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Las relaciones pueden abrir puertas
Mi padre fue un “extraordinario plantador de iglesias” en una época en la que no existía ningún programa ni organización moderna de plantación de iglesias. Vivió y nos enseñó a vivir siguiendo un principio relacional que repetía con frecuencia de la Santa Biblia, Proverbios 18:24: “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un hermano”. En realidad, mi padre nunca tuvo dificultad para hacer amistad con casi todo el mundo. Plantó iglesias en Alabama, Mississippi, Wisconsin, Montana y Utah; siete en total. Cada iglesia comenzó gracias a su naturaleza serena para entablar relaciones con todos en su comunidad, en el trabajo, o incluso en la carretera cuando se paraba para ayudar a alguien en apuros. Sin duda, sembró en mí este principio relacional que considero un legado para construir relaciones que me han abierto puertas en muchos lugares.
Cuando inicié en la pastoral, abracé una convicción de ganar personas para Jesucristo cada año, pero no solo por medio de las predicaciones desde el púlpito, sino ganando amigos con quienes establecer relaciones. Creí que esta vía relacional podría abrir puertas para acercar a la gente a la fe en el Señor. Pero para lograr este deseo tan apasionado, el Espíritu puso en mi mente un principio bíblico que aprendí en mi niñez y que me ayudó a desarrollar cinco elementos genuinos que ayudan a fertilizar la amistad en una relación creciente que resulte en tierra fértil para una nueva vida. Estos cinco elementos son: riesgo, amor, comodidad, confianza y fe. Veamos lo que dicen los Evangelios acerca de Jesús. Él no era un rabino común de Su tiempo. En primer lugar, Jesús no tuvo miedo de “arriesgarse” cuando estaba con la gente, sin importar su edad, género, raza, clase, estatus, resistencia o pecado. Segundo, Su “naturaleza amorosa” le abrió puertas por las que otros jamás podrían haber pasado para alcanzar a alguien. Este amor es evidente en la forma en que las madres le presentaban a sus hijos para que los tocase (Marcos 10:13). El tercer elemento es la “comodidad”; ser amigable es solo una conexión superficial con otra persona. Es importante que la gente –hombre o mujer, niño o niña–, se sienta cómoda a nuestro alrededor. Cuando las personas se sienten cómodas, no hay renuencia, distancia o nerviosismo al estar en nuestra presencia. Jesús poseía esta naturaleza; la gente se sentía “cómoda” siempre que estaba con Él, tal fue el caso de Zaqueo en la casa y la mujer samaritana en el pozo. El cuarto factor que ayuda a construir una relación genuina es la “confianza”. Esta es una cualidad refinada a través de la cual la persona siente que puede compartir su corazón. Este elemento es importante para que las personas se acerquen a nosotros para impactar sus vidas. Cuando Jesús se postró en tierra junto a aquella adúltera culpable en su vergüenza y desesperación, ella sabía que podía confiar y creer en Él. Sin duda, construir una amistad puede convertirse en una relación transformadora. Esto nos lleva al quinto elemento: la fe en Dios. Lucas 23:39-43 nos muestra que en un microcosmos de tiempo en la cruz, el ladrón arrepentido pasó de ser un enemigo para tener una relación de fe en el Señor crucificado.
Con estos cinco elementos inspiradores sobre la importancia de las amistades que se desarrollan en relaciones de fe, a continuación les comparto cinco experiencias de mis años pastorales.
Nuestra primera misión pastoral fue en Wyoming a los veintiún años. Mi esposa y yo fuimos enviados a una congregación de ancianos muy pequeña y moribunda. Recuerdo que a unas pocas semanas de haber llegado, un joven adolescente caminaba cerca de nuestra pequeña casa móvil. Lo saludé y enseguida entablamos una conversación. Luego de un par de semanas, lo invité a jugar ping-pong en la planta baja de la iglesia. Jugábamos tres o cuatro veces por semana, pero no perdía la oportunidad de hablarle del Señor hasta que se entregó a Cristo. Durante el tiempo que estuvimos allí, observé como su vida espiritual creció de manera increíble. Pero cuando salimos de esa iglesia ya no supe más de él hasta unos años después; tenía una esposa y una familia y estaba firme su iglesia local, y era líder de jóvenes. Algunos quizás pensaron que éramos jóvenes y simplemente perdíamos el tiempo, pero me propuse en el corazón de que este joven fuera más que un miembro; quería que fuera un discípulo sólido por el resto de su vida.
Unos años más tarde, a la edad de 25 años, estando mi esposa Judy embarazada de nuestro segundo hijo fuimos enviados a plantar una nueva iglesia en la costa central de California. No teníamos congregación, edificio, salario, ni tampoco un lugar donde vivir. Una exmiembro habló con su esposo (un no creyente) para que nos diera hospedaje, y él de mala gana nos dio lugar por un mes. El hombre tenía 35 años y nunca había visitado una iglesia en su vida. De hecho, nos dijo claramente que no quería saber nada de Jesús ni de la iglesia. Para resumir la historia, se enteró de que yo sabía conducir un tractor desde que tenía doce años. De vez en cuando me daba la oportunidad de arar los campos donde supervisaba un cultivo de lechugas; pero un día, mientras trabajábamos en el huerto de su casa, me arriesgué y le hablé de Jesús. De repente, vi como gotas de lágrimas caían en los surcos. Por primera vez, aquel hombre de 36 años lloraba y allí, de rodillas, entregó su vida a Jesús.
Luego, a los 28 años, nos enviaron a pastorear en la región pantanosa de Luisiana. [En la congregación] había una mujer con sus dos nietos que a menudo me advertía que no me acercara a su odioso esposo. El hombre era capitán de un remolcador y cazador de caimanes. Él y su hermano tenían mala fama y todos en el lugar les tenían miedo. Pronto entendí que para poder acercarme a él tendría que ser en su entorno. Un día lo vi descargando una jaula de tortugas y me acerqué y le dije que quería acompañarlo en la caza de caimanes. Se rió y me dijo unas palabras inapropiadas. Para ser breve nuevamente, este fue el comienzo de muchos viajes por los pantanos para pescar, atrapar camarones y cazar caimanes. Ya me había ganado su confianza, así que una noche, de regreso a casa, le hablé de Jesús y lo invité a conocer a mi mejor Amigo. Se compungió y entregó su vida al Señor. El cambio que dio su vida fue increíble; dejó el alcohol, el cigarro y la pipa, y también dejó de blasfemar y empezó a llevar a su esposa y nietos a la iglesia. Se convirtió en una torre en la comunidad por su amabilidad, fe en Jesús y devoción a la iglesia.
A los 32 años, mi esposa y yo aceptamos un nuevo pastorado en Iowa. En la iglesia había una hermana muy entregada al Señor cuyo esposo había celebrado su cumpleaños número cuarenta. No era cristiano y tampoco había visitado la iglesia. Dos meses después, se enfermó de gravedad; ella me llamó y me dijo que creía que estaba muriendo pero no quería ir al hospital. Fui a su casa y lo encontré casi inconsciente con una fiebre muy alta. [Inmediatamente] ella y yo comenzamos a orar por él. Luego de un tiempo, el poder de Dios penetró aquella habitación y lo sanó al instante. Mientras yacía allí dándome las gracias por haber orado por él, le expliqué que la misma fe para recibir sanidad también lo podía salvar. Al principio, se veía molesto, pero minutos después hizo la oración de arrepentimiento. Ese día entregó su corazón a Jesús y al domingo siguiente acudió a la iglesia. Su conversión impactó a otros, pero el cambio de comportamiento y fidelidad lo llevaron a convertirse en un gran líder.
La última historia ocurrió cuando cumplí 43 años y pastoreábamos en Arizona. Al principio, nuestra iglesia no era muy grande, pero comencé a visitar hogares en nuestra comunidad y una joven me llamó para ver si podía ir a visitar a su madre. A la noche siguiente, fui a su casa y me encontré con una habitación llena de familiares y vecinos que esperaban con curiosidad lo que iba a decirles. Llegué, comí algunos bocadillos, nos reímos juntos, y luego me arriesgué en ese ambiente a hablarle de Jesús a todos los que estaban allí —la enferma, su esposo y sus tres hijos, dos nietos y una abuela, y tres vecinos. Conmovidos por las palabras que les compartí acerca de Jesús, diez de ellos esa noche aceptaron al Señor como su Salvador. Toda la familia asistió al servicio dominical al día siguiente; pero también, más adelante, se convirtieron en los mejores obreros de Cristo que he conocido. Su pasión por Jesús llevó a más de veinte personas a nuestra iglesia ese año y todos entregaron sus vidas a Cristo. Nuestra amistad continúa hasta el día de hoy.
Podría seguir contando muchas otras historias de cómo establecimos amistades que luego se convirtieron en relaciones duraderas que abrieron puertas para Jesucristo. Las amistades que se convirtieron en relaciones hicieron posible que llevara a muchos a Jesús y a dirigir equipos para plantar 45 nuevas iglesias. Así que esos cinco elementos –riesgo, amor, comodidad, confianza y fe– continúan siendo mis tarjetas de saludo para impactar a otros. El Evangelio de Marcos dice esto acerca de Jesús: “Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido. Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (2:15-17).
WALLACE PRATT
OBISPO REGIONAL DE IDAHO, OREGÓN, UTAH Y LA NACIÓN NAVAJO
Wallace Pratt es el obispo regional de la Iglesia de Dios de la Profecía en la región de Idaho, Oregón, Utah (Nación Navajo). Nació en una familia de la Iglesia de Dios de la Profecía y ha sido cristiano y miembro de la Iglesia desde una edad temprana. Sirve al Señor y a la Iglesia como administrador, maestro, evangelista, y pastor de los pastores de su región. Está casado con Judy Pratt y tiene dos hijas y cinco nietos.