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Un fantasma en el Castillo

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Sïkwame

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Raúl Solís

LA HISTORIA DE MÉXICO ES COMPLEJA. No obstante, suele revisarse con una simpleza absurda y un sentimiento de patriotismo barato que siempre está al servicio del gobierno en turno. A veces más, a veces menos. En todo caso, nuestra historia es un relato desconocido para las mayorías, y del que preferimos no hablar. Se discute mucho, sí, pero para canonizar a los de por sí acartonados héroes nacionales. Por lo tanto, la conocemos como la lucha entre los buenos, que fundaron la patria (casi desinteresadamente) y «nos dieron la libertad», y los malos, los antipatriotas (siempre con intereses perversos) que solo querían oprimir al pueblo.

Así, no es de extrañar que nuestros sitios y monumentos históricos se conviertan en lugares de adoración: el Templo Mayor, Teotihuacán, Palacio Nacional…, pero pocos tan enigmáticos y fascinantes como el Castillo de Chapultepec, el único de Hispanoamérica. Su construcción se remota a la época virreinal, y ha albergado desde los cadetes del ejército mexicano, que lo defendieron como el último bastión durante la guerra contra los estadounidenses, hasta algunos presidentes, como Miramón, Porfirio Díaz o los últimos emperadores de México, los Habsburgo: Maximiliano y Carlota.

Sobre la emperatriz, que fue quien llevó realmente el peso del fallido imperio, se han escrito algunas obras. Una de ellas es el «Diario encontrado en el Castillo de Chapultepec» (Libros del Conde, 2017), del historiador y escritor mexicano Edwin Alcántara, que en formato de diario nos conduce por la biblioteca del Castillo, pero también por su historia y sus entrañas, pasajes ocultos, y a la mítica presencia de Carlota a través del tiempo.

La protagonista del relato es Fernanda, una joven historiadora que se dedica a catalogar y traducir los libros antiguos del Castillo, convertido en el Museo Nacional de Historia, y comienza cuando siente una presencia en la sala reservada en la que trabaja. Desde el principio, Fernanda se niega a creer que allí haya algo fantasmal. Sin embargo, y conforme pasan los días, las señales comienzan a ser inquietantes: ahí habita algo o alguien del pasado. Pero, ¿por qué debería ser Carlota?, se pregunta cuando escucha la conversación de unos guardias de seguridad que aseguran que han visto los fantasmas de los emperadores. Y escribe: «Confieso que de pronto me inquietó demasiado lo que oí, me sentí temerosa y volví a preguntarme si entonces era real todo lo que había visto y oído». Fernanda duda, por momentos, de la veracidad de los sucesos que presencia: oye una voz que le habla en francés, ve a una mujer de figura menuda y triste con ropajes antiguos que desaparece en cuanto repara en ella, siente una mano que la toca. Incluso, duda de su propia salud mental, como el personaje de «El Horla», de Maupassant, antes de aceptar lo insólito de la experiencia. Por eso, agrega: «de inmediato me di cuenta que solamente había caído en el mismo delirio del imaginario popular sobre los fantasmas…»

La novela de Edwin tiene elementos del psicoanálisis, como cuando Fernanda, en sus apuntes solitarios, comienza a entender su propia historia y los fantasmas que la habitan: su madre, una admiradora del segundo imperio, ha muerto recientemente y ella no es capaz de superar la sensación de orfandad, y hace la conexión: si trabaja en el Castillo es por la influencia de su madre, que le heredó la simpatía y admiración por la emperatriz. Estar allí es como estar con ella, de algún modo. O más bien, volver a sentirla cerca. Fernanda no tiene a nadie que la entienda o consuele en ese momento aciago. Su padre es una figura difusa que casi desaparece de su vida cuando se enamora de otra mujer, una más joven, que a decir de Fernanda, no es mala persona.

Pero la conexión de Fernanda con el castillo y el segundo imperio no acaba allí. Una tarde de descanso con su novio Carlos, otro joven historiador que conoció allí y del que irremediablemente se enamora, le señala una curiosa coincidencia: ella lleva el primer nombre de Maximiliano, pero en femenino, y él, el masculino de la emperatriz. Esto la perturba, y así se tiende el puente que acaba por unir a la joven con la historia de Carlota.

También es una novela de investigación: mientras Fernanda se adentra en la historia del imperio, al mismo tiempo va tras los pasos de Carlota. Y no solo en el sentido estrictamente metafórico, ya que el fantasma de la emperatriz la guía, lentamente, como tratando de ganarse su confianza, a cámaras ocultas del castillo que resguardan un tesoro invaluable al que solo Fernanda podrá tener acceso. De igual modo, se lleva a cabo una segunda investigación, que en realidad es la primera: Carlos ha desaparecido tratando de encontrar a Fernanda, que se ha perdido, y de la que solo quedan las notas de su diario escritas en su computadora personal. Así que conocemos esta historia a partir de sus ausencias.

Fernanda se niega a creer que allí haya algo fantasmal. Sin embargo, y conforme pasan los días, las señales comienzan a ser inquietantes: ahí habita algo o alguien del pasado. Pero, ¿por qué debería ser Carlota?, se pregunta cuando escucha a unos guardias que aseguran que han visto los fantasmas de los emperadores.

Otro elemento presente en la novela son los portales interdimensionales: el castillo es un ente vivo, complejo, que oculta pasadizos que en sus entrañas que aparecen cuando el fantasma de Carlota quiere que Fernanda descubra el propósito de su llamado. La joven se pierde en las cámaras subterráneas ocultas del castillo, pero también se pierde en el tiempo. Tratando de encontrar una salida, Fernanda da un salto al pasado, muy atrás, cuando el bosque de Chapultepec no era un parque público sino la residencia de los emperadores. Allí descubre su verdadero hogar y la razón de que la emperatriz la escogiera.

Asimismo, Carlos, que ha pasado semanas buscándola por todos lados, decide regresar al castillo para seguir la pista fantasmal de la emperatriz con la esperanza de encontrar a Fernanda, ya que es la última que le falta. Sabe que su novia no está loca: él le cree, y lo demuestra dejándose seducir por el relato de su diario, de apariencia paranoica, y que termina con su propia desaparición. Pero no es la emperatriz la que lo llama a él, aunque lo parezca: según las últimas notas de Carlos, es la propia Fernanda la que lo llama desde un más allá.

En este sentido, Edwin Alcántara, que tiene muy bien trabajado el formato de diario, crea una historia rica en contenido que hilvana con maestría gracias a su apacible forma de narrar. En ningún momento hay un rompimiento ni exabrupto: incluso en las mayores revelaciones, la protagonista mantiene una sorprendente ecuanimidad intelectual: deduce, descarta y narra sus sensaciones con una impecable lucidez. Pero por breves momentos, la narración nos enfrenta a un dilema: hay pasajes en que la acción sucede mientras la cuenta. Es decir: los protagonistas viven la experiencia al mismo tiempo que la escriben, lo que no es fácil de asimilar, como el que narra Fernanda cuando revisa unas fotografías que ha tomado: «Acabo de hacer un acercamiento a la segunda foto y veo que ese destello intenso tras de mí tiene algo que podría considerar una figura humana…», o cuando Carlos escribe antes de su desaparición: «Creo que está justo a mi lado, tras de mí, pero no me atrevo a verla. Su mano fina toca mi hombro. Me estremezco, tiemblo. Sí, es ella…» Por suerte, esto no rompe la atmósfera sobrenatural de la novela ni es algo de lo que el desarrollo de la narración no se pueda reponer.

Edwin Alcántara crea una historia rica en contenido que hilvana con maestría.

Publicada en el sello independiente de los Libros del Conde en 2017, la novela de Alcántara, aunque breve, consigue tocar aristas históricas, psicológicas y paranormales en un mismo relato, elementos que están presentes, también, en otros tantos relatos escritos y publicados por Edwin, que se destaca como académico y narrador.

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