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DE COFRADES, COFRADÍAS Y HERMANDADES
CASIMIRO BODELÓN SÁNCHEZ
No soy especialista en Historia, aunque antiguamente cursábamos dos años dicha asignatura y, si no me falla mi memoria, creo recordar que las llamadas Hermandades1 nacieron antes que las Cofradías, dos términos de origen latino (Fraternidades-Hermandades y Con-fratrías). Remontándonos a la caída del Imperio Romano, recordaremos a los godos, visigodos y ostrogodos, que algo tuvieron que ver con lo que hoy, (todos los europeos), somos y tenemos. Para no entretenernos (no hay espacio), diremos que el Imperio Romano cayó en manos de los pueblos que los griegos llamaron bárbaros, (escitas y godos), debido a la presión insoportable que éstos ejercieron. Ante las migraciones que invadían cada vez más regiones del Imperio, los ciudadanos allí asentados se sintieron indefensos y abandonados; abandonados en sus pueblos y circunscripciones por sus antiguos administradores e indefensos ante los recién llegados de fuera.
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Cualquier colectivo (animal/humano), que se siente amenazado, tiende a organizarse para la defensa elemental de sus vidas y posesiones. Así nacieron los primitivos
<<gremios>>, luego los <<adjuntamientos-ayuntamientos>>, más tarde las <<hermandades-fraternidades y confratrías-cofradías>>. Esto, sintetizando más de cuatro siglos y enlazando ya con la Iglesia cristiana de Constantino, que da entrada en el poder civil a las jerarquías episcopales; los jerarcas religiosos, ante la desbandada del funcionariado imperial (romano), permanecieron junto al pueblo fiel, llegando a suplir la ausencia del poder y del orden civil2. Los primeros cristianos eran un colectivo muy sencillo, en su mayoría carecían de grandes viviendas o palacios, por eso se reunían en las casas más amplias de los creyentes con posibilidades; más tarde, sus humildes lugares de culto se conocían como iglesias y éstas, cuando eran ya muy grandes, se denominaron <<basílicas>> o casas reales, donde el que presidía ya no era un rey, sino un obispo con palacio. Al poder y a lo grandioso pronto se acostumbra uno. Doy grandes pinceladas, sin mucha precisión, pero muy poco desviado de la realidad original. Eso creo.En toda la Edad Media (alta y baja), la Iglesia, (el término ecclesia hacía referencia tanto a la reunión de los creyentes como al lugar donde se reunían), adquirió tintes imperiales y regios, más en sus altas jerarquías, hasta el punto de que, aún hoy, decir iglesia es decir edificio de culto religioso, o referencia directa a la jerarquía clerical/eclesiástica, cuando la Iglesia debería ser la reunión de los fieles creyentes y seguidores de Jesús, el galileo del evangelio.(¡Pero, pero, pero: Sacro Imperio Romano-Germánico, tuvimos obispos gobernando territorios, como señores, hasta 1806; ¡en Andorra aún hoy!).
1 COLMEIRO M., 1885, De la Constitución y del Gobierno de los Reinos de León y Castilla, 2 tomos. Edita Librería de don Ángel Calleja, Madrid. Ofrece un buen estudio sobre el clero, concejos, hermandades, etc.
Así las cosas, llegamos al Concilio (concejo) de Trento (1545-1563), donde se asienta como un pedrusco la Institución que, en lugar de ser gobernada por el espíritu del Evangelio, se gobernó fundamentalmente mediante normativas copiadas del Derecho Romano; desde 1917 (Benedicto XV), hasta nuestros días, la Iglesia católica se rige de manera estricta por el llamado Código de Derecho Canónico, bajo la autoridad suprema del Romano Pontífice (sic).
¿Por qué este recorrido vertiginoso histórico de más de quince siglos? Sencillamente, para situarme o hablar un poco sobre la llamada Cofradía del Silencio y saber de dónde vienen y a dónde van esas reuniones de hermanos, Cofradías, con múltiples y variopintas denominaciones: del Santo Malvar, Jesús del Gran Poder, Minerva y Veracruz, Santo Sepulcro… y, hasta la folcrórica y laica (burlesca), de nuestro Genarín, un pobre huérfano abandonado en Izagre (1861) e ingresado en el hospicio leonés. Y subrayo lo de laica porque, en origen, todas esas hermandades eran agrupaciones de laicos que buscaban autodefenderse y mirar por sus intereses, ante los abusos de Señores, Reyes y otros intrusos que los sojuzgaban y oprimían, lo cual nada tiene que ver con el fallecimiento trági co de Genarín, de ahí mi calificación de burlesca. Ya en pleno siglo XVII y más en el XIX, con el nacimiento y pos- terior desarrollo de los llamados sindicatos1, destinados a la protección de los derechos de los trabajadores en la era industrial, las primitivas Hermandades pasaron a depender, poco a poco, del poder religioso que impuso el cambio de estatutos, hasta convertirlas en organizaciones religiosas o pararreligiosas, incluyendo entre sus obligaciones atender necesidades caritativas, propias de las llamadas Obras Pías y Obras de Misericordia, como enterrar a los muertos (Santo Malvar2).
La cofradía del Silencio en León tiene todavía un escaso recorrido entre nosotros, 32 años de existencia en una Cofradía supone un periodo vital muy corto; está afincada en el actual convento de los PP. Franciscanos. Personalmente llama mi atención su denominación del <<Silencio>>, pienso que como signo de respeto por la muerte del Señor crucificado; pero, leyendo historias o comentarios de cofrades de la misma, su origen, que data de 1991, nació como un sincero deseo de un grupo de personas mayores por recuperar las tradiciones de la Semana Santa de sus abuelos, muchos provenientes del entorno leonés y su alfoz, con el fin de que el silencio (olvido), hoy casi masivo, no diera al traste con esa religiosidad popular que ellos vivieron tan intensamente y con tanto fervor. Bueno es dejar constancia de estos pequeños detalles que están en la base y origen de nuestras tradiciones ancestrales y más de estas con matices religiosos, poco cuidados en una sociedad civil, hoy materializada y proclive a enterrar recuerdos que ya no entiende ni quiere recordar, porque muchos jóvenes <<cofrades>> no han aprendido a valorar la importancia de la Historia, su ayer. Sin este conocimiento de las raíces del árbol genealógico de cualquier institución, se corre el grave peligro de pervertir sus fines, llegando a desvirtuar la finalidad para la
Hablar del silencio como valor y como signo de respeto hacia la figura central que da origen al cristianismo, Jesús de Nazaret, no deja de ser o, para mí, debería ser un tema muy serio a la hora de formar a los jóvenes y no tan jóvenes hermanos cofrades que se van enrolando en la citada Cofradía. La finalidad de pertenecer concretamente a una Cofradía no debería ser nunca ni el color o aspecto de la vestimenta/hábito, ni el hecho social de exhibirse (también encapuchado), en fotos con los amigos o familiares. Conocer el valor y el significado profundo de los símbolos y estandartes de la propia cofradía ayudarán al afiliado o afiliada a llevar durante su vida una conducta en consonancia con los significados que están en la raíz institucional, puesto que se es cofrade no solo en los días de la llamada Semana Grande de la Pasión y de la Resurrección, sino todos y cada uno de los días del año, durante la vida entera de los cofrades o hermanos de cofradía. Convertir la afiliación personal en puro postureo folclórico, sin que haya al menos una base de compromiso de respuesta vital coherente con los valores básicos que encarna la cofradía, sería poco menos que prostituir socialmente el significado y la imagen de toda la organización. Y esto, que es muy serio, deben los mayores conocerlo y deberían ser ejemplo para los más jóvenes que se van iniciando, algunos ya desde niños, por deseo y coherencia de sus padres cofrades.
En una sociedad del ruido, del alboroto, del desahogo desaforado, no resulta fácil ser coherente con el Silencio respetuoso, que no es mudez, sino acompañamiento, cercanía, apoyo, reflexión, dolor por la muerte y alegría por la resurrección; muerte y resurrección, dos conceptos de difícil comprensión y de nada fácil explicación para el común de los creyentes…, no digo ya nada para los agnósticos o los no creyentes. El silencio, la reflexión y no la verborrea, son los ingredientes que a todo ser humano mejor le ayudarán a la comprensión de conceptos poco claros o en situaciones de difícil aceptación. No conviene olvidar que hay silencios que no dicen nada, o más bien provocan ira o hilaridad; hay silencios que envenenan y silencios que sanan. ¿De verdad los responsables de formación en la Cofradía tienen la preparación adecuada para ofrecer respuestas pertinentes a los miembros del colectivo que presiden? ¿Saben distinguir bien entre silencio y silencio? O, ¿más bien sólo se preocupan de que en la procesión nadie pierda el paso, el ritmo, a la hora de pasear sus Figuras y hacerlas bailar al son del tambor y la trompeta? Eso está bien como folclore y colorido, pero es una respuesta poco útil y muy pobre para los fines y beneficios de formación y vivencia religiosa del personal asociado y del público que asiste al espectáculo.
Yo concluiría mi reflexión afirmando que en los Sindicatos los socios pagan una cuota y esperan un auxilio en momentos de conflicto laboral o pérdida del trabajo, el resto les trae al pairo. En una Cofradía actual, como la del Silencio y en todas las demás con diferentes nombres, la cuota de los asociados es una ayuda para mantener las diferentes actividades organizadas dentro del grupo social y una aportación para alguna obra benéfica, dentro o fuera del grupo, pero el cariz religioso, en la actualidad, debería ser primordial, enseñando a todos los miembros un compromiso de coherencia humana y cristiana, sin exhibición egoísta ni egolátrica de ningún tipo, siguiendo el modelo del titular, muerto y resucitado. Para mí, la vida de entrega y servicio de Jesús, el Cristo, fue toda ella un <<grito silencioso>>: pasó haciendo el bien, perdonando hasta a sus verdugos. Mayor regalo de amor y coherencia ante tanta incoherencia, imposible. Por eso él es <<el Maestro, nuestro Maestro>>.