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Homenaje a Betty Fisher
El 18 de abril de 2025, en Rockingham, Carolina del Norte, familiares, amigos y líderes del ministerio se reunieron para celebrar la vida y el legado de la Dra. Betty Jane Fisher, maestra, defensora, pionera y amada matriarca de la Iglesia de Dios de la Profecía. El servicio fue más que un homenaje; fue una celebración jubilosa, llena de adoración y testimonios, un reflejo de la vida que Betty Fisher vivió con intensidad, integridad y fe inquebrantable.
La vida de Betty comenzó humildemente en una zona rural de Carolina del Sur. Nació prematuramente cerca de un aserradero, pesó un kilo y sus padres adoptivos, Mamaw y Papaw Button, la alimentaron con un gotero. De esos precarios comienzos surgió una mujer de espíritu y propósito determinado.
Durante la celebración, su hija Vonnie dijo: “Era una pelirroja que tuvo éxito”, y la tenacidad de esa pelirroja la llevó desde los concursos de oratoria y las fábricas de costura hasta el ministerio mundial y honores doctorales.
Durante el servicio, se habló de una mujer que sobresalió en todos los roles: esposa, madre, líder de la iglesia, consejera y defensora de las mujeres en el ministerio. Betty Jane se casó con Fred Fisher a los dieciséis años y sirvieron juntos en el liderazgo pastoral y estatal durante más de siete décadas. Su ministerio juntos los llevó a distintos continentes, y dondequiera que iban, Betty enseñaba y animaba a los demás. “¿Quién pensaría que una joven como yo, de Richland, Carolina del Sur, llegaría a tantos lugares en los que he estado?”, decía frecuentemente. Estuvo en pequeños santuarios, grandes convenciones y Asambleas Internacionales, siempre entregando su vida por el bien del evangelio.
La historia de la hermana Fisher incluye relatos de una valentía y determinación insólita en el campo misionero –dormir en literas custodiadas por hombres con ametralladoras; tener que enseñar a un solo estudiante por tres horas porque había recorrido un largo camino para llegar hasta el lugar; y seguir adelante a pesar de las grandes dificultades. Ellos cuentan que después de un vuelo bastante largo y agotador en un pequeño avión bimotor, les dijeron: “Cuando aterrice el avión, tienen que correr lo más rápido que puedan por la pista de tierra para abordar el siguiente avión”. El obispo Fisher exclamó: “Betty, no creo que pueda. No tengo fuerzas para correr”. Ella cuadró los hombros y le dijo: “Oh, sí, podemos, Fred. Alguien en la iglesia está orando por nosotros ahora mismo, y podemos hacerlo”. Más adelante, el obispo Fisher contó: “Aterrizamos, bajamos los escalones, y cuando mis pies tocaron el suelo, el Espíritu Santo nos tomó por los brazos y nos llevó por toda la pista de tierra hasta el siguiente avión”.
La hermana Fisher corrió otras carreras con gran determinación. Una vez dijo que, si tenía que caminar por la plataforma de graduación con un bastón, lo haría –y así lo hizo, obtuvo su doctorado a los 72 años.
Las personas que asistieron a la celebración de su vida pudieron ver el humor y la humanidad de Betty Fisher: su amor por la gramática, su ojo estratégico para las ventas de liquidación, su firme creencia de que “si el Señor quiere que algo sea para ti, ahí estará cuando vuelvas”. Betty trabajó en fábricas para que su esposo e hijos pudieran ir a la universidad y a la escuela graduada antes de continuar con su propia educación. Su voz adornó la transmisión radial de la iglesia después de suavizar su acento sureño de Carolina del Sur. Ella fue escritora, maestra, consejera, editora y compositora —influenciando de manera silenciosa a un movimiento mientras servía a la gente.
Aunque nunca tuvo credenciales ministeriales, Betty vivió un llamado que desafió los límites. Su impacto todavía continúa en las vidas de innumerables esposas de pastores, mujeres líderes y ministras a quienes defendió. Ella fue una de las primeras y más abiertas defensoras del pleno empoderamiento ministerial de las mujeres en la Iglesia de Dios de la Profecía, y el fruto de su labor es evidente hoy en día en las congregaciones dirigidas por mujeres en todo el mundo.
Su hija casi al final del servicio dijo: “Ella me leía libros; después yo leí para ella. Ella me llevaba a todas partes; luego yo la llevaba. Ella me alimentó; luego yo la alimentaba”. La sagrada simetría de sus vidas –el “círculo de la vida” como lo llamaba Vonnie– estaba llena de devoción y gracia afable. En las últimas semanas de su vida, Vonnie fue testigo del brillo del espíritu que veía en su madre aun cuando su cuerpo se debilitaba. En un momento entre la vigilia y la eternidad, su rostro se iluminó, sus brazos se abrieron de par en par y sus labios formaron un beso —un gesto inconfundible de bienvenida y alegría. “Era la típica Betty”, dijo su hija.
El servicio concluyó con adoración, júbilo y alabanza así como Betty hubiera querido. Se leyeron las Escrituras y se cantaron himnos. El liderazgo de la iglesia honró el legado de Betty, no como una nota histórica, sino como un ejemplo vivo de santidad y firme obediencia. Como mencionó uno de los oradores, ella trabajó de manera eficiente y colaborativamente en el ministerio con el obispo Fred Fisher. Donde él dirigía con presencia, ella dirigía estratégicamente. Donde él dirigía con convicción y hablaba con visión, ella reforzaba cada esfuerzo con profunda espiritualidad y cuidado práctico. Sus contribuciones –visibles e invisibles– son fundamentales para la historia de la iglesia.
En sus últimos años, Betty continuó siendo una mentora y un ejemplo de fidelidad. Fue real, transparente e inquebrantable en su amor por el pueblo de Dios. Ella era, como muchos la describían, “una fuerza de la naturaleza”. Sin embargo, su mayor fuerza era el amor —expresado en tarjetas escritas a mano, cálidos abrazos y su firme creencia en aquellos a quienes Dios llamó a servir.
Para la Iglesia de Dios de la Profecía, Betty Jane Fisher dejó un legado no solo de profundidad doctrinal y servicio incomparable, sino también de amistad verdadera y vida sacrificial. Ella colaboró con líderes, pero lo más importante es que levantó a los quebrantados, acogió a los menospreciados y despertó los corazones de aquellos que se habían cansado de hacer el bien.
Extrañaremos su belleza, su voz intensa y sus manos firmes; pero no la olvidaremos. Sus acciones la seguirán; su trabajo no fue en vano. Y teniendo en derredor una gran nube de testigos sabemos que ella está allí —sonriendo, con las manos levantadas y su voz exaltada. Bien, buena sierva y fiel; entra en el gozo de tu Señor.