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Encuentro
Mientras gravitan las corrientes del río Toltén, golpeando las enormes piedras que conforman las defensas de la Isla Municipal, con algo de dificultad una joven ayuda a su anciano abuelo a sentarse en su silla de ruedas, luego de descender de un vehículo.
Todo en su entorno está rodeado de sauces y elevados árboles cuidadosamente matizados que lo convierten en un paisaje mágico, alegre y fresco dónde sus visitantes rendidos ante su belleza natural, abren su mente y su corazón. Aquí todo está entrelazado, el río, el cielo azul y las circunstancias de la vida diaria del lugareño.
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A lo lejos las campanadas de la Iglesia San Juan Evangelista, acompañan en coro al sonido que interpreta el río, mientras el viejo busca con la mirada a los pájaros que entonan sus preciosas melodías, escondidos en el follaje.
Cuando la joven, sentada en el césped acaricia las manos de su abuelo, con enternecedora mirada, él, comienza a contarle el cuento "Los tres chanchitos y el lobo feroz" , pero la joven, avergonzada le advierte: -Abuelo...ya tengo 30 años!
Pero en medio de la narración hubo una pausa y tras olvidar el final del cuento, el anciano guardó silencio.
-No te preocupes...conozco el final - advierte la mujer, entristecida.
Y ante su sorpresa, comienza un nuevo relato:
-El bote estaba en muy mal estado y habíamos sido advertidos de ello...pero entonces éramos jóvenes...nos dejamos llevar por la corriente a gran velocidad, imposible de controlar por el más hábil de los remeros de Pitrufquény continúa sin pausa- el riesgo de zozobrar era inminente y nos estrellamos contra la ladera del corte redondo...El bote se partió en dos. Nos salvamos de milagro- recordó angustiado el viejo como si los hechos fueran recientes. Luego quedó en silencio, mirando el paisaje y con mirada burlesca comento:
-Escuche a un amigo decir que en noches de verano, los zancudos de esta isla habrían picado más de una carapálida.
Ambos rieron a carcajadas.
Luego en silencio...los minutos se hacían eternos, pero en un lugar apacible como este, no hay prisa y su mirada podía alejarse hasta el cielo para encontrar sus recuerdos fragmentados como a menudo venían a su memoria y los expresaba con notable lucidez.
Cuando se disponían a abandonar el lugar, el viejo giró levemente su cabeza en señal de agradecimiento. La última mirada para no olvidar y reconocer plenamente que la Isla Municipal, ocupa un lugar importante en el alma de un Pitrufquenino.Aun así, cuando miró a su lado le invadió un sentimiento de desconfianza porque no conocía a la mujer que conducía el vehículo.
MIGUEL LEONNARD