque.

En esta zona referida, gracias a que se mantiene en un ámbito más o menos rural, he podido identificar un bloque de zonas arqueológicas que se concatenan una tras otra, igual a una muralla, desde los somontes de la Sierra Nevada hasta las estribaciones lacustres de Xochimilco y Milpa Alta, y que podrían conformar una megaurbe de dimensiones inéditas en nuestro continente y quizá en el mundo entero. Les platicaré de un caso en particular que se encuentra en la frontera se rrana que hace San Pedro Atocpan, de Milpa Alta, con los pueblos xochimilcas de San Gregorio Atlapulco y Santa Cruz Acalpixca. Esta región vive en una inmediata zozobra, pues se debate entre mantener su carácter rural o sucumbir ante la urbe que quiere devorarla. Atlapulco y Acalpixca eran pueblos costeros del lago de Xo chimilco. Acalpixca aún lo ostenta en su etimología: «donde se recogen los acalli» («casa del agua», nombre metafórico de las piraguas). O sea, un puerto. Acalpixca guarda en su territorio uno de los tesoros de la plástica prehispánica más singulares entre la inmensa colección de arte rupestre que se difumina por todo el país: los petrograbados. Dicen los pobladores que su factura se debe a los gigantes, cuyos símbolos nahualísiticos quedaron ahí plasmados. Por ello nos re

10 sultan incomprensibles, como aquella mano enorme tallada en piedra que con genuflexiones marca el número tres. Estos se encuentran en el cerro de Cuauhilama, «El bosque de la anciana». Este «cerro» es más bien una arista de un conglome rado cuya formación se debe a las actividades vol cánicas. La lava, al petrificarse, cimentó caprichosas formas que serán la constante del paisaje. Hay caminos que parten de la cima del Cuauhilama hacia los distintos barrios de los pueblos vecinos. Cada uno de esos caminos tiene un origen preco lombino, así que cada uno de ellos es un paraje en el que abundan vestigios históricos. A veces estos vestigios se hallan en tan buen estado de conser vación que hacen sentirnos en una antigua ciudad viva.Se trata de una zona que ocuparon progresivamente los diversos pueblos que fueron llegando a la cuenca del Anáhuac. Las fuentes más fide dignas por si los compañeros historiadores qui sieran consultarlas son los llamados Anales de Malacachtepec Momoxco, que dan cuenta del origen del señorío de Malacachtepec («El cerro ma lacate»), hoy Milpa Alta. En ellos se describe que Malacachtepec fue fundada por nueve familias que fueron expulsadas de Amecameca. El motivo de su exilio fue porque practicaban la magia negra y tenían por aliados a los nahuales oscuros.

La privilegiada geografía de esta zona montañosa Acalpixca guarda en su territorio uno de tesoroslosde la prehispánicaplástica más singulares entre la coleccióninmensa de arte rupestre que se difumina por todo el país: los plasmadosquedaronnahualísiticossímbolosgigantes,debesupobladoresbados.petrogra-Dicenlosquefacturasealoscuyosahí.

Aun cuando los pobladores de estas zonas parecen ignorar la importancia de los vestigios e incluso algunos de ellos, en el límite de la ignorancia, y en buena medida propician el abandono, la destrucción y el saqueo, también es cierto que, como suele suceder en este raro país, acompaña al desdén histórico una particular y hasta obsesiva visión de que se trata aún de lugares sagrados donde es propicia una de nuestras actividades predilectas: la brujería. Esto hace que la zona, que

11 la hace un bastión militar por excelencia. Desde la punta de alguno de sus innumerables basamentos o parapetos, es fácil comprender su ubicación estratégica: al oriente, señorea el volcán Tehutli el mismo que en el siglo XVII impresionó por su belleza al párroco de San Pedro Atocpan, fray Agustín de Vetancur, y por ser una mina de azufre de calidad , que vigilaba los caminos provenientes de los bé licos pueblos chalcas; al sur se mira el núcleo y cabecera del señorío de Malaca chtepec, que hacia las estribaciones australes se defendía de la incursión tlahuica; al poniente, la gran nación xochimilca, de guerreros ávidos de sangre; y al norte, los grandes lagos y sus imperios: primero, Culhuacán (La Ciudad de los Nahuales), que aún se adivina a los pies del Cerro de la Estrella, y luego las urbes de los mexicas: Tenochtitlán y Tlatelolco.

Los mexicas invadieron Malacachtepec al comenzar el siglo XV y arrebataron su territorio a los descendientes de las nueve familias brujas de Amecameca. Decapi taron a los gigantes y sacaron el corazón a los nahuales que no quisieron transar con ellos. Los antiguos mexicanos entendieron la importancia militar de la zona y consolidaron este bastión castrense que estuvo en funciones hasta la invasión española. En esa difícil transición, las trincheras también sirvieron a las devastadas tropas mexicas. Rescatar la intrincada arquitectura de esos muros nos serviría para completar, en buena medida, la historia militar de la conquista. Hoy, su mi lagrosa conservación (pues lleva más de cinco siglos en el abandono) y el poderoso influjo del paisaje que la rodea: milpas, breñas, reductos de los lagos cuyas aguas (negras, por cierto), como espejismos que alcanzan a brillar en el esmog que las ahoga, nos dejan imaginar las grandes acciones bélicas que allí se desarrollaron.

Atravesé un abundante bosque de toloaches o daturas estramonium que se es parcían por el lecho y en algunos claros. Llegué a uno de esos claros, quizá el más bello de la zona: un rústico huerto de duraznos cercado por encinos, que compar tían su lugar con enormes matorrales de toloache. Es bien sabido que el toloache es una planta sagrada y mágica, y en algunas religiones se le toma como la encarna ción de Dios mismo. Los habitantes de Atocpan no lo han olvidado. Al pie de varios ejemplares de los toloaches más grandes, que casi rebasaban el metro ochenta de altura, con sus anchas cabezas espinudas ladeándose para soltar las semillas al to que del viento, la gente había hecho montoncitos de tepalcates, en formas piramidales, que casi siempre coronaban con una navajita de obsidiana.

12 arqueológicamente representa un riesgo (pues si la autoridad se entera de su existencia, «nos lo expropia», dice el pensamiento del campesino) y un peligro (pues atrae a delincuentes y saqueadores), en otro ámbito, en el mágico religioso, sea un personaje vivo que convive con los demás personajes del pueblo, un protago nista que además se mira, al igual que antaño, como un protector de la misma comunidad.Voyareferirles

una anécdota que seguramente los más entendidos que espero sean mayoría sabrán comprender en su vasto significado. Hace algunos años me dirigía a Juchitepec, en el Estado de México. Para desplazarme a tal municipio tomé la carretera a Oaxtepec que, como ya dije, pasa invariablemente por la sie rrita que une a Atlapulco y Acalpixcan con Atocpan. En cierto punto llamaron mi atención las trincheras dibujadas perfectamente en esas breñas, y estuve seguro de que se trataban de ruinas de considerables dimensiones. Estacioné mi auto a la altura de la planta local del Sistema de Aguas, frente a unos campos terrosos de futbol. Allí distinguí un sendero que lleva a lo más alto. El camino, o más bien la avenida, a decir por el empedrado, las anchuras y las almenas que le circundan, es de factura prehispánica. Breves caños de agua de lluvia abren la dura piedra volcánica y a veces hacen escurrideros en las moles pétreas.

Proseguí mi recorrido por los senderos y una liebre me saltó al paso. Viré mis

13 ojos, casi por instinto, rumbo a la inmensa mancha urbana que rasgaba el horizonte. Una liebre en un lugar tan amenazado por el cemento es casi un milagro, pensé. Interrumpieron mis reflexiones unos tiros de escopeta. Poco después apareció un grupo de cinco personas con las que me puse a conversar. Luego de un rato, me convidaron unos tragos de pulque, y antes de proseguir su camino tras de la que quizá fuera la última liebre del ce rro, me advirtieron, entre broma y en serio, que tuviera cuidado con los gigantes, pues la noche estaba cerca, al igual que la lluvia. Mediaba el mes de septiembre. Nubes negras encapotaron el cielo. Se dejaron oír los primeros truenos. Cuando quise huir comenzó a llover, y acompañaba al agua un ejército de rayos. Busqué un lugar dónde refugiarme. Estaba en lo más alto del cerrito, y los truenos caían a corta distancia. El agua me empapó el rostro; la tormenta no me per mitió reconocer el terreno. En un mal momento pisé en falso una piedra, que bastó para hacerme rodar por uno de los muros de las trincheras. Caí a la boca de una pequeña cueva artificial que me serviría para resguardarme. Una ventana mágica, pienso ahora. Los restos de una fogata ocupaban el centro de la oquedad. En las paredes alguien ha bía acomodado veladoras cuya cera derretida imitaba a las estalactitas que escurren en la piedra. La cueva era sagrada. No había duda. Y para con Luego de un rato, convidaronme unos tragos quecerca,nochegigantes,contuvieraserio,entremeliebrefueralacaminodepulque,deyantesproseguirsutrasdequequizálaúltimadelcerro,advirtieron,bromayenquecuidadolospueslaestabaaliguallalluvia.

14 firmarlo, encontré toloaches secos recargados contra la pared que los mismos dueños de las veladoras habrían llevado para sus rituales. Cuando los toqué, se vinieron abajo descubriendo en el muro los símbolos religiosos más antiguos de la huma nidad: el sol y la luna grabados en el poroso tezontle. Dioses persistentes en un espacio sin tiempo ni historia; un lugar, un instante, donde todos los otros lugares y momentos del mundo se resumían. Algo que comúnmente sucede en cualquier espacio religioso y vivo. Aún miraba yo ese sol y esa luna cuando escuché un fuerte ruido detrás de mí.

Ahora me cuesta trabajo asegurarlo, pero durante la minúscula fracción de se gundo en que tardé en virar el rostro, creí distinguir de soslayo una oscura y gi gantesca mole que flotaba por el bosque. Una silueta tosca recortada contra la penumbra. La cabeza (si es que pudiera llamarse cabeza) de esa silueta enorme rebasaba las copas de los encinos. Unos pasos, torpes, estruendosos, tremendos, crujieron la hojarasca. No me fue posible distinguir la figura con claridad, pues en un breve instante se hundió entre los pedregales. Créanlo o no, es cosa que no me incumbe.

Ojos de lagartija Moacir Fio

LOS OJOS DE LAGARTIJA de Sergio son dos faros encendidos que se camuflaron con éxito durante gran parte de nuestro noviazgo. Yo estaba convencida de que Sergio no tenía nada de ingenuo: con su cara cuadrada y casi hermosa hasta parecía inofensivo. Pero hace semanas que esos des concertantes ojos, abiertos en plena noche, comenzaron a despertarme, sorprendiéndome en la mesa del desayuno, acechándome en el baño, cegándome en el sexo, molestándome. Todo lo que yo amaba de Sergio —su contradictorio sentido del bien movido por la opinión del rebaño, y su cursi soberbia pequeñoburguesa se perdió en el paisaje inhóspito de esa mirada. Es una repugnancia que conozco muy bien. Yo era una adolescente cuando una enorme lagartija apareció en el cuarto de lavado de mi abuela.

La acorralé contra la pared con una escoba. Todavía intentó trepar por las baldosas húmedas, pero desistió de huir y se me quedó mirando fi jamente, con la esperanza de que tal vez me subyugaría con sus hipnó ticosLaojos.lagartija murió ese día, y Sergio ya no me conmueve. Parado delante de mí en el pasillo vacío del departamento balbucea tonterías, y trata de ser romántico y hace promesas y me pide que recapacite y dice no puedo vivir lejos de ti, mi Bárbara. Solo se calla cuando las vigas del edificio protestan asqueadas. Hombre que le teme al concreto. Empaca

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Hija de puta dice gruñendo. Buenas noches, y por favor borra mi número. Doy un portazo, meto la llave en la cerradura y apago la luz del salón. Se siente raro quedarme sola otra vez después de haber vivido un tiempo con Sergio. Los clamores del edificio se acallan. Este edificio tiene huesos viejos; debajo del piso hay burbujas de aire; la pintura se traga sus eructos. Sergio lo ha odiado desde el primer día: vivía nervioso, solía tener pesadillas, pero el alquiler es ba rato. Tras tres meses aquí, no puedo imaginarme viviendo en ningún otro lugar. Hago una limpieza general del apartamento; antes de acostarme, me doy una largaMeducha.siento muy tranquila, pero no puedo dormir. No es nada nuevo: empecé a sufrir insomnio con el noviazgo, la mudanza o todo junto. Tomo mi celular para vagar por las redes sociales. Entro a mi instagram y me pongo a buscar las fotos en las que aparece Sergio, borrándolas una a una. Encuentro la del día en que me pidió matrimonio en la playa, una fotografía que me obligué a publicar para com placerlo. Siempre odié la felicidad forzada de las sonrisas de su familia. Con mucho gusto hago clic en eliminar. Sin embargo, el sueño todavía me elude, así que busco en Google cómo las la gartijas pueden escalar paredes y aprendo sobre las fuerzas de Van der Waals, que pueden crear atracción o repulsión entre moléculas a través del intercambio de electrones. Las lagartijas se adhieren a las superficies a un nivel atómico. Me su

16 tus cosas, le digo, adiós. Él todavía ruega por pasar la noche juntos, quiere que hablemos con calma al día siguiente, que esta decisión no es algo que se tome a la ligera.Noarmes un escándalo. ¿Y quién escuchará? No hay un vecino en este condominio embrujado de mier da que elegiste dice, y escuchamos a los cables del ascensor azotándose contra el cubo.Québueno que ya no tendrás que sufrirlo.

«Hola, me cortaron la cabeza hace un año», responde el usuario mike_945. Muy bien, debí ser más específica, pienso: quería hablar sobre cabezas de serpiente, patas de cocodrilo y colas de lagartija, pero esto me parece gracioso.¿Quétal tu vida, Mike? «Muy solitaria», responde, «casi toda la gente prefiere hablar con personas que todavía tienen la cabeza sobre los hombros».

El reloj marca las 3:27, y desde el corredor llega un quejido ronco. Pienso en el trabajo. O me voy

¿Los decapitados están interesados en los rep tiles?«Tanto como los insomnes».

MIEMBROS AMPUTADOS.

La muriólagartijaesedía, y Sergio ya no me asqueadas.protestanvigascallaBárbara.lejosnorecapaciteppromesasrománticotratatonterías,balbuceadepartamentopasillodeParadoconmueve.delantemíenelvacíodelydeseryhaceymeidequeydicepuedovivirdeti,miSolosecuandolasdeledificio

17 merjo tanto en la búsqueda de información que el hiperfoco me distrae de los suspiros que provienen de la cocina. Descubro también que las lagar tijas suelen desprenderse de su cola para burlar a los depredadores (Sergio olvidó un par de zapa tos), que hibernan, y que algunas incluso logran cambiar de color. Leo acerca de su capacidad para mover las extremidades faltantes hasta una hora después de haber sido amputadas y, por alguna razón, descubro un foro dedicado exclusivamente a reptiles y anfibios. Dejo el celular y busco la lap top para conectarme. Me registro en el foro y después de navegar un rato creo un tema con el título

«¿Aún estás ahí? Perdona, es difícil tomar buenas fotografías en tales condiciones».

18 a dormir enseguida y espero a que suene el despertador a las seis para levantarme, o mejor ni duermo. Sigo la corriente.

¿Perdiste la cabeza? «No. Está aquí mirando la pantalla del computador». ¡Eso hay que verlo! El«OK».icono en la esquina superior de la ventana parpadea. «mike_945 envió un mensaje privado». ¡Mensaje privado! Mi usuario es sensenone, nada que permita saber que soy mujer, porque mi experiencia es suficientemente amplia como para esperar fotos de vergas. Pero esto me intriga y abro el mensaje. La calidad de la foto no es buena. Sobre una silla de oficina, casi de perfil y en vuelta en una maraña de largos pelos negros hay una cabeza. Es la de una mujer de aproximadamente cuarenta años, con pocas arrugas. La piel verdosa brilla como si estuviera cubierta en aceite. Sus ojos tratan de mirar a la cámara. Son dos hendiduras muy amarillas. No me asusto fácilmente: la foto bien podría ser algo encontrado en la red pro funda. Antes de que pueda responder con jajaja, Mike sube otra foto de la misma cabeza, ahora sostenida por un brazo femenino que la aprieta contra su pecho, con los ojos de arenosas iris y pupilas rasgadas muy abiertos en fingido asombro. El otro brazo se extiende de tal manera que el autorretrato enmarca el cuerpo ce ñido con un vestido verde. Se enfoca el cuello decapitado, la carne oscura amonto nada alrededor del hueso astillado.

Un escalofrío recorre el techo de la habitación y la luminaria deja escapar un gemido ronco. Me abruma una satisfacción morbosa cuando me acerco a la pantalla para identificar los tendones y los músculos, el agujero abierto en la garganta y los extremos coagulados de lo que queda de las arterias. Puede ser un montaje, o el fotograma de una película gore de los ochenta, o algo extraviado de archivos policiales, o quizás un maníaco haciendo ostentación de sus víctimas.

amigas desde que te mudaste aquí. Nunca supe cómo acercarme a ti,

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«Te vi por la mirilla. Yo vivo en el 702». Nadie vive allí. Está vacío.

«Pareces muy amable, nada pretenciosa. Me gusta la gente así. Excepto que estabas demasiado ocupada con ese tipo y yo no quería interponerme. Ahora las cosas pueden ser diferentes». ¿Cómo sabes todo eso?

Sobre una silla de oficina, casi de perfil y envuelta en una maraña de largos pelos negros hay una cabeza. Es la de una mujer muydoslatratanaceite.cubiertacomoverdosaarrugas.concuarentaaproximadamentedeaños,pocasLapielbrillasiestuvieraenSusojosdemiraracámara.Sonhendidurasamarillas.

Accedo a mi registro en el foro. Hay nombre, apellido, correo electrónico, fecha de na cimiento, pero todo es información privada. Solo mi nombre de usuario es público, pero ¿quién sabe qué pueden hacer estos hackers?

¿Quién «Alguieneres?aquien le cortaron la cabeza». Lo que digas. ¿Por qué me envías estas fotos?

Mira, pedazo de mierda, no sé cómo lograste encontrarme en la Internet, pero estoy guardando to das las capturas de pantalla. Las llevaré a la policía.

La«¿Verdad?»plomería retumba con irritación. Trato de guardar la calma. Repito en voz alta que no puede ser real, que quizás algún adolescente del edificio se burla de mí mandándome estas imágenes. Pero, ¿hay adolescentes aquí?

«Tú lo «Creí¿Matastepediste».aesamujer?quepodríamosser

Bárbara».¿Bárbara?

20 «Ya te había dicho que mi vida es solitaria». TomoBasta.la laptop entre mis manos y pienso en arrojarla, pero recuerdo su precio.

Me levanto sintiendo que estoy a punto de rodar por una montaña. La puerta del baño se cierra con furia y los pestillos vibran nerviosamente. Los primeros rayos del sol atraviesan las persianas. Jadeo como si hubiera corrido un maratón. Me arrastro a la cocina evitando al inquieto refrigerador, y me sirvo un vaso de agua. Apenas tomo el primer sorbo cuando un estruendo me sobresalta. El vaso se rompe en el piso; el apartamento se contrae. Alguien llama a la puerta. Camino lentamente sin atreverme a dar el último paso. Otro golpe. Aprieto los dientes sintiendo un temblor bajo mis pies. Comienzo a marcar el 911 cuando suena mi celular.¿Quién es? ¿Ya borraste mi número tan pronto? Soy yo, Sergio, a quien echaste, ¿re cuerdas? escucho su voz detrás de la puerta . ¿Puedes abrir? Olvidé mis za patos y hoy tengo una reunión en la oficina. Escucharlo me desarma. Agarro la llave, la giro dos veces y abro la puerta, pero no encuentro a nadie. Al otro lado, la puerta del 702 está entreabierta. Las pa redes del pasillo tiemblan ansiosamente y las baldosas se hinchan en ondas hasta el apartamento de enfrente. Mi cabeza está en llamas. Trago saliva y bajo los ojos como un gancho en una línea de pesca. De la alfombra teñida de rojo, recojo el par de ojos amarillos de una lagartija.

JURO POR LO MÁS SAGRADO que acabo de ver una mosca salirle de la boca. Ese chico, que es mi hijo, ha entreabierto los labios y una mosca le ha salido del interior. Me ha revuelto el estómago. Está parado frente a mí. Sus brazos le caen flácidos a los costados. Su piel, casi transparente, deja ver sus finas y azuladas venas. No, ese chico ya no es mi hijo. Es un monstruo que tiene su aspecto: su mismo cuerpo menudo y frágil, su mismo rostro inocente. Quiero convencerme de que solo es una alucinación, que mi hijo aún está acostado luchando en sueños contra dragones, pero en lo más profundo de mí sé que mi hijo ya está muerto. Lo que veo parado ante la escalera que va al sótano es solo un cascarón, la fachada de lo que ayer fuera mi hijo.

―Hijo le digo, como para invocar su alma perdida. No se mueve. No contesta. Está clavado al suelo como un maniquí y me mira sin verme. Mira a través de mí. Me vuelvo, porque me siento intimidado. A mi espalda se encuentra el dormitorio principal de la casa, y dentro está mi mujer. Se está ta pando la boca y la nariz con las manos, y tiene una expresión de horror en los ojos, abiertos como platos, mientras observa la escena. A su lado se encuentra Jaimei, el curandero o chamán, como dice él . El hombre lleva con nosotros dos días. Ya ha purificado toda la casa, pero algo no ha debido salir bien.

Una mosca Fran Castillo

21

sé le dije , ya tengo un terapeuta. ―No esa clase de ayuda, hombre.

El tipo vino a casa, la revisó toda, habló con nuestro hijo, meditó un rato y llegó a la conclusión de que aquí había una presencia maligna que estaba provocando todos aquellos desbarajustes.

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Lo conocimos por mediación de Miguel Ángel, mi compañero de trabajo, al que le había narrado todas nuestras calamidades de los últimos meses, más por desahogo que por consuelo. A veces, también para satisfacer su curiosidad; Miguel Ángel es muy cotilla y siempre se quiere enterar de todo. Le conté cómo una madrugada vi que la lámpara de la mesita de noche se encendía y se deslizaba sola hasta caer al suelo y romperse, o cómo había sorprendido varias noches a mi hijo en su dormi torio manteniendo una conversación con alguien invisible, y cómo se me había helado la sangre cuando, al preguntarle con quién hablaba, me respondía que allí había un niño pequeño que había perdido a su mamá. ¿Sabes que hay gente que te puede ayudar? me preguntó una vez Miguel Ángel.Lo

Me habló de Jaimei y de lo que hacía para ganarse la vida. Yo era escéptico, y pensaba que solo eran anécdotas aisladas que debían tener alguna explicación racio nal que simplemente no alcanzábamos a comprender. Sin embargo, Miguel Ángel nos convenció a mi mujer y a mí para llamar al chamán o médium o lo que fuera.

¿Y qué debemos hacer ahora? le pregunté.

Parece muy poderosa —contestó—, no va a ser sencillo obligarla a dejar la casa. Llevará un Accedimostiempo.yélcomenzó con su tarea. Después de dos días de letanías, inciensos y cantos, y aún sin terminar, lo que logró fue enfurecer a esa presencia, porque, de repente, al anochecer del segundo día, encontré a mi hijo parado en el pasillo, pálido hasta la muerte, con la mirada perdida y con una mosca saliéndole de la boca.

La he notado recién entré en la vivienda dijo , pero quería asegurarme.

Una cucaracha me roza la pierna desnuda. Me estremezco y la agito de forma frenética para que Después de dos días de boca.saliéndoleunaperdidaconhastapasillo,hijoencontrésegundoanochecerrepente,porque,presencia,enfurecerlogróterminar,cantos,inciensosletanías,yyaúnsinloquefueaesadealdeldía,amiparadoenelpálidolamuerte,lamiradayconmoscadela

Samuel digo con la voz rota , soy tu padre, ¿me escuchas?

23 Miro a Jaimei a los ojos buscando una explicación.

Sigue hablándole me dice en voz baja y a distancia , intenta traerlo de vuelta a nuestro pla no. Tu voz le ayudará a conseguirlo. No entiendo por qué no actúa y me obliga a en frentarme solo a lo que sea que tengo delante.

Eres su padre, a ti te escuchará susurra, como si acabara de leerme la mente.

―Háblale! —me exclama Jaimei desde el inte rior del dormitorio. Noto la tensión en su voz. Está más preocupado de lo que aparenta.

Vuelvo la mirada a mi hijo, o a lo que queda de él. Lo siento más cerca, más grande, aunque no parece haberse movido.

El niño reacciona, por fin. Parece que el con sejo de Jaimei funciona. Samuel me mira y abre la boca, pero no habla. En lugar de palabras, sa len insectos de su boca. Moscas, abejas y polillas que se dispersan a su alrededor, en todas direc ciones, y enrarecen la estancia; cucarachas que bajan por su cuello y luego saltan al suelo con un vuelo errático y aterrador. Me paralizo. Oigo gritar a mi mujer.

¡Soy papá! grito, pero no convenzo a nadie, ni a mí mismo.

Las manos me tiemblan incontrolablemente cuando veo que el chico toma alien to. Quiere gritar algo pero, de nuevo, no puede. Vomita insectos. Una nube espesa de avispas y abejorros sale a toda velocidad de su boca y se dirigen hacia mí como dardos envenenados. Contengo el aliento. Mi cuerpo reacciona antes de que mi ce rebro se lo ordene y me tiro hacia atrás. No sé cómo levantarme; mis nervios no me dejan pensar con claridad. El muchacho está a unos metros de mí, por lo que solo un segundo después las avispas me alcanzan. Siento los primeros picotazos en las piernas. Me arrastro de espaldas por el pasillo hacia el dormitorio, apoyán dome en los antebrazos.

Entonces él también lo sabe. ¿Quién? —pregunto. El demonio que tiene dentro.

¿Qué te pasa? me pregunta, preocupado. Soy alérgico a las avispas respondo. Su rostro se ensombrece.

Cuando solo estoy a medio metro del umbral de la habitación, noto por fin como Jaimei se acerca por mi espalda agitando en círculos una almohada para espantar a las avispas. Consigue que la mayoría se aleje de mí un instante y lo aprovecha para agarrarme de las axilas y tirar de mí hacia la habitación. Mi mujer se apre sura a cerrar de un portazo en cuanto estamos dentro y pone una sábana delante de la puerta para cubrir el umbral, y así evitar que las avispas se cuelen por debajo.

¿Tu hijo lo sabe? Pues claro. Jaimei asiente con una desmedida expresión de horror.

24 se aleje, ella y otras dos que también se están acercando. Las moscas revolotean a mi alrededor con un zumbido ensordecedor.

Jaimei me ayuda a matar a las pocas que se quedaron adheridas a mi cuerpo como hienas que se niegan a soltar a su presa. Comienzo a respirar con dificultad, más quizá por la impresión de lo sucedido que por el propio efecto de las picaduras.

Afuera, las avispas siguen golpeándose contra la puerta.Nosmantenemos abrazados. Intento controlar mi respiración acelerada aunque sé que en cualquier momento necesitaré un médico. Estoy empapado en sudor. ¿Qué te pasa? me preocupado.pregunta,Soyalérgico a las avispas — ensombrece.Surespondo.rostrose hijo lo sabe?Pues claro. Jaimei asiente con tambiénhorror.expresióndesmedidaunadeEntonceséllosabe.¿Quién? pregunto. ―El demonio que tiene dentro.

El chamán se acerca a la ventana de la habitación y descorre las cortinas. Supongo que pretende escapar por ella, pero la reja de la ventana se lo impide. Se vuelve hacia nosotros, aprieta los labios y respira hondo. Está pensando, pero intuyo que no sabe qué hacer.

Se me hiela la sangre al oír esa palabra. Un demonio parece mucho más peligroso y mortal que una simple presencia.

Mi mujer se arrodilla y me abraza de forma histé rica. ¿Qué vamos a hacer? susurra una y otra vez entreNosollozos.losé respondo, mientras noto cómo se me empiezan a hinchar las piernas.

Miramos a Jaimei buscando respuestas. Él nos de vuelve la mirada con la cara desencajada. Es la primera vez que me enfrento a algo de esta magnitud —confiesa aterrorizado.

25

Abrazo con fuerza a mí mujer para contenerla y calmarla un poco, pues me da la sensación de que va a levantarse para abofetear al curandero. Yo también necesito golpearlo, y lo habría hecho si no fuera por la horrible quemazón que me sube desde las piernas.

―¿Tu

Gruñe y babea, y la baba le cae en la cabeza a mi mujer. ¡Estrella, corre! grito, pero es inútil.

Cuando ella mira hacia arriba y lo descubre, ya es tarde. El demonio con cuerpo de niño salta sobre ella, le clava sus garras en la espalda y en el pecho y le desgarra la cara a Observomordiscos.impotente cómo mi mujer cae al suelo de espaldas sin poder hacer nada para evitar el fulminante ataque. Entre dentellada y dentellada puedo distinguir horrorizado la cara de mi hijo detrás de la máscara del demonio. Está llo rando.

¡Mamá!inquietante.lavoz de Samuel nos sorprende desde el pasillo . Ayúdame. Mi mujer se levanta como un resorte. ¡Ya voy, cariño! grita, y corre hacia la puerta. ¡No! grita Jaimei . ¡Es una trampa!

26 Poco después, el golpeteo de los insectos en la puerta cesa y nos envuelve un silencio

Pero mi mujer ya no lo escucha. Su instinto se ha despertado y nadie puede impedir que intente ayudar a su hijo. Abre la puerta y sale al pasillo decidida a hacer lo que haga falta para salvar a su hijo, pero está vacío. Ni siquiera hay rastro de los insectos que inundaron hace solo un momento. Intento levantarme para seguirla pero el simple hecho de flexionar las rodillas es terriblemente doloroso; la hinchazón ya me llega a las ingles. Jaimei me ayuda a incorporarme, pero apenas puedo caminar.

Caigo de rodillas, alzo la vista y entonces lo veo. Agarrado al techo como una cucaracha, y encima de mi mujer, está Samuel. Sus manos y pies descalzos se han transformado en garras que se adhieren a las pare des sin dificultad. Su cara es solo un recuerdo de la que fue: está deformada en una horripilante máscara oscura de facciones angulosas y cuencas oculares hun didas. Mira hacia abajo girando el cuello hasta un punto antinatural, y sonríe con una boca exageradamente grande en la que se apilan dos filas de dientes afilados.

Hola, Jaimei dice con una extraña voz de mujer , ¿me recuerdas? Miro extrañado al curandero, que se humedece los labios y se debate entre el deseo y la repulsión. Ven conmigo dice el demonio. Jaimei duda, lo veo en sus ojos. Me mira con una expresión de terror, de confusión, y, sin decir nada, camina hacia el pasillo. ¡No! grito desesperado. ¿Qué va a hacer? ¿Se va a rendir así de fácil? ¿Cómo es posible que no se dé cuenta del engaño? El demonio abre los brazos para recibir al chamán. Jaimei también levanta los brazos, pero antes de fundirse en un abrazo que resultaría mortal, gira hacia la derecha y echa a correr. Lo oigo atravesar el salón y dirigirse a la cocina, donde se encuentra la puerta trasera de la casa. Quiere huir. No lo culpo, mi casa se ha convertido en un infierno. Caigo rodillas,de alzo la vista y entonces lo veo. Agarrado al techo como una cucaracha, y encima de mi mujer, descalzosmanosSamuel.estáSusypiesse unadeformadaquerecuerdocaradificultad.paredesadhierenentransformadohangarrasquesealassinSuessoloundelafue:estáenhorripilante máscara…

27 Mamá dice la bestia con voz de Samuel, mientras asesina a su madre , perdóname, mamá. Cielo santo susurra Jaimei a mi lado.

Ambos estamos paralizados por el pánico. El demonio repara en nuestra presencia. Nos mira y sonríe con sus dientes amarillos y puntia gudos. Se deshace de mi mujer y se centra en nosotros. Se yergue y parece alargarse. Las facciones de su rostro se dulcifican y le crecen dos exube rantes senos en el pecho.

Me levanto con lentitud. Siento ganas de vomitar, todo gira a mi alrededor. Miro al pasillo: ahí está Samuel, mi hijo, como si no hubiera pasado nada. Me devuelve la mirada con una sonrisa extraña, lasciva, que no es propia de mi hijo.

Estoy agotado, las piernas me arden y me cuesta respirar. Quiero huir, pero ¿adónde voy a ir sin mi familia? Sin ellos no tengo hogar. Miro a Estrella, detrás de Samuel, tirada en el suelo como un trapo. Es posible que aún siga con vida; quizá aún puedo salvarla. Quizá puedo salvar también a miDoyhijo.un paso; quiero enfrentarlo. Quiero intentarlo, aunque imagino cómo va a acabar todo. Me sonríe. Doy otro paso. Samuel abre los brazos. Papá me dice. Doy otro paso. De repente aparece Jaimei. Lleva una garrafa en las manos y la está vaciando por todos lados. Huele a gasolina. No huyó, solo fue al coche a por la garrafa. Se abalanza sobre mi hijo y lo empapa con el combustible. Samuel se revuelve, sorprendido.¡Corre! me grita Jaimei, mientras forcejea con el niño. No puedo correr. Doy otro paso, y luego otro. Cuando salgo de la habitación, Samuel ha sacado las garras y está despelle jando a Jaimei. Doy otro paso y después otro. Al entrar en el salón, oigo un clic a mis espaldas. Jaimei ha encontrado la manera de sacarse un zippo del bolsillo y encender la llama, mientras muere a manos de mi hijo. Jaimei arde. Mi hijo arde. Mi mujer arde. Todo el pasillo está en llamas. Noto el calor en mi espalda. El fuego avanza hacia el salón como una lengua gigante. Doy otro paso. Estoy sudando; empiezo a marearme. Oigo los gritos de dolor de mi hijo, que me parten el corazón. Se mezclan con los alaridos de angustia y rabia de la presencia que ha destrozado a mi familia, y eso es lo que me da la fuerza suficiente para dar un paso más hacia la puerta tra sera de mi casa.

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Entro a la cocina. Doy un paso más. Las llamas avanzan con velocidad, invadiéndolo todo. El demonio hace un último intento antes de sucumbir y obliga a lo poco que queda de mi hijo a arrastrarse en mi busca. Me alcanza. Agarra mi tobillo izquierdo con fuerza cuando ya estoy tocando el quicio de la puerta. Doy un salto con mi último aliento y me zafo de su garra. Caigo en el jardín y ruedo. Toda la casa está ardiendo. No soy capaz de levantarme. El dolor es insoportable. La pérdida es insoporta ble. La vida misma es insoportable. Sin embargo, me arrastro, me alejo despacio, clavando los codos en el suelo. Rezo y deseo que alguien llame a los bomberos, a una ambulancia, a un cura. Para cuando pierdo la consciencia, no sé cuánto me he en un hospital rodeado de médicos y de policías. Necesito que me cuente lo que ha pasado. Ya se lo he contado a su compañero. Ese era un policía, yo soy psiquiatra. ¿Cree que estoy loco? ―Solo quiero ayudarle. Entonces, ¿dice que un insecto salió de la boca de su hijo?Una mosca. Juro por lo más sagrado que vi salir una mosca de la boca de mi hijo.

Mealejado.despierto

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Hemos heredado la necesidad de crear y creer en entidades sobrehumanas desde nuestros ancestros primigenios, que inventaron dioses fantásticos que dominaban las fuerzas de la naturaleza para explicar el mundo que habitaban. Con el tiempo y el desarrollo de la imaginación, así como al entendimiento de algunos fenómenos naturales, los mitos fueron sofisticándose, aunque los dioses compartían formas, complejos y contradicciones morales muy parecidas a las humanas. Todas las grandes culturas fueron politeístas porque la naturaleza era tan vasta y compleja que, probablemente, asu mieron que no era posible que este mundo que fuera obra de una solaEsdivinidad.evidenteque ni los mitos ni los dioses han sido extirpados del pensamiento humano. Esta región del cerebro, predispuesta a la fascinación y a la credulidad, sigue presente en nuestros cerebros modernos. Sin embargo, y gracias a la curiosidad de las mentes in quietas, que muchas veces pagaron el precio del escepticismo con sus propias vidas, hemos logrado descifrar algunos enigmas que se

EL HILO ROTO

30 Un paso más allá Raúl Solís RAY BRADBURY ESCRIBIÓ QUE necesitamos fantasía para no morir de realidad. Por eso creamos historias: para satisfacer esta necesidad. Dentro de nuestras fantasías hemos creado toda clase de seres extra ordinarios, con formas y poderes sobrehumanos que casi siempre utilizan para castigarnos o aterrorizarnos.

Este tipo de incógnitas todavía nos son imposibles de responder, ya sea por lo limitado de nuestra tecnología o la inconmensurable distancia entre los posibles planetas que pudieran albergar vida. Pero aunque podamos reconocer estas limi taciones, y en momentos de mayor incertidumbre, nuestros cerebros tienden a re llenar los vacíos con quimeras. Esto no es un atributo menospreciable, como tal vez se podría deducir de lo anterior. La mente excitable es capaz de crear otros mundos y darles cauce en creaciones humanas como el arte. A esa fantasía se refería Ray Bradbury, que es la que nos hace falta para no morir de aburrimiento. Sin embargo, y desde hace al menos una treintena de años, la creencia en muchas de esas fantasías se ha salido de control. Hoy, las teorías conspirativas que dan por hecho que una raza alienígena de reptiles está infiltrada entre nosotros, por ejemplo, con un plan malévolo de dominación, está tan extendida, que incluso en algunos sectores de la población (cada vez más grandes) lo dan por verdadero.

La proclividad humana para fantasear no se limita a crear seres extraordinarios mundanos sino también civilizaciones interestelares. Gracias a esto, nuestra especie se lanzó a explorar el cosmos para descubrirlas. Primero, con la imagina ción: hay relatos de habitantes en la luna que se escribieron desde el siglo XV, y en los planetas de nuestro vecindario solar desde el siglo XVII hasta mediados del XX, como recoge Isaac Asimov en su Civilizaciones extraterrestres (1979), y argumenta que para la humanidad siempre fue posible imaginarse un universo lleno de vida que, sin embargo, fue despoblándose con los estudios y observaciones em prendidas más adelante. Cuando comprendimos que un universo así solo era po sible en nuestras fantasías surgió inevitablemente la pregunta: ¿estamos solos?

31 atribuían a la voluntad de estos dioses o entes mágicos. La observación metódica y disciplinada, la formulación de hipótesis, y la experimentación basada en el ensayo y error nos han permitido desvelar muchos de los misterios que nos rodean. La ciencia es una disciplina autocorrectiva que aprende de sus fallos y se cuestiona a sí misma. Sin embargo, la ciencia no puede prescindir de las disciplinas humanistas, que la acom pañan con una mirada crítica, ética y filosófica.

Este problema se agrava cuando son los mismos políticos y líderes de las naciones, que en su afán de ajustar la realidad a la retórica de sus teorías conspirativas, se valen de ellas, y al hacerlo las validan, para mantener o acrecentar su poder.

Debido al interés popular que provocan las seudociencias, la opinión pública, e incluso las agendas políticas se han volcado a ellas al grado de reducir, en países con problemas sociopolíticos y económicos profundos, como los de la América his pana, entre otros, la inversión en desarrollo e investigación científica y tecnológica.

Pero antes de abordarlos con detenimiento, hablemos del resorte que los cata pulta al poder: el miedo.

Como especie, somos seres con sentidos limitados y falibles que a veces perciben algo que no es real: una sombra vista de reojo, un rostro o figura humanoide en un trozo de madera, un ruido sordo en la lejanía. Por eso, cuando presenciamos algo

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Por sorprendente que pueda parecer, las seudociencias, que se presentan como disciplinas que estudian lo paranormal (todo aquello que la ciencia tradicional no puede explicar), se adjudican, cada vez, más adeptos. Esto puede explicarse, prin cipalmente, por la exclusión o desinterés por las disciplinas científicas que aqueja a buena parte del mundo, ya sea en las escuelas, como parte del programa de edu cación, o en la cotidianidad de las personas, que la encuentran aburrida, así como al mercado de consumo, que las encuentra muy lucrativas.

Del miedo a la locura El miedo no tiene una sola forma: varía de persona en persona, según la sociedad y el tiempo que le toca vivir. Hay miedos que han cambiado poco a través de los siglos, y mitos que solo han cambiado de entes fantásticos por otros más modernos: de las hadas y duendes a los santos y vírgenes; de los dioses, demonios y fantasmas a los alienígenas. Los relatos de las apariciones y contacto comparten similitudes entre ellos, pero el factor común es que solo le suceden a los creyentes, que se asumen como receptivos o elegidos.

Pero existe un lugar donde es posible encon trarse con una entidad maligna e invisible que es capaz de llevar a las personas escépticas hasta la locura. Según los relatos más fidedignos, el ente puede posesionarse de la mente de su huésped obli gándolo a pensar cosas que normalmente no pen saría. Mueve objetos por las noches, destruye cosas. Es violento y con pulsiones homicidas. No se sabe de dónde viene, qué forma tenga ni cuántos hay sueltos por allí. Pero una cosa es segura: cuan do entra en casa no hay forma de escapar. Su nombre es «El Horla».

Este es un relato cautivante de Guy de Maupas sant que narra en forma de diario. El protagonista, Muchas de esas fantasías se han salido control.de Hoy, las verdaderolovezsectoresalgunosquetandominación,planejemplo,nosotros,infiltradaderazahechoqueconspirativasteoríasdanporqueunaalienígenareptilesestáentreporconunmalévolodeestáextendida,inclusoen(cadamásgrandes)danpor.

33 inexplicable se activa, como un resorte, nuestra credulidad. Creemos estar frente a algo sobrenatural. Este puede ser el origen de los fantasmas: seres invisibles que pueden acosarnos desde el más allá. Estamos tan convencidos de su existen cia (porque tenemos relatos de ellos desde casi siempre) que tratamos de demostrarla con nuestros avances tecnológicos. Incluso, hay quienes se ostentan como expertos o especialistas en el tema. Son muertos que no han encontrado descanso eter no, afirman con contundencia. Así, las sociedades más alejadas de las disciplinas científicas son más propensas a la aparición de personajes como estos que, desde hace tiempo, pueblan los medios au diovisuales de gran alcance.

El temor a la locura de Guy provino de su hermano menor, Hérve, un hombre violento y con problemas mentales que fue internado en un hospital psiquiátrico, y que antes de morir, según se relata, le lanzó la amenaza fatal a Guy: «¡Tú eres el loco!» Desde entonces, el terror a la locura lo perseguiría hasta el momento en que comenzó a notar sus propios problemas mentales.

La técnica del diario permite que nos adentremos a los rincones de la mente del personaje, que está solo consigo mismo: por lo tanto, no puede mentirse, ni men tirnos. El primer temor que lo acosa es que pueda padecer alguna enfermedad incu rable. Pero pronto este temor se disipa cuando descubre que en su casa suceden cosas inexplicables y le surge otro todavía más grave: la posibilidad de estar vol viéndose loco.

34 cuyo nombre nunca sabemos, nos habla desde la intimidad. Conocemos sus hábitos, su estilo de vida despreocupado, la casa que habita y su posición social. Es un hombre culto, sensato. Incluso, podemos deducir que es feliz. Pero, de pronto, algo le sucede. Unas fiebres repentinas lo atacan. Consulta a un médico que le asegura que, físicamente, no padece ninguna enfermedad. Ante la insistencia de los sínto mas, le receta un tratamiento paliativo que no le sirve. Es entonces que comienza a preocuparse. Su salud mengua. No deja de tener pesadillas. Sabe que algo no va bien. Su carácter cambia: se vuelve nervioso, irritable. No sabe qué hacer.

Este fue un asunto que en la vida real obsesionó a Guy de Maupassant. Hijo de un comerciante y de una pianista, el escritor pasó parte de su infancia en un inter nado. Allí vivió experiencias deplorables en condiciones infrahumanas que lo marcaron de por vida. Cuando su madre, una buena amiga de Gustav Flaubert, lo supo, decidió sacarlo de allí para instruirlo en casa. El pequeño Guy se recuperó un poco, y gracias a su madre desarrolló el gusto por las artes. Su padre, un hombre alco hólico, fue motivo de algunos de sus relatos.

El protagonista de «El Horla» también nota que está enloqueciendo. Por eso decide irse de viaje pensando que lo que necesita es un cambio de aires. Pero olvida que no basta con alejarse de los problemas para hacer que desaparezcan. Cuando

Antes de terminar con «El Horla», y volviendo al grave asunto de los políticos que tergiversan la realidad para ajustarla a su retórica, cabe destacar que Maupas sant escribió un pasaje significativo sobre el peligro de la credulidad.

Quizás el temor más antiguo de la humanidad sea, como afirmó Lovecraft, el temor a lo desconocido. Pero es posible que el terror más profundo, más violento, que puede padecer una persona en particular, como lo muestran el protagonista de este relato y el mismo Maupassant, sea el de perder la razón.

Guy comenzó a sufrir de dolores de cabeza constantes, y a convertirse en un testarudo hipocondríaco que, en la búsqueda de un alivio, terminó volviéndose adicto al opio y sus derivados. Cuando comenzó a tener alucinaciones causadas por todos los estupefacientes que consumía, intentó suicidarse. Al no conseguirlo, su familia lo internó en un sanatorio, en el que moriría un año después.

El protagonista del cuento sabe que en el mundo existen los charlatanes que tratan de aprovecharse de los inocentes (al final del siglo XIX y durante algunas dé cadas del XX, se extendieron por Europa las sesiones espiritistas, las médium y el ocultismo, e incluso se llegó considerar una disciplina científica para estudiar estos fenómenos, llamada metapsíquica). Por eso, cuando le comienzan a suceder cosas inexplicables, no se arroja de inmediato a los brazos de la superstición: primero, desconfía de sus sentidos, a los que considera limitados: «¡Cuán profundo es el misterio de lo invisible! No podemos explorarlo con nuestros mediocres sentidos», exclama en los albores de sus malestares, y desea que tuviéramos órganos más po

35 vuelve a casa descubre que en realidad allí hay ser invisible. Lo descubre a partir de la observación de pequeñas pruebas que diseña para comprobar que no está imaginándose las cosas. O para ser más claro: que no se está volviendo loco. Para la mala suerte de Maupassant, él no pudo hacer lo mismo.

El peligro de la credulidad

Del modo contrario a Maupassant, el astrofísico Quizás el temor más antiguo de la humanidad sea, como razón.elMaupassant,mismoesteprotagonistaloparticular,personapadecerquemásmásquePerodesconocido.temorLovecraft,afirmóelaloesposibleelterrorprofundo,violento,puedeunaencomomuestranelderelatoyelseadeperderla

36 derosos para percibir con claridad aquello que no podemos ver. Pero se refiere a lo que hay dentro de una gota de agua o al viento, que se rompe en nuestros oídos en ondas sonoras. Luego, asume que se está volviendo loco cuando ve algo que no puede explicar: «¿Quién podrá comprender mi abo minable angustia? ¿Quién podrá comprender la emoción de un hombre mentalmente sano, perfecta mente despierto y en uso de su razón al contemplar espantado una botella que se ha vaciado mientras dormía?» Es un escéptico, también, de la revolu cionaria técnica de hipnotismo (le preocupan los efectos de sugestión que le causa a los hipnotiza dos), pero desconfía más de quienes la practican, como el médico que pone en trance a su prima, porque le preocupa que esta poderosa técnica sea usada por personas sin escrúpulos. Es esta preocupación la que motiva la reflexión sobre los gobernantes y sus gobernados. El Día de la República francesa, el protagonista escribe: «El pueblo es un rebaño de imbéciles, a veces tonto y paciente, y otras, feroz y rebelde. Se le dice: “Diviértete”. Y se divierte. Se le dice: “Ve a combatir con tu vecino”. Y va a combatir. Se le dice: “Vota por el emperador”. Y vota por el emperador. Des pués: “Vota por la República”. Y vota por la repú blica». También carga contra los líderes, a quienes considera tontos, pero de otra clase, necios y falsos.

37 y divulgador de ciencia Carl Sagan considera, en su libro El mundo y sus demonios (1995), que los políticos embusteros no son tontos porque saben aprovechar el miedo (ya sea a los extranjeros, a los que piensan o lucen diferentes a nosotros, o al «Estado profundo»: somos susceptibles a asustarnos con facilidad) y la confusión social para catapul tarse en la arena pública, y dice: «Tenemos resortes fácilmente accesibles que liberan poderosas emociones cuando se pulsan. Podemos ser manipulados hasta el más pro-fundo sinsentido por políticos inteligentes. Se nos presenta el tipo de líder correcto y, como los pacientes más sugestionables de los hipnoterapeutas, haremos gusto samente todo lo que él quiera…»

Según los diccionarios de la lengua española y el de Oxford, la posverdad puede definirse como un fenómeno social en la que la realidad es manipulada o distor sionada de tal modo para ajustarla a las necesidades u objetivos de una persona o grupo con un interés particular, y que apela principalmente a los temores, las creen cias y la emotividad de las personas. Esto crea una percepción sesgada de la realidad.

Las mentiras verdaderas Las fantasías de las teorías conspirativas cobran una tremenda fuerza cada día. Antes de las redes sociales y la popularidad de quienes han sabido explotar el peligroso fenómeno de la viralidad de las opiniones (la velocidad con la que se propaga un mensaje), los que afirmaban que la tierra era plana o que las vacunas causaban daños a la salud eran unos cuantos, estaban desvinculados de la opinión pública, y no se les tomaba muy en serio. Sin embargo, y ante el desinterés de los gobiernos e instituciones para acercar la ciencia a las personas, así como a distintos factores sociopolíticos a nivel mundial, como las continuas guerras, hambrunas y el empo brecimiento de los sistemas de educación, y gracias a la resonancia que ofrece la internet, las teorías conspirativas se viralizaron. A este período se le ha llamado «la era de la posverdad».

En un artículo de la BBC sobre el fenómeno de la posverdad, el filósofo britá nico Anthony Grayling propone el año 2008 como su probable origen, cuando el sistema financiero se quebró a nivel mundial, lo que creó una brecha en la desi gualdad social que no deja de crecer. El descontento abrió la caja de pandora: las instituciones perdieron credibilidad, y la estructura social se tambaleó. Entonces, los personajes antisistémicos cobraron relevancia cuando comenzaron a revelar hechos que, tanto los gobiernos como las instituciones, «nos ocultaban para enri quecerse y controlarnos». Las redes sociales les proveyó un megáfono sin prece dentes, así como una sostenida fuente de ingresos, lo que llevó a la réplica y explotación de este modelo de comunicación de forma desmesurada. Pronto se convirtió en una competencia en la que cada teoría cobraba más sentido mientras más des

Con sus habilidades retóricas (no siempre brillantes: más bien, de sonsonete cansino: «El discurso más sofisticado, aunque sea demagógico agrega Crespo-, llega a pocos. Así, el demagogo exitoso normalmente es burdo, confrontador y binario») son capaces de crearse un culto de fervorosos creyentes que los arropa, protege y apoya in cluso cuando haya evidencia suficiente para desenmascararlos, porque el culto al personaje no reside en la evidencia sino en el miedo y el resentimiento que ya han alimentado con sus irresponsables e incendiarias declaraciones. Pero, ¿cómo llegamos a esto?

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Los principales interesados en manipular la realidad son los políticos populistas y demagogos que se hacen pasar por antisistémicos y reformadores. Su combustible son el encono, la furia, la desigualdad y el descontento social que aseguran que van a combatir, pero no hacen más que acrecentarlos (pues si los comba tieran, como afirman, no podrían sobrevivir). Como su único objetivo es hacerse con el poder, son capaces de detectar el miedo y las debilidades sociales del mo mento que aprovechan para antagonizar a los grupos sociales, enemistándolos unos con otros, como lo explica el analista político mexicano José Antonio Crespo: «Mientras más burda, simplista y maniquea sea la demagogia, más alcance tendrá por ser más comprensible y agitadora en amplios sectores».

39 cabellada era. Y así pasamos de desconfiar de las instituciones políticas y financieras a dudar de la medicina, paleontología, la física y demás conocimientos científicos con el argumento de que hay un trasfondo oculto y malévolo en cada acto.

«Todo el mundo, por lo visto, tiene una opinión relevante», escribió Carl Sagan cuando vislumbró que este fenómeno se convertiría en un verdadero problema.

Lo que en teoría sería sencillo de refutar en las disciplinas científicas, con datos comprobables y estudios realizados por investigadores y sus documentos, se ha vuelto una guerra de opiniones y posturas. Los hechos no importan: importa que yo pueda decir que estoy en desacuerdo con algo, que creo en tal o cual cosa porque para mí esa es la verdad, y tú tienes que respetarlo porque mi opinión vale tanto como la tuya. Incluso, vale más que los hechos.

Pero también nos muestra la importancia de cultivar el pensamiento escéptico: «El escepticismo tiene por función ser peligroso. […] Si enseñamos a todo el mundo […] unos hábitos de pensamiento escéptico, probablemente no limitarán su escep ticismo a los ovnis, los anuncios de aspirinas y los profetas […]. Quizá empezarán a hacer preguntas importantes sobre las instituciones económicas, sociales, polí ticas o religiosas. Quizá desafiarán las opiniones de los que están en el poder». Para Sagan no hay duda: la ciencia es el antídoto contra este fenómeno, porque, como advierte: «Para los defensores de estas actitudes [desestabilizadoras], la ciencia es perturbadora. Exige acceso a verdades que son prácticamente independientes de tendencias étnicas o culturales». Así, la xenofobia, el racismo, la diferencia de credos u preferencia sexual, entre otros, dejarían se ser un tema con el que los políticos antisistémicos y los conspiranóicos puedan lucrar. De vuelta a la ficción Hasta ahora podría deducirse que trato de oponer fantasía contra ciencia, o de tomar partido diciendo que una es mejor que la otra, pero no es así. Al menos no

40 en el terreno especulativo de la ficción. Hay que recordar que muchos relatos fantásticos fueron precursores del avance tecnológico o científico, y muy probablemente, hasta fueron la inspiración para estos. Una mancuerna prodigiosa de ambos mundos son los estudios de Sigmund Freud, que se valió de pasajes literarios y mitológicos para ejemplificar o explicar algunos trastornos de la mente. Otros casos son los de Julio Verne, que ima ginó un navío sumergible capaz de surcar las pro fundidades de los mares; o el de Mary Shelley, que imaginó que la medicina sería capaz de trasplantar órganos y miembros de un cuerpo humano a otro, o devolverle la vida a los tejidos muertos. Que Ver ne proviniera de una familia de armadores de bar cos y marineros tal vez influyó en la invención del sumergible de Veinte mil leguas de viaje submarino: el Nautilus; y el que Shelley haya leído y dis cutido la polémica obra del médico Erasmus Dar win, que aseguraba haberle devuelto la vida a te jidos muertos, también pudo haber influido en la creación del doctor Frankenstein. Así que no: no se trata de antagonizar fantasía contra ciencia ni de señalar que una es mejor que la otra. Sin em bargo, y como asegura Carl Sagan (que también incursionó en la ficción) en el mismo libro: «Nos guste o no, estamos atados a la ciencia. Lo mejor sería sacarle el máximo provecho».

Así, el escritor que se nutre de varias discipli Los acrecentarlos.másperovanaseguransocialdescontentodesigualdadlasonSureformadores.antisistémicosporsedemagogospopulistaspolíticosrealidadmanipularinteresadosprincipalesenlasonlosyquehacenpasarycombustibleelencono,furia,layelquequeacombatir,nohacenque

41 nas es siempre un creador mucho más avezado, y sus posibilidades creativas se expanden para crear una obra más rica.

Si bien es cierto que el relato de Maupassant es fantástico, su personaje sigue el criterio del pen samiento escéptico. Porque un autor puede usar un mito, seres fantásticos o una teoría conspirativa para crear un buen relato, y no por ello creer en lo que está escribiendo. Es decir: que no es nece sario que un escritor sea un conspiracionista para crear una historia de estas características que sea creíble, ni tampoco para leerla y disfrutarla. La obra en cuestión solo tiene que ser creíble dentro de su propio universo. Empero, y sin reducir las opciones a una fórmula falaz y reduccionista, que para crear una obra sostenible de asuntos paranor males, que se define como aquello que no puede explicarse mediante la ciencia convencional, se deba estudiar alguna ciencia (porque no es así).

Sin embargo, que alguien pueda acercarse a cual quier disciplina científica para entender con más amplitud este mundo siempre será una buena idea. Sobre todo en estos tiempos de zozobra social.

El escritor que se nutre de disciplivariasnas es siempre máscrearexpandencreativasposibilidadessusmáscreadorunmuchoavezado,yseparaunaobrarica.

Juan 13:1 MARISELA PENSÓ QUE SE QUEBRARÍA en un llanto incontenible al llegar a esa casa, ahora tan vacía, con las cenizas de su madre en la urna, pero no fue así. Todas las lágrimas que le quedaban las expulsó en el velatorio; lágrimas de rabia y desesperación por la pérdida más dolorosa que había vivido hasta entonces. La pérdida de la persona a quien más había amado en toda su vida, incluso más que a su joven hija, Mariana, aunque eso jamás lo aceptaría. Entraron a la casa materna. Colocó la urna sobre la cómoda que había pertenecido a su madre. No había expresión notoria en su semblante, aunque sentía el pecho atosigado por un intenso anhelo de tener a su madre ahí con ella, a su lado, y no «llevar su recuerdo eterno en el corazón», como le había dicho el sacerdote después de la ceremonia de velación. Se quitó del cuello la cadena de plata que su madre le había obsequiado años atrás, de la que colgaba una medalla con una imagen grabada del Sagrado Corazón de Jesús, y la puso alrededor de esa urna de mármol blanquecino adornada con el dibujo en relieve de una cruz plateada.

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La cadena de plata Jovanni Flores Ramírez

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

43 Mariana no había podido llorar. No lo hizo durante la prolongada y tortuosa estadía de su abuela en el hospital ni tampoco cuando le avisaron que había muerto. Por el contrario: aunque la invadía la pena, sintió cierto alivio de que el sufri miento por fin había cesado. Tampoco lloró cuando vio el cuerpo en el velatorio. Se sintió como en un sueño, pues le parecía irreal que aquella muñeca embalsa mada dentro del ataúd apenas una imitación de persona fuera la mujer alegre y cariñosa que la había cuidado desde que era una niña. Cuando les entregaron las cenizas sintió un dolor profundo en el pecho, y ahora que habían regresado a casa con ellas se le atoraba la pena en la garganta, casi asfixiándola, y se le retorcían en el estómago la turbación y la angustia. Pero no lloró. Vio cuando su madre rodeó la urna con la cadena. Se acercó con la cabeza baja, solemne, y su madre, sin apartar la vista de la cadena, le dijo: ―Esta cadenita me la dio cuando estaba embarazada, para que el Sagrado Co razón me cuidara… y te cuidara a ti también. Una vez me dijo que, sin importar lo que pasara, su amor siempre permanecería con nosotras. Siempre, como el eterno amor de Cristo, que nos conduce por el sendero justo, trazado con su san gre, y nos protege de todo mal. Mariana se mantuvo en silencio. Esperaba que su madre rompiera en llanto una vez más, pero se sorprendió al ver la expresión impasible que tenía Marisela. Esa noche se quedarían allí, al cuidado de los animales de la abuela. Los her manos de Marisela llegarían al día siguiente, en distintos horarios pues se trasla daban desde varios puntos del país . Dos semanas antes, cuando la llamaron para avisarle que María Leonora había sido hospitalizada, Marisela no lo pensó dos veces y se trasladó de inmediato, junto con Mariana, hasta San Pedro, Coahuila, a doce horas de distancia. Tuvieron que sobornar al guardia del hospital para que Mariana pudiera entrar, pues estaba prohibido que lo hicieran los menores de edad. Se tur naron entre las dos para cuidar día y noche a María Leonora, que permaneció inconsciente la mayor parte del tiempo. Los médicos dijeron que le quedaban solo un par de días de vida, pero la agonía se extendió tres semanas, hasta que murió.

tres veladoras blancas for mando un triángulo, con la urna y la cadena de plata al centro. Cuando Mariana se asomó de nuevo a la habitación, notó que las llamas parecían danzar de forma hipnótica al compás de los rezos de su

Nadie más fue hasta San Pedro para acompañar a su madre, y ahora que había muerto, quegtambién,Leonora,conhijasiemprepadre.ladomunicipal,plaselpresentesestaríantodosparadepósitodecenizasenelanteónaldelasdesuMariselafuelamásatentaMaríayenuinamente,lamáslaamó.

44 Marisela tuvo que llamar a sus hermanos para darles la noticia. Fueron doce los hijos que María Leonora había dado a luz, y solo Marisela estuvo con ella durante sus últimos días. Ella les guardaba rencor porque nadie más acudió durante la emer gencia. Nadie más fue hasta San Pedro para acom pañar a su madre, y ahora que había muerto, todos estarían presentes para el depósito de las cenizas en el panteón municipal, al lado de las de su pa dre. Marisela siempre fue la hija más atenta con María Leonora, y también, genuinamente, la que más la amó. Quien más la amaba.

A Mariana le preocupaba su madre, que seguía contemplando la urna de mármol con la cadena alrededor, y cada tanto murmuraba algo ininteli gible que ella pensó eran plegarias por el alma de su abuela. Parecía inmutable, pero sabía que en el fondo estaba sufriendo. Decidió darle espacio para lidiar con sus emociones; para distraerse y ahogar un poco sus propios sentimientos, se dispuso a limpiar la casa. Había polvo por todas partes, pues la casa había estado completamente desatendida durante los días de convalecencia y muerte de Ma ríaMariselaLeonora.encendió

45 madre. Algo flotaba alrededor del improvisado altar. Pensó que podían ser partículas de polvo, visibles gracias a la tenue luz. Pasaron las horas; la noche estaba próxima. Cuando barría el patio, Mariana vio que su madre por fin había salido de la habitación de la abuela para lavar algo en el lavadero. Aquella escena le brindó un poco de tranquilidad, aunque algo den tro de sí le dijo que aquella paz sería momentánea, como la calma que precede a una gran tempestad que arrasará con todo. Sin embargo, era mejor ver a su mamá ocupada en una actividad cotidiana como esa que verla ensimismada observando las cenizas de la abuela. Mariana continuó con la limpieza, que le había funcionado como una buena distracción para pasar aquel momento difícil. Pensó que sería buena idea preparar algo de comer, pero lo descartó de inmediato. Sintió que su estómago rechazaría cualquier bocado, y estaba segura de que su madre tampoco tendría apetito. Entonces recordó que debía alimentar a las gallinas, pero se sentía tan exhausta que decidió recostarse en la cama de su abuela. Cuando era pequeña temía dormir en esa casa; siempre le pareció escuchar ruidos extraños provenientes del gallinero. En ocasiones, el gallo cantaba impetuoso en medio de la noche y ella se despertaba asustada. Mientras recordaba todo aquello, poco a poco, el cansancio la arrastró al sueño… Mariana volvía a ser una niña que jugaba en el patio de la abuela. Curioseaba en los gallineros en busca del huevo que alguna gallina hubiera puesto. Su plan era tomarlo sin que se dieran cuenta. Temía recibir algún picotazo, pero valdría la pena, porque cuidaría de ese huevo y lo mantendría cálido hasta que el cascarón se agrietara y el milagro ocurriese… Encontró un huevo, que era enorme, como un huevo de avestruz. Mariana abrió la puerta del gallinero y lo sacó presurosa; ninguna gallina lo notó. El huevo estaba tibio. De pronto, comenzó a vibrar. La pe queña lo sostenía, asombrada. Algo comenzó a golpear el cascarón desde dentro, y entonces algo brotó de él. Era una sustancia negra y viscosa que desprendía un vaho maloliente. Mariana se sintió aterrada porque advirtió que se trataba de algo peligroso, maligno, que quería hacerle daño. Aquella cosa siguió brotando del

46 huevo, manchándole las manos y recorriendo su cuerpo hasta casi cubrirla por completo. Desesperada, Mariana quiso gritar, pero no pudo hacerlo: su boca no emitió ningún sonido. El terror se ha bía apoderado de su cuerpo, como la cosa negra que la envolvía, y ahora la consumía. Pero no con sumía su carne; de algún modo Mariana supo que aquello estaba devorando su espíritu.

Despertó sobresaltada y a punto de llorar, sintién dose todavía como una niña. Un momento después consiguió despejarse de la bruma de aquella pesadilla, aunque no pudo evitar sentirse perturbada. Entonces notó que la urna de mármol estaba abierta, y que ya no estaba ahí la cadena de plata con el Sagrado Corazón.

¡Mamá! la llamó a gritos, desconcertada y sintiéndose todavía como en un sueño. No obtuvo respuesta. La casa estaba en un silen cio inquietante. No escuchó el cacareo de las galli nas, ni el canto de las aves de la abuela. Mariana se levantó y se acercó a la urna con la intención de cerrarla, pero por algún motivo no se atrevió. ¿Por qué su madre la había abierto? Ad virtió que alrededor de la cruz que adornaba la urna de mármol había sido dibujada, como por un dedo sucio, una extraña figura conformada por triángulos y círculos concéntricos. Las veladoras, consumidas por completo, ahora se habían convertido en masas amorfas, ennegrecidas y siniestras. Sintió espíritu.devorandoaquellosupomodocarne;conPerolaenvolvía,negracomodehabíaElningúnbocapudogritar,MarianaDesesperada,quisoperonohacerlo:sunoemitiósonido.terrorseapoderadosucuerpo,lacosaquelayahoraconsumía.nosumíasudealgúnMarianaqueestabasu

47 que se precipitaba en un abismo: la inquietud le oprimió el pecho…, como un huevo que se rompe desde dentro. Asomó por la ventana y vio que en el tendedero del patio, en la oscuridad, estaba colgado el camisón que María Leonora solía utilizar cuando se encontraba en casa, durante las noches calurosas como aquella. En el centro de la prenda, Mariana notó un trazo similar al de la urna. Pero no había rastro de su madre, así que pasó a la habitación contigua. Allí la encontró. Marisela reposaba en una silla de mimbre colocada frente a la puerta que daba al patio.¿Qué haces aquí, mamá? ¿Tú abriste la urna? Marisela se quedó callada, con la mirada inexpresiva clavada en la puerta del patio.Mamá, me estás asustando. Dime, qué pasa. Qué son todos esos símbolos rogó Mariana al tiempo que notaba que su madre sujetaba entre las manos, recu biertas de un polvo grisáceo, la cadena de plata . Dime qué hiciste. Por primera vez en aquel día, Marisela miró a su hija a los ojos. Alimenté a las gallinas. Eso hice. Y al gallo. Y a los pájaros: al zenzontle y a los jilgueros… La tortuga no quiso comer.

―Pero…, la urna. Está abierta, mamá. Tú la abriste. Dime por qué. Marisela miró una vez más a la puerta que separaba a la habitación del patio central.¿Te acuerdas del pueblo donde nació tu abuelita? Un pueblito en el desierto, entre Chihuahua y Coahuila… Ya no queda nadie ahí. ¿Recuerdas? Fue fundado por los numunuu. Un numunahkahni —un conjunto de familias, que los españoles llamaban «ranchería» se asentó en esa tierra luego de adoptar el cristianismo. Ellos son nuestros ancestros, Mariana. Ellos tenían una conexión directa con Dios, aunque lo llamaban Manitu, el Dador de Vida, la Gran Conexión Espiritual entre las ánimas. Dios, nuestro señor, su hijo Jesús y el Espíritu Santo. Las lágrimas brotaron de los ojos de Mariana, que la escuchó esperando encon trarle sentido a lo que su madre acababa de decir. Albergaba la esperanza de que

Los animales sirven de guía a las almas per didas. Nuestros ancestros lo sabían. Yo alimenté a las gallinas y al gallo y al zenzontle y a los jilgue ros. Aunque la tortuga no quiso… Ahora le servi rán de guía para que pueda volver con nosotras. Esta cadena dijo mientras miraba a su hija de nuevo es la prueba de su amor divino e inque brantable. Tu abuelita nos ama, como Jesús. Nos ama tanto que murió por nosotras…, y también resucitará por nosotras. Los animales la guiarán de vuelta. Ella volverá.

Advirtió que alrededor de la cruz adornabaque la urna de mármol había siniestras.ennegrecidasmasasconvertidosecompleto,consumidasLasconcéntricos.círculostriángulosconformadaextrañasucio,pordibujada,sidocomoundedounafiguraporyveladoras,porahorahabíanenamorfas,y

48 al final todo se aclararía, pero en ese momento su mente agobiada no podía hilar sus pensamientos.

A Mariana le pareció una sinrazón lo que aca baba de escuchar. Quiso decir algo, pero no encon tró manera de hacerlo. Entonces, de un momento a otro, las gallinas comenzaron a cacarear estruendosamente, y el gallo cantó con más ímpetu que nunca. El zenzontle y los jilgueros se unieron al concierto. Mientras tanto, pesados pasos se escu charon tras la puerta. Luego, un golpeteo. El huevo se rompe desde dentro… ―¡No, mamá! ¡Tienes que dejarla ir! —gritó Ma riana sacudiendo a su madre . Existen puertas que no se deben abrir porque hay cosas malas allá afuera que se aprovechan de nuestro dolor. Yo soñé con una. Amamos a mi abuelita, y la amaremos por siempre, pero ahora está muerta y tenemos que dejarla ir.

La puerta fue golpeada nuevamente con violencia; las aves no cesaban su escándalo, semejante a un conjunto de risas agudas e histéricas. Por favor, mamá rogó desesperada . Es lo que ella hubiera querido. Que la dejáramos descansar. Que nosotras viviéramos… Marisela comenzó a llorar como una chiquilla y Mariana se acercó para abra zarla. Mi mami… Murió mi mami gimoteó la mujer desconsolada, apretando a su hija entre sus brazos, quien también lloraba. Sí, murió. Pero nunca la olvidaremos. Marisela miró a los acuosos ojos de su hija y por un instante la vio otra vez como una niña, y en el reflejo de esos ojos infantiles se vio a sí misma: otra niña pequeña llorando desconsolada. Luego miró sus manos manchadas de gris plomizo y supo que todo aquello estaba mal. Apretó la cadena contra su pecho y, con de terminación, se puso de pie frente a la puerta. Mi madre murió dijo con voz firme , pero mi hija y yo seguiremos ade lante y estaremos bien. La violencia de los golpes aumentó; parecía que la puerta cedería. Mariana imaginó que comenzaba a agrietarse y que tras romperse por completo entraría algo con la apariencia de la muñeca embalsamada que tenía el cuerpo de María Leo nora cuando la vio en el ataúd, vistiendo el camisón que su madre preparó para la ocasión. Sonriendo, les diría con voz chirriante: No lloren más, ya estoy de regreso, mis niñas. Marisela continuó, a gritos: Su partida nos destroza el corazón, pero tenemos que continuar con nues tras vidas. ¡Seas lo que seas, tú no eres mi madre, así que márchate ya! ¡No per teneces aquí! ¡Te ordeno que te vayas!

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En ese instante los golpes se detuvieron y los animales se callaron. Madre e hija se unieron en un abrazo reconfortante, sosegando sus corazones desolados por el llanto.

50 Pasaron las horas. Marisela y su hija siguieron abrazadas, y se les escapaba algún sollozo de cuando en cuando. La casa volvió a quedar en silencio. Afuera, las gallinas yacían muertas sobre la masa sanguinolenta de sus entrañas, que habían expulsado al morir. El gallo expiró con la cabeza atorada en uno de los hexágonos de la malla del gallinero, ahora asediado por un enjambre de ruidosas moscas. Los cadáveres del zenzontle y el jilguero eran asaltados por una legión de asqueles que llegaban en formación; una larga y recta línea que se extendía por la pared, desde el hormiguero hasta las jaulas. Entonces la tortuga asomó la cabeza de su capara zón y comenzó a avanzar con calma, desperezándose, hasta llegar al rincón más iluminado del patio para bañarse con los primeros albores del cielo de ese nuevo amanecer.

51 El último hombre Arturo Hernández González 1305 Cotton Mather Street Regret Hall, Room 505 Camden, NJ, 08101-6665

Agradezco los buenos deseos que junto con su carta me ha enviado y quisiera poder corresponder a ellos, pero desgraciadamente la sola pro nunciación de su apellido bastó para helarme la sangre. Y es que me so licita usted un testimonio detallado sobre lo sucedido con su padre cuando estuvo bajo mi mando en Vietnam. Lo cierto es que mis palabras no pueden ser lo que usted espera, y aunque intente tranquilizarme de antemano diciendo que es un hombre de mundo y que tiene la forta leza para asumir la historia tal y como le sea transmitida, yo debo con tradecirlo. Usted aduce, con evidente ignorancia, a fragmentos nauseabundos de obras literarias como las de Baker y Hasford para ilustrar su conocimiento sobre el horror de esa guerra, pero déjeme recordarle que fuimos nosotros, los bravos estadounidenses de antaño, los que toma mos la responsabilidad de llevar el infierno a esos cerdos comunistas. Nuestra misión era pacificar el país a través de la sangre y no me avergüenza decirlo. Nos separa el tiempo, y por lo visto, también nuestras convicciones, pues para usted la guerra parece ser tan solo un invisible demonio que se llevó a su padre, pero la verdad es que él estaría de

ESTIMADO SEÑOR RELISH:

52 acuerdo conmigo en que a veces debemos convocar fuerzas más terribles que nuestra triste imaginación humana para conseguir nuestros objetivos. La libertad de esta gran nación y la paz del mundo son ganancia suficiente como para desear estrechar las manos de todo el averno. ¡No lo olvide!

Con patética ingenuidad garrapatea usted en su carta que está seguro de poder confiar en mí para llegar a la verdad, pero ignora por completo que la verdad es la primera baja en todas las guerras y que nunca nadie podrá poner en palabras todo el horror que transmiten las cosas cuando están condenadas a la degradante peste de la muerte. Todo lo que se lleva consigo a la batalla: la carne y los huesos, la foto grafía de un ser amado, el cartucho de la primera bala disparada, la añoranza de días más simples y mejores…, todo es groseramente susceptible de quedar con vertido en una patética piltrafa que rebota y se desangra sobre la tierra después de que se ha cometido un craso error, digamos, el de pisar un explosivo. Porque esa es la tarea de las minas: la igualación cárnica. Tomar el conjunto en sí de lo que somos y brutalizarlo hasta dejar tan solo sucios pedazos de carne indefensa. Sepa entonces que lo que escribiré aquí es todo lo que puedo decirle en realidad. Y es pero que pueda perdonarme… Su padre, un verdadero marine, fue reubicado, como muchos de nosotros, des pués del fiasco de Khe Sanh y enviado a una zona segura para recuperarse antes de volver a casa. Había cumplido su tiempo de servicio durante el sitio y estaba feliz de salir con vida de la zona de peligro. Yo, en cambio, había perdido reciente mente a toda mi tropa y mi brazo izquierdo a manos de un francotirador en la cordillera de Co Roc, en Laos. Por aquel entonces yo era sargento primero y debía presentarme para instrucción sin importar nada. Así que nos pusieron juntos en un viejo White Scout de la segunda guerra, que tenía la orden de atravesar el verde infierno de la jungla para llevarnos a salvo hasta la base de Tự Sát, a un kilómetro de Ho Chi Minh. Allí debíamos recoger a un corresponsal y a un cabo para llevarlos hasta el puesto de avanzada de Tội Lỗi. Una vez ahí nos separaríamos. Esa era la instrucción.

El corresponsal resultó ser un viejo amigo de su padre. Habían sido compañeros en el Centro de Instrucción del Cuerpo de Marines de San Diego.

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Durante todo el viaje estuvieron hablando de los amigos caídos y de lo hermosas que eran sus M60. Los hombres de fiar siempre se enamoran de sus armas, pues saben bien que uno viene al mundo dos veces: la primera, cuando tu madre te obliga, y la segunda, cuando matas a tiros a un enemigo de la libertad. Yo guardaba silencio intentando ubi car rostros en el enmarañado dolor de los recuer dos. Los hombres a los que tan solo unas horas antes les había confiado mi vida ahora se estaban pudriendo a la sombra de los falsos cipreses, y yo, sin excusa, seguía respirándolos junto con el he dor penetrante del napalm y la pólvora. Todos nos convertimos en una bofetada de mal olor tarde o temprano, pero estoy seguro de que mis camaradas estadounidenses olían mejor que esos malditos vietcongs. Su padre, señor Relish, me preguntó entre risas cómo debíamos bautizar al pequeño «regimiento» que la suerte nos había hecho conformar, y respondí, mientras me abandonaba al sueño, que Thoglust Delta estaría bien, en honor a misUnacaídos.fuerte sacudida me despertó. El vehículo se había estrellado contra un árbol, pero lo que más me alteró fue hallarme completamente solo. Los ruidos de la selva simulaban un murmullo in Ignora completoporque la verdad es la primera baja en todas guerraslasy que nunca nadie podrá poner en palabras todo el horror batallaconsigoquemuerte.pestedegradantecondenadasestáncosastransmitenquelascuandoaladelaTodolosellevaala

Un grupo de cuatro vietcongs estaba reunido alrededor de un cadáver. Del abdo men, abierto en canal, uno de ellos había extraído los intestinos y se entretenía haciendo un nudo con ellos. Decidido a corroborar si el cuerpo pertenecía a alguno de mis hombres, me acerqué más, sin quitar ni por un segundo el dedo del gatillo. No sé si di un paso en falso o si uno de ellos me descubrió por el movimiento que mi sombra dibujaba en las pálidas rocas, pero lo que sé es que no pude evitar gritar cuando se volvieron hacia mí al mismo tiempo. El primero a la izquierda

54 descifrable de voces, pues sus confines son como un gran estómago en el que todo se desvanece y extravía. Había caído la noche, y contraviniendo toda mi experiencia me puse a gritar esperando una respuesta cualquiera de mis compatriotas. Me en loquecía pensar que nadie pudiera escucharme debido al famélico ruido de la jun gla. Sentía como si la piel de un ser extraño me hubiera crecido en los oídos y me condenara a vagar directamente hasta las fauces de un oscuro peligro. Y cuando estaba por gritar de nuevo, me pareció ver entre los bajos arbustos, tenuemente iluminado por la luna gibosa, un rojizo gusano gigantesco que se arrastraba y se perdía detrás de la sombra de tupidos helechos. Me acerqué apuntando con mi M16, cuidando de no hacer más ruido. De haber sido una emboscada habría delatado demasiado pronto mi situación y seguramente habría terminado como mi extinto pelotón. No parecía haber ninguna amenaza. Me confié a mis propias fuerzas e intenté concentrar mis sentidos en el enigma que me rodeaba. Si los hombres habían saltado del vehículo antes del accidente; como todo parecía señalar, entonces no tenía forma de adivinar su ubicación. Los marines deben ser capaces de correr tres kilómetros en quince minutos, y el te rreno descendente parecía favorecer la retirada. Estaba por mi cuenta, solo bajo la estéril luz de la luna, pero decidido a no perder a más de mis soldados. Apartando el follaje con la boca de mi arma, di un paso hacia lo que parecía ser un estrecho claro rocoso dominado por un joven árbol Po mu. Oculto tras las pesadas hojas de los helechos presencié una escena tan horrible que me hizo pensar en llevarme el fusil a la frente para volarme los sesos.

55 sostenía en las manos sus propios ojos. Las cuencas vacías sangraban profusamente mientras hablaba para sí mismo en voz muy baja. El segundo cargaba con sus orejas mutiladas y lloraba como un niño, estremeciéndose, temblando. El tercero se había cortado la lengua, pero sonreía escu piendo pequeños coágulos negros sobre el último hombre. Este se había extirpado la piel del rostro y cerraba con manos temblorosas el infame lazo de Siguierontripas. con su inmunda tarea como si mi presencia no les hubiese afectado. Les grité para que se detuvieran e incluso disparé una vez al aire para amedrentarlos. Comprendí de golpe que aque llo que había confundido con un enorme gusano era en realidad ese largo enredo de vísceras, y me vi forzado a vomitar. El último hombre lanzó la improvisada cuerda sobre una de las ramas del Po mu y condujo al edípico vietcong hasta un dogal que había anudado en el extremo colgante. Apro vechando el efecto de polea que obtenía por la altura del grueso brazo del árbol, el verdugo consiguió elevar el cuerpo de su camarada, que se agitaba como si la tierra le mordiera los pies, hasta que, sin más, se quedó quieto. Y aunque se balanceaba todavía levemente como un péndulo sobre la oquedad que a sus pies auspiciaba el terreno y la soga rojiza, su inmovilidad era como un extraño milagro apagado y sin término.

Apartando el follaje con la boca de mi arma, di un paso hacia lo que parecía ser un estrecho claro sesos.volarmeallevarmehizohorribleescenapresenciéhelechoshojaslasmu.jovendominadorocosoporunárbolPoOcultotraspesadasdelosunatanquemepensarenelfusillafrenteparalos

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Odié con un odio más profundo que el que había sentido hasta entonces a todos los vietnamitas del mundo y maldije tanto como pude el aberrante ritual que había presenciado. Corrí lo más rápido que me fue posible mientras la memoria, entre mezclada con el pánico, me guiaba sin astucia en dirección a Tội Lỗi. Caminé du rante tres días perseguido por todas las imágenes horribles que me habían alcanzado a lo largo de la guerra, pero yo, un bravo guerrero de la libertad, me convencía de que ese infierno en la tierra era un precio muy bajo y que de tener que volver a vivirlo todo, lo haría sin flaquear un solo instante.

Después de aflojar la cuerda del cuello quebrado y apartar el cuerpo del primer hombre, el verdugo repitió el proceso con los demás desgraciados, y de la misma manera se quitó la vida al final, solo que dejándose caer lentamente mientras la cuerda, atada al tronco del árbol, hacía su trabajo. Me senté en el suelo, enfermo más que asqueado y profundamente perturbado por mi falta de fuerzas para dis pararles y acabar con ese macabro teatro de mierda. Decidí retirarme y volver a buscar a mis hombres.

A la tercera noche me pareció que el bosque susurraba de nuevo aquel ruido insano que invitaba a la locura. Caminé, señor Relish, apuntando con mi arma durante horas y horas. Las lágrimas se me salían de los ojos, cansados de nunca par padear, pero no era llanto. Era mi alma que se había roto en un líquido lamento por el dolor inenarrable que la humanidad se agencia y procura siempre con estú pido afán. Hacía calor aunque ya solo quedaba la luna en el misterioso firmamento sin estrellas. Y la voz de su padre, un quejido disminuido por la locura, me golpeó el pecho como ninguna munición podría haberlo hecho jamás. El arma se me es capó de las manos y me eché a llorar mientras mis hombres llevaban a cabo la misma y torpe atrocidad. El estómago del cabo estaba abierto por completo con un tajo limpio y a pesar de que los intestinos asomaban por sobre la piel parduzca, el conductor, el corresponsal y su padre, permanecían en pie interpretando la despreciable pantomima que ya había contemplado antes con tanto horror.

Puedo jurarle por el recuerdo de mi madre que intenté hacer que me compren

57 dieran. Gasté aún la mitad de la noche hablando con ellos, suplicando patéticamente y escupiendo después una disculpa tras otra por lo que debía hacer. Ellos señalaban los intestinos con frenéticos movimientos de cabeza… como suplicando que los matara. No espero que lo entienda, señor Relish, pero era mi deber. Me acerqué por la retaguardia del grupo y le disparé a cada uno al tiempo que encomendaba mis acciones y mi juicio al dios de mi patria; al dios en el que todos confiamos. Al volver a la base presenté mi informe. Tuve que detallar lo que había visto. Fui degradado y se me condenó a una larga estadía de rehabilitación en el manicomio Blackwell de Nueva York. Cuan do me dieron de alta recibí una carta. El sargento Jeffrey C. Davis, del noveno regimiento, me in formó que yo no había sido el único en rendir un testimonio como aquel. Los casos eran numerosos e incluso el ejército llegó a contratar historiadores locales para investigar los hechos. Idénticos inci dentes de locura colectiva, automutilación y suici dio, en más de 165 escuadrones a lo largo y ancho del país ocupado durante ocho años los convenció de que había algo más en la selva que pequeñas guerrillas del FNLV. Transcribo a continuación para usted solo lo que corresponde: Sucede en las noches de mayo. Todos los hombres que sobrevivieron, enloquecieron poco después, y la mayoría terminó ahorcándose. Los locales lo llaDespués de aflojar la cuerda del cuello quebrado y apartar el cuerpo del primer hombre, el verdugo repitió el proceso con los desgraciados,demás y de la trabajo.árbol,troncocuerda,mientraslentamentedejándosesololamaneramismasequitóvidaalfinal,quecaerlaatadaaldelhacíasu

Por favor, no vuelva a escribirme. Si es usted un buen hombre y desea com pensar la honestidad que intenté aguantar en estas páginas, con su odio me es más que suficiente. No deje de maldecir mi nombre y la piel que le estorba a mi rostro. Su padre, un verdadero marine, fue uno de los cinco miembros del breve batallón Thoglust Delta… y yo soy, sin excusa, muy a pesar mío, el último hombre.

Ese cabello níveo es como un capullo, según entiendo. Su caso, sargento, es muy interesante porque usted no llegó a verla nunca. (...) De no haber estado dormido durante el trayecto, hoy estaría muerto. Gracias por el gran servicio que prestó a su país y a sus hombres. Su nación se lo agradece. Espero que esta carta mía le sirva de algo, señor Relish. No puedo decirle nada más. Durante los últimos años he pensado mucho en mi suerte. Y aunque intento convencerme todas las noches de que lo que hice fue por piedad, no puedo dejar de temer que lo haya hecho porque en realidad es el trabajo destinado al último hom bre. Yo, al igual que ese infeliz vietcong, asesiné a mis compañeros. ¿Quién podría asegurarme que él, tal como lo hago yo ahora, no estaba convencido de actuar por misericordia? Tal vez así es como funcionan las diminutas maquinarias de la locura…

58 man Kasu. Se presenta como una blanca maraña de cabellos de la que intentan escapar manos con apariencia humana. Quienes la ven, sufren terribles alucinaciones en las que se les presenta una mujer a la que le cuelgan su corazón y sus intestinos.

59 Sïkwame Yesenia Jasso

TODAS LAS MAÑANAS, una caricia acanelada de frijoles negros con epa zote y guajillo tostado rozaba el interior de mis fosas nasales. Esa era la seña para anunciar la llegada del día en la casa de mi abuela Sósima, donde siempre había comida en el fogón y algunas plumas iridiscentes en el piso térreo de la cocina que yo atribuía a los gallos y los zanates que rondaban en el corral del patio trasero. Mi abuela, una recia india purépecha, me crió y anduvo conmigo todos los caminos que la vida de para a una madre, después de que mi mamá, Toña Negrete, muriera cuando yo era apenas un bodoque. Recuerdo mi infancia entre el aroma de las yerbas y comida exquisita, pero también entre llantos, sudores, gritos, y la luz que penetraba por primera vez en las diminutas pupilas de muchas criaturas. En todo San Miguel Tocuaro y alrededores, no había nadie que ayudara a traer niños al mundo mejor que mi abuela. Además de comadrona, era una curandera capaz de aliviar dolores atroces a base de sobadas y menjurjes. Con el tiempo aprendí de ella a ayudar a las mu jeres a parir, a cocinar y a curar con yerbas.

Sósima Padilla no era solo una mujer de remedios y cocina: también estaba llena de historias. Cada noche tejía relatos increíbles que, al calor de su fogón y de mi chocolate con bolillo chopeado, me alborotaban el alma, en tanto que ella tomaba su café con canela y anís que de niña siempre me negó, pues aseguraba que el café era una bebida solo para adultos.

―¿Tú has visto a una sïkwame alguna vez? —le preguntaba entonces a mi abuela.

60 Asómate por la ventana, allá, onde la Sierra de los Agustinos me decía mi abuela con tono muy serio . Si pones atención, en las noches como hoy, donde no hay bruma, se pueden ver volando unas bolas de fuego. Esas son las sïkwame… lasLasbrujas.historias de las brujas eran las preferidas de mi abuela, y a mí siempre me provocaron una fascinación inexplicable. Entre curiosidad y miedo, yo abría los ojos exorbitantemente intentando ver alguna de esas mentadas bolas de fuego.

¿Cómo son las brujas, abuela? ¿Para qué salen a volar? Se dice de todo, Socorro. Hay quien dice quesque son horribles mujeres que reflejan en sus ojos las mismitas llamas del infierno. Otros dicen que son preciosas, con un brillo en la mirada que no tiene ninguna mujer. Unos dicen que salen a volar para alimentarse de la sangre de niños recién nacidos y sin bautizar; otros, que salen a encontrarse con más brujas para hacer fechorías.

¿Y tú a quiénes le crees, abuela? A todos. Creo que lo que esas gentes miran y a veces inventan depende más de lo que cada una trae por dentro. Pero hay algo en lo que todos dicen lo mismo: vuelan y no tienen pies. Se los quitan antes de salir de sus casas, los dejan escondidos debajo del fogón y no pueden regresar a su forma normal hasta que se los vuelven a poner. Dicen que hay talamontes que, después de verlas por la noche, han bajado locos de la sierra. ¡Por eso nunca te debes despertar hasta que huelas los frijoles puestos, Socorro! Eso tienes qué prometérmelo.

Lo prometo, abuela con mi manita hacía la señal de la cruz y la besaba a modo de juramento— . Entonces, ¿en el día se ven como cualquier mujer? Así mero. Cualquiera puede serlo. Más bien, cualquier mujer podría ser una bruja. Las brujas son muy sabias, muy poderosas. La gente a veces le tiene miedo a lo que no entiende, y desprecia a quien conoce más cosas. Yo seré una vieja sin mucho mundo, pero he visto harto a lo largo de mis años y sé que una de las cosas más peligrosas es el miedo.

Para esos momentos, la cocina se empezaba a llenar de humo y se percibía más intenso el tufo a leña. Los maderos crepitaban anunciando que se terminarían de consumir. Mi abuela levantaba la vista al techo de tejamanil y me decía con voz muy firme:Esoluego te lo cuento. Ya vamos a dormirnos, que mañana me tengo que parar temprano. Es tu santo y me toca hacer tus corundas. Además, tú tienes que ir a la escuela. ¡Y no te olvides de to marte el té pa tu dolor de espalda, niña! ¡Ay, cómo disfrutaba de sus corundas con salsa roja y queso! Y aunque nunca me gustó su sabor, esa infusión entre amarga y agria era lo único que lograba aliviar el dolor que fustigaba mis omópla tos todas las noches desde que comencé a ir a la primaria. Entonces, mi abuela, sin profundizar demasiado, me explicó que se debía a una singular condición de familia, y que cuando creciera dejaría de provocarme molestias. Me decía que mientras ese momento llegara, yo no podía dejar de tomar el menjurje que ella misma me enseñó a preparar con increíble esmero. Sósima Padilla era una mujer dulce, pero estric ta con respecto a la limpieza, la disciplina, y sobre todo, a la escuela. Ella no pudo estudiar, y no per mitió jamás que yo faltara a mis clases. Sentía, sin embargo, tal pasión por aprender que, cuando era joven, consiguió que una maestra del pueblo, a Cualquier mujer podríaser una bruja. Las brujas son muy sabias, muy poderosas. La gente a veces le tiene miedo a lo que despreciaentiende,noya quien conoce más cosas. Yo seré una vieja sin mucho mundo, pero he visto harto a lo largo de mis años y sé que una de las cosas peligrosasmás es el miedo.

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Cuando me fui a la capital para estudiar extrañé a mi abuela, sus historias y su fogón de leña. Pero antes de irme, ella me hizo prometerle con solemnidad dos cosas: la primera, que yo no abandonaría mis estudios; la segunda, que, hasta que ella muriera, ninguna noche dejaría de tomar el menjurje para el dolor de espalda.

En las vacaciones regresaba sin falta al pueblo. Tomaba el primer autobús, presurosa por encontrarme de nuevo con esa mujer de rizos platinados y tejidos en dos largas trenzas, sentir la calidez de la leña en el fogón, el olor a quemado en su rebozo, y probar sus quesadillas de atole con queso fresco.

A la mañana siguiente, me desperté sin oler los frijoles cocidos en el fogón ni el chile guajillo tostado. Me levanté de un brinco y corrí hasta la cocina. Encontré a mi abuela muerta, con los ojos abiertos e incandescentes; su melena platinada

Debido a los dolores recurrentes, fui en varias ocasiones a consultas médicas. Los doctores siempre concluían que mis omóplatos tenían unas calcificaciones que me provocaban las molestias y la única opción era retirarlas quirúrgicamente. Mi abuela siempre me disuadió, argumentando que ninguna mujer en la familia se había muerto de esos dolores y me reiteraba que después se irían.

Cuatro años después, Sósima Padilla estuvo presente en el evento de gradua ción de mi generación en la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, donde me dieron la distinción de honor. Regresamos jubilosas a San Miguel Tocuaro. Toma mos por la noche su café de olla y mi chocolate con bolillo chopeado, y como antaño, me habló sobre las sïkwame volando sobre la sierra de los Agustinos para terminar la velada con mi té para el dolor de espalda.

62 quien había ayudado a parir, le enseñara a leer y escribir como pago por sus servicios. Me inculcó ese mismo entusiasmo por el conocimiento, y con el dinero que ganaba como curandera, comadrona, y además con la venta de quesos, fruta y hue vo fresco, mi abuela mandaba a don Alfonso Arriaga, el dueño del almacén, a traer libros para mí cuando hacía sus viajes a la capital. Yo los leía con avidez, mientras imaginaba con ilusión el día en que me graduara para convertirme en la próxima maestra del pueblo.

63 estaba suelta reposando al pie del fogón de leña. Tenía el pie derecho luxado en una posición insólita. Me desgarré en llanto, me escurrí por la pared de adobe en la que ella colgaba los ajos y las yerbas para caer a un lado de su cuerpo, abrazándolo.

Miquirúrgicamente.retirarlasúnicamolestiasprovocabanquecalcifteníanmisconcluíansiempredoctoresmédicas.consultasaLosqueomóplatosunasicacionesmelasylaopcióneraabuelasiempre me disuadió…

El padre Higinio ofició la misa. Todo San Mi guel Tocuaro estuvo presente para despedir a doña Sósima. Mi cuerpo estaba en el funeral, pero mi mente se aferraba a escucharla contar sus his torias en esas noches al calor del fogón. Tal como se acostumbra, la velamos, la enterramos y le pu simos una cruz de cal en el piso durante nueve días. Cuando terminó el novenario era 27 de junio, el día de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, el primero que pasaría sin sus corundas, queso fres co y quesadillas de atole. Llevaba días con el áni mo y la espalda desbaratados, pues cumpliendo con mi promesa, desde el día en que murió dejé de tomar el menjurje. Después de levantar la cruz, la casa quedó vacía. Me acerqué al fogón para en cenderlo sola por primera vez. Cuando fui por la leña, que estaba en una esquina de la cocina de adobe, encontré entre los maderos un libro polvo so con cubiertas de cuero negro raídas. En la pri mera hoja, que casi se deshacía al tacto, mi abuela había escrito: Remedios y comidas. Ese libro me hi zo sentir muy cerquita de ella. Lo abrí con cuidado y cayó una hoja en la que solo se leía una palabra: Continuar. Debido a los recurrentes,dolores fui en ocasionesvarias

64 Me quedé dormida, engarruñada entre los maderos, con la ausencia del olor a leña quemada y empuñando ese papel quebradizo en mi mano derecha. Desperté entrada la madrugada dando un alarido de dolor agónico que brotó desde mis entrañas. Mis tobillos estaban evidentemente luxados. Cuando intenté moverme, se me desprendieron los pies. Sentí también el dolor súbito de mil alfi leres atravesando la piel de mi espalda. Solo atiné a acurrucarme en posición fetal, abrazándome con la intención de desconectar de mi conciencia las embestidas de dolor. Entonces, pude notar que mis omóplatos se extendían hasta desgarrar con violencia mi vestido y se cubrían con unas hermosas plumas iridiscentes, deján dome desnuda sobre el piso de tierra. Instintivamente tomé mis pies desmembrados y los escondí bajo el fogón. Y dando otro alarido, emprendí el vuelo envuelta en lla mas cerúleas hacia los Agustinos. Esa noche entendí a qué salimos las sïkwame. Exploramos el monte, cuidamos sus criaturas, defendemos con ferocidad a la sierra de gente ruin dispuesta des truirla, aprendemos de yerbas y de cómo usarlas a favor de quienes hacen el bien y para el infortunio de los infames, le hacemos el amor a la noche… vivimos la libertad iridiscente de nuestras alas.

PUNTOS CARDINALES

Un fantasma en Castilloel Raúl Solís

Así, no es de extrañar que nuestros sitios y monumentos históricos se conviertan en lugares de adoración: el Templo Mayor, Teotihuacán, Palacio Nacional…, pero pocos tan enigmáticos y fascinantes como el Castillo de Chapultepec, el único de Hispanoamérica. Su construcción se remota a la época virreinal, y ha albergado desde los cadetes del ejército mexicano, que lo defendieron como el último bastión durante la guerra contra los estadounidenses, hasta algunos presidentes, como Mira món, Porfirio Díaz o los últimos emperadores de México, los Habsburgo: Maximiliano y Carlota.

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Sobre la emperatriz, que fue quien llevó realmente el peso del fallido

LA HISTORIA DE MÉXICO ES COMPLEJA. No obstante, suele revisarse con una simpleza absurda y un sentimiento de patriotismo barato que siempre está al servicio del gobierno en turno. A veces más, a veces menos. En todo caso, nuestra historia es un relato desconocido para las mayorías, y del que preferimos no hablar. Se discute mucho, sí, pero para canoni zar a los de por sí acartonados héroes nacionales. Por lo tanto, la conoce mos como la lucha entre los buenos, que fundaron la patria (casi desin teresadamente) y «nos dieron la libertad», y los malos, los antipatriotas (siempre con intereses perversos) que solo querían oprimir al pueblo.

La novela de Edwin tiene elementos del psicoanálisis, como cuando Fernanda, en sus apuntes solitarios, comienza a entender su propia historia y los fantasmas que la habitan: su madre, una admiradora del segundo imperio, ha muerto recien temente y ella no es capaz de superar la sensación de orfandad, y hace la cone xión: si trabaja en el Castillo es por la influencia de su madre, que le heredó la simpatía y admiración por la emperatriz. Estar allí es como estar con ella, de algún modo. O más bien, volver a sentirla cerca. Fernanda no tiene a nadie que la entienda o consuele en ese momento aciago. Su padre es una figura difusa que

66 imperio, se han escrito algunas obras. Una de ellas es el Diario encontrado en el Castillo de Chapultepec (Libros del Conde, 2017), del historiador y escritor mexicano Edwin Alcántara, que en formato de diario nos conduce por la biblioteca del Castillo, pero también por su historia y sus entrañas, pasajes ocultos, y a la mítica presencia de Carlota a través del tiempo.

La protagonista del relato es Fernanda, una joven historiadora que se dedica a catalogar y traducir los libros antiguos del Castillo, convertido en el Museo Nacional de Historia, y comienza cuando siente una presencia en la sala reservada en la que trabaja. Desde el principio, Fernanda se niega a creer que allí haya algo fantasmal. Sin embargo, y conforme pasan los días, las señales comienzan a ser inquietantes: ahí habita algo o alguien del pasado. Pero, ¿por qué debería ser Carlota?, se pre gunta cuando escucha la conversación de unos guardias de seguridad que aseguran que han visto los fantasmas de los emperadores. Y escribe: «Confieso que de pronto me inquietó demasiado lo que oí, me sentí temerosa y volví a preguntarme si entonces era real todo lo que había visto y oído». Fernanda duda, por momentos, de la veracidad de los sucesos que presencia: oye una voz que le habla en francés, ve a una mujer de figura menuda y triste con ropajes antiguos que desaparece en cuanto repara en ella, siente una mano que la toca. Incluso, duda de su propia salud mental, como el personaje de «El Horla», de Maupassant, antes de aceptar lo insó lito de la experiencia. Por eso, agrega: «de inmediato me di cuenta que solamente había caído en el mismo delirio del imaginario popular sobre los fantasmas…»

67 casi desaparece de su vida cuando se enamora de otra mujer, una más joven, que a decir de Fernanda, no es mala persona.

Pero la conexión de Fernanda con el castillo y el segundo imperio no acaba allí. Una tarde de descanso con su novio Carlos, otro joven historia dor que conoció allí y del que irremediablemente se enamora, le señala una curiosa coincidencia: ella lleva el primer nombre de Maximiliano, pero en femenino, y él, el masculino de la emperatriz. Esto la perturba, y así se tiende el puente que aca ba por unir a la joven con la historia de Carlota. También es una novela de investigación: mien tras Fernanda se adentra en la historia del impe rio, al mismo tiempo va tras los pasos de Carlota. Y no solo en el sentido estrictamente metafórico, ya que el fantasma de la emperatriz la guía, lentamente, como tratando de ganarse su confianza, a cámaras ocultas del castillo que resguardan un tesoro invaluable al que solo Fernanda podrá tener acceso. De igual modo, se lleva a cabo una segunda investigación, que en realidad es la primera: Carlos ha desaparecido tratando de encontrar a Fernanda, que se ha perdido, y de la que solo quedan las notas de su diario escritas en su computadora personal. Así que conocemos esta historia a partir de sus Otroausencias.elementopresente en la novela son los por tales interdimensionales: el castillo es un ente vivo, Fernanda se niega a creer que allí haya emperadores.fantasmashanaseguranguardiasescuchapreguntaser¿porpasado.alguienhabitainquietantes:comienzanseñaleslosconformeembargo,fantasmal.algoSinypasandías,lasaserahíalgoodelPero,quédeberíaCarlota?,secuandoaunosquequevistolosdelos

En este sentido, Edwin Alcántara, que tiene muy bien trabajado el formato de diario, crea una historia rica en contenido que hilvana con maestría gracias a su apacible forma de narrar. En ningún momento hay un rompimiento ni exabrupto: incluso en las mayores revelaciones, la protagonista mantiene una sorprendente ecuanimidad intelectual: deduce, descarta y narra sus sensaciones con una impe cable lucidez. Pero por breves momentos, la narración nos enfrenta a un dilema: hay pasajes en que la acción sucede mientras la cuenta. Es decir: los protagonistas viven la experiencia al mismo tiempo que la escriben, lo que no es fácil de asimilar, como el que narra Fernanda cuando revisa unas fotografías que ha tomado: «Acabo de hacer un acercamiento a la segunda foto y veo que ese destello intenso tras de mí tiene algo que podría considerar una figura humana…», o cuando Carlos escribe antes de su desaparición: «Creo que está justo a mi lado, tras de mí, pero no me atrevo a verla. Su mano fina toca mi hombro. Me estremezco, tiemblo. Sí, es ella…» Por suerte, esto no rompe la atmósfera sobrenatural de la novela ni es algo de lo que el desarrollo de la narración no se pueda reponer.

68 complejo, que oculta pasadizos que en sus entrañas que aparecen cuando el fantasma de Carlota quiere que Fernanda descubra el propósito de su llamado. La joven se pierde en las cámaras subterráneas ocultas del castillo, pero también se pierde en el tiempo. Tratando de encontrar una salida, Fernanda da un salto al pasado, muy atrás, cuando el bosque de Chapultepec no era un parque público sino la residencia de los emperadores. Allí descubre su verdadero hogar y la razón de que la emperatriz la escogiera. Asimismo, Carlos, que ha pasado semanas buscándola por todos lados, decide regresar al castillo para seguir la pista fantasmal de la emperatriz con la esperanza de encontrar a Fernanda, ya que es la última que le falta. Sabe que su novia no está loca: él le cree, y lo demuestra dejándose seducir por el relato de su diario, de apariencia paranoica, y que termina con su propia desaparición. Pero no es la emperatriz la que lo llama a él, aunque lo parezca: según las últimas notas de Carlos, es la propia Fernanda la que lo llama desde un más allá.

Edwin Alcántara crea una historia rica contenidoen que hilvana maestríacon.

Publicada en el sello independiente de los Libros del Conde en 2017, la novela de Alcántara, aunque breve, consigue tocar aristas históricas, psicológicas y paranormales en un mismo relato, elementos que están presentes, también, en otros tantos relatos escritos y publicados por Edwin, que se destaca como académico y narrador.

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4. ©Cuentística,Paranormal revista literaria. Raúl Solís, editor ©Los derechos de los textos que aparecen en este número le pertenecen a sus autores. Se prohíbe la reproducción total o parcial por cualquier medio, mecánico, electrónico o digital, de las partes y el contenido de este ejemplar sin la autorización previa y por escrito del editor.

La revisión y corrección de textos, así como la edición, diseño de portada, de interiores y composición tipográfica, estuvo a cargo del editor. Ilustración de portada: Lady Macbeth recibe las dagas (Johann Heinrich Füssli, 1812). Vista de espejo. Dominio público, Wikiart. Ilustraciones en interiores: stock de dominio público de Pexels. Esta revista se terminó de imprimir en el taller de: Impresiones Siglo XXI. República de Perú 62, Centro, alcaldía Cuauhtémoc, de la Ciudad de México, en septiembre del 2022.

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¿Qué es lo paranormal? Un fenómeno que no es explicable con la ciencia tradicional. Entonces, ¿por qué asociamos inmediatamente el tema con los fantasmas? Estoy convencido que es porque los medios masivos usan el tema para hablar casi exclusivamente de fantasmas, porque es lo más sencillo de explotar.

Pero lo realmente importante aquí son los cuentos publicados, que van de las posesiones demoníacas al encuentro con seres mitológicos o criaturas fantásticas con habilidades sobrehumanas. Además, reflexiono sobre el peligro de la credulidad excesiva y sus efectos nocivos en la agenda pública. Sean bienvenidos al número del primer aniversario de Cuentística.

Raúl Solís

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