Corrientes del tiempo: Capítulo 10

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Tras desayunar con él, Ariadne y Deker se habían marchado al internado Bécquer con la esperanza de poder dejar una carta que leyeran en el presente. Ambos le habían repetido varias veces que se quedara en el hotel descansando, algo que le parecía muy injusto: él sólo tenía un ojo morado, del que apenas quedaba ya rastro, mientras que Ariadne había sido operada hacía algo más de dos semanas y Deker había sido torturado justo antes de que llegaran al pasado. Ellos debían descansar, no él que se encontraba perfectamente. No les iba a hacer caso, por supuesto, pues tenía cosas que hacer. Les despidió en el recibidor del hotel y aguardó a que desaparecieran entre las calles de la ciudad, antes de subir a su habitación y coger sus cosas: ropa de abrigo y el diario que el propio Deker le había dejado, el que hablaba sobre las Damas. Tras colocarse la bufanda en torno al cuello, abrió el libro y releyó la parte que le había obsesionado desde su llegada al pasado.

Doce de diciembre de mil novecientos cincuenta y uno

Tras multitud de pruebas, teorías desbaratadas, hechizos y lecturas de todo tipo, he logrado hallar el don de Anastasia, la Dama de Azul. Después de casi toda una vida investigando, buscando manuscritos en los lugares más recónditos del mundo, escondiéndonos del mundo para practicar la magia sin que nos tachen de ateos o satánicos; después del tiempo invertido, de los experimentos arriesgados, lo he descubierto de la forma más tonta. Uno de los niños, curioso, se ha colado en la cocina y no ha tenido mejor ocurrencia que, al enredar entre los cacharros y las cocineras, coger la plancha que estaba encendida. Como es de prever, se ha dejado las manitas en carne viva y el dolor ha sido tal que ha soltado un alarido de dolor. Al


escucharlo, he acudido en su ayuda con tanta premura que, sólo cuando he ido a cogerle, me he dado cuenta de que el diamante estaba entre mis manos. Mientras el niño lloraba escandalosamente y les gritaba a las doncellas que fueran a por hielo o agua fría para atenderle, el diamante ha comenzado a brillar. Ante su candor, el niño ha contenido el llanto y, olvidándose en dolor a favor de la curiosidad, me la ha quitado de las manos. En cuanto su piel maltrecha y roja ha tocado la Dama, ésta ha refulgido todavía con más intensidad y, por arte de magia, ha curado las quemaduras hasta el punto de que, al final, no había rastro de ellas. Ahora nadie creerá que el pequeño ha sufrido tal accidente doméstico. Por otro lado, ahora que la calma se ha instalado, que todo ha pasado, no puedo dejar de preguntarme acerca de lo que ha pasado. ¿Hasta qué punto puede curar Anastasia? ¿Podría sanar a un enfermo? ¿Podría reparar extremidades amputadas? ¿Quizás aliviar el dolor de un moribundo? ¿Salvarle la vida? ¿Podría resucitar a un muerto? Además, ha sido la primera vez que uno de los diamantes se ha comportado así. Quizás se deba a que, con Anastasia, ya hemos obtenido las cuatro Damas. Quizás al reunir a las cuatro, sus poderes se intensifican como cuenta la leyenda. O puede que se deba a que la Dama, en cierta manera, posee vida propia y, al ser consciente del dolor del pequeño, haya querido ayudarle. Según tengo entendido los ladrones creen que los Objetos poseen vida, ¿será así? En todo caso, es evidente que este descubrimiento abre varias vías de investigación. Cada avance parece confirmar nuestras teorías iniciales, quizás nuestro sueño no esté tan lejano después de todo.

Escribo una nueva entrada porque lo sucedido, definitivamente, lo merece. Hoy he recibido la visita de un joven bastante estrafalario. Por algún motivo que, de momento, no conozco, sabía cosas. Entre otros datos, ha confirmado que las leyendas son ciertas: existe un quinto diamante, el equivalente al zarévich y, al igual que yo lo consideraba, parece creer que los dos Romanov más pequeños fueron salvados por él.


Jero, cerrando el pequeño libro, se volvió hacia su cama. Ahí, doblado, descansaba un periódico, el que el personal del Ritz le había dejado a primera hora y donde podía leerse la fecha con claridad: doce de diciembre de mil novecientos cincuenta y uno. No podía ser casualidad. No era casualidad. La visita que había recibido la señora de Benavente tenía que ser la suya, no había ninguna duda. Por eso, se caló bien el sombrero, que seguía sin sentarle tan bien como a Deker, y abandonó el hotel.

El primer día que habían pasado en el hotel Ritz habían acordado que su mejor opción para regresar al presente era el robar las Damas de casa de los Benavente. Sin embargo, éstos parecían saber cómo eran y, además, Deker no estaba en el mejor de los estados. Por eso, Ariadne y él decidieron contratar a un detective privado que les ayudara a saber cuáles eran las rutinas del matrimonio formado por Guillermo Benavente e Inés Madorrán. El despacho del detective estaba en un edificio estrecho en un barrio de Madrid mucho más humilde que el lujoso ambiente que se apreciaba en el Paseo del Prado. La verdad era que parecían mundos distintos. Al aproximarse a dicho edificio, se topó con un par de chicas que le sonrieron con cierta timidez. Llevaban el pelo negro muy ondulado, un abrigo que no dejaba entrever sus curvas y una falda que le recordaba a la que llevaba su abuela. Les devolvió el gesto y cruzó la puerta, dirigiéndose directamente a las escaleras para subir hasta la segunda planta, donde se encontraba el despacho. Por el camino, se topó con una mujer que fregaba el rellano y que, al igual que las chicas de antes, llevaba falda de vieja combinada chaqueta de burda lana, todo ello de colores apagados, tristes. Definitivamente, prefiero como visten las chicas de mi época.


Llamó a la puerta del detective que, a diferencia de lo que había visto en las películas, era normal y corriente, con algún desconchón en la pintura marrón. Eso sí, al menos tenía una pequeña placa que rezaba:

Raúl Collado Detective privado

Escuchó algo en el interior que no logró entender, pero que parecía una protesta. Un segundo después, la encantadora sonrisa de la ayudante del señor Collado le recibió. - Pase, pase. - ¿Molesto? - preguntó él. - No, no, en absoluto - repuso ella con desparpajo, echándose hacia un lado.- Sólo tenía una pequeña desavenencia con el señor Collado. Es que cree que, como le echo una mano de vez en cuando, me he convertido en su criada. La chica, que debía tener su misma edad, le dedicó una mirada cargada de intención a su jefe. Éste le reprendió en silencio con otra, aunque no tardó en levantarse para dirigirse hacia él, tendiéndole una mano. Era un hombre alto, delgado, aunque con hombros anchos, que tenía el pelo entre castaño claro y rubio y ojos azules. - Disculpe a mi secretaria, señor Gálvez. - ¿Secretaria? - preguntó ella, soltando un bufido. La chica tenía el pelo castaño que le caía sobre la espalda en marcadas ondas, algo que, al parecer, estaba de moda en los cincuenta, a juzgar por todas las féminas que veía. Era bastante guapa y su ropa era bastante más alegre de la que había visto por la ciudad: junto a una falda negra llevaba un jersey rosa. Mientras los dos parecían retarse con la mirada, Jero tomó aire y se recordó a sí mismo que estaba en mil novecientos cincuenta y uno y no podía hablar como siempre.


Recuerda lo que te dijo Ariadne, Jero: Uno, me llamo Fermín Gálvez. Fermín Gálvez. No dar mi verdadero nombre. Dos, tratar de usted al personal. Tres, tener cuidado con las expresiones. Controlarme. Si digo "tío" o "liarla parda", no me entenderán y Ariadne, encima, me matará, porque, debo recordar, no estoy en un episodio de Águila roja, sino en la realidad. Bien, Jero, puedes hacerlo. ¡Mierda! ¡No! Bien, Fermín Gálvez, puedes hacerlo. Así está mejor. Sí. - Eh, señor Gálvez - el detective ladeó la cabeza, algo preocupado, por lo que Jero negó con un gesto y lo siguió hasta el escritorio.- Lamento que haya sido testigo de esta pequeña riña hizo una pausa.- ¿No le acompaña hoy su hermana? - Ha ido con su marido a visitar a un viejo amigo - le quitó importancia con un ademán.Señor Collado, me gustaría saber si ha descubierto algo el señor Benavente. ¿Es, como teme mi prima, un hombre infiel? Eso había sido una treta de Ariadne. Había acudido al despacho en nombre de su querida prima, Inés Madorrán, ya que a ésta le daba vergüenza pedir que investigaran a su marido. Lo que en realidad quería Ariadne, y él en ese momento, era averiguar cuando dejaban la casa y si lo hacían con regularidad. Ante su pregunta, el detective le hizo una seña y rebuscó en sus cajones hasta sacar una carpeta. Tras examinar una serie de documentos, se los mostró, mientras le explicaba: - De momento no puedo decirle que sí - explicó el señor Collado.- Le hemos estado siguiendo durante esta semana y, de momento, no le hemos visto con ninguna mujer. En mi opinión, no parece esa clase de hombres, pero acordamos que seguiríamos investigando durante unas tres semanas. - ¿Por qué dices... dice que no cree que es esa clase de hombre?


- El señor Benavente es muy rutinario. Como puede leer aquí - le señaló un informe.hace todas las mañanas lo mismo: sale de casa a las ocho y cuarto de la mañana, va a la comisaría donde permanece hasta la hora de comer. Regresa a su casa y no se marcha hasta las cinco... - No hace falta que me cuente su rutina - le interrumpió. - Entonces, ¿sigo investigándole? - Sí, claro, claro - asintió, frunciendo un poco el ceño.- Disculpe... ¿Puedo hacerle una pregunta? - el detective le indicó que así era con un gesto.- ¿Cómo sabe lo que está haciendo el se... marido de mi prima si usted está aquí? - Tengo amigos en la comisaría. - Ya veo - se puso en pie, estrechándole la mano.- Muchas gracias por todo. Volveremos a visitarle en dos semanas, como acordamos - le sonrió.- Hasta entonces, señor Collado - al dirigirse hacia la puerta, intentó imitar el saludo tan guay que hacía Deker, aunque no terminó de salirle.- Señorita.

La familia Benavente-Madorrán vivía en el principal de un enorme piso en la Castellana. Jero había llegado hasta el rellano, incluso había alzado la mano para llamar a la puerta, pero se había detenido. Estaba nervioso. ¿Y si no salía bien? ¿Y si se metía en un lío? Estaba convencido, gracias a lo que había leído en el diario, de que Inés Madorrán sería una aliada, no una enemiga, pero, aún así, no dejaba de estar a punto de entrar en la boca del lobo. Cerró los ojos un instante. Como siempre que lo hacía, la imagen de Tania acudió a él. Tania, con su pelo rubio, sus ojos castaños y su bonita sonrisa. Tania, que bizqueaba un poco cuando se concentraba en algo, que se retorcía un mechón de pelo cuando pensaba en algo... Dios, cuánto la echaba de menos. Arriésgate por la chica, idiota. Vamos, llama. Pensando únicamente en conseguir las Damas para regresar a su presente, Jero llamó a la puerta sin dudarlo. Una criada le abrió y no se mostró muy dispuesta a dejarle pasar, así que Jero


tuvo que insistir en que debía ver a la señora de la casa con urgencia. Al final, debido a su obstinación, la criada la condujo hasta una pequeña salita que había a la derecha del recibidor. De nuevo nervioso por el encuentro, Jero comenzó a estrujarse las manos y a caminar de un lado a otro. ¿Cómo sería Inés Madorrán? ¿Qué le iba a decir? ¿Debía contarle la verdad? ¿Por qué narices en el diario no detallaba más el encuentro? Estaba echando un vistazo por la ventana, cuando escuchó unos tacones repiquetear por el suelo y, justo después, una voz tensa. - Al parecer este encuentro es un asunto de vida o muerte. Al volverse, descubrió a una mujer muy hermosa. Mediana estatura, esbelta, de aspecto grácil, como el que tendría una bailarina. Su pelo era cobrizo y lo llevaba recogido en un bonito moño a la altura de la nuca, aunque varios mechones se habían escapado de él y le enmarcaban el rostro. Le resultó muy curioso ver que, pese al color del cabello y a los ojos marrones claros, se parecía bastante a Deker: había algo en sus rasgos que le recordaban a su amigo, también lo vio en la forma de los ojos y en como miraba. - Algo así, la verdad - asintió él. - Pero si no eres más que un chiquillo - observó ella, frunciendo el ceño.- ¿Cuántos años tienes? ¿Quince? - ¡No soy ningún chiquillo! Tengo diecisiete. - Qué mayor - se burló Inés, agitando la cabeza.- Mira, tengo cosas que hacer y me estás haciendo perder el tiempo, seguramente debido a una niñería, así que márchate - se hizo a un lado para señalar la puerta con un gesto.- ¡Vamos, fuera! - Ariadne me va a matar por esto...- masculló para sí. - ¿Perdón? - Su hijo se ha quemado con una plancha y ha descubierto lo que hace la Dama de azul, ¿verdad? - dijo muy seguro de sí mismo, aunque era más fachada que otra cosa. En realidad, temía muy seriamente el haber provocado algún desastre espacio-tiempo.


Espero no desintegrar el tiempo en plan River Song. Y, sobre todo, espero que Ariadne no se entere de esto. Jamás. Inés Madorrán abrió mucho los ojos, sorprendida, aunque no tardó en reaccionar: cerró la puerta corredera a su espalda y, un instante después, se abalanzó sobre él. Lo agarró de las solapas del abrigo y lo estampó en la pared, colocando el brazo flexionado sobre su garganta para ejercer una presión casi insoportable. - Escúchame bien. No sé si eres un ladrón o un asesino o alguna otra cosa y no me importa - siseó, entrecerrando los ojos, lo que le daba un aire todavía más peligroso.- Ahora bien, a ti debería importarte qué soy y que no he hecho un estúpido voto de no matar. Dime quién eres, qué quieres y, sobre todo, por qué no debería matarte. - N-no soy ni un ladrón ni un asesino... Ni nada, en realidad. Inés aumentó la presión sobre la traquea de Jero, que empezaba a respirar con dificultad. Tragó saliva, nervioso. - Sólo quiero ayudarte. - ¿Y por eso me espías? - No te he espiado...- la mujer apretó todavía más, por lo que tuvo que añadir con un hilo de voz, ya que no era capaz de sacar más.- Mira en el bolsillo... Por favor... - No soy ninguna mujercita inofensiva - le recordó Inés con frialdad.- Si haces alguna tontería, no harás nada más en tu vida, ¿de acuerdo? - él asintió y, por algún motivo que no alcanzó a comprender, levantó las manos como hacían en las películas cuando les atracaban. La mujer registró los bolsillos del abrigo hasta conseguir el diario, el cual, a juzgar por su expresión, debió de reconocer enseguida.- ¡Por todos los...! Imposible... Sencillamente imposible... Siguió mascullando esa palabra durante un rato, mientras echaba un vistazo al diario. Al cabo de unos segundos, que a Jero se le antojaron una eternidad, alzó la mirada hacia él de nuevo. En aquella ocasión, sin embargo, parecía más atónita que otra cosa. Al menos ya no parece Lady Deathstrike dispuesta a hacerme pedacitos.


Qué familia tan agradable la de Deker... - ¿Por qué tienes esto? ¿De dónde lo has sacado? - Es una larga historia - respondió, algo más tranquilo.- Una historia de la que no sé qué puedo contarte... Así que me ceñiré a lo básico: en el año dos mil doce un descendiente tuyo, una ladrona y yo acabamos viajando al pasado gracias a las cuatro Damas. Tu descendiente, antes de que todo eso pasara, me dio tu cuaderno y leyendo varias cosas, deduje que teníamos que encontrarnos hoy y ahora. Inés abrió el diario de nuevo, pero Jero se apresuró en arrebatárselo de las manos. - ¡No puedes leerlo! - exclamó, rodeándolo con sus brazos.- No estoy muy seguro de cómo funcionan las cosas con los viajes en el tiempo y tal, pero he leído muchos cómics y spoilerarte tu vida nunca, absolutamente nunca, es buena idea. - ¿Espoi... qué? - No puedes conocer tu futuro o podrías cambiarlo. Inés consideró el argumento durante un instante. Después, agitó la cabeza y se pasó la mano por el rostro, suspirando. - Está bien. Lo comprendo - hizo una pausa.- Ahora bien, ¿por qué se supone que debemos encontrarnos? ¿Con qué finalidad has venido a verme? - Queremos volver a casa y, para eso, necesitamos las Damas. - ¿Quieres qué...? La voz de la mujer se quebró y, antes de que él pudiera decir nada, le tapó la boca con una mano. Le sacó de la habitación a toda velocidad para conducirlo a través del pasillo hasta un dormitorio; lo empujó al interior del armario y susurró: - Quédate aquí en silencio. No hagas ni un ruido. Jero no comprendía nada, ¿pero qué narices estaba sucediendo? No pudo preguntarle nada a Inés, pues ésta cerró la puerta y él acabó rodeado de pesados abrigos, que no tardaron en


darle un calor infernal. Con cierta dificultad, se puso en cuclillas y abrió un poquito la puerta, asomándose para ver a la mujer alisándose el bonito vestido. Se estaba retocando el pelo, agachándose un poco frente al tocador, cuando la puerta de la habitación se abrió. Jero contuvo el aliento. Para su sorpresa, Guillermo Benavente entró en el dormitorio, aflojándose la corbata. - Estás aquí, mi amor - sonrió. - Hola, cielo. Inés se acercó a su esposo para besarle. Él deslizó sus manos por la cintura de ella, atrayéndola para propinarle otro beso mucho más apasionado. Jero cerró los ojos. Por favor, por favor, que no se lo monten ahora, por favor. No quiero ver esto, no, no quiero ver esto... - ¿Cómo es que estás tan pronto en casa? - quiso saber Inés, mientras le ayudaba a quitarse tanto el abrigo como la chaqueta.- ¿Ha ocurrido algo? - abrió el armario para guardar las prendas de ropa, dedicándole una mirada de advertencia. Después se separó, dejándole una pequeña obertura para que pudiera seguir contemplando la escena.- ¿Estás bien, cielo? - Sólo cansado - Guillermo se había sentado en la cama. - ¿Asuntos policiales o extraoficiales? - ¿No es acaso lo mismo? - preguntó, masajeándose las sienes.- Los Benavente nos ocupamos de cazar a asesinos y ladrones, que no dejan de ser criminales mucho peores que rateros y rojos. Estamos buscando a tres de ellos muy, muy peligrosos. - Bueno, ahora no te preocupes y relájate - Inés se sentó al lado de su marido. Comenzó a acariciarle el cuello, sonriéndole.- Además, tengo buenas noticias. He estado descubierto algo nuevo hoy, algo que te gustará. Se inclinó sobre Guillermo para susurrarle al oído. Éste se sorprendió, aunque sólo miró a su esposa, que asintió, sonriente. - ¿De verdad? - preguntó el hombre.


- Ven a verlo con tus propios ojos. - Primero me cambiaré de ropa. Y todo sucedió demasiado rápido. Inés hizo un ademán para detenerle, pero no llegó a tiempo y Guillermo avanzó hacia el armario. El corazón de Jero comenzó a latir a toda velocidad. Le iban a descubrir. Recordó que se suponía que los Benavente tenían fotografías sobre ellos tres, los ladrones que estaban persiguiendo, le iban a reconocer. ¿Y si Guillermo Benavente se hacía con el diario y cambiaba la historia por completo? No, no podría permitirlo. Rápidamente, sacó el libro del bolsillo de su abrigo y arrancó las últimas páginas, todas las entradas desde aquel día que, en realidad, no eran demasiadas. En cuanto las escondió en el interior del calzoncillo, sintiendo el arrugado papel en el trasero, la puerta del armario se abrió y Guillermo Benavente le miró atónito. - ¡Esto no es lo que parece! - exclamó Jero.- Ya sé que es lo que dicen todos, pero esta vez es verdad. Créeme, aunque suene a kleenex, es verdad... No pudo decir nada más. Guillermo Benavente le asestó un puñetazo y todo se volvió negro.

 El viaje de vuelta a Madrid transcurría en silencio, aunque, a diferencia del de ida al internado, no era tenso, todo lo contrario. Deker notó que Ariadne ya no estaba furiosa con él y que, de hecho, parecía haberse liberado de todo lo que la atormentaba. También se dio cuenta de que parecía estar a miles de kilómetros de ahí, pensando. Aunque sólo deseaba hablar con ella, no lo intentó. Bastante había pasado ya en pocos días y no quería presionarla, sobre todo porque Ariadne no era de las que reaccionaban bien ante esa clase de presión. En el fondo, lo que más deseaba era besarla.


 Deker aparcó la moto frente al Ritz y bajó de ella de un salto para tenderle una mano. Ella no la necesitaba, por supuesto, pero aún así la aceptó sólo para poder tocarle. Durante todo el viaje no había dejado de pensar en lo ocurrido. Se había abierto ante él, había sido brutalmente honesta y en aquel momento se sentía desprotegida, al descubierto, más vulnerable de lo que había estado nunca ante nadie. Lo peor era que había reconocido que quería besarle, que quería estar con él, algo que no era necesariamente malo... De no ser porque ella era la princesa de los ladrones, estaba comprometida con otra persona y, por su parte, le era imposible romper aquel maldito trato. - ¿No vamos a hablar? - preguntó Deker con suavidad. - ¿Serviría de algo? - No lo sé - sonrió él, divertido.- Porque, la verdad, es que tú y yo no somos como la gente normal que habla y habla sin parar - le rodeó la cintura con los brazos, atrayéndola hacia él, por lo que Ariadne se vio embriagada por aquella poderosa sensación de calor mezclado con deseo y, lo que más la asustaba, amor.- De hecho, cuando nos ponemos a hablar generalmente es más una batalla dialéctica y ahora no quiero pelear contigo. - No hagas esto. No sigas, por favor - pidió la chica con un hilo de voz, mientras se aferraba a él.- Es mejor que dejemos las cosas como están. - Hay varias partes de mi cuerpo que disienten. - Muy gracioso. Deker la abrazó todavía más y, de pronto, Ariadne se encontró recostada contra su pecho, por lo que, también, varias partes de su cuerpo le gritaron que era una idiota y se dejara llevar. Sin embargo, su mente seguía aferrada a la idea de que, al final, sería peor seguir sus sentimientos. - Estoy prometida...


- Venga, Rapunzel, piénsalo bien. Estamos en mil novecientos cincuenta y uno. Te comprometiste con Kenneth en el dos mil once. Técnicamente, ahora mismo eres una mujer soltera... Y yo sigo estando igual de bueno en cualquier año. Ariadne se echó a reír, aunque no se separó. El viento le agitó el cabello, haciéndolo ondear como si se tratase de una bandera. El aire era muy frío, al arrastrar la sensación gélida de la nieve, así que logró que la punta de la nariz de Deker y sus mejillas se sonrojaran un poco. Estaba muy mono, sobre todo cuando el flequillo le cayó sobre los ojos y volvía a parecer el de siempre. - Así que ahora usas tecnicismos para salirte con la tuya, ¿eh? - Si funciona... - Pareces todo un ladrón. Y eso que eres un maldito policía. - Es que eres muy mala influencia. Aunque esas siempre son las mejores. Ariadne se puso de puntillas para alcanzar los labios de Deker. No obstante, antes de que pudiera hacerlo, un policía se acercó a ellos tosiendo gravemente. Ambos se volvieron a la vez, molestos y sin soltarse. - A ver, señores, ya se están separando si no quieren que los lleve a la comisaría acusados de escándalo público - frunció el ceño, haciéndoles un gesto. Obedecieron a regañadientes.- Para algo existen las habitaciones, ¿no creen? Así que, hala, venga, ahuecando el ala, parejita, vamos. Haced uso del dormitorio si lo desean, pero que nadie les vea. Y las cáscaras de plátano existen para que las pisen tipos como tú y se lleven un guantazo en condiciones. - No se preocupe, agente, que así haremos. Para su sorpresa, y sobre todo la del policía, Deker la cogió en brazos y se dirigió hacia el hotel. Ariadne se echó a reír, aferrándose a él. Se había reclinado sobre su hombro, cuando el joven susurró, divertido: - Habría sido todo un acontecimiento si hubieran detenido al famoso Zorro plateado no por robar, sino por besar - Deker se detuvo, frunciendo un poco el ceño.- Bien pensado...


- Qué gracioso. - Señores Perea - ligeramente sonrojado, el recepcionista se había acercado a ellos. Parecía violento con la situación, pero no por eso ellos la cambiaron.- Esto... Señores Perea, hace unas horas han recibido una llamada urgente. Se miraron extrañados. La única persona que podría llamarles era Raimundo, pero habían estado con él esa misma mañana, por lo que era muy improbable. Bajó al suelo, mientras Deker preguntaba con voz ligeramente tensa. - ¿Y se puede saber quién nos ha llamado? - Ha pedido que les entreguemos una nota con ese texto. El recepcionista les tendió un trozo de papel cuadrado, hizo un gesto con la cabeza a modo de reverencia y regresó a su puesto de trabajo. Ellos, compartiendo miradas preocupadas, abrieron la dichosa nota, que rezaba:

Estimados Héctor y Soledad, Me congratula remitiros que nuestro querido Fermín está disfrutando de una velada encantadora en casa. Esperamos que podáis reuniros con nosotros cuanto antes. Os echamos de menos y estamos deseando poder recordar viejos tiempos y charlar, ya que tenemos muchas cuestiones de las que departir. Su amigo, Guillermo Benavente.

Con una sola mirada, Deker y ella se pusieron de acuerdo. Mientras el primero corrió escaleras arriba, Ariadne se acercó a recepción, fingiendo una calma que no sentía en absoluto. ¿Qué narices habría hecho Jero? ¿Cómo habría terminado en aquel embrollo? Le sonrió al recepcionista con educación, enlazando las manos sobre el mostrador. - ¿Podría decirme si ha visto a mi hermano?


- Lo siento mucho, señora. Mi turno ha comenzado tan solo hace una hora más o menos - le informó el hombre, acompañándose de un gesto de disculpa.- En ese periodo de tiempo no he tenido el placer de ver al señor Gálvez, pero puedo preguntar a algún camarero si así lo desea. En ese momento, vio como Deker bajaba la escalera con prisa y se dirigía a uno de los salones. Cerró los ojos un instante. ¿Para qué se molestaban? Los dos sabían dónde estaba Jero. Recordó el papel que debía interpretar, así que volvió a sonreír, al mismo tiempo que le quitaba importancia al asunto con un ademán desdeñoso. - No se preocupe. Gracias por todo. Dejó algo de propina para el recepcionista y se acercó a la escalera, donde esperó a Deker. Éste llegó con el pelo revuelto, pálido y los ojos teñidos de preocupación. La agarró del brazo, inclinándose un poco para susurrar: - No hay rastro de Jero en el hotel. - Era de esperar dada la notita de marras. - ¿Qué narices hacemos ahora? - ¿Qué vamos a hacer, Deker? Meternos en la boca del lobo y salvar a Jero para que, después, le mate un poco y me haga unas botas con su piel - masculló, entrecerrando los ojos.Porque te juro que, en cuanto le liberemos, le voy a matar.

 Ariadne me va a matar. Si no lo hacen estos, Ariadne lo hará. Jero llevaba una eternidad encerrado en un pequeño dormitorio. Debía ser algún tipo de cuarto de invitados, pues había una cama, una cómoda, un armario empotrado y un par de mesillas, pero ningún tipo de objeto personal. Al fondo, también había una ventana cuadrada, que


estaba cerrada con llave; además, daba a un patio de luces y no estaba muy seguro de que pudiera soportar una caída desde el primer piso. Por eso, al final se había tumbado en la cama con zapatos incluidos. Sabía que a Tania aquel detalle la espantaría, pero, ya que le habían secuestrado, no pensaba ser cortés con aquel matrimonio, que se fastidiaran y limpiaran la colcha. Era su única forma de rebelarse contra la situación en la que se había metido él solito. Estaba a punto de quedarse dormido, cuando la puerta se abrió bruscamente. - ¿Dónde están? - preguntó Guillermo Benavente. - ¿El qué? - Jero parpadeó. - Las páginas que faltan. ¿Dónde coño están? Las aletas de la nariz del señor Benavente estaban dilatadas y parecían tener pulso propio, por lo que Jero supo que estaba furioso. Se sintió orgulloso de sí mismo, al fin y al cabo él lo había puesto así. Estiró los labios en una mueca pedante, una como la que Ariadne les dedicaba cuando sabía cosas que ellos desconocían. - ¿De verdad se cree que sería tan estúpido de traer aquí esas páginas? Esas páginas tienen escrito su futuro y no estoy dispuesto a que lo cambie ni un a... ape... ¡Ni un apéndice! Por eso, antes de venir aquí, las he escondido - cruzó los brazos detrás de la cabeza, dejándose caer sobre el colchón con aire chulesco. - No te creo. - Cree lo que quiera, eso no cambiará la realidad - se encogió de hombros. - Seguro que las lleva encima. Jero extendió los brazos a los lados, sin inmutarse, pese a que, en ese momento más que nunca, notaba el papel en el trasero. - Venga, desnúdeme, no me importa - como vio que el señor Benavente no hizo nada, volvió a ponerse en pie, mientras se quitaba la chaqueta.- Bueno, como usted parece reticente a


hacerlo por sí mismo, ya le ahorro el trabajo - le tendió la prenda.- Tome, examínela, mientras me voy quitando los pantalones... - ¡Basta! Cállese. Y déjese la ropa en su sitio, cojones, que en cualquier momento estarán aquí sus amiguitos y lo quiero presentable. - Lo que usted diga. Se colocó la chaqueta de nuevo, mientras Guillermo Benavente abandonaba el dormitorio, dejándolo a solas de nuevo. Aguardó unos instantes. En cuanto comprobó que nadie acudía, se sentó en la cama, sintiendo que le temblaban las piernas y que el rostro se le perlaba de sudor. Qué cerca había estado. No sé cómo Ariadne y Deker pueden hacer esto constantemente... Hizo una mueca, enterrando el rostro entre las manos, mientras una sentida maldición se escapaba de sus labios: - ¡Oh, mierda...! Vienen hacia aquí... Me van a matar... Pese a la desazón que le provocaba el enfrentarse a su amigos tras que le hubieran atrapado y retenido, Jero logró tranquilizarse lo suficiente como para percatarse de un pequeño detalle. Guillermo Benavente conocía la existencia de su diario, lo que quería decir que había hablado con Inés y ésta se lo había contado. Recordó, entonces, que antes de que le descubriera en el armario, le había susurrado algo al oído... Evidentemente, le había traicionado. - Será zorra...- masculló, antes de echar la cabeza hacia atrás. Vuelvo a jurar como una persona normal... Mierda, eso quiere decir que llevo demasiado tiempo lejos de Tania. Qué asco.

 - No tiene las hojas restantes, las ha escondido antes de venir.


Guillermo mantenía los labios apretados y el ceño fruncido, señal inequívoca de que le faltaba muy poco para perder los papeles por completo. Al pensar en aquello, Inés sintió que un leve temblor se apropiaba de su cuerpo, aunque no permitió que la dominara. - Era mucho pedir, cariño - apuntó con suavidad.- Además, nosotros solos hemos llegado hasta aquí. Podemos descubrir el ritual por nuestra propia cuenta. No te preocupes - apoyó una mano en el hombro de su esposo, apretándolo afectuosamente.- Y gracias al chico, vas a poder atrapar a los otros dos. - Sí, eso sí... - ¿Y qué vas a hacer con ellos? Ante su pregunta, Guillermo agitó la cabeza, saliendo de su ensimismamiento. Se pasó una mano por el engominado cabello castaño, realizando un ademán desdeñoso con la otra. - Cosas que una mujer no entendería, querida. - Esta mujer es la que ha descubierto el funcionamiento de las Damas... Enseguida comprendió que había hablado más de la cuenta, algo que la fiera mirada de su marido le confirmó. Guillermo no soportaba que le recordaran que ella era más hábil y estaba mejor dotada en lo que refería a magia, rituales y Objetos. Frotándose nerviosamente las manos, Inés dio un paso hacia atrás. No obstante, la expresión de su esposo se tornó más preocupada que cualquier otra cosa, por lo que dejó de encogerse. - Mi familia no puede saber que tú colaboras en ese tema - le recordó con seriedad.- Ya sabes lo estrictos que son al respecto. Los Benavente son una organización de hombres, querida. Por eso, no entiendes ni las reglas que nos rigen, ni nuestros objetivos, ni... nada, en realidad - de nuevo, hizo aquel maldito gesto, como si nada de lo que ella pudiera decir tuviera importancia. El timbre sonó, por lo que Guillermo se colocó bien la corbata.- Quédate con los niños, cariño, este asunto sólo me concierne a mí.


Únicamente asintió con un gesto, antes de dirigirse al salón grande, el que se encontraba a la izquierda del pequeño, que era donde solían recibir a las visitas no deseadas. Sus dos hijos se encontraban ahí jugando, muy entretenidos. - Vamos, niños, a la sala de juegos. - Pero, mamá - protestó el pequeño Rodolfo. - Ni peros ni nada, vamos, a la sala de juegos. Agarró a Violeta de la mano, mientras le hacía un gesto con la cabeza a su hijo. Éste apretó los labios, mohíno, aunque obedeció enseguida, encaminando la marcha hacia dicha habitación. Al salir al pasillo, se encontraron con los recién llegados e Inés se quedó atónita. Eran un chico y una chica, más o menos del que había conocido por la mañana. El joven era alto, desgarbado, de pelo castaño oscuro y ojos del color del café. Sus rasgos le resultaban familiares, de hecho le recordaban a sí misma. Entonces recordó las palabras del otro muchacho, le había hablado de un descendiente de ella. Tenía que ser él. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue la muchacha. Poseía una belleza envidiable, buen porte y elegancia natural, lo que compensaba con creces los pequeños defectos de su anatomía. Aunque lo que a Inés de veras le resultó chocante, lo que envidiaba, fue su actitud. Aquella joven tenía arrojo, seguridad en sí misma, ni siquiera se molestó en fingir recato frente a Guillermo, era como si poseyera la capacidad de controlar su vida, su destino. ¿Sería así? Intrigada por conocer la respuesta de dicha pregunta, mandó a los niños a la sala de juegos y, sin hacer ruido, se acercó a la habitación donde se estaba llevando a cabo la reunión. Conteniendo el aliento, se recostó contra la pared y se dedicó a escuchar.

 Aquella situación era muy rara.


Por mucho que hubiera visto películas como Regreso al futuro, series como Doctor Who o leído novelas como Rescate en el tiempo, Deker no terminaba de acostumbrarse al hecho de haber viajado al pasado. Sobre todo cuando era al pasado relativamente reciente de su propia familia. Era como si le pegaran una bofetada tras otra, dejándole atontado. O, al menos, le pareció que recibía un puñetazo en pleno rostro, cuando su bisabuelo le abrió la puerta. Nunca le había conocido, pero sí había visto las fotos y los retratos. Pese a que ya estaba entrado en la treintena, Deker recordaba perfectamente cual era su aspecto con varios años más encima. De hecho, lo recordaba mejor anciano que joven, pero ahí estaba, frente a él, con su cabello castaño y sus ojos astutos. - Es todo un placer verles - les saludó Guillermo Benavente. - No lamento decir que no es un placer compartido - apuntó Ariadne. La sorpresa del hombre fue auténtica. Dada la época en la que se encontraban y que se trataba de todo un inspector de policía, no estaría acostumbrado a que una mujer le hablara así. Deker sonrió levemente, disfrutando de que Ariadne no sólo no se achantara ante él, sino también de que le provocara tal asombro. Esa es mi chica. - Pasen a la sala, tenemos asuntos que tratar - fue lo único que Guillermo acertó a decir, mientras se echaba a un lado. Deker hizo un gesto para indicarle a Ariadne que fuera primero. En cuanto ella entró en la casa, él la siguió... Y sintió un nuevo puñetazo. Una mujer conducía a dos niños a través de un pasillo frente a ellos. Ella debía de ser Inés Madorrán, la esposa de Guillermo. Era raro pensar que le quedaban un par de meses de vida, al igual que lo era encontrar semejanzas en ella, en la forma de sus ojos, en sus gestos. Aunque nada era más raro que ver a su abuelo, a aquel maldito desalmado al que tanto odiaba, siendo un niño de seis años. Era un niño completamente normal, de sonrisa bobalicona y con el ceño fruncido debido a una rabieta infantil.


Era normal. La misma persona que había contribuido a hacer de su infancia un infierno y, peor, de secuestrar y torturar a Ariadne, había sido un niño normal... Y estaba ante él. En cuanto salgamos, me llevo a Rapunzel a un bar. Necesito un vaso de whisky para superar esto... O varias botellas. Sintió que Ariadne le cogía de la mano, por lo que el mundo, de repente, volvió a ser terreno firme y no aquella extraña marea que le atontaba. Juntos, unidos, entraron en el pequeño salón. Ahí les esperaba, atado en un sillón, Jero. Por suerte, parecía estar en perfectas condiciones, lo que constituía todo un alivio. - ¿Estás bien? - preguntó Ariadne, sin moverse de su sitio. - Ultra... Ultre... Vamos, que se ha propasado conmigo. Ha sido violento. - Ultrajado - le ayudó él, divertido. - Espera que tu bonito culo dé con mi precioso pie, ya verás lo que es sentirse ultrajado masculló Ariadne, cruzando los brazos sobre el pecho.- ¡Insensato! - Gandalf cree que tengo un culo bonito... Desconcertante. Hasta ese momento, Guillermo Benavente había estado en la puerta, hablando en susurros con una doncella, pero justo entonces la despidió y se reunió con ellos. Les dedicó una sonrisa radiante, mientras se colocaba detrás de Jero, apoyando una mano en su hombro; a la izquierda de su torso se veía con claridad la funda sobaquera de cuero, que contenía una pistola. No había pronunciado ni una palabra, pero la amenaza flotaba entre ellos y los tres tenían claro que todos ellos lo sabían. - Veo que han comprobado que su amigo se encuentra bien - miró a Ariadne, haciendo una mueca.- Perdone, su hermano - se llevó una mano al bolsillo para sacar la documentación de Jero; le echó un rápido vistazo.- Un trabajo excelente, maravilloso. Ni siquiera yo, todo un agente de la ley, habría detectado que es una falsificación... Pero, claro, yo sé sus nombres - asintió con un gesto, antes de volver a curvar los labios en una sonrisa.- Mis felicitaciones, señorita.


- Gracias, supongo. - También han hecho un gran trabajo ocultándose de nosotros. Si no hubiera sido porque vuestro compañero ha sido audaz y confiado en demasía, seguirían sanos y salvos en el Ritz. Ni siquiera el personal del hotel os delató. - Poderoso caballero es don dinero - apostilló él. Fue la primera vez que su bisabuelo le miró. No fue agradable. Torció el gesto en cuanto sus ojos se posaron en él, desprendiendo auténtico y visceral asco hacia él, como si le surgiera de las mismas entrañas. - Tú...- siseó con un odio infinito en los ojos.- Mírate, todo un Benavente, un auténtico miembro de la familia, ¡sangre de nuestra sangre!, trabajando mano a mano con una ladrona escupió aquella última palabra. - La ladrona es bastante más mona que todos vosotros, carcamales. Guillermo Benavente le fulminó con la mirada. Instintivamente, Deker se encogió un poco, ya que aquel par de ojos fanáticos y llenos de odio le recordaron a los de su abuelo. El parecido fue tal que, durante aquel mísero instante, temió llevarse un guantazo, como los que le había dado, en más de una ocasión, Rodolfo Benavente. - No entiendo cómo un descendiente mío ha podido desviarse tanto del camino. Me recuerdas a...- pareció que el nombre se le atragantaba, como si le quemara la boca. Ni siquiera llegó a pronunciarlo. En su lugar, hizo un gesto desdeñoso.- No es que tenga importancia, no así los asuntos que tenemos que tratar, señorita Navarro. - ¿Cómo puede ser que conozca nuestros nombres? - En un mundo donde la magia existe, todo es posible - Guillermo le quitó importancia al asunto encogiéndose de hombros.- Siéntesen. Al fin y al cabo esto sólo es una reunión civilizada. Si llevan a cabo mis deseos, todos quedaremos como amigos y podrán seguir con sus vidas. Los dos se acomodaron en uno de los sillones, muy juntos. - ¿Y se pueden saber cuáles son tus deseos?


Mientras formulaba la pregunta, Deker se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesita del café; era de mármol claro encajado en un trabajado marco de madera que acababa en sendas cuatro patas curvadas, ostentosas. También se quitó el abrigo, lo dejó en el sillón vacío de al lado, no sin antes coger la cajetilla de tabaco; se colocó un cigarrillo en los labios y, sin dejar de mirar a su bisabuelo, prendió una cerilla. - La verdad es que son tres. Ya saben, como los genios de los cuentos. - No pides ni nada - comentó Deker. - Estoy seguro que para ustedes ninguno de ellos supondrá verdadero trabajo - se encogió de hombros, haciendo otro gesto desdeñoso con la mano; al parecer, lo hacía bastante a menudo.Por un lado, haréis el trabajo que iban a hacer los hombres a los que la arrebatasteis su puesto: robarle un Objeto al marqués de Trujillo. - ¿Qué Objeto? - quiso saber Ariadne, recelosa. - En su momento lo sabrá, señorita Navarro. - No puedo robar algo que no sé lo que es. - Como ya le he dicho, en su momento lo sabrá. De momento, lo que les aconsejo que hagan es que, utilizando su falsa identidad, se hagan amigos del marqués. Por desgracia, el señor marqués no es muy amigo de nuestra espléndida familia, así que apenas hemos podido recavar información. Pero ustedes dos sí que pueden hacerlo y, cuando llegue el momento, robar el Objeto que tanto ansiamos. - Bien - asintió él, apartándose el cigarrillo de los labios.- ¿Y las otras dos peticiones? - Ah, nada en especial... Sólo quiero una buena cantidad de dinero y también que la señorita invoque al último diamante cuando todo haya pasado - Guillermo ladeó la cabeza, sonriendo de forma angelical.- Como ya he dicho, no es nada demasiado complicado para unas personas tan eficaces como ustedes. Después, cada uno por su lado. - ¿Y qué será de Jero mientras tanto? - inquirió Ariadne. - El señor Sanz se quedará con nosotros. Sólo como precaución, claro.


Deker se puso en pie, mirando fijamente a su bisabuelo a los ojos. Se mostró frío, duro, implacable, como cuando sólo era un Benavente más que quería finiquitar su trabajo para que le dejaran en paz. - Si le tocáis un solo pelo... - ¿Qué? - se envalentonó su abuelo.- ¿Me matarás? ¿Y poner en peligro tu existencia? ¿O la del mundo entero al cambiar la historia? - Si algo he aprendido de mi padre es que hay cosas peores que la muerte. Deker se abstuvo de señalar que, además, ya no tendría más hijos, que Rodolfo y Violeta eran sus únicos descendientes, pero se calló. No estaba muy seguro de cómo podría afectar al curso de la historia y tampoco deseaba arriesgarse. Sin embargo, su tenebrosa mirada fue suficiente para impresionar al bisabuelo. - Les prometo que si cumplen con su parte, el señor Sanz no sufrirá lo más mínimo aseguró con calma, antes de soltar a Jero.- Para demostrarles que no soy ningún monstruo, les permitiré que se despidan. Va a pasar un tiempo antes de que vuelvan a verse. Hizo una seña y Jero se levantó, frotándose las muñecas. Para su sorpresa, su amigo se le abalanzó encima para darle un fuerte abrazo. Deker le devolvió el gesto con torpeza, pues no estaba acostumbrado a ese tipo de cosas; encima, el impulso de Jero le había cogido desprevenido, ya que no era algo muy típico en su relación. - Coge lo que llevo en el culo - murmuró Jero. - ¿Estás intentando que te meta mano? - Arg, déjalo. Su amigo se soltó y se tiró sobre Ariadne, a la que estrechó entre sus brazos con fuerza, casi descoyuntándola. Deker se dio cuenta de que le estaba susurrando algo al oído, así que, disimuladamente, se situó justo delante de ellos. A su vez, Guillermo Benavente agitó la cabeza, algo violento, y se giró para mirar por la ventana.


En ese momento, Ariadne sacó unas hojas del pantalón de Jero con un gesto rápido y grácil; en otro visto y no visto, las escondió en su espalda, enganchándolas en el cinturón de su vestido. Por eso, Deker cogió el abrigo de la chica y se le colocó. - Supongo que tendremos que irnos - dijo Deker, malhumorado.- Por lo que parece, tenemos trabajo por hacer. - El dinero que no sea falsificado - apuntó entonces su bisabuelo. Los dos asintieron, antes de abandonar el piso en silencio. Permanecieron así hasta que se alejaron del edificio, incluso una vez entraron en la habitación que compartían en el Ritz. En ese momento, ambos echaron todo el aire que habían estado conteniendo, mientras Ariadne se dejaba caer sobre la cama y él caminaba de un lado a otro, pasándose la mano por la nuca. Estaba que se subía por las paredes. - Estamos jodidos - masculló. Escuchó una risita. Al volverse, comprobó que Ariadne se estaba quitando las prendas de abrigo sin dejar de sonreír. - No tanto - comentó ella. - En cuanto le demos lo que quiera, matará, como mínimo, a Jero... - No tendrá esa opción. Deker se acercó a Ariadne, poniéndose en cuclillas frente a ella, mientras entrecerraba los ojos con aire pensativo. Era evidente que la chica tenía un plan, uno que les daría ventaja, de ahí que, pese a que Jero fuera un rehén, estuviera tan contenta. - Espera...- logró decir al deducir cuál era el plan de la joven.- Espera, espera, espera... No...- curvó los labios en una ancha sonrisa.- Cumplimos con todo. Le damos el dinero, también el dichoso Objeto y, entonces, cuando tengas que convocar al último diamante, hacemos el ritual y los tres regresamos al presente - ella asintió.- Eres... Eres... ¡Un genio! ¡Maravillosa! ¡Ay, Rapunzel, eres la mejor! Estaba casi dando saltos, cuando Ariadne hizo un gesto grandilocuente.


- El día en que Deker Sterling reconoció, al final, que soy la leche - apuntó, divertida.- Lo pienso recordar el resto de mi vida. - Qué graciosa - sonrió él, sentándose a su lado.- Por cierto, ¿qué te ha dado Jero? - No lo sé, espera. Sacó las hojas y las compartió con él. - Es parte del libro que le presté. El de mi familia, el que hablaba sobre... Las Damas frunció el ceño, deduciendo lo que había ocurrido.- Lo debió de escribir Guillermo Benavente - le echó un vistazo a la primera página.- Mira, habla de la llegada de un extraño... Jero. Él debió de saber que tenía que ir este día, de ahí que fuera... Dios, esto es como vivir en la mente de Steven Moffat y me da dolor de cabeza. Se dio cuenta de que Ariadne estaba hojeando el periódico, ajena a sus cavilaciones, por lo que él exhaló un suspiro. - ¿No vas a devanarte los sesos conmigo? - La última vez que me adivinaron el futuro fue un asco - respondió distraídamente.- Y dudo mucho que en esas hojas diga algo que nos involucre a nosotros - Deker asintió, pues sólo se trataba de un diario de experimentos e investigaciones.- Sin embargo, tenemos que robar una gran cantidad de dinero y cuanto antes. - ¿En qué golpe estás pensando? ¿Robar el Museo del Prado? - No - sonrió, tendiéndole el periódico.- Vamos a robar un casino. Deker estiró el diario para poder leer la primera página de la parte de sociedad, cuyo titular rezaba:

DIVA ABANDONA CASINO POR GIRA EUROPEA


Se volvió hacia ella, sonriente, mientras enarcaba una ceja, sugerente. Ariadne puso los ojos en blanco, tumbándose sobre el colchón, seguramente previendo lo que iba a ocurrir a continuación. Deker se inclinó sobre ella. - Y dime, Gilda, ¿te busco un vestido negro mientras tú te tiñes? - Oh, cállate. Le cogió la mano para quitarle lentamente el guante que llevaba. Ariadne le miró a los ojos, parecía quedarse sin respiración sólo con que él la tocara. En cuanto la libró de la prenda, enlazó sus dedos con los de ella, suavemente, muy suavemente. Entonces tiró de su muñeca, obligándola a incorporarse, mientras rodeaba su cintura con la otra mano. - Deker...- murmuró con un hilo de voz. - Rapunzel, por primera vez en tu vida, no digas nada - se acercó a ella, sintiendo que la voz le salía desde lo más hondo de su ser, al igual que lo que estaba sintiendo. Le apartó el pelo del rostro con los dedos, suavemente.- Deja que te bese de una puñetera vez. Se inclinó hacia delante, posando sus labios sobre los de ella, mientras la rodeaba con sus brazos, atrayéndola hacia él todavía más. Tras un instante de sorpresa, Ariadne respondió. Se aferró a él con todas sus fuerzas, hundiendo sus dedos en el cabello de Deker, sin dejar de alargar aquel beso. Éste ascendía en un remolino de pasión desatada, profundo anhelo y chispas que brotaban entre ambos. Tras lo que a Deker le habían parecido eones, volvía a disfrutar del indescriptible sabor de Ariadne en sus labios. Era la mejor sensación del mundo.


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