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Homenaje a Kelly Coalter
El 2 de febrero de 2025, rodeada de su amada familia y sostenida por las oraciones de su familia global de la Iglesia de Dios de la Profecía, Kelly Moore Coalter partió tranquilamente hacia la eternidad. Su fallecimiento marcó el final de una breve, valiente y llena de gracia batalla contra el cáncer; pero su historia resonará por todas las generaciones. Resumir su vida con fechas y logros sería solo tocar la superficie. Ella fue esposa, madre, hermana, Mia (como la llamaban sus nietos cariñosamente), amiga y líder servicial cuya vida irradiaba bondad, profunda convicción espiritual y amor genuino. Vivió el lema de su vida: “Refleja el corazón de Jesús en todo lo que hagas”.
Una vida de amor y ministerio
Kelly nació en 1959 de padres Bob y Rene Moore, en Rapid City, Dakota del Sur, y creció con un corazón sensible por la gente que la rodeaba. Desde los primeros días de su matrimonio, Tim y Kelly Coalter sirvieron en el ministerio como un equipo unificado. Desde que iniciaron en el evangelismo nacional hasta la pastoral por 28 años, y luego en el liderazgo estatal e internacional, Kelly siempre mantuvo una presencia firme, sabia y consagrada.
En 2022, cuando el obispo Coalter fue nombrado obispo principal de la Iglesia de Dios de la Profecía, la influencia de Kelly se amplió silenciosamente. Su servicio fue más allá de los títulos, aunque se desempeñó como asistente administrativa de la oficina del obispo principal, como intercesora, confidente y consejera de su esposo. Sus viajes la llevaron a Nigeria, India, las Bahamas y más allá, siempre con el mismo espíritu amable y Cristo-céntrico.
El ministerio de la presencia
Kelly tenía el don de hacer que la gente se sintiera importante. Ya sea que fuera una persona que conocía de mucho tiempo o alguien que conocía por primera vez, ella tomaba tiempo para escuchar y conversar. Nunca apresuró una conversación. Su calidez no era fabricada, sino que brotaba de su corazón. También impactó muchas vidas a través de sus notas escritas a mano, sus palabras oportunas y sus oraciones compasivas. En los últimos años de vida de su madre, ella limitó su ministerio público para cuidarla, una vez más demostrando su compromiso con el amor y el servicio.
Fe en el fuego
El diagnóstico de cáncer pareció llegar sin previo aviso. Sin embargo, durante esos meses su testimonio fue aún más grande. Siempre decía: “No puede haber fe y temor en la misma oración”, y ella vivió esa verdad. Afrontó cada día con valentía y cada desafío con confianza en la soberanía de Dios. Su paz no provenía de la negación, sino de su firme certeza. Aun en su sufrimiento, fue una fuente de consuelo para los demás. Su fe no flaqueó; más bien, floreció.
Su familia, su corazón
El gozo más grande de Kelly era su hogar. Fue una esposa abnegada durante 45 años de casada con el obispo Tim Coalter; madre de Amber, Robyn y Corey; y Mia de ocho nietos muy queridos. Kelly asistió a juegos, celebró logros e inspiró palabras de vida sobre aquellos a quienes amaba. Su hermana Vickie, su familia e iglesia dan testimonio del tipo de mujer que era: no se le olvidaba los cumpleaños, se identificaba con el dolor de los demás, y nunca perdía la esperanza.
Un legado mundial
Numerosos tributos han llegado de todo el mundo. Kelly no buscaba protagonismo, pero dejó una huella imborrable en miles de personas. Ella impactó la vida de las personas en la vida diaria –a través de comidas que compartía, sus oraciones y su oído para escuchar atentamente. El 7 de febrero, cientos de personas se reunieron en la Iglesia de Dios de la Profecía ubicada en la Peerless Road en Cleveland, Tennessee. Los pastores Darren Schalk, el obispo Duke Stone y el obispo George McLaughlin estuvieron a cargo de la celebración de la vida de Kelly. Personas de alrededor del mundo se conectaron en línea para la celebración. Fue una despedida sagrada y un llamado a continuar con su legado.
“¿Qué podría hacer del cielo un lugar más amoroso?”, preguntó el pastor Darren Schalk al inicio del servicio. “Si alguien pudiera hacerlo, sería Kelly Coalter. Ella no solo amaba a la gente; amaba todo lo que respiraba, porque aun las vacas detrás de su casa tenían nombre”.
El obispo George McLaughlin, amigo de la familia desde hace mucho tiempo, compartió un emotivo tributo centrado en las Escrituras y saturado de memorias de la vida de Kelly. “Ella era una de mis personas favoritas en el mundo. Tenía una personalidad cautivadora. Querías estar cerca de ella. Aun en sus últimos días, ministró a las personas. Un hombre que estaba en el hospital comentó que nunca nadie había orado por él, hasta que Kelly llegó”.
“Tim y Kelly no eran solo líderes”, dijo Randy Adkins, un querido amigo que ganaron durante sus 16 años de ministerio en Roanoke, Virginia. “Eran una familia. Para Kelly no habían desconocidos. En los restaurantes, se acercaba a la mesa de al lado y preguntaba qué tenían en su plato. Tim solo agachaba la cabeza y decía: ‘Ay, Kelly…’” Todas las historias resaltan las mismas virtudes que Kelly tenía: lealtad, sinceridad y habilidad para atraer a los demás. “No buscaba protagonismo”, dijo Randy. “Se sentía cómoda tras bastidores, pero siempre hacía que la gente se sintiera importante”.
El obispo Tim Coalter fue el último en hablar en el servicio, pero no como obispo principal de la Iglesia de Dios de la Profecía, sino como esposo, padre y un hombre en duelo. Inició su participación con una historia de su nieta Grace, quien recordó que su Mia había dicho que moriría un domingo antes de las 10:00 a.m. “. . . porque quiero estar en la iglesia en el cielo”, había dicho. Y fue exactamente la hora cuando partió. Ella no era predicadora, pero predicó con su vida.
Dignamente, el servicio concluyó con una tradición familiar: el aporreo de las ollas y las cazuelas. Kelly, originaria de Dakota del Sur, donde el vecino más cercano podría estar a kilómetros de distancia, transmitió un ritual de Año Nuevo a sus hijos y nietos. Todos los años, a medianoche, hacían sonar alegremente las ollas y las cazuelas para dar la bienvenida al Año Nuevo. Y así, ese día, la congregación contó hasta diez, y las cazuelas sonaron en señal de celebración, esta vez no por un año nuevo, sino por el comienzo de la eternidad de Kelly.
Ecos de una vida bien vivida
Kelly Moore Coalter era una mujer del reino. No solo creía en el evangelio; ella lo encarnaba. Su legado son las vidas que tocó, las oraciones que hizo y el amor que modeló. Hoy, al recordarla, somos inspirados a vivir su ejemplo –amar profundamente, escuchar atentamente, servir sin hacer ruido y creer con denuedo. Su carrera ha terminado; la nuestra continúa, no con temor, sino con la misma fe que ella tenía: fe en un Salvador que recibe a Sus hijos en casa con gozo.