Corrientes del tiempo: Capítulo 9

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- ¡PARA! - Sorry, mister Mikage, I haven't could stop her... Para su sorpresa, también la de todos los presentes, Tania había irrumpido en la sala, casi peleándose con una de las doncellas de Mikage. ¿Pero qué hacía Tania ahí? Todavía con el pollo entre las manos, lo que indudablemente acentuaba el surrealismo de la escena, se volvió hacia la chica, a la cual vio rara... - ¿Te has cortado el pelo? El rey de los asesinos se volvió hacia él, enarcando una ceja. - ¿Y le preguntas eso? ¿De verdad? - Lo lleva corto - se excusó, mirando de soslayo a la chica.- Te queda bien, por cierto. Tania se acarició la nuca, distraída, mientras una tímida sonrisa se adueñó de sus labios. Rubén la encontró encantadora y le dio igual todo, los asesinos, la doncella histérica, incluso el pollo, pues ella estaba ahí, con él. - Gracias. Pero... Rubén, tenemos que hablar, antes...- la muchacha miró a su alrededor, algo intimidada.- Tenemos que hablar. A solas. Ya - dijo con rotundidad. - No es un buen momento... - ¿De verdad crees que vendría hasta aquí si no fuera importante? Mikage exhaló un suspiro, parecía hastiado, aunque seguía mostrándose calmado, seguramente porque, a pesar de todo, seguía controlando la situación. Se acercó a la doncella, que no dejaba de decir cosas en inglés con voz aguda. - Don't worry, Mary. It's OK - la sostuvo del codo, sacándola de la sala.- Prepare a room for the lady. I think she is going to stay with us a few days.


¿Por qué no aprendería inglés en serio? Se acercó a Tania, que parecía más confusa que él. En realidad, Rubén se defendía bastante bien en las clases del internado, pero aquello poco tenía que ver con las conversaciones grabadas en cintas que les ponían para practicar la comprensión oral. - ¿Qué crees que ha dicho? - preguntó la chica. - Eh... Algo de que no se preocupara y algo de preparar champiñones... Creo. - Sin lugar a dudas no ha dicho nada sobre champiñones. - Seguramente. La doncella se marchó, visiblemente más tranquila, y Mikage se volvió hacia ellos con tal expresión de desdén que Rubén se sintió hasta avergonzado. - El sistema de educación español es tan deleznable como creía - agitó la cabeza.- Le he dicho que no se preocupara y que prepare una habitación para la señorita Esparza. Habrá que devolverla al internado, pero antes tenemos que terminar con lo que teníamos entre manos. - Primero hablaré con Rubén - insistió Tania, obcecada. - No la imaginaba tan valiente, señorita Esparza - el asesino la miró con interés creciente. Asintió con levedad, antes de señalar la puerta con un gesto.- Llévala a tu habitación, Rubén. Nosotros te estaremos esperando aquí.

 Valeria descansaba a su lado, durmiendo profundamente. Se había hecho un ovillo, recostada contra su pecho con su rubia melena extendida en la almohada. Felipe no podía dejar de mirarla. Habían estado haciendo el amor. Muchas veces. Al pensar en eso, sonrió todavía más. No había cosa en el mundo que deseara más que quedarse a su lado, abrazándola, pero tenía mucho trabajo por delante y había estado aparcando una tarea que podía ser importante. Por eso, acarició la cabeza de su pareja y se puso en pie, resignado.


A veces era un auténtico fastidio eso de ser el rey de los ladrones. Pese a todo, regresó hasta la que fue su habitación. Estaba vacía, pues Álvaro había ido a Londres en compañía de Kenneth para robar la sangre de Kenneth. La luz del sol se colaba por la ventana, eran ya las diez de la mañana del sábado. Seguramente sus amigos habían llegado ya a su destino. Esperando que todo les fuera bien, entró en el pasadizo que había en dicho dormitorio y descendió hasta la sala donde almacenaban los Objetos. Sobre la mesa del fondo descansaban las dos nuevas adquisiciones cortesía de la familia Cremonte: el zoótropo que había robado hacía años y la espada de oro que había sesgado la vida de Erika. Aunque lo que más le intrigaba era saber cómo había acabado el zoótropo en manos de esa gente, lo primero era examinar la espada, cerciorarse de que sus sospechas eran ciertas... Y ni siquiera estaba muy seguro de si quería que lo fueran o no. La posibilidad era nimia, desde luego. Se colocó unos guantes de goma y se inclinó sobre el arma. Era maravillosa. Delgada, equilibrada, tanto el puño como el gavilán estaban trabajados de forma exquisita... Parecía, sin lugar a dudas, la espada de un rey. Sin embargo, no había ni una sola gema incrustada, ni ningún tipo de grabado o cualquier clase de ornamenta decorativa. Era una espada de lucha, una espada que había probado la sangre y, definitivamente, antigua. Contuvo el aliento y colocó un dedo sobre el arma un mero instante. Al separarlo, observó que la yema del guante se había transformado en oro. Al quitárselo, comprobó con alivio que su piel seguía siendo piel. Sin embargo, no estaba muy seguro de que un contacto más prolongado no fuera a convertirle en otra bonita estatua de oro. ¿Pero cómo podría...? Por el rabillo del ojo, vio que la armadura de La bruja novata se movía. Lo consideró un instante. Si estaba en lo cierto, lo que, contra todo pronóstico, ya no parecía tan descabellado, a ella no le pasaría nada al ser un Objeto. Por eso, se acercó a la armadura, que le miró ladeando ligeramente la cabeza, curiosa.


- ¿Podría pedirte un favor, amiga mía? ¿Me dejarías tus guanteletes? Como toda respuesta, la armadura asintió y estiró sus brazos. Los separó con suavidad para colocárselos. Entonces, regresó a la mesa de trabajo. Esa vez, al tocar la espada, nada sucedió: la magia de la armadura le protegía de la de la espada. Comenzó a trabajar: hacer pruebas, mirar en libros, comparar... Al cabo de unas horas, se sentía exhausto. Dormir tan poco no había sido una buena idea. Sin embargo, también estaba pletórico, pues había comprobado que la leyenda, lo que creía un cuento de niños, era tan real como él. Por eso, agarró su teléfono móvil y marcó el número de Gerardo, que gruñó algo al otro lado de la línea: - Baja aquí tan rápido como te permitan tus ancianas piernas. - Si vas a despertarme para llamarme viejo, te puedes ir a la... - Creo que tengo una de las Siete. Gerardo no acabó la frase, sólo colgó, seguramente estaría dirigiéndose hacia su encuentro a la velocidad del Correcaminos.

 Definitivamente esto no va a salir bien. Nada bien. Acaba de pulsar el timbre de su casa familiar. Eso, normalmente, no conllevaba nada bueno. En aquella ocasión, sería peor, pues Álvaro le acompañaba. No quería dejarlo en el coche como si fuera uno de esos pobres perros a los que abandonaban en verano, pero... Su familia no iba a aceptar su presencia con facilidad. - Pareces al borde del infarto - comentó su amigo. Álvaro había enarcado una de sus cejas, asombrado. Tenía que ayudarle, advertirle de lo que se iba a hallar en el interior de aquella casa de aspecto victoriano. Durante unos segundos


pensó en las palabras adecuadas para explicarle cómo eran los Murray, mientras se retorcía las manos de forma compulsiva, nerviosa. - ¿Recuerdas cuando me conociste? - Claro - asintió Álvaro, algo extrañado. - Era, con mucho, el más tolerante de mi familia. - Estamos jodidos. - Exactamente. Justo en aquel momento la puerta se abrió, dando lugar a Margaret, la doncella que llevaba trabajando en la casa familiar alrededor de unos cuatro años. Se hizo a un lado, dejándole pasar, al mismo tiempo que decía con su perfecto inglés londinense: - Señorito Kenneth, ¡qué sorpresa verle! Creía que ahora vivía en España. - He tenido que acudir por motivos de trabajo, Margaret - la saludó con un ademán, entrando en el amplio y luminoso recibidor de paredes de refulgente blanco.- Estaremos en la biblioteca, Margaret. ¿Serías tan amable de llevarnos un refrigerio? - Por supuesto, señorito Kenneth. La doncella estiró las manos para coger sus prendas de abrigo, también las de Álvaro, que, al parecer, no podía encontrar aquello más divertido. Éste saludó con una de sus estúpidas sonrisas radiantes a Margaret, antes de seguirle escaleras arriba. - ¿Sabes qué es lo que más me gusta de Londres? - le preguntó el asesino, animado. - Supongo que no dirás el Big Ben - gruñó él. - Que todos habláis con ese acento tan sexy que parece sacado de una miniserie de época de la BBC - le explicó, irritantemente sonriente, por lo que Kenneth resopló. Álvaro no pareció darse cuenta de aquello, pues siguió hablando.- ¿Crees que habrá alguna nueva versión de Jane Eyre? ¿De una novela de Dickens quizás? O no, espera, ya lo veo: Benedict Cumberbatch y Colin Firth en una nueva versión de Orgullo y prejuicio. Sería el colmo de lo inglés. Al llegar a lo alto de la escalera, Kenneth se volvió hacia él.


- ¿De verdad crees que es el momento de hacer bromas de ingleses? - Tu matrimonio va a ser increíblemente duro para ti, ¿sabías? - Además, ni siquiera sé quiénes son esos dos - gruñó, dirigiéndose hacia el corredor de la derecha, donde se detuvo tras ignorar dos puertas cerradas. La tercera era de hoja doble y estaba abierta, lo que no era buena señal: se iba a encontrar con algún miembro de su familia. Por eso, se detuvo un momento para prepararse. - Kenneth, eres único. - ¿Eh? - las palabras de Álvaro le descolocaron por completo. - Un inglés que no conoce a Colin Firth. En serio, Ken, eres único. - Ah, ya... Lo que tú digas - murmuró, algo alicaído. Se humedeció los labios, mirando por encima del hombro de su amigo.- Por cierto, y no me entiendas mal por lo que voy a decir, pero estoy corriendo un gran riesgo al traerte aquí. Mi familia no va a aceptar con facilidad que un asesino pise su casa, así que, al menos, pon de tu parte y ten la decencia de no aparearte con el servicio. Álvaro arqueó ambas cejas, asombrado, pero Kenneth no le dio opción a réplica al entrar en la biblioteca de los Murray: su auténtico hogar. Desde pequeño había vivido prácticamente en aquella habitación. Ahí había hecho los deberes a toda velocidad para poder sumergirse en las páginas de los libros y vivir aventuras: ser Mowgli y vivir en la selva, Hank Morgan en la corte del rey Arturo, Ismael en el Pequod... Maurice Hall en los bosques... Agitó la cabeza, exiliando aquellos recuerdos de su mente pues el tiempo seguía jugando en su contra y, sobre todo, en la de Tim, cuya vida estaba en juego. Fue directo hasta la parte de atrás, donde siempre se había guardado el enorme y viejo libro donde llevaban el registro de los Objetos que la familia Murray poseía. Lo tenían expuesto sobre un atril, con sus viejas tapas de cuero cerradas por el candado de oro macizo que rutilaba gracias a la nítida luz de una mañana especialmente brillante para ser enero en Londres.


- ¿Vamos a consultar El libro de las sombras, Piper? Una vez más, Kenneth no halló sentido alguno a las palabras de Álvaro, así que decidió ignorarlas, mientras abría el libro. Por suerte, estaba perfectamente ordenado; por desgracia, no tenía muy claro lo que buscaba. - ¿Pero se puede saber qué te pasa? - le preguntó Álvaro que, de pronto, parecía haber dejado de encontrar divertido todo aquello.- ¿Es que sigues enfadado conmigo? - Tenemos que realizar un golpe. No tenemos tiempo... - ¡Claro que sí! Kenneth estampó ambas manos en las ahajadas y amarillentas páginas del libro, cerrando los ojos un momento. Después, se volvió hacia Álvaro, apretando los labios con dureza. - Tim se está muriendo ahora mismo y su única posibilidad es robar a la familia Benavente, la única gente en el mundo entero que consigue que asesinos y ladrones se pongan de acuerdo en algo. Por eso, perdona que no esté disponible para saciar tu ego, pero hay cosas más importantes que reírte las gracias. Fue a volverse hacia el volumen de nuevo, pero el asesino le agarró de la muñeca y tiró de Kenneth hasta colocarlo frente a él. Se quedó impresionado al ver la expresión de Álvaro, pues jamás lo había visto así, tan fiero. - Como bien has dicho, vamos a arriesgar nuestras vidas por un asunto bastante delicado. No dudo que lo que no tenemos precisamente es tiempo - asintió Álvaro.- Pero vamos a colarnos en la torre Benavente los dos. Necesito saber qué vas a estar al cien por cien, que puedo confiar en ti y que confías en mí para que todo salga bien. Bastante arriesgada es ya de por sí la situación como para que, encima, estés así... - ¿Así? - Raro. Es como si al poner un pie en esta casa, te hubieras convertido en uno de ellos.


La preocupación en los ojos de Álvaro era honesta, real, por lo que toda esa ira que estaba sintiendo Kenneth se aplacó. Bajó la mirada, algo avergonzado, pues se daba cuenta de que había estado comportándose como un niño mimado en plena pataleta. - Eso jamás. Nunca te despreciaría. - ¿Estamos bien, entonces? Kenneth asintió en silencio, más tranquilo... Hasta que una conocida voz provocó que el corazón le diera un vuelco y la sangre se le congelara en las venas: - ¿Es qué te has casado y no me lo has contado, hermanito?

 Estar en compañía de Rubén, a solas con él, resultaba una experiencia bastante extraña, pues los recuerdos acudían a ella y, con ellos, las dudas. Sin embargo, había acudido con un firme propósito, así que se aferró a él y se olvidó de cualquier otra cosa que pudiera afectarla. - ¿Qué quie...? - Tengo... Los dos lo dijeron a la vez. Los dos se callaron a la vez. Se miraron un instante, algo cohibidos. Al final, Rubén se pasó una mano por la nuca, antes de sentarse en la cama, mientras le hacía un gesto con la cabeza. - ¿Qué es eso tan importarte que tienes que contarme? - Erika ha muerto. En el taxi de camino a la casa de Mikage, Tania le había dado vueltas a cómo enfocar el tema, ya que no era sencillo eso de decirle a alguien que no era quién creía ser. Tras considerar todos los inicios posibles, decidió que lo mejor era comenzar con un hecho constatable, definitivo y nada difícil de comprender. - ¿Qué? - se sorprendió él.- ¿Pero qué ocurrió?


- Intentó cortarme en dos con una espada, pero ésta la convirtió en una estatua de oro - le explicó, haciendo una mueca. Rubén abrió los ojos desorbitadamente, poniéndose en pie de un salto, por lo que ella extendió ambas manos, calmándole.- Pero estoy bien. - ¡Intentó matarte! - Pero es una estatua de oro y yo estoy aquí. No le des importancia. - ¡No me lo puedo creer? ¿Cómo...? ¿Qué...? ¿Por qué? - Ahí quería llegar - suspiró Tania, humedeciéndose los labios.- Le conté lo sucedido, lo que pasó con Santi y... Bueno, tu decisión de convertirte en asesino - Rubén entrecerró los ojos, era evidente que no entendía a dónde quería ir a parar. Por eso, hizo una pausa, antes de soltarlo sin más, como cuando se quitaba una tirita.- Me acusó de estropear su plan perfecto. Porque, Rubén, resulta que no eres quien crees ser. El rostro del chico se arrugó en una mueca de incomprensión. - ¿Perdón? - No te llamas Rubén Ugarte, sino... Eneas. Eneas Navarro - volvió a quedarse callada durante un par de segundos para clavar su mirada en la de Rubén.- Eres el príncipe heredero de los ladrones, el hermano de Ariadne. Por eso he detenido la iniciación. No puedes ser un asesino.

 Ante el comentario de su hermana, Kenneth enrojeció hasta la punta de las orejas. ¿Cómo se le ocurría decir algo así? Frotándose las manos compulsivamente, giró sobre sí mismo hasta poder verla. Thea estaba reclinada sobre una de las estanterías, con los brazos cruzados sobre el pecho y un hombro apoyado contra el mueble. A grandes rasgos, era muy parecida a él, aunque en realidad eran completamente diferentes. La larga melena negra le caía por la espalda en grandes rizos, los ojos castaños brillaban con una seguridad aplastante y contemplaban, curiosos, a Álvaro.


Llevaba una blusa verde de seda cruzada que realzaba sus senos generosos y una falda de tubo negra que marcaba sus femeninas curvas. - Mucho me temo que no soy ninguna princesa - respondió Álvaro con descaro. - Desde luego que no - asintió ella. Se hizo el silencio. Kenneth temió que la situación se descontrolara, así que decidió coger las riendas de la misma. Quizás, si la conducía adecuadamente lograría suavizar el escándalo que iba a provocar entre los miembros de su familia. - Álvaro, mi encantadora hermana Thea - presentó con una sonrisa débil. El interpelado asintió, antes de acercarse a la joven y sostenerle la mano con su gracia innata, aquella elegancia que le hacía parecer un galán de novela rosa. Álvaro hizo una reverencia magnífica y besó con suavidad la mano que acababa de tomar. - Encantado de conocerte... ¿Thea? No lo había escuchado nunca. - Es Dorothea en realidad - apuntó Kenneth.- Como nuestra abuela. Entonces notó que su hermana estaba rígida, pensativa. Empezaba a sospechar quién era en realidad Álvaro. No podía evitar que descubriera su identidad, así que decidió no andarse con rodeos o argucias. - Thea, él es Álvaro Torres... - ¿El asesino? - Y también soy campeón de Scrabble, pero eso soléis olvidarlo. Thea le ignoró, incluso le adelantó para acercarse a él. Kenneth, por su parte, sacó su pañuelo del bolsillo interior de la chaqueta y se dispuso a limpiarse las gafas, aunque su hermana se lo impidió al agarrarle la muñeca con fuerza. Con la mano que tenía libre, se las colocó de nuevo y se enfrentó a ella, flemático. - ¡¿Cómo has podido traerlo aquí?! ¡A nuestra casa! Ya sabes lo que opina la abuela de él y lo sensible que es mamá... ¡¿Pero cómo se te ha ocurrido?! Dios, Kenneth, ¿en qué estabas pensando? ¿Planeas matar a mamá de un disgusto?


- Cálmate, por favor. - ¿Quieres que me calme? ¡Hay un asesino en nuestra biblioteca! - Por suerte, ni es el profesor Mora ni estamos en el Cluedo - repuso él, sacándole una carcajada a Álvaro y una expresión sorprendida a su hermana.- Mira, Thea, no es mi intención causar malestar o problemas, de verdad. Si me permites, te explicaré lo que ocurre. Es cuestión de vida o muerte, Thea - insistió, acompañándose de un movimiento de cabeza.- Mira, puede que no seamos unos hermanos ejemplares, pero me conoces. Nunca me arriesgaría de no ser importante. La joven le soltó, todavía mirándole a los ojos con una arruga en el ceño. Durante unos segundos los tres permanecieron en el más profundo y tenso de los silencios, con Thea intercalando su atención entre uno y otro. Al final, debió de considerar que su argumento era válido, pues preguntó secamente: - ¿Qué ocurre?

 ... ...... Ante las palabras de Tania, el cerebro de Rubén parecía haberse quedado en blanco. Se quedó como atontado, mirando a la chica, mientras parpadeaba sin parar. ¿Acaso había escuchado mal? Sí, eso tenía que ser, sí... Pero la expresión serena, un poco ceremoniosa, en el rostro de la chica le hizo ver que no era así. Había escuchado bien. Ella no mentía. Era Eneas Navarro, el príncipe de los ladrones. No sólo tenía un nombre distinto, sino dos años más de los que creía. Bueno, en realidad nada, absolutamente nada, de su vida era real. Se sentía estafado. Su nombre no era su nombre, su edad no era su edad, su madre le había mentido en todo. ¡En todo! Se había sacrificado por ella,


por una mentirosa de mierda que le había dado una motivación falsa. Él había hecho muchas cosas por Inés, una hermana a la que creía asesinada... ¡Mentira! ¡Todo era mentira! De repente, le pareció que el mundo daba vueltas, que la vista se le nublaba y que sus piernas parecían haber decidido no querer sostenerle más. - ¡Rubén! Sintió que caía al suelo, que todo se volvía borroso y oscuro. Lo último que vio antes de que todo fueran tinieblas, fue el rostro de Tania. Al menos tenía algo bonito a lo que aferrarse.

 - Vamos a tener que pedirle ayuda. Le habían explicado a Thea qué les había llevado hasta Londres, también hasta la casa de los Murray, por lo que ella había accedido a ayudarles. Era evidente que no se sentía muy cómoda en compañía de Álvaro, pero al menos estaba colaborando. - Sería peor el remedio que la enfermedad - apuntó su hermana - Philip es mucho mejor ladrón que yo. - No trabajará bien con Álvaro, lo sabes - le recordó Thea, agitando la cabeza y bajando un poco el tono.- Es demasiado honorable como para trabajar con un asesino... - No sé si estaré a la altura - admitió con un hilo de voz. - No digas tonterías - exclamó Álvaro. Quiso suspirar, aunque se contuvo. Seguía sin estar convencido con el plan, no confiaba tanto en sus habilidades y todo se basaba en ellas. Sin embargo, recordó las palabras de Gerardo sobre ser un rey y también a Ariadne y a Felipe. Ambos siempre se sacrificaban, hacían lo que consideraban mejor, aunque acabaran saliendo perjudicados en el proceso.


Y tú vas a ser rey lo quiera o no. Así que empieza a serlo. - Está bien - asintió. La joven parecía satisfecha por haberse salido con la suya.- Pero se hará como yo diga. Quien manda soy yo, ¿entendido? - Como digas... - Voy a ser rey. Empieza a acostumbrarte. Thea, anonada, le miró como si fuera un extraño, aunque no comentó nada al respecto. Agitando la cabeza, todavía presa de lo inaudito de su actitud, abandonó la biblioteca, dejándole a solas con Álvaro de nuevo. Desde que su hermana apareciera, había evitado fijarse en Álvaro, pues se sentía inseguro en presencia de su familia. Siempre le había ocurrido eso. No obstante, al volverse hacia él, no encontró lástima o burla, sólo admiración. Álvaro, de hecho, le apretó cariñosamente el hombro, mientras susurraba: - Apuesto lo que quieras a que eres mejor ladrón que ese tal Philip. - Es el mellizo de Thea. Según mi abuela, debería haber nacido en mi lugar. Incluso a él le sorprendió la carencia de sentimiento al pronunciar aquellas palabras. Cerró los ojos un instante, cansado. Acababa de comprender que al vivir en el internado, alejado de esa casa, también lo hacía de los fantasmas de su infancia. - Ya conoces mi opinión sobre tu abuela. - ¿Kenneth? La lánguida voz de mujer le sobresaltó. Sus ojos se abrieron hasta el punto de parecer adquirir la dimensión de un plato. Álvaro notó su preocupación, por lo que él le hizo un gesto y se volvió para ver a Julia Murray, su madre. Se trababa de una mujer de mediana altura, pero estaba tal sumamente delgada que parecía mucho más pequeña. Se podía notar cada hueso de su cuerpo, cubierto únicamente con su tersa piel lechosa, lo que le daba un aspecto frágil. Sus ojos apagados eran tan azules como los de


Kenneth, su largo y lacio cabello del color del oro bruñido. En su día había sido una mujer muy hermosa, una mujer que nada tenía que envidiar a las modelos y actrices, pero ya sólo quedaba su fantasma. A decir verdad, parecía uno, pues llevaba un vestido blanco de estilo anticuado: manga larga, amplio, sujeto a la cintura por un estrecho cinturón marrón, escote redondo... Era raro que se hubiera puesto ese, pues dejaba al descubierto una fea cicatriz que ascendía por el delgado cuello hasta el nacimiento de la oreja. Al verle, su madre sonrió débilmente. - Kenneth, mi niño, has venido a verme. - Claro que sí, mamá - sonrió él, acudiendo a su lado para tomarla de la mano con suma delicadeza.- ¿Cómo no iba a visitarte si estaba en Londres? ¿Acaso crees que me he olvidado de ti? Porque no es así, mamá, yo siempre pienso en ti. Curvó todavía más los labios al ver que su madre parecía feliz con sus palabras. La mujer alargó una de sus huesudas manos para acariciarle la mejilla. - Mi niño... Espero que tus hermanos no te hayan pegado. - No, mamá, tranquila. - William se alegrará de verte, él también te echa de menos - le acarició el rostro una vez más, antes de reparar en la presencia de Álvaro, que había palidecido ligeramente.- Vaya, veo que tenemos una visita. ¿Es amigo tuyo, Kenneth? - Sí, mamá. - Señora Murray. Álvaro la saludó con una educada reverencia. Kenneth observó su rostro, nunca había visto a su amigo así, seguramente se sentiría extrañado ante tal escena. - Kenneth, cielo, ¿no me vas a presentar a tu amigo?


- Sí, mamá, es... Es...- de repente, le entró el pánico, no podía pronunciar su nombre, ¿y si descubría que era un asesino? No, eso no iba a suceder bajo ningún concepto. Sólo quedaba mentir.- Es Felipe Navarro, mamá, el tío de mi prometida. Al escuchar el nombre, Julia enarcó levemente las cejas, sorprendida, antes de inclinarse ante un atónito Álvaro, que no debía de comprender nada. No obstante, tuvo el tacto suficiente como para seguir con su pequeña treta, pues sonrió, afable. - No tiene que arrodillarse ante mí, señora Murray. - Pero usted es el rey... - Ante todo, soy amigo de su hijo. Le dedicó una mirada muy elocuente y Kenneth sólo pudo asentir, indicándole con un gesto que luego respondería a sus preguntas. Además, una parte de él no pudo evitar emocionarse, pues supo que las palabras de Álvaro eran sinceras.

 Tuvo que abofetear a Rubén para que despertara, lo que le resultó bastante reconfortante; había pasado bastante tiempo anhelándolo: al principio porque no era claro, después porque le había roto el corazón y en ese momento, además, porque no comprendía a qué venían sus deseos de convertirse en asesino. - Estoy bien, estoy bien...- murmuró él, incorporándose. - ¿Recuerdas lo que te he dicho? El chico se pasó una mano por el cuello, antes de enlazarla con la otra y apoyarlas sobre la nuca, bajando la mirada al suelo. Parecía tan vulnerable. - Lo recuerdo - confirmó con un hilo de voz. - Bien...- asintió Tania, que no sabía demasiado bien qué decir o hacer a continuación. Se puso en pie.- Deberíamos irnos entonces, ¿no? Quiero decir, ¿para qué estar en casa de Mikage si


ya no vas a ser un asesino? Y no te preocupes por el vuelo, tengo acceso a la cuenta de Ariadne para las emergencias... - No voy contigo. La voz de Rubén fue un susurro, pero bastó para dejarla noqueada. Se quedó quieta en medio de la habitación. Al incorporarse y dirigirse hacia la puerta le había dado la espalda y así seguía, sintiendo que la garganta se le cerraba. - ¿Qué dices...? - inquirió débilmente.- Tienes que volver, eres... - No lo soy. Tania, no soy ese príncipe, no soy un ladrón. Cerró los ojos un instante. El corazón le iba más rápido de lo habitual, pese a que estaba comenzando a astillarse. No quería volverse. No podía volverse y ver la decisión en sus ojos. Si lo hacía, no estaba segura de poder aguantar... No podría soportar ver tal determinación en Rubén, sobre todo porque no comprendía su decisión. - ¿Y qué eres entonces? ¿Un asesino? - Maté a Santi... - ¡No tuviste otra opción! Había alzado la voz sin darse cuenta. Notó la fuerte mano de Rubén en el hombro, así que se apartó y se giró para encararle. El chico la miraba con tristeza, pero no parecía dispuesto a cambiar de opinión, ni siquiera parecía dubitativo. - ¿Qué gano regresando, Tania? - preguntó él con suavidad.- Nada. No puedo dirigir un clan y no sólo porque he matado, sino porque soy un inútil. Sólo sería un recordatorio de lo que podía haber sido y no fue. Es mejor así, créeme. - ¿Mejor para quién? - insistió ella con dureza.- ¿Para Ariadne? ¡Es tu hermana, por el amor de Dios! ¿Cómo crees que se va a tomar el que te conviertas en asesino? Bastante tiene ya, bastante tendrá con saber la verdad, como para que le hagas esto. No puedes hacerle eso. - No quiero hacerle daño... - Pero no vas a cambiar de opinión.


- No. Sinceramente, creo que este es mi camino. - ¿Tu camino? - preguntó Tania, incrédula, parpadeando.- Pero... Pero... ¿Te estás siquiera escuchando? ¿Cómo va a ser tu camino matar gente? ¡Son palabras mayores! ¿Acaso eres consciente de dónde te estás metiendo? - Me han hecho jurarlo, así que sí - asintió él, suspirando.- Sé que no lo entiendes. Lo sé. Es imposible que lo entiendas porque... Bueno, porque tú eres maravillosa y valiente y tienes a gente que te protege, te cuida y te quiere. Pero yo ahora mismo no soy nadie. Durante toda mi vida mi madre o bien me ha abandonado o bien me ha usado como moneda de cambio. Y no he podido hacer nada porque no soy ni listo, ni fuerte, ni... Ni nada. Mikage me ofrece respuestas, relevancia, un entrenamiento, podría incluso ayudaros. - Para Mikage eres un mero instrumento. Rubén resopló, parecía cansado. Se masajeó un momento las sienes. - Sé lo que estoy haciendo. Sé que no es demasiado claro conmigo, seguramente sepa quién soy en realidad, pero me ofrece ciertas cosas que me interesan. - ¿Qué cosas? - Encontrar y destruir a los Conscius, por ejemplo. Ser útil, ser alguien...- se humedeció los labios, antes de encogerse de hombros y soltar a media voz.- Que te olvides de mí. Fue como si le hubiera pegado una patada en el estómago. Tania apretó los puños, furiosa, mientras sentía una rabia sin igual ardiendo en su interior como si fuera una pira. Completamente iracunda, se colocó frente a Rubén, señalándole de forma acusadora con un dedo. - ¡No te atrevas! No te atrevas a usarme como razón, a creerte un mártir trágico que se sacrifica por mi felicidad porque no es así. ¿Qué te crees? ¿Que eres tan irresistible que debo usar toda mi fuerza de voluntad para no besarte? - No. Yo no...


- No, ¡claro que no! ¡Es peor! - estalló ella, notando que se le escapaban lágrimas rabiosas de los ojos.- Crees que estoy enamorada de ti. Crees que sólo estoy con Jero porque tú eres inalcanzable y que, si me das la oportunidad, estaré contigo y le destrozaré. Pues escúchame bien. Escúchame bien porque no vamos a hablar de esto jamás. Quiero a Jero. Yo le quiero, le amo y me estoy muriendo sólo porque no sé dónde está. Estoy con él porque le quiero, porque es maravilloso y no porque tú te alejaras de mí - entrecerró los ojos, fulminándole.- No necesito que te sacrifiques por mí y mi felicidad. No necesito que te busques excusas para que no esté contigo porque no las necesito. Agitó la cabeza. ¿Para qué le daba explicaciones? Que se fuera junto a su querido Mikage, le jurase lealtad y matara a quien quisiera, ella ya no quería saber nada más de él. Dio media vuelta, dispuesta a marcharse de la habitación y de su vida, pero Rubén la sostuvo de un brazo. - ¿Entonces qué haces aquí? Y no menciones a Ariadne porque los dos sabemos que esto no es sobre ella, es sobre nosotros dos. - Sólo quería salvarte de tu propia estupidez. - ¿Y si no te importo por qué quieres salvarme? - Porque me ahogaba no haciendo nada. Porque no podía quedarme de brazos cruzados, mientras mis amigos están desaparecidos. Jero es inalcanzable para mí ahora mismo, pero tú no y sabía algo que tú desconocías - explicó con frialdad. - Yo también me ahogo no haciendo nada. La sinceridad de Rubén apaciguó un poco su ira y su frustración. Sabía lo que era sentirse una inútil dentro de un grupo de personas tan válidas. - Vas a matar. Te convertirás en un monstruo... - Estoy dispuesto a pagar el precio. Tania sabía a qué se estaba refiriendo, pero no tuvo oportunidad de comentar nada al respecto, pues Rubén tiró de ella. Antes de que pudiera darse cuenta, Rubén la estaba besando


con pasión, pero también con desesperación. Fue un beso tan inesperado como triste, pues sabía a lágrimas y despedida. Cuando se separaron, Rubén simplemente se marchó, dejándola a solas en aquella fría habituación. Tania se asomó por la puerta, lo vio irse hacia su iniciación y la frustración la embargó de nuevo. Dio un portazo con todas sus fuerzas, antes de pasarse las manos por la cara. Seguía llorando. - ¿Acaso no entiendes que, si matas, ya no podrás importarme?

 Eran las doce de la mañana. En punto. Por eso, Álvaro abandonó su coche y se llevó las manos al bolsillo del abrigo. Sacó un par de guantes de cuero. Estaban muy usados, ajados, pero el tacto de su interior era suave. Además, habían pertenecido a H. G. Wells, lo que provocó que, de pronto, desapareciera: era invisible a ojos de los demás. Según habían leído en el registro de los Murray, usarlos conllevaba efectos secundarios que variaban de una persona a otra, pero nada podía ser peor que la muerte de Tim. Por eso, se olvidó de todo y siguió con su plan. Se acercó a la torre Benavente y una de las puertas se abrió. Thea, que acababa de bajar de un taxi, entró en el edificio con normalidad, permitiendo que él pudiera entrar sin llamar la atención. Primera fase del plan completada. La chica acudió al mostrador de información y Álvaro la siguió, esquivando de forma magistral a uno de los conserjes que, en aquel momento, estaba muy ocupado fregando el suelo de la planta baja, cabizbajo. Thea llevaba el pelo recogido en una coleta, gafas y un soso traje de chaqueta gris combinado con una bonita blusa azul. Esa misma mañana había llamado a personal, usando una


de sus identidades falsas, para acordar una cita: acababa de ser despedida de su anterior trabajo y andaba repartiendo curriculums. - Buenos días - saludó Thea al guardia de seguridad.- Soy la señorita Thompson. He llamado esta mañana a primera hora, tengo una reunión con el jefe de personal. - Décima planta. La joven se despidió con un gesto de cabeza y se dirigió hacia el ascensor, donde Álvaro se coló. Disimuladamente, Thea pulsó los botones de dos pisos distintos, así que, tras que ella se fuera a entrevistarse con el jefe de personal, él pudo ascender hasta una de las últimas plantas: exactamente en la que se encontraba el despacho de Rodolfo Benavente. Ni siquiera había llegado a su destino, cuando empezó a notar el jaleo. Seguramente los hechizos que protegían la torre, habían detectado su invisible presencia. No le importó. Una cosa era saber que estaba ahí, otra muy diferente era que pudieran atraparle. Si era muy difícil cuando se le podía ver, tenía que ser prácticamente imposible que le apresaran al llevar los guantes. Quedaban dos pisos. Uno. Entonces se preparó y, en cuanto las puertas se abrieron, salió del ascensor como si fuera un torbellino, derribando a los guardias de seguridad que habían acudido a capturarle. Disfrutó al verlos caer como bolos, aunque no se detuvo, echó a correr en dirección al despacho. Por suerte, Tim les había informado de cómo era el edificio antes de caer enfermo, así que sabía cómo desenvolverse en la torre. Por el camino, tuvo que noquear a unos cuantos guardias más. Sin embargo, logró llegar al despacho sin dificultad. Tomó aire. Quedaba la parte más difícil. Sin ningún miramiento, penetró en la habitación y se encontró frente a Rodolfo Benavente. Sólo le había visto en otra ocasión, el maldito día en que reventaron sus planes y, por eso, Ariadne y los chicos acabaron viajando en el tiempo. Aquella vez, no obstante, no había reparado


demasiado en el hombre, pues bastante había tenido con las hordas de asesinos, el ritual, la desaparición de los jóvenes y el huir de nuevo. Quizás, debido a eso, se sintió impresionado al ver al anciano. Pese a su edad, se mantenía fuerte, sus fornidos hombros eran rectos y poderosos, al igual que su manos grandes; pero, sobre todo, lo que más llamaba la atención eran sus ojos: duros, oscuros, intrigantes, implacables... Había demasiada vida en ellos como para que Rodolfo Benavente pareciera un simple abuelito. - Así que eres valiente - dijo el hombre sin inmutarse.- ¿Quién lo iba a decir de un sucio ladrón que se refugia en la invisibilidad? Álvaro apretó los puños. No podía evitar recordar el hecho de que aquel hombre había torturado a Ariadne, experimentado con ella, y seguramente con más gente. Sus ojos de asesino se posaron sobre el afilado abrecartas que había en el escritorio. Entonces, durante un solo segundo, tuvo miedo de perder el control sobre sus actos y hacer lo que tan bien se le daba: matarle. Al final, empero, logró contenerse y se quedó esperando. - ¿Y se puede saber qué deseas robarme? Silencio. - Bien... Ya decía yo que no podía ser valiente un ladrón. Un cobarde pusilánime sí que es una buena definición de vosotros... ¡MUÉSTRATE! En cuanto pronunció esa palabra, agarró el cenicero que había sobre el escritorio y lo vació por la habitación, abarcándola por completo con un amplio movimiento del brazo. Álvaro, que no había previsto aquello, se vio cubierto de cenizas y, por tanto, medianamente visible para el señor Benavente. Supuso que los guantes no le iban a servir de nada más, así que se los quitó y los guardó en el bolsillo de la cazadora de cuero negro. Sonriendo ampliamente, se revolvió el dorado cabello para quitarse la ceniza. - Mucho me temo que no soy un ladrón. Ya no.


Rodolfo Benavente ni se inmutó, algo que hirió el orgullo de Álvaro. Era un asesino, ¿qué menos que preocuparse un poco o palidecer o algo? - Uno de los perros de Mikage, curioso. - Mucho me temo que no soy una de sus mascotas. Justo en aquel momento, el teléfono resonó. Rodolfo enarcó una ceja y, sin dejar de mirarle fijamente, descolgó el auricular. - Ya veo. Entiendo. Subidla, sí. Álvaro se removió inquieto. No necesitaba que el anciano le explicara lo sucedido: habían atrapado a Thea y lo estaban llevando al despacho. Los dos aguardaron en silencio, evaluándose con la mirada. Al final, el señor Benavente abrió un cajón de su escritorio, sacó un revólver y le apuntó con él. Álvaro recordó que no hacía mucho, en ese mismo edificio, había recibido una herida que, de vez en cuando, aún le dolía un poco. - Ya nos conocemos, ¿me equivoco? - inquirió de pronto.- He acertado en la condición, no en el amo. Eres leal a Felipe Navarro, ¿verdad? Sí, eso es... Estuviste el día del ritual. Mataste a unos cuantos de mis hombres. - He matado más que eso. - Oh, sí, tu historia es bastante conocida. Mataste al heredero de los James. - Cierto - asintió él, sonriendo ampliamente.- Aunque he de admitir que mi historia no es tan interesante como la tuya. Como buen ladrón, siempre creí que lo peor que podía hacer uno es matar a una persona, pero...- apretó los labios en una mueca reflexiva.- La verdad es que eso no puede competir con secuestrar a niñas, torturarlas y someterlas a experimentos más propios de un loco de la calaña del doctor Frankenstein que de un ser humano. - ¿Te ha enviado a vengarte, a matarme? - Felipe nunca haría eso. Ni siquiera a un ser tan desalmado como tú. - Actúas por libre, entonces.


- Podría decirse - sonrió con aire socarrón, notando entonces que la puerta del despacho, que se encontraba tras él, se abría. Era el momento.- Deberías preguntarle a tu querido hijo. Se llama Guillermo, ¿verdad? Ay, disculpa, se llamaba. Los ojos de Rodolfo enrojecieron de repente, la vena de su cuello se hinchó tanto que parecía a punto de explotar y sus dedos se aferraron con tanta fuerza al revólver que palidecieron. - ¿Fuiste tú? - ¿Quieres que te lo describa? - Pero... Mikage quería... - Como ya te he dicho, no soy su mascota. Ni de él, ni de nadie. Actúo por mi cuenta y... Señorita, lamento haberla inmiscuido en esta situación. Esa era la señal. Llegó en el momento justo. Cuando los hechos se precipitaron. Thea le pegó una patada al guarda que la retenía, liberándose y tirándose al suelo justo a tiempo. En ese mismo instante, Rodolfo Benavente, ciego por la ira, comenzó a dispararle, pero Álvaro se apartó. El anciano mató a sus propios guardias. Álvaro, al caer al suelo con elegancia, dando una graciosa pirueta, se bajó la cremallera de la cazadora. Y entonces se movió a toda velocidad. Con una mano, cogió su arma automática y disparó en dirección a Rodolfo. Éste se tiró al suelo. Hubiera dado igual, pues su intención no era matarle, sino destrozar la ventana del despacho. En cuanto los cristales cayeron como si fuera lluvia, guardó la pistola y, con esa misma mano, agarró a Thea. Tiró de la chica, mientras saltaba por la ventana, enganchando el extremo del cable extendible que llevaba entorno a la cintura. Los dos cayeron al vacío, aferrados el uno al otro. Se detuvieron a poco más de un metro del suelo. Thea bajó de un salto y fingió no poder reaccionar, como si fuera completamente inocente, mientras él se soltaba el cinturón. Sin pensarlo y sin reparar en la chica, se abalanzó sobre un coche que estaba en marcha. Cayó sobre el asiento


trasero, justo cuando Kenneth arrancó el vehículo, que salió tan disparado que hasta las ruedas chirriaron sobre la carretera. En un giro, se estampó contra la puerta de su izquierda. Aún así, se incorporó y se agarró al asiento del conductor. Asomó la cabeza por encima del hombro de Kenneth. - ¿La tienes? - ¿Quieres quemarla tú o lo hago yo? Entre los dedos del joven, había un pequeño tubo que contenía la sangre de Tim.

 Álvaro chocó contra él. Lo supo porque, mientras se afanaba en fregar el suelo, notó un empujón, pero no vio a nadie. Una parte de él estuvo a punto de volverse para mirar a su hermana y a su amigo, aunque logró contenerse y seguir con su labor. Nadie reparaba en el personal de limpieza. Era triste, pero una realidad. Los limpiadores no tenían cara, eran incluso más invisibles que Álvaro con los guantes de H. G. Wells, sobre todo para personas como la familia Benavente. Por eso, pese a que llevaba toda la mañana dando vueltas por la torre, fregando de un lado a otro, nadie, absolutamente nadie, se había fijado en él. De ahí que, en cuanto su hermana entró en un ascensor, él se dirigió hacia el de al lado. - Mira, el escudo a detectado un Objeto - escuchó comentar a uno de los guardias que había en el mostrador de recepción. - ¿Un intruso? - preguntó su compañero. - Las cámaras no captan nada raro. - Prueba con los infrarrojos o con el escáner de temperatura temporal, eso no suele fallar. Los dos guardias estaban muy ocupados intentando atrapar a Álvaro, como para ver que él estaba dentro de un ascensor y lo había bloqueado manualmente. Con las puertas cerradas, dejó


la fregona en el carrito y sacó el pequeño aparato que usaba para piratear. Lo conectó al ascensor y, siguiendo los pasos que Tim había especificado en el informe que había redactado para Felipe, bajó hasta el subterráneo. Por suerte, los Benavente únicamente habían reforzado el sistema de cámaras, no la seguridad propiamente dicha. Kenneth supuso que no habían descubierto la intromisión de Tim, de ahí que él no estuviera encontrando ningún problema para repetir el procedimiento que él había empleado para robar los informes. - ¡Eh, tú! ¿Qué estás haciendo aquí? Estaba a punto de entrar en la sala con la caja fuerte, cuando la voz de un hombre le sobresaltó. Al girarse, vio a un empleado de la torre. Mediana estatura, corpulento, cara de roedor y un viejo libro de magia en las manos. No había contado con eso. No había supuesto que habría alguien en aquel subterráneo a plena luz del día. Kenneth sintió que empezaba a sudar, que el corazón se le desbocaba y un único pensamiento inundó su mente. Me han atrapado. Hasta aquí he llegado. No obstante, justo en ese mismo instante, recordó cómo se había salvado de los asesinos, cómo los había hecho asustarse... porque lo había hecho él. Estaba seguro. Al sentir tal confianza, junto a tamaña corazonada, se dejó llevar pues, al fin y al cabo, no tenía nada que perder. - ¿Cómo que tú? ¿Es así como tratas a tu superior, imbécil? Hizo una mueca. No solía emplear tal vocabulario, pero supuso que un hombre de poder y con la posición de Rodolfo Benavente, no mostraría reparos en vejar a sus lacayos. Además, su pequeña treta surtió el efecto deseado, pues el hombre hizo una reverencia, nervioso. - Lo siento, señor Benavente, yo... Y-yo... M-me había parecido o-otra persona... - ¡Venga aquí, ahora mismo! - S-sí, s-señor, voy... L-lo siento, d-de veras...


Antes de que el hombre pudiera disculparse de nuevo, Kenneth le agarró de la cabeza y la golpeó contra la pared. El empleado cayó inerte al suelo, por lo que él hizo una mueca: - Siento el dolor de cabeza. Perdón. Una parte de él, aterrada ante lo que acababa de suceder, se preguntó cómo había sido capaz de engañar a aquel hombre. ¿Qué hacía exactamente? ¿Cómo? ¿Por qué? Pero su otra parte, bastante más racional, le recordó que no era el momento más adecuado. Entonces forzó la cerradura de la puerta y entró en una sala atestada de libros. Junto a la pared había una caja fuerte, pero en el centro había dibujados una serie de círculos concéntricos y de símbolos que le indicaron que se trataba de magia negra y muy antigua. Dentro del último había un vial con la sangre de Tim. Lo cogió para examinarlo. No estaba lleno, le faltaba una buena cantidad. Lo guardó en el bolsillo de su uniforme, mientras echaba un vistazo a su alrededor. ¿Dónde estaba la sangre que faltaba? Reparó en la caja fuerte. Tenía que ser ahí, una especie de plan de reserva por si perdían el vial o algo por el estilo. Cerró los ojos un momento. En el informe de Tim había escrita una contraseña, la que había empleado para abrir esa dichosa caja fuerte. Pero, ¿cuál era? - Venga, Kenneth, la tienes en la cabeza, accede a ella. Era un número... ¡Ajajá! Introdujo los ocho dígitos, 20011952, y observó cómo la caja se abrió. Dentro encontró una bolsa de plástico que contenía un trapo blanco con una mancha oscura: sangre seca. Eso tenía que ser. Tras cogerlo, cerró la caja fuerte de nuevo y se volvió hacia una de las estanterías, donde había material para llevar a cabo hechizos. También se lo guardó en el bolsillo. Después, salió de ahí lo más deprisa posible. Al estar de vuelta en el ascensor, se quitó el mono de trabajo y lo dobló cuidadosamente para que pareciera un abrigo. Acababa de ajustarse la corbata y colocarse bien las gafas, cuando llegó al recibidor. Lo cruzó tranquilamente, sin mirar a los guardias de seguridad del mostrador.


Una vez en la calle, se montó en el coche de alquiler y arrancó el motor, aunque se quedó ahí parado, esperando a Álvaro... que no tardó en caer del cielo.

 Kenneth dio unas cuantas vueltas por la ciudad antes de dirigirse hacia la mansión de su familia. Durante todo el viaje estuvieron riéndose, todavía exaltados ante la adrenalina y la emoción del robo. No obstante, en cuanto Kenneth aparcó el coche y le condujo al interior de la casa, exactamente a una habitación un tanto monacal, pues salvo la cama, un pequeño armario y un escritorio, no había nada. Ni ordenador, ni cadena de música... Ni siquiera había pósters recubriendo las paredes, tampoco fotografías. Sabía que era la habitación de Kenneth y sintió un leve hormigueo en la piel al darse cuenta de que le había llevado a su dormitorio. Se volvió hacia él, dispuesto a comentar algo al respecto, cuando notó los dedos del joven en su mejilla: - ¡Álvaro, estás herido! Con la rapidez con la que se habían desarrollado los acontecimientos, no le extrañaba que alguna bala le hubiera rozado y no se hubiera dado cuenta hasta ese preciso momento. Negó con la cabeza, quitándole importancia. - Es sólo un arañazo... - Ya estás otra vez - resopló Kenneth. - Y tú también - apuntó él, enarcando una ceja.- No soy de cristal, no me voy a romper. Puedes estar tranquilo, que no provocaré que te ocurra nada por nuestro vínculo... Para su sorpresa, Kenneth soltó un gruñido. Era algo completamente nuevo. Kenneth no perdía los papeles, nunca, jamás, pero en aquel momento parecía fuera de sí. No sólo soltó una serie de sonidos guturales, sino que le miró con auténtica rabia.


- ¡Eres un completo idiota! - exclamó. - ¿Perdón? - preguntó él, todavía anonadado. - ¿Acaso no te das cuenta de que el vínculo no me importa lo más mínimo? - Kenneth dio un paso hacia él, agitando la cabeza.- ¡Me importas tú! No soporto verte herido. La mera idea de que mueras hace que me ahogue. ¡Dios! Ni siquiera puedo respirar si estás delante, ¡no puedo respirar! Y tú ni siquiera lo notas, crees que sólo me preocupo por un estúpido hechizo y no es así. Única y exclusivamente me preocupo por ti, por ti, por la persona que eres. Kenneth se había acercado a él hasta el punto de que apenas los separaban un par de centímetros. Álvaro, todavía más asombrado ante el discurso, no pudo más que parpadear. ¿Habría escuchado bien? - Eres un idiota, un completo idiota - insistió su amigo. Y, entonces, Kenneth sorteó la ínfima distancia que los separaba para aferrarse a su cazadora con ambas manos y tirar de él. Álvaro se vio impulsado hacia adelante, mientras los labios del joven aterrizaban sobre los suyos para besarlos con pasión infinita, con profundo anhelo y sin pizca de pudor... Al menos durante unos segundos. Pues Kenneth no tardó en separarse. Su rostro estaba teñido de rojo, no había ni rastro del valor antes mostrado y sus ojos se esforzaban por no mirarle. Incluso llegó a murmurar una disculpa que Álvaro no escuchó. Bastante ocupado estaba asimilando lo sucedido primero y, después, obligando a su cuerpo a moverse. Dio un paso hacia adelante, alargando el brazo para sostener el de Kenneth. En cuanto sus dedos se cerraron sobre dicha extremidad tiró del chico sin delicadeza alguna y le devolvió el beso con el mismo deseo, pero mucho más pausado. No estaba dispuesto a que el momento pasara con brevedad.


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