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La isla del Toltén
Era un hermoso día de fines de verano y una familia mapuche de antaño, se reunía en la Isla que el río Toltén establece junto al poblado de Pitrufquén. Era un prístino lugar con floresta nativa como robles, mañios, lleuques, cipreces, laureles y boldos. En el estrato bajo, había pradera que servía de soporte a pequeñas plantas leñosas y diversas flores.
El jefe de familia se llamaba Nahueleo (Tigre del río); era un hombre ya anciano de pelo cano y arrugas surcaban su rostro, aunque mantenía una viveza innata y cierto vigor de la lejana juventud. Le acompañaba su mujer, que viviendo unidos, habían pasado la meta de los cincuenta años.
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Algunos hijos compartían la estadía, bajo un toldo cubierto de ramas, dando protección y una agradable sombra. Afuera había un fuego encendido que proporcionaba abundante humo, saturando con ello a muchos pescadores, extendidos y salados, colgando de varios coligues. Mujeres jóvenes y niñas, recogían ünü (muerta comestible) y choldil (frutilla amarilla) dulce y aromática, propia de los campos de Pitrufquén. Los niños menores, con gran algarabía, totalmente pioncos (desnudos),
jugaban y se divertían a orillas del río.
Llegada la hora del almuerzo, se reunió toda la familia. Éste, aunque no tan abundante, fue muy nutritivo y apetitoso. Comieron ilo fëdü, esto es perdices asadas con poñü afüln (papas cocidas) y ensaladas.
Tras la comida Nahueleo, se tomaba unos mates, servidos por las manos de su mujer, Estaba rodeado de sus nietos y nietas. Éstos, muy compuestos y mesurados le dijeron:
-Laku (abuelo) relátanos un epew (cuento) de esos tan lindos que tú sabes.
El anciano, se sintió conmovido por la petición de sus nietos; sus ojos se iluminaron y un cúmulo de recuerdos invadió todo su ser. Luego les dijo:
-Les relataré algo muy especial, pero no se trata de un cuento, sino de una historia real.
El abuelo, tomando ímpetu, se acomodó en su asiento y mientras recibía sus mates, les relató lo siguiente:
"Yo nací cerca del mar, pero por circunstancias de la vida, cuando era un jovencito; estaba al servicio de un famoso cacique de Mallolafquén (esto es Villarrica). Este cacique, tenía acceso a ciertos lugares, donde había minas de plata, que sólo él y sus más íntimos conocían. Era un hombre muy querido por unos y al mismo tiempo,muy odiado por otros. Recuerdo perfectamente su nombre, era Curileo (Río negro) y a mí, desde que llegué a su servicio, siempre me quiso mucho, me aconsejaba, me enseñó muchas cosas y me hacía estar cerca de él. Un día salimos varios peñis (hermanos) acompañando a nuestro cacique a ver unos animales vacunos, que él decía eran de su propiedad. Sorpresivamente, cayeron sobre nosotros unos pehuenches enemigos. Con mis ojos vi, cuando caía mi padre de su cabalgadura, atravesando su pecho por una fría lanza. yo andaba bien montado y en la refriega, solo atiné a huir hacia el poniente, al galope de mi fiel animal. lejos de aquel lugar,pude respirar algo tranquilo,pero cual sería mi congoja y desazón, al ver que un caballo me perseguía, levantando gran polvadera, lo cual para mí significaba la muerte segura. Cuando el caballo me alcanzó
cual sería mi sorpresa al ver que se trataba de un caballo ensillado, pero sin jinete y era nada menos que el alazán tapado de mi difunto cacique. Este caballo,tenía un hermoso lucero en la frente y se había criado junto con el negro que yo montaba en unas ciénagas pastosas, por eso los caballos eran muy hermanados y se buscaban el uno al otro. Tal es así, que no necesitaba de cordel, para que caminara cerca mío. Seguí cabalgando, ahora con dos caballos; al caer la tarde, muy agotado, llegué a los llanos de Pitrufquén, atravesé un brazo del Toltén y me propuse a descansar en esta hermosa Isla. Al internarme en el bosque, cantó a mi derecha el chucao, pajarillo pequeño, pero de gran trinar, que no se deja ver. Según nuestra tradición mapuche, su cantar a la izquierda,nos señala desgracias y cosas negativas, pero si su cantar es a la derecha, como en este caso, nos depara satisfacciones y un buen augurio.
Aquella noche,pernocté en la isla. recordé muy temprano, y estaba muy inquieto. Frente a mí, estaba la montura de Curileo, sus estribos y riendas eran de plata pura. Debido a la codicia que producen estos implementos, pensé que me mataran. Entonces en un lugar de esta Isla, cavé un hoyo y enterré los estribos, las riendas y todas las hebillas de plata. Capté muy bien el lugar en mi mente, puse sobre la
cubierta una gran piedra y hojas a todo el rededor para evitar sospechas.
luego, tomé mis caballos y regresé a mi tierra, al lugar de Rauquenhue junto al mar. Pasaron varios años y cuando ya era un joven maduro, me vino el mal o el bien del amor. Nunca había tenido ese sentimiento en mi vida de amar a una mujer y me enamoré perdidamente de vuestra abuela Calfuray (flor azul), era muy bella, como una flor de campo y algo menor que yo. Ella era hija de un cacique pudiente y muy estricto y a mí me era muy difícil alcanzarla, pues era solo un pobre pescador y un campesino. Solo tenía a favor que Calfuray, también sentía algo especial por mí. Conversaba con ella, escondido cerca de su hogar, imitando el canto de los pájaros. Debido a esto, conservé hasta estos días el imitar su trinar y en el bosque acuden a mí y me responden con los suyos. Pero, por más que el hombre busque la perfección, siempre comete errores. En cierta ocasión dijo su padre: -¿Por qué trinan tanto los zorzales, no siendo tiempo de zorzales?
Como había otros pretendientes a la mano de Calfuray, tuve que apresurarme. Al conversar con sus padres y presentarles mis intensiones para con su hija, su padre se rió de mí y me dijo: -Pero, Nahueleo, por qué quiere esto
¿como va alimentar a mi hija? Pero, eres joven y puedes mejorar. Y delante de varios testigos me dijo: -Dentro de la próxima luna, debes de pagar la dote: Son dos yuntas de bueyes , cuatro vacas y dos caballos buenos.
para un pobre como yo, esta condición material, era una barrera imposible, de manera que perdía a mi Calfuray. Aquella noche lloré por mi desgracia. Cuando estaba dormido, tuve una visión de mi madre en sueño, que me decía: -Por qué lloras hijo mío, tú no eres pobre...eres rico; recuerda que tienes un entierro en la Isla de Pitrufquén. Grande fue mi sorpresa, mi madre fallecida tanto tiempo atrás,sin conocer nada,me recuerda el asunto olvidado.
Muy temprano, acudí donde mi amigo ülmen (hombre rico) y platero de la Imperial, al que yo le vendía challwa (pescados). Cuando le conté,él se rió de mí y me dijo: - Así que tienes entierro Nahueleo, lo que pasa que tú estás pirilonko (loko) por el amor de Calfuray. Con todo me ayudó, facilitandome un buen caballo y me dijo: -Yo tengo muchos animales si tú me traes buena plata, que este último tiempo ha estado muy escasa.
Salí de madrugada a la Isla de Pitrufquén. Allí estaba mi tesoro y lo llevé donde el platero. Cuando el ülmen lo vio,
no lo podía creer y luego de examinarla me dijo: -Esta es plata de Mallolafquén de muy buena calidad
Como era hombre honrado me dio muchos animales por ello. Te haré con esta lien (plata) una trapelacucha pectoral) y un trarilonko (adorno para la cabeza) para Calfuray,pues también la conozco y será tu buen domo (mujer, esposa).
Así pagué la dote a mi chedkui (suegro) quien estuvo muy contento e hicimos una fiesta de casamiento por tres días" .
A todo esto, Calfuray, solo sonreía y asentaba con su cabeza, mientras hilaba una lana y sus nietos la miraban de reojo. Continuó Nahueleo:
"Pasado algún tiempo, cuando mis hijos eran aún pequeños, nos vinimos a vivir a Pitrufquén, por sus buenos pastos para la crianza de animales. Yo no pierdo mi costumbre, y siempre bajo a esta Isla a pescar. estoy muy contento y orgulloso con la Isla de Pitrufquén, porque por así decirlo, me ha salvado dos veces la vida" .
Sus nietos y parientes, que lo escucharon con atención, quedaron admirados y perplejos por ésta tan singular
historia, que también a todos ellos los tocaba tan de cerca.
EDGARDO ULLOA BAEZA