En blanco y negro: Capítulo 38, 39 y epílogo

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A su lado, Rubén dio un traspiés que estuvo a punto de tirarle al suelo, de no ser porque su cuerpo chocó con una de las paredes. Tania se acercó a él, no dejando que la impresionara el uniforme de camarero de camisa blanca y chaleco y pajarita negros. - ¿Estás bien? - Sí... Vamos...- fue a caminar de nuevo, pero cerró los ojos, como si estuviera mareado. Se llevó una mano a la cabeza y Tania empezó a sentir que se le iba a salir el corazón por la boca, pues estaba convencida de que le pasaba algo malo.- ¿Qué...? - Rubén...- dijo en un susurro ahogado. - Yo no... No...- la miró a los ojos un instante. Y fue horrible. En los ojos de Rubén, aquella miraba gris tan bonita, apareció algo que la aterró: confusión, la miraba como si no la conociera y fue lo más horroroso que Tania había experimentado alguna vez.- No sé... Yo... - Rubén...- casi gimió.- S-soy yo: Tania. - ¿T-Tania? - al repetir su nombre, el chico volvió a cerrar los ojos, parecía presa de una jaqueca tremenda, aunque no tardó en agitar la cabeza, antes de ser el de siempre.- Lo siento... Es como si estuviera perdiendo la cabeza, Tania. Me estoy olvidando de quién soy. Tienes que mantenerme aquí, contigo, para ayudarte. Háblame, ¿de acuerdo? Le dio la mano para correr hacia el dormitorio de Kenneth, mientras le explicaba lo que había sucedido la vez anterior y que ella había conocido gracias a Jero. Al hacerlo, se dio cuenta de que el influjo de la máquina estaba siendo todavía más poderoso: aquello no era una ensoñación, como siempre, sino que estaba cambiando el internado de manera física... Y también psíquica, de ahí que Rubén empezara a olvidarse de quién era. Una vez estuvieron en la habitación de Kenneth, Tania soltó al chico para abrir de par en par el armario, buscando la espada mágica esa que era una reliquia de los Murray. La reconoció al instante, pues la había visto durante el juicio de Ariadne, cuando su amiga había tenido que sostenerla para que dictara si decía la verdad o no. Sintiéndose de pronto aliviada, la cogió. Tuvo que usar ambas manos, pues pesaba una barbaridad, pero al menos iban a poder detener todo aquello. Se volvió hacia Rubén para que él la llevara, al fin y al cabo era más fuerte, pero justo en ese momento vio como se desplomaba en el suelo. - ¡Rubén! Por suerte, volvió a levantarse casi enseguida, así que suspiró. Otra falsa alarma. A ese paso la iba a matar de un... Susto...

No. Por favor, no, no, no, tú no, por favor...


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