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LAPROCESIÓN VA POR DENTRO
FRAY FRANCISCO LUZÓN GARRIDO
Nuestro consiliario
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Durante algunos años - ¡y no hace muchos! -, la gran preocupación de numerosos biblistas y teólogos fue su empeño en reconstruir o inventar la figura del Jesús histórico, ya que, por lo visto, el Jesús presentado y transmitido por los Evangelios no correspondía suficientemente a sus inquietudes y deseos de encontrar al ser humano con todas sus circunstancias que debería ser el Jesús de Nazaret. El Jesús, Salvador, que reclamaba para sí la misma fe que se tiene en Dios (Jn 14,1), predicado y transmitido por la fe en él, era obra de los apóstoles, discípulos y evangelistas, que, sometida a un estudio histórico – crítico, levantaba sospechas. Sospechas a la fe por haber mitificado, tal vez demasiado - según ellos -, a un hombre, del que confesando que era auténticamente hombre, habían dejado pocos elementos sobre los que basar su humanidad.
Si en verdad se quiere conocer, no la biografía completa de Jesús, que ni existe ni es posible rehacerla, pues, como nos indican los únicos que nos han dado a conocer lo que conocemos de Jesús, sus intenciones fueron “después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre
Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido (Lc 1,3s; Hch 1,1s), o como dice san Juan: “Jesús realizó en presencia de sus discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,30; 21,25). Tenemos selecciones y resúmenes de lo que los testigos han oído, han visto, han contemplado, han palpado del único Jesús Dios y hombre verdadero (1 Jn 1,1-4).
Pero si insistimos, y queremos conocer de modo convincente rasgos de la humanidad de Jesús, leyendo entre líneas los evangelios, nos podemos encontrar cantidad de ellos y, algunos, sorprendentes (Mt 3,14s; 4,1-11; 8,3; 8,7; 8,26; 9,2; 9.11; 9,24.16; 12,24-30; 16,23; 26,39-46; Mc 5,2931; 6, 6; 7,5; 9,19; 9,32.33s; Lc 8,1-3; 9,41; 9, 46-48.49s.54s; Jn 6,66; 9,59; etc.).
Uno de esos rasgos lo tenemos más ampliamente desarrollado en Lc 14,25-33, pero hay que leerlo contextualizándolo y buscando las razones internas que están preocupando a Jesús e, incluso, poniéndolo en tensión, pues la propuesta que les expone a los que le siguen, sin venir a qué, es la expresión de eso que le angustia por dentro, que nadie sabe ni conoce, y que será la piedra de tropiezo de todos aquellos que quieran ser sus discípulos. La procesión, que solamente iba por dentro, ha estallado sorpresivamente en una advertencia muy dura y terriblemente humana.
San Lucas nos indica en su evangelio en qué momento Jesús tomó la decisión de subir ya a Jerusalén: “Y sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí,…” (9,51s); en el capítulo 14,25ss san Lucas relata que “Caminaba con él mucha gente y volviéndose les dijo: ‘Si alguno viene donde mí…”.
La gente va acompañando a Jesús feliz y contenta, pensando que el Mesías irá a Jerusalén a presentarse como quién es y a tomar el gobierno. Está totalmente ajena a lo que está sucediendo. Antes del huerto de Getsemaní Jesús ha tenido otras muchas crisis, todas con el mismo tema: su muerte. Ahora ya, decidido, va a Jerusalén. Y ahí sigue en su mente: más terrible que nunca. No, no es el dolor lo que le preocupa ahora, que tampoco sabe si lo podrá soportar, sino el no tener nada, nada, nada, el despojarse de todo. Absoluta desnudez por dentro y por fuera. La renuncia a sí mismo, al ser con total consciencia, en la plenitud de sus facultades. El “árbol verde” va a ser cortado (Lc 23,31).
Quienes manejamos estos hechos con frecuencia nos parece tan normal, tan natural, tan lógico en la vida de Jesús que, sin darnos cuenta, le quitamos toda la tragedia y el dramatismo humano que tiene. La humanidad de Jesús ha saltado, pero no como una renuncia, sino como una advertencia, una fuerte llamada de atención: es lo más duro y decisivo de toda la vida; por eso lo advierte, y lo hace doctrina, y, aunque parezca mentira y contradictorio, su muerte será la fuente de la vida.
Si alguno viene a mí queriendo ser mi discípulo, y no odia (no me prefiere) a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta tu propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 25-27). Y esto no son tonterías: hay que sentarse y planteárselo, lo mismo que el que quiere hacer una inversión fuerte y tiene que calcularlo todo bien, para no hacer el ridículo y perderlo todo sin haber conseguido nada. Y si ve que está en inferioridad de condiciones y no va a poder conseguir lo que se propone, lo mismo que el rey que quiere pelear con otro rey muy superior en fuerzas a él, si es inteligente y prudente, pide condiciones de paz, así él debe solicitar un convenio (Lc 14, 28-32). “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 23, 42). Si no hay otra posibilidad, hay que tomarse la copa: “Ahora mi alta está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre glorifica tu Nombre” (Jn 12, 27). “(Pedro) Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado mi Padre, ¿no la voy a beber?” (Jn 18,11).
No es normal que todo esto nos parezca normal, porque lo consideramos necesario para nuestra salvación. Para el que lo ha tenido que sufrir debió ser terrible como para gritar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46).
Y ese que grita así es un hombre, que es mucho más que solo un hombre, y está sufriendo su muerte.