Corrientes del tiempo: Capítulo 15

Page 1

Kenneth descansaba a su lado, hecho un ovillo justo en el hueco que había entre su torso y su brazo. Se habían estado besando como si no fuera a existir un mañana, pero ni siquiera se habían desnudado, pues Kenneth quería ir despacio. A Álvaro le parecía bien, pues su experiencia no abarcaba las relaciones serias, sino los encuentros casuales y sospechaba que su chico no llegaba ni a eso. Además, aquella situación se le antojaba perfecta, le gustaba tenerlo tan cerca de él, en un silencio para nada incómodo. Lo encontraba íntimo, bonito. Quizás, por eso se atrevió a sacar el tema que llevaba un par de días dándole vueltas: - ¿Puedo hacerte una pregunta? - Eh... Bueno... Soy virgen, ¿vale? - No era eso lo que iba a preguntarte, pero es bueno saberlo - asintió un poco, antes de ladear la cabeza para poder mirarle a los ojos.- No tienes por qué responder, claro. Mmm, bueno, quería saber sobre tu madre. No te lo tomes a mal, pero me pareció... - ¿Ida? ¿Chalada? - probó Kenneth, suspirando.- La verdad es que he oído de todo. - Yo iba a decir "ausente". Kenneth se incorporó. Llevaba las gafas torcidas sobre el puente de la nariz, lo que le daba un aire cómico que hizo sonreír a Álvaro. Sin embargo, su expresión no tenía nada de divertida, era seria, preocupada. - Antes no era así - reconoció con voz frágil.- Era fuerte, decidida, cabezota, valiente... Te habría gustado, ¿sabes? - le dedico una sonrisa tímida.- Hasta le plantaba cara a la abuela. - Tiene todos mis respetos entonces.


- Pero entonces mi padre desapareció. Mi madre se quedó sola como cabeza de familia hizo una pausa.- Por aquel entonces yo era un crío, tenía unos catorce años. No me contaban nada, así que no sé exactamente qué ocurrió. Mi madre fue a robar algo, pero en su camino se cruzó un asesino. Estuvo desaparecida durante días, hasta que la encontraron...- hizo una pausa, sus ojos azules parecieron diluirse.- Y ya no era ella, sino... un fantasma de lo que fue. - ¿Sabes qué asesino fue? - Ni idea - reconoció, acompañándose de un ademán.- A veces pienso que fue el mismo que mató a mi padre. Quizás... No sé... Quizás deseaba a mi madre, se lo quitó de en medio y... Álvaro le pasó un brazo por los hombros, atrayéndolo hacia él para acabar colocando la barbilla en el negro cabello de Kenneth. Llevaba un tiempo intentando averiguar qué ocurrió con el señor Murray, también con los señores Ramsey, pero nadie parecía saber nada de ambos casos. En el segundo caso significaría, seguramente, que todo fue un accidente; en el caso del señor Murray... Empezaba a preocuparse. - Podría preguntarle a Mikage... - No. - Pero... - Si no lo has hecho hasta ahora es porque tendrías que pagar un precio, ¿me equivoco? el rostro de Kenneth estaba serio, parecía mucho mayor de lo que acostumbraba.- Escúchame, no quiero que te arriesgues, no por esto. Quiero saber la verdad, pero no a cualquier precio - se calló un momento para tomar aire, mientras deslizaba sus finos dedos por el rostro de Álvaro.- Estuve tan cegado con la verdad, que me quedé ciego. No quiero que algo así te ocurra, no a ti. - No tendría por qué ocurrirme nada. Sé cómo manejarme con Mikage - le dio un rápido beso en los labios, contento por la genuina inquietud que mostraba Kenneth por él.- Además, llega esta mañana desde Boston para buscar a Rubén. Podríamos aprovechar e interrogarle un poco - Kenneth frunció el ceño, pero él únicamente sonrió.- No pasará nada. - No sé...


- Confía en mí. Kenneth suspiró, antes de apoyar la cabeza en el pecho de Álvaro. Él le acarició el pelo de forma distraída, revolviéndoselo, mientras pensaba en que iba a hacer lo que hiciera falta para ayudarle a descubrir la verdad.

 La investigación era aburrida, muy aburrida. Desde que su padre había llegado el día anterior con la extraña caja que no se podía abrir, se había puesto a investigar en los archivos de los ladrones. Felipe y el profesor Antúnez le ayudaban cuando buenamente podían, mientras Beatriz revolvía libros, rollos e incluso papiros intentando encontrar la manera de hacer regresar a los viajeros del tiempo. Esa mañana ella había subido a ayudar durante la hora del recreo, ya que no le habían permitido saltarse las clases. En realidad, lo agradecía, pues el rebuscar entre libros no era precisamente divertido. - La verdad es que no tenía constancia de ese Objeto - comentó Antúnez de repente. - Digo yo que alguien alguna vez la habrá tenido - opinó su padre. - No tiene por qué - terció Beatriz distraídamente, pues seguía enfrascada en la lectura de un polvoriento y mohoso libro que, a juzgar por el título, parecía un desvarío sobre el tiempo.Los Objetos se crean con magia. En muchas ocasiones es porque una persona excepcionalmente creativa y de espíritu fuerte logra imprimir una huella de dicho espíritu en un objeto querido o importante para ella. Pero, por otra parte, se pueden crear de forma consciente utilizando la magia. Quizás, su amigo creó la caja. - Es una opción, desde luego - asintió el profesor Antúnez. Su padre frunció el ceño, pensativo, mientras clavaba la mirada en la pequeña caja que había traído de su viaje. La tomó entre sus dedos con cuidado, sin dejar de examinarla.


- Ismael no jugaba con magia... - Pero pudo contar con la ayuda de alguien que sí lo hiciera. La afirmación de Beatriz fue rotunda. A Tania no le extrañó, pues sabía bien que la mujer había recurrido a una bruja para... ¡Un momento! Notó que el corazón se le aceleraba, pues acababa de tener una idea alucinante... incluso brillante. - ¿Una bruja podría descubrir algo de ella? - inquirió, alegrándose de tener que olvidar aquel tratado sobre magia que le estaba provocando dolor de cabeza.- Quiero decir, ¿podría intentar abrirla con sus poderes o algo así? ¿O descubrir algo de su naturaleza? El profesor Antúnez la miró fijamente, parecía que la veía por primera vez. - Muy inteligente, señorita Esparza. - ¿Qué queréis decir? - su padre parecía confuso. - Papá, hay una bruja descansando un par de puertas más allá - le explicó, inclinándose hacia adelante. Una sonrisa emocionada bailaba en sus labios.- Podrías pedirle que le eche un vistazo a la cajita. Quizás, hasta pueda abrirla. Aunque, claro, es una posibilidad muy pequeñita, pero... Bueno podría ser - se encogió de hombros. Su padre también la miró fijamente. Al parecer, era algo que sucedía cuando se tenía una ocurrencia tan genial. Para su sorpresa, su padre soltó un grito eufórico, antes de comenzar a besarla como cuando tenía cinco años. - ¡Esa es mi niña! - ¡Ay, papá! - bromeó ella entre risas. - ¿Y dónde está...? - Eh, eh, un momento - el profesor Antúnez se puso en pie, quitándose las gafas de lectura, por lo que le colgaron sobre el pecho.- Como ya he dicho, me parece un movimiento muy hábil. Pero la señorita Viles está recuperándose...- debió de ver como Mateo abría la boca, seguramente para protestar, pues se adelantó.- Esa mujer se portó muy bien, estuvo a punto de desfallecer para salvar a Tim. Por eso, creo que se merece el descansar cuanto le plazca.


Tania había recuperado por completo las ganas de saber. Volvía a experimentar ese ansia que actuaba como gasolina de un motor y que la instaba a remover hasta la última piedra para descubrir la verdad. Era igual que cuando buscó a su padre... Salvo por el hecho de que no era la misma. Había pasado por demasiadas cosas como para no comprender que, a veces, era mucho más producente ser paciente y actuar con pies de plomo. Por eso, apoyó una mano sobre la de su padre, asintiendo con un gesto. - Creo que el señor Antúnez tiene razón, papá. Mateo asintió, antes de retomar la lectura.

Aquel día comió junto a Miguel, que era el único conocido que le quedaba en el colegio con sus amigos perdidos en otra época temporal o muertos. Pese a que tanto el chico como sus dos acompañantes se esforzaban en darle conversación, Tania se limitó a ser cordial. Era lunes, así que había lentejas, la comida que Jero más odiaba. Por eso, dejó a su mente divagar en las engañosas posibilidades del "¿y si...?". Estaba segura de que Jero se estaría quejando, como siempre, lo que provocaría que Deker gruñera, hastiado, y que Ariadne acabara enervada y discutiendo con el primero. Quiso reírse. Con lo que le solían cansar dichas disputas, lo que las echaba de menos. Lo peor era que no podía hablarlo con nadie. Estaba sola ante tal soledad... ¿O no? Terminó de comer, se despidió de los chicos con una sonrisa y se dispuso a abandonar el comedor. Sin embargo, se vio abordada por un grupo de chicas. Antes, habían sido las fieles lacayas de Erika, aunque, desde la marcha de ésta última, habían encontrado una nueva líder: Mercedes Hinojosa. La chica la miró de pies a cabeza con altivez, claramente juzgándola. A Tania no le gustó nada aquel gesto y, ante el muro que parecía formar el grupo, se sintió intimidada... Entonces recordó a Colbert a punto de matarla, a Erika antes de morir, y se calmó un poco. No podían ser tan malas, no en comparación.


- Llamando la atención otra vez, ¿eh, Esparza? - ¿Perdón? - ¿Qué pasa? ¿No tenías suficiente con haber echado a perder al pobre Rubén? ¿O es que tu becario no es tan apetitoso como otros? - la mirada de Mercedes se clavó en los chicos con los que Tania había comido.- ¿Y qué es eso? - volvió a concentrarse en ella y Tania no sabía a qué se refería, hasta que la chica continuó.- Es tan de la temporada pasada. ¿Quién te has creído que eres, Anne Hathaway? Tania no sabía quién era la susodicha. ¿Sería una modelo? ¿Una actriz? ¿Una cantante? Casi nunca reparaba en los nombres de los famosos. Si le gustaba una canción, la escuchaba; si veía una película o la televisión, se limitaba a disfrutar. Jamás le había interesado conocer los entresijos, como era el caso de Ariadne y Deker que conocían casi cualquier cosa. - No sé de quién me hablas, la verdad, pero...- no sabía muy bien qué responder. No quería enfrascarse en una pelea con la sustituta de Erika, bastante había tenido con la original, así que decidió escapar.- Mira, tengo prisa. No miraba a ningún chico, ¿para qué? Si mi becario, como tú lo llamas, vale por veinte al menos. Y subió las escaleras a toda velocidad hasta la tercera planta. Tuvo que hacerlo con mucho cuidado, como siempre, pues se suponía que el tercer piso estaba cerrado por mal estado y los conserjes se encargaban de alejar a cualquiera que quisiera subir. Tania sospechaba, pues no había preguntando al respecto, que Felipe los había elegido con mucho cuidado y que sabían más de lo que parecía. Una vez estuvo en aquel corredor casi secreto, fue directa a la habitación de Tim y entró tras llamar a la puerta. Tim Ramsey no era precisamente su mejor amigo, pero se llevaban bien y conocía la situación, no como su amiga Clara, que tenía una visión muy limitada de su vida. Tim seguía guardando cama, aunque tenía mucho mejor aspecto que cuando despertó tras los horribles días que duró la maldición. Estaba sentado sobre el colchón, con la espalda recta contra la pared y su portátil sobre una bandeja que utilizaba a modo de escritorio. Tania se fijó,


una vez más, en que la tapa del aparato tenía lo que parecía una cabina de teléfono... Original, aunque no le encontraba demasiado sentido. - Hola, Tim, ¿cómo estás hoy? - Desesperado. En este sitio tienen una red informática penosa...- ella no pudo evitar reír, mientras se acomodaba a los pies de la cama. Al escuchar sus carcajadas, el joven sonrió un poco, encogiéndose de hombros.- Deformación profesional. - ¿Y no se supone que deberías descansar? - Bueno... Yo... Debería, sí...- Tania volvió a reírse y él, con aire cómplice, le pidió.- Pero guárdame el secreto, ¿vale? Si Clementine se entera, me matará. - La veo capaz - confirmó ella. - ¿Entonces? - Tranquilo, me llevaré el secreto a la tumba - asintió; se descalzó con cuidado, dejando los zapatos perfectamente alineados con las patas de la cama y, después, subió los pies al colchón para estar mucho más cómoda.- ¿A cambio me harías algo de compañía? Tim la miró con fijeza un momento. Después, hizo descender la tapa del ordenador portátil y lo dejó con cuidado sobre la mesilla. - Yo también los echo de menos. - No dejo de preguntarme qué estarán haciendo... - Y entonces recuerdas que están perdidos en el tiempo y empiezas a pensar y a pensar... Y la cabeza parece que te va a explotar - asintió Tim, acompañándose de un gesto de cabeza. Ella arqueó las cejas, asombrada pues el chico había descrito a la perfección su situación.- Sí, sé por lo que estás pasando. - Al fin alguien que me entiende - suspiró. - ¿Sabes qué es lo peor? Al menos en mi caso - matizó Tim, mientras su mirada se teñía de una pena casi infinita.- Les envidio. Me encantaría viajar en el tiempo... Pero no para conocer a


Elton John o a Ghandi o algo así, sino...- se humedeció los labios, antes de soltar.- Ojalá pudiera regresar al día que murieron mis padres y salvarlos... O, al menos, averiguar qué pasó de verdad. - El saber que no sabes algo es horrible, ¿verdad? De algún modo, Tania se encontró compartiendo con Tim aspectos sobre su vida que no había compartido con nadie, ni siquiera con Jero. Sólo Tim sabía lo que era perder a alguien y no conocer el por qué o el cómo.

 De alguna forma, logró concentrarse para terminar el capítulo que estaba leyendo. No era muy dada a sumergirse en las páginas de los libros, pero al estar refugiada en aquel internado no podía hacer mucho más. Adiós a los paseos sin rumbo fijo, a ir de compras, a sus revistas de moda favoritas... Quizás, por eso encontró el libro tan adictivo o, quizás, se debía a su temática, que pretendía ser transgresora y erótica, aunque ella no la consideraba para tanto. Vale, nunca se había visto inclinada hacia ese tipo de prácticas sexuales, pero cualquiera de sus experiencias habían sido mucho más eróticas que las descritas en el libro. Sin embargo, no podía concentrarse. Hasta ese día había leído en la habitación de Tim, velándole, o mientras hacía compañía a Hanna, pero en aquel momento estaba sola y no podía dejar de pensar. Una parte de ella, estaba muy preocupada por Jero, también por Deker, aunque en menor medida, pues sabía que podía apañárselas mucho mejor que su encantador amigo; la otra, no dejaba de sentir un irrefrenable deseo de regresar junto a Tim. Creerá que eres una acosadora. Déjalo estar. Al final, sus ganas de ver a Tim fueron mayores que su determinación, así que abandonó su cuarto para visitar a su amigo. Por el camino, se encontró con aquel ladrón tan mono de gafitas que, al verla, se sonrojó. Clementine sabía que no se debía a que le gustara, sino a que Álvaro, que


le había prestado la novela, Cincuenta sombras de Grey, había dicho delante de ambos dos que, en realidad, pertenecía a Kenneth. Fue a entrar a la habitación de Tim, pero escuchó voces en el interior. La puerta estaba entreabierta, así que se asomó discretamente y vio al chico junto a Tania. Hablaban de forma distendida, reían... Parecían pasar un buen rato. De pronto, Clementine se sintió una extraña. No podía entrar y terminar con aquel momento que estaban teniendo, por mucho que una parte de ella deseaba haberlo con todas sus fuerzas. En su lugar, se quedó donde estaba, conteniendo el aliento, mientras observaba al chico. Su pelo rubio revuelto, su nariz recta, alguna peca diminuta que otra salpicando sus mejillas, sus cejas que ella, particularmente, encontraba perfectas pues tenían el grosor exacto: ni eran finas como las de una chica, ni gruesas como bigotes y, por supuesto, no eran una sola... ¿Pero qué estás haciendo, Clementine? ¿Desde cuándo caes tan bajo? Agitando la cabeza, volvió sobre sus pasos, recogió la novela de su habitación y fue a la biblioteca para obligarse a permanecer ahí y olvidarse de estupideces como regodearse en la visión de ciertos chicos. Suspiró. Por eso le gustaba tanto Deker, las cosas eran sencillas con él: eran amigos, sin más; de vez en cuando se acostaban, pero ahí terminaba todo, ni sentimientos, ni celos, ni nada. Sólo buen y divertido sexo. Al entrar en la biblioteca, se encontró con un hervidero de actividad. Había montones de libros apilados sobre las mesas, otros cuantos por ahí abiertos y todos los adultos que conocía, incluso dos que no, sentados y conversando. Felipe parecía dirigir la reunión, acompañado de su novia, que estaba sentada junto a él. A su derecha, con las manos enlazadas sobre un viejo tomo abierto, se encontraba Gerardo. En esa misma mesa, en sillas contiguas y cercanas, Álvaro y Kenneth. En la de al lado, entre las pilas de


volúmenes tan altas, un hombre delgado, de unos cuarenta, con el pelo castaño peinado ligeramente hacia atrás. Junto a éste, en una silla, había una mujer rubia que no había visto nunca. - Si molesto, me voy - comentó con cuidado. No le cohibían los adultos, tampoco el que, de repente, se hubieran girado todos hacia ella, pero quería mostrarse educada. Esa gente no tenía que cuidar de ella, no cuando lo único que había hecho era vender a un amigo, uno de los suyos, pero lo hacía. Además, Felipe era tan amable y cariñoso tanto con Hanna como con ella... - No te preocupes, Clementine - le sonrió el rey de los ladrones. - Estamos hablando de cosas importantes, Felipe - comentó con dureza la desconocida. - Esta es mi casa, Beatriz - apuntó él con suavidad, pero con seguridad.- Clementine es mi invitada y se ha portado con valentía y siempre ha intentado ayudar. Si desea usar la biblioteca, puede hacerlo, incluso si estamos tratando temas importantes. Confío en ella - hizo una pausa, antes de añadir.- Y estoy cansado de mentiras. - ¿Me lo vas a perdonar algún día? Todos se quedaron en silencio, la tensión era evidente, sobre todo entre ellos dos. No sabía a qué se debía esa animadversión de Felipe, pero Clementine tenía clara una cosa: debía de ser algo personal e importante, pues nunca había visto tal hombre así. - Y quizás la señorita Poulain nos podría ayudar - apuntó Kenneth. De nuevo, otra punzada. Lo hacían con sus mejores intenciones, de eso no le cabía ninguna duda, pero el oírles hablar así de ella la incomodaba. Sólo era una persona débil, una rata traidora que había sido capaz de tenderle una trampa a Deker, por muy obligada que estuviera. Seguía sin perdonárselo y cada día que Deker pasaba perdido en el tiempo, la culpa crecía. No merezco ni sus halagos, ni su confianza.


- ¿Cómo podría ayudaros? - preguntó, intentando cambiar de tema, mientras se sentaba en la mesa, cruzando las piernas; se había puesto una falda corta que había encontrado entre las cosas de Ariadne, aunque le quedaba grande: la ladrona tenía las caderas más anchas que ella. - Encontré un curioso Objeto en la casa de los Cremonte... - Amigos de mon père - asintió ella. - Ahí quería llegar - atajó Felipe, acompañándose de un gesto de cabeza.- Ese Objeto, supuestamente, es parte de una colección. Me gustaría saber si has visto alguno en casa de tu padre o en la de un Benavente. - ¿Qué Objetos? - Espadas. Espadas mágicas. Frunció el ceño, pensativa. Era cierto que le resultaba familiar esa idea, que había visto una u oído hablar sobre ella... Entonces lo recordó. Desde que era pequeña había tenido que pasar temporadas en compañía de miembros de la familia Benavente para entrenarla en aquellas cosas tan absurdas como seguir pistas, mitología o disfrazarse. Había sido en una de esas épocas cuando había visto algo, estaba segura. - Había un Benavente... No recuerdo cuál, son todos iguales. Tan mediocres...- repuso con desdén, agitando la mano para reforzar la idea.- Tenía una espada mágica. Recuerdo...- se quedó en silencio, ceñuda, esforzándose por evocar todo aquello.- Recuerdo que estaban muy contentos. Habían conseguido un Objeto, una espada, pero resultó ser dos Objetos en uno. - ¿Qué quiere decir eso? - inquirió el hombre desconocido. - No lo sé. Nunca me han interesado estas cosas. - Evidentemente, ellos creían que era un Objeto en concreto y, además, se dieron cuenta de que, al mismo tiempo, es otro - opinó Gerardo con voz grave. - ¡Mierda!


Todos se volvieron al mismo tiempo hacia Álvaro, que había descargado un puñetazo contra la mesa al mismo tiempo que blasfemaba. Cerró los ojos, agitando la cabeza, antes de ponerse en pie, pasándose los dedos por su rubio cabello. - ¿Qué ocurre? - quiso saber Felipe. - Sé de qué espada habla. ¡Tiene que ser esa! ¡Maldita sea! - Álvaro, ¿eres consciente de que no estamos dentro de tu cabeza? - inquirió Gerardo con aire socrático, mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.- ¿Quieres explicarnos de una vez lo que te ocurre? - La espada de Napoleón, La invencible - murmuró, deteniéndose. - Vas bien, pero tienes que añadir frases largas y explicativas - apuntó Gerardo. - Yo... Esperaba que esto no se supiera, pero...- Álvaro se desplomó sobre la silla de nuevo, cabizbajo; el rubio flequillo le caía sobre el rostro, dotándolo de un aire oscuro, pero hermoso al mismo tiempo.- Mikage me encargó una misión que no pude rechazar y que llevé a cabo. Yo fui el que asesinó a Guillermo Benavente. Una oleada de sorpresa recorrió la sala. Clementine se encontró a sí misma abriendo la boca, impresionada, seguramente teniendo la misma pinta que Kenneth. La mujer rubia, la tal Beatriz, parecía presa de un debate interno, mientras que la primera dama (no recordaba su nombre, ¿Violeta quizás?) y el desconocido parecían incómodos. Únicamente Felipe y Gerardo miraban al hombre con suspicacia. - Y crees que Mikage sabía que era una de Las siete y por eso te encargó semejante trabajito - Felipe pronunció aquellas palabras despacio, como asumiéndolas. - Por supuesto que es así. Mikage es así. - ¿Fue así como lograste que salvara a Ariadne? - inquirió Gerardo. - Le hice chantaje: si quería la espada, tenía que salvarla - respondió, agitando la cabeza.Sinceramente, creo que la hubiera salvado igualmente. Le gusta Ariadne. Pero, la verdad, prefería no arriesgarme.


El silencio se alzó, tenso, como la calma antes de una tormenta. Clementine sabía bien el poco aprecio que tenían los ladrones por los asesinos y los crímenes de sangre, así que esperaba que se desatara todo un conflicto digno de reality. Sin embargo, Felipe se puso en pie y, antes de ponerse a rebuscar entre los libros, sonrió a Álvaro, apretándole el hombro. No se le veía demasiado entusiasta, pero tampoco parecía dispuesto a juzgar al asesino. Al parecer, el resto decidió no hacer nada, seguramente guiados por aquel líder que tenía más poder de convicción del que parecía. - Gracias por salvar a mi hija - dijo Beatriz. - Es lo que se hace con los seres queridos en vez de dejarlos tirados. - Al parecer - intervino de nuevo Felipe, cortando de raíz aquel enfrentamiento.- Mikage y los Benavente están interesados en reunir Las siete. Nosotros nos hemos quedado al margen... Hasta ahora - repuso.- No he podido averiguar demasiado sobre las espadas, pero mucho me temo que será espantoso si las reúnen cualquiera de ambos bandos. - ¿Estás seguro de que las están buscando? - preguntó su novia.- Quiero decir, son siete espadas que, además, se suponía que ni existían. ¿No puede ser todo casualidad? - La casualidad no existe en nuestro mundo, querida - apostilló Gerardo. - Que sepamos, los Benavente tenían dos espadas de siete. Después, Mikage se atrevió a robar una de ellas - Felipe tenía un libro abierto entre las manos. Entonces, dejó de leer para mirar a la chica, mostrándose tranquilo, pese a la amenaza que se intuía.- Si en algo nos ponemos de acuerdo ladrones y asesinos es que es mejor dejar a los Benavente en paz. Molestarles así... Bueno, digamos que tuvo que hacerlo por una causa muy poderosa - explicó. - ¿Y qué es lo que vamos a hacer? - Kenneth se colocó bien las gafas con un gesto. - Ser discretos. Tener cuidado - respondió Felipe.- Recavar información. - Rubén está viviendo en casa de Mikage - apuntó Álvaro. - No vais a meter a mi hijo...


- Tu hijo prácticamente se tiró cual kamikaze a esto - la interrumpió el hombre con brusquedad, dedicándole una mirada torva.- Es un asesino, asúmelo. Ahora mismo es un peón en manos de Mikage. Un peón que, si su rey desea, hará lo que sea necesario. Como yo - aclaró con dureza, ladeando un poco la cabeza.- Eso sí, ha diferencia de mí, está mejor posicionado para según qué cosas. Espiar, por ejemplo. - ¿Por qué lo dices? - inquirió Kenneth. - Bueno... Conozco a Mikage mejor de lo que me gustaría admitir - Álvaro se rascó la sien, repanchingándose en la silla.- Desgraciadamente, me conoce a mí. Sabe cómo soy, cuáles son mis lealtades y que no logrará hacerme cambiar de opinión. Rubén es diferente. Joven, inocente, sin experiencia... Creerá que es arcilla que modelar. Confiará en él. - De todos modos, Mikage no es tan peligroso como los Benavente - observó Gerardo, inclinándose hacia adelante. - Pero han descubierto a Tim - comentó Álvaro. El tiempo se detuvo para Clementine. De repente, algo en su interior encajó. Siempre había sentido apatía hacia su padre, ni le respetaba, ni le quería, ni nada. Por mucho que sonara infantil, una parte de ella lo odiaba porque se entregara tanto a los Benavente y abandonara a su madre y a ella. Aunque jamás lo admitiría en voz alta, pues tenía una reputación que mantener, siempre había anhelado tener una familia, encontrar su lugar en el mundo, de ahí que fuera dando tumbos de un lado a otro. Y, sorprendentemente, en esos días que había pasado encerrada en el internado, había empezado a sentir lo que era tener a gente de verdad. No sólo Felipe se preocupaba por ella, sino que había encontrado en Hanna a una hermana pequeña y Gerardo se le antojaba como un abuelo algo gruñón que, sin embargo, daba muestras de cariño hacia ellas dos, las recién llegadas. También le gustaba Kenneth, tan tímido, educado y amable... Y Álvaro con sus aires de modelo, sonrisas socarronas y bromas.


Sin embargo, hasta que escuchó aquellas palabras, no encontró donde encajaba en todo aquello. Además, era una buena forma de hacer algo, mientras Deker seguía perdido por su maldita culpa, por su traición. - Pero no me han descubierto a mí - propuso. Todos se volvieron hacia ella. - Ni hablar - se apresuró en aclarar Felipe. - Escúchame - le pidió, volviéndose hacia él.- Me dejaron tirada en el hotel, se olvidaron de mí. No fui a la torre Benavente, me quedé en el apartamento de Tim escondida. Ni siquiera viaje a Londres usando mi nombre. ¡No saben que estuve ahí! Ni siquiera saben que estoy aquí le recordó, apartándose el pelo detrás de las orejas.- Y no es la primera vez que desaparezco unos días tras una discusión con mi padre. No se extrañará cuando vuelva. - No - insistió el hombre seriamente.- ¿He de recordarte lo que le ocurrió a Tim? ¡Casi se muere, Clementine! - exclamó con vehemencia.- No permitiré que otra persona corra la misma suerte. No. Prefiero que los Benavente campen a sus anchas... - ¡Pero son monstruos! ¿Y lo que quieren hacerle a la petite Hanna? - Hanna está protegida aquí... - También lo estaba tu sobrina y Jego y Deker, ¡pero llegan donde quieren! Créeme. He visto muchas cosas, me he criado con ellos. ¡Tú mismo lo has dicho! Ni los ladrones ni los asesinos quieren cruzarse con ellos. ¡Son peligrosos! Y lo serían más si reúnen esos Objetos argumentó, alzando un poco la voz. Felipe se pasó una mano por el pelo, resoplando. - No me gusta - murmuró, agitando la cabeza.- No me gusta tener a Rubén espiando a Mikage, ni a ti a los Benavente... No me gusta. - Pero es necesario - asintió ella, a sabiendas de que se había salido con la suya.




Había soñado con él una vez más. Había disfrutado de esos segundos en los que el sueño y la realidad se fundían en uno y creía que él estaba junto a ella. Sin embargo, su estómago no dudó en gruñir salvajemente, clamando comida, por lo que la arrancó de aquel dulce estado. Maldita sea tu ausencia. Y maldito seas tú por no estar conmigo. Presumías de ser hombre de palabra, pero no la cumpliste. No la que me diste. Esa clase de pensamientos solía asaltarla al levantar, cuando comprobaba que todo había sido un sueño, un ardid de su mente para encontrar descanso por completo. Sin embargo, la ira solía abandonarla con rapidez y, entonces, sólo le quedaba la tristeza. Bueno, en aquel momento también tenía un nudo en el estómago, el cual seguía reclamando alimento, como siempre le ocurría cuando utilizaba demasiada magia. Y mantener con vida a aquel ladrón rubito había sido todo un desafío, incluso para ella. Estiró los brazos por encima de su cabeza, enlazando los dedos, mientras se estiraba como un felino. Después se puso en pie, preguntándose si debería hablar con Felipe o bajar a la cocina. Tras planteárselo un momento, decidió buscar al hombre para no causarle ningún problema. Le caía bien, era buena persona sin rayar en lo idiota. De hecho, estaba convencida de que se trataba de alguien muy, muy inteligente. Abrió la puerta, dispuesta a llegar hasta la biblioteca... Pero no pudo hacerlo. Pues no llevaba recorrido ni medio pasillo, cuando dos hombres salieron de dicha sala y se la quedaron mirando. Uno era Gerardo Antúnez, la mano derecha de Felipe, por lo que había podido deducir durante los días que llevaba en el internado. Éste, nada más verla, agitó la cabeza de un lado a otro, mientras decía: - Anda, mira, vas a tener suerte, la señorita Viles ha despertado... Mateo. - ... Mateo - finalizó Gerardo, sonriente.


Su corazón se había detenido, aunque ella siguió andando en dirección a los dos hombres, como una autómata. Pues había reconocido al otro hombre. Estaba más mayor, con alguna arruga que antes no surcaba su rostro, pero eran los mismos ojos oscuros, el mismo pelo castaño peinado de la misma manera, la misma nariz recta y chata... Era prácticamente igual que en la fotografía que Elena le había enseñado. - Hola - la saludó el hombre con educación, aunque parecía ansioso.- Lamento ser tan brusco, de verdad, señorita Viles, pero tenemos que hablar de negocios y es urgente. - Lo urgente es que coma algo, ¿señor...? - se escuchó a sí misma decir. - Ah, perdone. Esparza, Mateo Esparza. Por si Irene no había tenido suficientes sobresaltos en apenas cinco minutos, acababa de ser consciente de algo más: Mateo Esparza, Tania Esparza... Había conocido a su sobrina sin ni siquiera reparar en ello. ¿Cómo no se había dado cuenta de que era su sobrina? ¿Cómo? Si Tania era rubia, guapa, como Elena, aunque tuviera los ojos castaños de su padre, la nariz chata y muchos de sus rasgos. - No me importará hablar con usted, señor Esparza... En cuanto coma, claro está. - Eso podemos solucionarlo - asintió Gerardo.- Haré que le suban algo, señorita. - Muchas gracias. ¿Hablamos en mi habitación, entonces? Mateo asintió con un gesto, siguiéndola a través del corredor. A cada paso que daba, Irene sentía más y más ganas de contarle la verdad, revelarle su auténtica identidad: Irene Fitzpatrick, la hermana mayor de su mujer. Sin embargo, con los años había desarrollado una desconfianza casi patológica, no podía confiar realmente en nadie. Aunque, claro, teniendo en cuenta que habían masacrado a su familia sin que pudiera hacer nada por salvarlos y que, después, habían asesinado a su marido... Bueno, no es que tuviera otra acción. En ocasiones así, echaba todavía más de menos a Rafael, con él a su lado, todo le habría parecido posible, incluso confiar en alguien que, en realidad, no había llegado ni a conocer, como su cuñado.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.