Corrientes del Tiempo: Capítulo 12

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- Timmy, oye... Su madre entró como un huracán en su dormitorio, sin ni siquiera llamar a la puerta o avisar, por lo que Tim dio un respingo. El corazón le iba a mil. Pausó el juego del ordenador para volverse hacia ella, ceñudo. - ¡Mamá, deja de hacer eso! ¡Un día me provocarás un infarto! Para su desesperación, su madre se echó a reír, agitando la cabeza. Colocó una pila de ropa recién sacada de la secadora sobre la cama, que estaba pulcramente hecha. Siempre había sido muy maniático en lo que se refería al orden y la limpieza. Entonces reparó en que su madre llevaba un vestido elegante, el pelo recogido y las perlas que habían pertenecido a su abuela. - Anda, qué elegante... ¿Y eso? - ¡Ay, hijo! ¿Pero dónde tienes la cabeza? - su madre suspiró.- Bueno, eso ya lo sé yo, en tus ordenadores...- le revolvió el pelo como si él siguiera teniendo cinco años, lo que, en realidad, le hizo ilusión, pese a que torció un poco el gesto.- ¿No recuerdas que hoy tu padre me lleva a cenar y al teatro? - ¡Coño, que hoy es vuestro aniversario! - ¡Eh! Esa lengua. Tim se puso en pie para abrazar a su madre, por lo que ésta suavizó su expresión. Le dio un beso en la mejilla antes de separarse. - Siento no haberme acordado antes, mamá. Justo en aquel momento, su padre asomó la cabeza por la puerta. Entre las manos llevaba el fino chal de su esposa, el cual le colocó elegantemente. Los dos se besaron, por lo que Tim empezó a protestar y ellos rieron.


- Oh, venga, hijo, no seas tan remilgado... - Papá... - Bueno, nosotros ya nos vamos - le informó su madre.- He dejado dinero para pizza en la cocina, por si no te apetece calentar nada de lo que hay en la nevera - alzó un dedo en dirección a él, severa.- He dicho para pizza, no para comprar piezas para tu querido ordenador. - Que sí, mamá. Los dos se despidieron cariñosamente de él y se marcharon, por lo que Tim regresó a su escritorio. Agitó la cabeza, pasándose una mano por el cuello, que estaba empapado de sudor. Estaba siendo un agosto especialmente caluroso, sobretodo en aquella casa que siempre era más cálida en verano y más fría en invierno. Se acercó a la ventana para abrirla y, al hacerlo, se asomó; al menos por la noche había refrescado un poco. Vio a sus padres metiéndose en el coche, por lo que se quedó ahí apoyado, mirándoles con una sonrisa en los labios. Tantos años casados y seguían tan felices, era bonito. Sin embargo, la cara se le quedó congelada. Pues en cuestión de segundos, el coche en el que iban sus padres fue arrollado por un camión, justo cuando estaban saliendo de casa. El chirrido de los neumáticos, el crujido del cristal al quebrarse, el chillido que brotó de los labios de su madre... Aquella serie de sonidos se quedó clavada en su cerebro para siempre.

 - Papá... No... Mamá... Ma... No... Por favor, no... Tim se revolvía de un lado a otro, cerrando los ojos con fuerza, aunque resultaba evidente que era preso de una pesadilla. Sin embargo, ya no sudaba, ni estaba pálido, ni parecía tener un pie en el otro barrio... Era todo un alivio. - ¿Qué le ocurre? - preguntó Clementine con su marcado acento francés.


Siguiendo la mirada de la chica, se concentró en la bruja. Ésta, como acostumbraba, estaba sentada en un pequeño sillón situado en un rincón; las rodillas sobre un brazo del mueble, la espalda sobre el otro y una larga y delicada uña con manicura francesa entre los dientes. Ante la pregunta, dejó de leer para fijarse en ellos. - Un efecto secundario de la magia. - ¿Y qué quiere decir eso? - insistió Clementine. - He estado mucho tiempo reteniéndole con magia - explicó Débora, pasándose una mano por el pelo; Felipe notó que era menos rubio que cuando la conoció.- La magia siempre tiene sus consecuencias, querida. A veces para el que la practica, otra para el destinatario de la misma y en este caso para ambos. Yo estoy exhausta, tendré que dormir durante varios días seguidos y tu amigo, mucho me temo, no podrá pegar ojo en varios días, víctima de pesadillas. En aquel momento, Tim alzó la voz: - ¡NO! Mamá... No te vayas... No me dejéis solo... Por favor... No quiero estar solo... Clementine pareció olvidarse de todo para acomodarse en la cama de Tim, acariciándole el rostro con suavidad, mientras repetía una y otra vez en susurros: - Tu n'est pas seul. Je suis avec toi. - Me pregunto qué estará soñando - comentó distraídamente Débora. - Mucho me temo que no es un sueño. Es un recuerdo - Felipe agitó la cabeza, cayendo en la cuenta de algo: quizás la bruja pudiera arrojar luz donde Álvaro, por el momento, había sido incapaz de hacerlo y resolver si la muerte de los señores Ramsey había sido provocada o no. Por eso, se acercó a la bruja.- Voy a ordenar que preparen una habitación para que puedas disponer de ella todo lo que quieras. Si tienes hambre, sólo tienes que decirlo, hay gente en las cocinas que conoce las otras actividades que hacemos aquí. - Muy amable - le sonrió la mujer, antes de bostezar.- Y creo que lo voy a aceptar ahora mismo. No me vendría mal una siestecita. - No se preocupe, señor Navarro - intervino, entonces, la chica.- Yo me quedo con Tim.


- Gracias, Clementine - curvó los labios en una sonrisa.- Pero, por favor, deja de llamarme así y de tratarme de usted, ¿de acuerdo? La muchacha asintió antes de comenzar a cantar una nana. Su voz no era la más bonita del mundo, pero acertaba a entonar y lo hacía con cariño, por lo que sonaba muy, muy dulce. Con aquella canción de cuna resonando tras ellos, Débora y él abandonaron el dormitorio. La dejó cómodamente instalada antes de dirigirse hacia la habitación de Hanna, donde la niña se encontraba en compañía de Valeria para que le echara un vistazo. No llegó a entrar, sin embargo, pues Gerardo apareció en un extremo del comedor. Tenía el rostro enrojecido, la respiración agitada, lo que quería decir que había subido hasta ahí corriendo. - ¡Felipe! ¡Estás ahí! - ¿Preparándote para las Olimpiadas? - Déjate de bromitas - rezongó el hombre, agitando la cabeza.- Tenemos un problema - al escuchar eso, Felipe suspiró, ¿sólo uno? Visto lo visto, eso sería todo un milagro.- Acaba de llamar Mateo Esparza. Ha terminado el compromiso laboral, así que vuelve a España. - No veo el problema... - ¡No seas impaciente! - le reprendió Gerardo, apretando los labios un instante.- Desde niño igual, siempre adelantándote...- puso los ojos en blanco, antes de proseguir.- Bueno, a lo que iba. El señor Esparza me ha dicho que su hija no le cogía el teléfono, así que me ha pedido que le dé la buena nueva. El problema es que, por más que la he buscado, no la he encontrado. La señorita Esparza no está en el internado, Felipe. - ¡¿Qué?! Se pasó ambas manos por el pelo, resoplando, mientras caminaba de una pared a otra, casi como un animal enjaulado. Tras unos segundos en aquel estado, casi a punto de estallar, se colocó frente a su antiguo maestro: - Creo que sé dónde está. Voy a hacer unas cuantas llamadas. - ¿Necesitas qué haga algo?


- Sí. Mira a ver si en algún lugar de este internado hay una cadena de presidiario, con su bola y todo. En cuanto encuentre a Tania, se la pienso poner como si fuera una tobillera. A ver si así abandona esa manía que le ha entrado últimamente de escaparse.

 Pese a lo que había creído en un primer momento, la vida que se había visto obligado a llevar, no era tan horrible. Sí, era un prisionero de Guillermo Benavente, pero cuando éste no estaba, no se sentía como tal. Los primeros días, Inés había ido a visitarle en más de una ocasión para charlar con él. Sentía mucha curiosidad por el futuro, las diferencias enormes que había entre un tiempo y otro y, sobre todo, le pedía que le hablara de Tania y Ariadne. Sospechaba que, más que sus chicas, le interesaba cómo había cambiado el papel de la mujer, algo que también le sorprendía a él. Había escuchado hablar a sus abuelas sobre el tema, pero al experimentarlo en primera persona, se había vuelto algo mucho más serio. Quizás se debía a que sus padres se trataban de igual a igual. Quizás a que en su casa siempre reinaban las risas, la felicidad. Quizás, sencillamente, se debía que el cambio de mentalidad que había sufrido España tras la muerte de Franco había sido enorme. Pero la cuestión era que le sorprendía lo distinta que era aquella familia a la suya. Guillermo Benavente no sólo era el padre, era el mandamás. Lo que él decía, iba a misa, quisiera o no su esposa. De hecho, aunque Inés era la que llevaba la casa y cuidaba a los hijos, no tomaba ninguna decisión. Jero, a fuerza de observar y escuchar, se había dado cuenta que el señor Benavente hasta se apropiaba de los avances de la mujer con las Damas. Llevaba ya casi dos semanas como prisionero. Y era la novena vez que, al dormir, escuchaba a Inés llorar sola en el salón.

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Había sido el viaje más largo de su vida. El trayecto hasta Boston había sido raro, pues no había dejado de pensar en Jero y en cuanto lo extrañaba, pero al menos había estado sola. A la vuelta, había seguido echando de menos a su novio y, además, había tenido que estar sentada al lado de Rubén durante todo el vuelo, en silencio, ya que no se hablaban. Había fingido estar viendo la película, también el leer una revista, aunque no dejaba de dar vueltas a los mismos temas: Jero, el misterio en torno a la familia de sus dos amigos, cómo se iba a tomar Ariadne la noticia, Jero de nuevo, el dichoso beso que le había propinado Rubén, lo que le llevaba a Jero otra vez... Así durante todo el viaje, mientras los minutos se le antojaban horas y éstas días. Pero, al final, el avión aterrizó y pudieron bajar. Permanecieron en silencio al entrar en el edificio, al coger las mochilas e incluso al dirigirse hacia la salida del terminal. Cuando vieron la puerta que marcaba el final del pasillo, Rubén tosió para aclararse la voz: - Deberíamos coger un taxi para ir al internado. - Así que los asesinos no tenéis coche de empresa. Qué decepción. - Se me hace raro oír sarcasmos con tu voz - comentó Rubén, frunciendo el ceño, como pensativo, por lo que ella hizo una mueca. Ni siquiera se esforzó en añadir algo más. Si estar junto a él era incómodo, hablar era doloroso. Por eso, en silencio se encaminaron hacia el extremo del pasillo, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Por eso, ambos se sorprendieron cuando escucharon a alguien aclararse la garganta y decir: - Hombre, Tania, cuánto tiempo sin... verte... La estupefacción en el rostro de Felipe era tan evidente como la que, seguramente, habría aparecido en el rostro de ellos dos. No había imaginado que nadie la fuera al buscar al aeropuerto y mucho menos el liado director del internado, además de rey de los ladrones. - Felipe - fue lo único que acertó a decir.


- Iba a bromear con que estabas muy cambiada, para seguir torturándote y eso, pero...- el hombre clavó su mirada en ella, haciendo un gesto con la cabeza.- Pero es que lo estás - hizo una pausa, en la que suspiró.- A Álvaro no le va a gustar nada. - No es a él a quien le tiene que gustar - aclaró ella con suavidad. - Supongo que no - la expresión de Felipe se endureció en apenas un instante, como si hubiera recordado de pronto qué le había llevado ahí. No obstante, permaneció en silencio, mirando a su alrededor, reparando en la gran cantidad de gente que iba de un lado a otro y que podría escucharles.- Seguidme. Ya. Y ni una palabra hasta que lleguemos al coche. Mientras caminaba detrás del hombre, Tania pensó que Ariadne había heredado muchas cosas de su tío. Reparó en que ambos compartían el mismo gesto de enfado. De hecho, pudo recordar cuando su amiga los salvó de Colbert y Lucía, aunque ellos creían que se trataba del malvado Zorro plateado que había secuestrado a su padre. En aquel momento, Felipe los estaba conduciendo hacia su coche con la misma expresión malhumorada. Al reflexionar acerca de todo aquello, se acordó de que Rubén era también sobrino de Felipe, aunque lo único que tenían en común era el color del pelo... Y, si se fijaba mucho, encontraba cierto parecido a la forma de su nariz. Pero nada más. - Tiene que ser raro para ti - murmuró, volviéndose hacia Rubén. - No sabes cuánto. Tania sabía lo que era descubrir que tu propia familia te ocultaba cosas, que tenías un concepto equivocado de ella, pero se calló, pues su padre no tenía comparación con Beatriz de la Hera. Su padre siempre había intentado protegerla, jamás la usaría como moneda de cambio, ni la habría abandonado a su suerte. En ese preciso momento, Felipe les indicó que entraran en su coche, antes de acomodarse en el asiento del conductor. Una vez ahí, se volvió hacia ellos, ceñudo. - ¡¿Pero se puede saber qué narices tienes en la cabeza?! Permanecieron en silencio unos segundos.


- Eh... ¿Se lo dices a ella por escaparse o a mí por convertirme en asesino? - ¡A los dos! - exclamó con frialdad.- Tania, podría haber pasado cualquier cosa. ¿Acaso no te das cuenta de que prácticamente estamos en guerra? ¿Y si los Benavente te hubieran atrapado? Y tú... Tú...- se quedó mirando fijamente a Rubén.- ¡Eres un insensato y un estúpido! De no ser porque fuiste demasiado rápido y te escapaste antes de que pudiera haber hecho algo, no serías un asesino. ¿Eres consciente de lo que significa esa palabra? - No soy tan tonto... - Pues de momento no has dado evidencias de lo contrario. - Felipe - se apresuró en intervenir Tania, pues lo que menos necesitaban era una pelea entre tío y sobrino. El hombre reparó en ella de nuevo, por lo que la chica se humedeció los labios, nerviosa.- Me fui por un motivo... Un motivo que te atañe. Verás, yo... Bueno, intenté que Rubén no completara la iniciación. Se quedó callada de nuevo, sin saber muy bien cómo seguir. Felipe asintió con un gesto, su rostro se había suavizado. - Lo comprendo - hizo una pausa.- De veras que comprendo que lo hicieras, pero no puedes andar escapándote del internado día sí, día también. Parece que te gusta correr al encuentro del peligro y, tarde o temprano, acabarás recibiendo algo más que un corte de pelo. - No soy ninguna kamikaze - aclaró ella muy seria.- Lo que pasa es que, algunas veces, se deben correr riesgos. Y esta vez era una de esas ocasiones, Felipe. De verdad. El ladrón debió de aceptar su argumento, pues, tras unos instantes de silencio, volvió a suspirar, pasándose una mano por su corto cabello castaño. Después, frunció un poco el ceño y habló de nuevo: - ¿En qué sentido me atañe todo esto, Tania? - Eh...- dubitativa, se volvió hacia Rubén, pero el chico parecía tan perdido como ella. Llenó sus pulmones de aire para ganar tiempo. En realidad, creía que debía de ser Rubén el que


hablara con Felipe, pero no lo veía capaz, así que no le quedaba más remedio que explicarlo todo, si querían avanzar.- Erika dijo algo antes de morir. - Erika era mi prometida - intervino, al fin, Rubén; se retorcía las manos con nerviosismo, su mirada huidiza.- El compromiso fue el resultado de un chantaje y de manipulación por parte de mi madre - hizo un ademán.- Una historia complicada. - Y encantadora por lo que veo - asintió Felipe. - La cuestión es que Erika flipó cuando se enteró de que Rubén se había convertido en un asesino - siguió explicando Tania.- Entonces se le escapó algo. Al parecer, la familia Cremonte estaba interesada en el compromiso con Rubén porque...- se calló un momento. Respiró profundamente, era hora de soltar la bomba.- Porque Rubén no se llama así en realidad, sino Eneas Navarro. Rubén es tu sobrino. La mandíbula de Felipe se desencajó. Era algo curioso de ver, teniendo en cuenta que aquel hombre se controlaba tanto. - Eso no es posible - musitó al cabo de un rato.- Mi sobrino murió, no... Quiero decir, lo sabría. Me entero de muchas cosas y... y conozco a tu madre y yo... Vamos, la habría reconocido, no me cabe la menor...- se le quebró la voz, palideciendo.- El zoótropo - la mirada de Felipe se perdió, era como si ni siquiera estuviera ahí, con ellos.- Eso lo explicaría... Chryssa debió de cogerlo y se lo llevó y, luego, lo usó conmigo. Felipe regresó a la realidad, concentrándose en ellos de nuevo. Abandonó el coche, lo rodeó y abrió la puerta que correspondía al asiento de Rubén. Le hizo un gesto con urgencia, prácticamente sacándolo a la calle. - Deja que te mire bien. - No creo que encuentres ningún parecido - comentó el chico. - Ni de niño te parecías a nadie en particular - el ladrón examinó minuciosamente a su sobrino.- Podrías serlo, sí...- agitó la cabeza, como concentrándose.- Supongo que debería ser una situación emotiva, con abrazos, lágrimas y demás, pero esto es importante. Tienes que responder


a varias preguntas con sinceridad, ¿entendido? - Rubén asintió, extrañado.- Llevaste a Álvaro y a Kenneth a la bruja, ¿me equivoco? - No. - ¿Desde cuándo trabajaba contigo? - Desde niño. - ¿Mikage se acercó a ti antes de que mataras a Santi? - Sí. Felipe se pasó ambas manos por el pelo, reflexivo y tenso. Tras unos instantes, durante los cuales paseó de un lado a otro del coche, apoyó una mano en el hombro de Rubén. Le dedicó una sonrisa, antes de estrecharlo entre sus brazos. - ¿Sabes que soy tu padrino? - Rubén negó con un gesto.- No, claro que no. Tu madre no hizo más que mentirte - apretó los labios, pese a que, en apariencia, estaba tranquilo, se podía ver la rabia en él.- Hablando de lo cual, ¿no sabrás dónde se encuentra ahora mismo? - A estas horas estará en su oficina.


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