Corrientes del Tiempo: Capítulo 14

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Cuando la puerta se abrió, Deker se despertó. Cada noche era igual. Como siempre, se quedó quieto en la cama, con los ojos entrecerrados, fingiendo dormir, mientras, en realidad, observaba a la chica. Hacía unas dos semanas que se repetía aquella rutina, pero él la disfrutaba igual. Ariadne entraba en la habitación sin hacer ruido alguno. Se quitaba los zapatos de tacón, dejándolos tirados en el suelo sin ningún miramiento. Después, se deshacía de la ondulada peluca rubia para depositarla sobre la cabeza de maniquí que había sobre el tocador. Entonces, se soltaba su melena, ahuecándola, mientras se acercaba a la cama. Una vez ahí, se quitaba los largos guantes y el vestido, quedándose en ropa interior... de la época. A Deker le gustaba ver su silueta dibujada sobre la luz que entraba por las ventanas, envuelta en penumbras. A decir verdad, le gustaba la vida que estaban llevando, a pesar de que sabía que caminaban sobre un equilibrio tan frágil que cualquier día desaparecería. También le gustaba aquel juego. Pues Ariadne hacía ruido con la puerta a propósito para despertarle, aunque él fingía no darse cuenta, al igual que ella hacía como si se creyera que él estaba durmiendo. Una vez que acababa con aquella especie de camisón, Ariadne se metía en la cama. Entonces se arrebujaba a su lado y dormían muy juntos. El calor de la piel de Ariadne le volvía loco. Sólo deseaba desnudarla y hacer el amor una y otra vez hasta que la mañana les descubriera en pleno frenesí. No obstante, ni siquiera intentaba tocarla. Temía el hacerlo porque sabía que no habría forma de controlarse y, en pleno año cincuenta y uno, no existía otro anticonceptivo que el método Ogino. Lo que menos podían


permitirse en sus vidas era un embarazo, no cargaría a Ariadne con eso, no si tenía en cuenta la situación en la que estaban envueltos. De hecho, si lo pensaba detenidamente, le sorprendía que no hubiera explotado de algún modo, pues la fecha de caducidad de su relación no les abandonaba nunca. - Mañana es Nochebuena. Bueno, hoy - murmuró ella. - Ajá - asintió él, expectante. - No tengo que ir al casino. Durante esas dos semanas que habían pasado desde que los Benavente habían atrapado a Jero y, por tanto, haber conseguido de ellos lo que deseaban, llevaban una vida un tanto ajetreada. A decir verdad, Ariadne llevaba dos. Por un lado, era la nueva cantante del Gran Casino, que actuaba todas las noches. Fingía ser una joven británica de larga melena platino, labios muy rojos y elegantes vestidos, que cantaba en inglés para disimular el hecho de que eran canciones modernas. Por las mañanas, ambos elegían el repertorio y Deker no sólo escribía las partituras, sino que, si era necesario, las arreglaba para que parecieran de aquella época. Por otro, eran el matrimonio Perea-Gálvez, nobles y amigos del marqués de Trujillo, lo que conllevaba tener una vida social muy activa. De vez en cuando, Deker lo llevaba al Gran Casino para que le fueran conociendo y, así, no llamar la atención el día del robo. Para que el marqués no relacionara los personajes de Ariadne, ésta se escondía tras una peluca pelirroja, una nariz falsa y maquillaje que la hacía parecer más pálida. - Querrás dormir mucho, supongo - observó Deker. - En realidad, estaba pensando que podríamos pasar todo el día aquí encerrados. Al escuchar aquello se incorporó. - No sé si te estoy entendiendo...


- Bueno - Ariadne se volvió hacia él, apoyando la cabeza en la palma de la mano.- ¿Hace cuánto que no somos nosotros? Llevamos dos semanas viviendo en una obra de teatro continua, en un interludio. He pensado que estaría bien ser nosotros. Deker y Ariadne. - Estaría bien que dejáramos de llamarnos como nuestros respectivos padres, sí - asintió él muy serio. Ariadne resopló, hastiada, por lo que él se echó a reír. - ¡No me di cuenta! - Seguro que encuentras algún tipo de placer retorcido en que yo me llame como tu padre y tú como la mía - Ariadne le golpeó, aunque él siguió carcajeándose.- ¡Ay, ay, Rapunzel, qué bruta eres! ¿Qué dirían en la Sección Femenina? - Me imagino que antes hablarían de lo que llevo puesto... Es de un indecente...- la chica apretó los labios, llevándose un dedo a ellos para hacer como si pensara.- Creo que voy a tener que taparme - apartó las sábanas de su cuerpo. Vio la ropa interior, la delicada prenda de seda que parecía un vestido, sugiriendo más que mostrando; se fijó en las largas piernas, en los muslos donde se le arrebujaba la tela y notó que toda la sangre de su cuerpo descendía hasta alcanzar el mismo órgano.- ¿Dónde estarán las enaguas? - Oye...- Deker se mordió el labio inferior, pensativo.- ¿Crees que si le cortamos un dedo a uno de tus guantes, podríamos usarlo de condón? - ¡Deker! A Ariadne le entró tal ataque de risa que acabó tumbada en la cama, con el pelo revuelto y los ojos brillando. Deker seguía queriendo besarla, tocarla, hacerle el amor de una puta vez. Llevaban dos semanas durmiendo juntos, fingiendo ser un matrimonio, pero sin avanzar. No habían hablado sobre ellos, sobre lo sucedido, por miedo. Deker tenía miedo de no poder controlarse, también de la realidad, pues aunque ella era una princesa, no estaban en un cuento de hadas. No iban a tener final feliz y no sabía hasta qué punto podrían los dos superarlo. Dos semanas, habían transcurrido dos semanas, pero, en realidad, el tiempo se había parado para ellos cuando se besaron.


Y lo estaban malgastando. - Creo que me voy a morir si no te toco - admitió con voz ahogada. Sabía que no iba a servir de nada, que Ariadne era demasiado cerebral como para olvidar las consecuencias que podría tener el sexo. ¿Embarazada de un Benavente antes de casarse con su perfecto prometido ladrón? Lo que le faltaba... Los dedos gráciles de Ariadne se deslizaron por el corto cabello de su nuca. Podía notar su suavidad, las chispas que saltaban ante el contacto. Cerró los ojos. La entrepierna le palpitaba poderosamente... Iba a tener que refugiarse en el frío y mentalizarse para sufrir tendinitis en la muñeca. Las manos de Ariadne se posaron a ambos lados de su rostro. - Mírame. - No soy una persona que pueda controlarse mucho, Rapunzel. - Haz el favor de mirarme - pese a todo, Deker obedeció. La chica le sonreía con dulzura, había un brillo en su cara, nunca la había visto así, tan... radiante. Le revolvió el pelo, haciendo que el flequillo le cayera sobre los ojos.- Así está mejor. Ahora eres tú, mi caballero de brillante pelambrera - le hizo burla, antes de observarle con seriedad.- Te odio, ¿sabes? - Y yo que creía que me ibas a decir algo bonito. - Ya lo siento. Pero es que detesto desdecirme...- arrugó el rostro, pensativa.- De hecho, creo que no lo había hecho hasta ahora y será tu culpa - se encogió de hombros, antes de colocar los brazos entorno al cuello de Deker.- Me juré que nunca sería uno de tus Grandes Éxitos. No dijo nada más. Volvió a besarle con aquella pasión desatada, con deseo desesperado y una honestidad tan brutal que Deker se vio noqueado, aunque sus manos encontraron el camino al cuerpo de la chica. Lo recorrió con suavidad, tocando cada centímetro, reparando en cada poro, disfrutando de aquel contacto. Lo había soñado tantas veces... Y era aún mejor. De algún modo, mientras sus labios


parecían fundirse con los de Ariadne, acabó tomándola entre sus brazos. Ni siquiera el calor que emanaba de su suave piel le convencía de que todo aquello era real. Y fue como si sus mentes también se volvieran una, como si se comunicaran sólo con miradas, pues Ariadne se separó un poco, justo a tiempo para que él le quitara aquella prenda de seda. Lo hizo detenidamente, observando extasiado como las curvas aparecían poco a poco sin que ningún atisbo de ropa pudiera esconderlas. Posó los labios sobre el cuello de Ariadne, notando como ella se aferraba a su cabello con fuerza. La espalda de la joven se arqueó, un gemido brotó de su boca. Deker siguió llenando de besos el cuello de la chica, ascendiendo hasta el lóbulo de la oreja al principio para, después, descender hasta sus senos. Estaban un poco separados, el sujetador era horrible, pero para él eran perfectos, mejor de lo que jamás pudo imaginar. Sin dejar de besarla, la hizo tumbarse. Le apartó el revuelto pelo del rostro. Compartieron una mirada. Entonces deslizó los dedos por su piel, muy, muy despacio. La clavícula, los senos, el vientre, el ombligo... Sus manos llegaron a la braga, de la que se deshizo con mucha suavidad. Le acarició los muslos, de nuevo con delicadeza, con paciencia, notando como Ariadne se excitaba. Con rapidez, se quitó el calzoncillo. Estaba completamente desnudo, su delgaducho cuerpo perfilándose contra la pobre luz de las farolas. Ariadne enarcó una ceja antes de sonreír. Se incorporó para besarle, temblaba, y Deker sabía que era de puro placer. Si la proximidad y el aroma de la piel de Ariadne no bastaban para excitarle, el que sus cuerpos desnudos se encontraran, hizo que todo se magnificara. - Deker... La chica no tuvo que terminar la frase, pues él sabía lo que deseaba. Todavía abrazados, casi fundidos en un mismo ser, la penetró... y solo fue el comienzo de un día perfecto.


Ariadne dormía a su lado, cosa que no le extrañaba. No habían abandonado la cama en todo el día, intercalando risas, conversaciones y algunas pausas para comer con sexo. Básicamente no habían dejado de hacer el amor. Pensar en eso hacía que Deker sonriera como un idiota. Jamás se había sentido tan dichoso. Era algo curioso, pues también sabía que estaban siendo unos inconscientes y unos insensatos. ¿Y si Ariadne se quedaba embarazada? ¿Qué pasaría entonces? La pregunta flotaba en su cerebro todo el rato, pero tampoco llegaba a formarse con rotundidad, por lo que Deker podía deshacerse de ella fácilmente. De hecho, en lo que no dejaba de pensar era en la música. Siempre se había sentido muy cercano a ciertas canciones, le habían hecho compañía cuando no había nadie más y lograban ayudarle con lo que fuera necesario: evadirse de sus problemas, sentirse comprendido o inmortalizar un gran momento. En aquel instante no dejaba de pensar en la canción perfecta, en la banda sonora del mejor día de su vida. Y la tenía muy clara, en su cabeza no dejaba de escuchar sus versos, cantados por Ed Sheeran, quien los había escrito.

Give a little time to me or burn this out, We'll play hide and seek to turn this around, All I want is the taste that your lips allow, My, my, my, my, oh give me love

Prefería centrarse en esa parte, pues la primera estrofa era demasiado profética al hablar sobre echar a la persona amada de menos, despertarse solo y que la sangre se convierta en alcohol. No, aquel día no iba a haber pensamientos negativos, ni arrepentimientos ni miedo. Además, Ariadne todavía no se había casado, quedaba un tiempo para eso, ¿quién les aseguraba que no pudieran evitar aquella dichosa estupidez?


Como bien decía aquella vieja canción que tanto habían versionado:

There ain't no mountain high enough Ain't no valley low enough Ain't no river wide enough To keep me from getting you

En aquel mismo momento lo decidió. Daría igual cómo, iba a estar con Ariadne, ya fuera de la forma tradicional o de otra más imaginativa, pero no iba a renunciar a ella. Jamás. Haría lo que fuera por conseguirla. Lo que fuera.

 This kiss is something I can't resist Your lips are undeniable This kiss is something I can't risk Your heart is unreliable

La última canción de Carly Rae Jepsen sonaba en la radio, la anunciaban como el nuevo éxito de la cantante de la canción del verano. Álvaro sólo la conocía porque Tania la escuchaba tanto que hasta se había puesto el dichoso Call me maybe de tono del móvil. Sin embargo, lo que le preocupó a Álvaro no fue el conocer todo aquello, sino que al escuchar el estribillo sintió unas ganas irrefrenables de cantársela a Kenneth. Esta vez te ha dado fuerte, ¿eh? Aunque no sé en cuál de nosotros se puede confiar menos para estas cosas.


El día anterior se había besado con Kenneth. Había sido un arrebato por parte de ambos, pero al menos él llevaba tiempo deseándolo. De alguna manera, el joven había logrado hacer que su maltrecho corazón latiera de nuevo. Deberías dejar de pensar en amor, Álvaro, te pones demasiado cursi. Al final Mikage tendrá razón y seré todo un sentimental. El problema era que, después del beso, Kenneth había salido huyendo. No se habían dirigido ni una mísera palabra desde entonces. Álvaro lo había intentado, pero Kenneth ni siquiera parecía ser capaz de mirarle a la cara. Si Álvaro no hubiera sabido que era un amante excepcional, le habría preocupado haber hecho el ridículo. No, tenía que ser otra cosa. Le habría gustado sacar el tema en el coche, donde Kenneth tendría que tirarse del vehículo en marcha para escapar, pero la presencia de Mateo lo impedía. Su amigo había regresado esa misma mañana de su viaje, así que habían esperado unas dos horas en el aeropuerto, en silencio, para recoger a Mateo y llevarlo al internado. Ninguno de los tres había hablado durante todo el camino. Era angustioso. La canción terminó y otra dio lugar tras la presentación del locutor. Álvaro no conocía ni a la cantante, Georgina, ni la canción, Me enamoré, pero prestó atención igualmente, pues, sino, el silencio que reinaba en el coche le haría explotar.

Me enamoré de un tipo que parece tonto y no lo es, No es un modelo de Hugo Boss, Pero modela para mí toda su ropa interior

Se volvió hacia Kenneth. Era bastante mono, pero también era cierto que parecía un poco lelo. De hecho, al principio le había considerado un idiota integral.

Me enamoré de alguien que no usa perfume y huele bien,


No es un amante de novelas, Pero me entrega su amor sin escenas ni guión

Durante un momento, Álvaro pensó que era cierto, Kenneth olía condenadamente bien. Su aroma era tal que llevaba un tiempo preguntándose a qué sabría su piel, pero... La otra parte, lo de entregar el amor, ojalá... Al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, apagó la radio rápidamente. - ¿Pasa algo? Mateo salió de su mutismo para inclinarse, acercándose a él. Álvaro negó con la cabeza, quitándole importancia con un gesto: - Es que me indigna que no hayan puesto a Lady Gaga - bromeó. - ¿Estás bien? - ¿Por qué no habría de estarlo? - se encogió de hombros, volviéndose hacia el joven que, distraído, miraba por la ventanilla.- Estamos todos bien, ¿no? Porque, Kenneth, tú estás bien, ¿me equivoco? - sonrió de forma tirante. - P-perfectamente - el interpelado se colocó las gafas en su sitio con un gesto. Mateo los miró de forma alternativa, primero a uno, después a otro. Al final, se encogió de hombros, desplomándose sobre el asiento, agitando la cabeza. - Cuando era pequeño, siempre me preguntaba por qué los adultos siempre decían que algo estaba o iba a ir bien cuando no era así. Ahora soy un adulto, hago eso mismo, pero sigo sin saber por qué - comentó, casi resoplando. - Mentirse a uno mismo es tan peligrosamente fácil...- comentó Kenneth. - Para algunos más que otros - apuntó Álvaro. - No hace falta que lo aclares - contraatacó el joven. También le dedicó una mirada tan torva, que Álvaro decidió no abrir la boca de nuevo... al menos en un buen rato. De hecho, no tardaron demasiado en llegar al internado. Le sorprendió


encontrarse a Felipe en el garaje, esperando. Llevaba visitándole mucho tiempo y nunca, jamás, había abandonado su despacho; además, aquel día de febrero era condenadamente frío y el cielo era de un gris tan oscuro que parecía a punto de estallar una fuerte tormenta. En cuanto bajaron del vehículo, Felipe se acercó a ellos. Les saludó con una sonrisa. Algo no iba bien. Había visto a Felipe crecer, siempre había sido su mejor amigo y, aunque no solía recordarlo, su primer amor, por eso sabía que el gesto era tenso, no el habitual. - ¿Qué ocurre? - le preguntó sin darle opción a comenzar una charla banal. Felipe no se molestó ni en intentar disimular. Seguramente sabría tan bien como él que entre ellos no había lugar a los secretos, se conocían demasiado bien. Por eso, se pasó una mano por el pelo, suspirando. - Ayer descubrí algo... Y todo es más complicado si cabe. - Nunca imaginé que un descubrimiento te dejara así. - Chryssa está viva. Rubén es Eneas. Álvaro tuvo que morderse la lengua para no pronunciar el nombre de su sobrina. Sin embargo, Felipe debió de leer su rostro porque se quedó lívido. Ambos miraron a Mateo, como poniéndose de acuerdo. - Vamos a mi despacho, os contaré todo. Y haré que traigan a Tania, me imagino que querrá ver a su hija, señor Esparza. Se dirigió hacia el cobertizo, mientras ellos le seguían en silencio. Sólo cuando todos hubieron entrado en los pasadizos, les relató todo lo sucedido: que Tania se había escapado, que había vuelto con Rubén para contarle la verdad, que habían ido a visitar a Beatriz de la Hera, la actual identidad de Chryssa Vardalos, la historia de ésta última... Al llegar al despacho de Felipe, éste se acomodó en su silla, masajeándose las sienes. Al mismo tiempo, Mateo se dejó caer en el sofá, Kenneth comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación y él se dirigió al mueble bar. Entre el desdén de Kenneth, que seguía sin mirarle, y lo que acababa de escuchar, necesitaba un copazo.


- Chryssa...- se detuvo, corrigiéndose a sí mismo después.- Beatriz está arriba, en la tercera planta. Llevaba mucho tiempo sin estar tan habitada, la verdad. Está intentando encontrar algún modo de traer a los chicos de vuelta al presente... - No debería estar presente cuando vuelvan - le interrumpió Álvaro. - Ariadne se parece mucho a ella, no creas que podremos hacer nada. - ¿Vas a permitir que le rompa el corazón? Felipe le fulminó con la mirada y supo que no había elegido las mejores palabras, aunque el miedo mezclado con la rabia seguía ahí. Había aprendido a conocer a la chica, la quería y no iba a permitir que nadie le hiciera daño. En aquel momento, alguien llamó a la puerta. - Debe de ser Tania - Felipe tomó aire, como si intentara controlarse.- Mmm, quizás deberíais prepararos un poco - y sin darles tiempo a preguntar a qué se refería, añadió.- ¡Adelante! Tania entró como un vendaval, directa hacia su padre a quien abrazó. Entonces entendió a qué se refería su amigo. Tania parecía otra. No solo por el corte de pelo, que ya habría sido suficiente para provocarle un infarto, sino porque parecía mayor. En sus ojos había reflejada una madurez que no le había visto antes. - Q-qué cambio - comentó Mateo, impresionado. - Sí, bueno, no tiene importancia - reconoció ella. Miraba a su padre con cierta ansiedad, mordiéndose el labio inferior.- ¿Has descubierto algo sobre mamá? Mateo resopló, buscando en la bolsa que llevaba colgada del hombro. De ahí sacó una pequeña caja de color verde. Estaba tallada con formas curiosas como volutas y espirales que se entremezclaban, dándole un aspecto extrañamente homogéneo y confuso al mismo tiempo. - Era la único que había en la caja de Ismael - le explicó. - ¿Y qué es? - quiso saber Tania.


- No lo sé. Aproveché el viaje para consultar a médiums, curanderos y todo lo que pude encontrar, pero nadie ha podido abrirla o decirme qué es - suspiró, volviéndose hacia Felipe.- He pensado que, quizás, el rey de los ladrones pueda descubrir algo sobre ella. - Le echaremos un vistazo - prometió Felipe, acompañándose de un gesto.- Pero antes deberíamos hablar de los Conscius. Es la primera vez que he tenido constancia de ellos y, la verdad, que haya un grupo ultra secreto de sádicos me inquieta - se acarició la barbilla.- ¿Alguno de vosotros ha oído hablar de ellos? - como todos negaron, Felipe suspiró de nuevo.- Me lo imaginaba... Se quedaron en silencio, sin saber qué añadir, hasta que Kenneth dijo, mirando el reloj de su muñeca: - Si me doy prisa, puedo estar para la próxima clase. Si no te importa, Felipe... - No, no, vete si quieres. También podéis iros vosotros. Kenneth prácticamente salió disparado, casi alcanzando la velocidad del Correcaminos, por lo que un nudo se hizo en la garganta de Álvaro. ¿Tan fuerte era el deseo de huir de él? La sensación se incrementó cuando Mateo y Tania abandonaron el despacho, dejándole a solas con Felipe y con las consecuencias de sus actos.

 No existe un momento del día En que pueda apartarte de mí El mundo parece distinto Cuando no estás junto a mí

La voz de Ariadne era un conjuro que llenaba la sala al completo, que hechizaba a todos los presentes, quienes permanecían en el silencio más sepulcral. Todos atentos, embelesados, casi


conteniendo la respiración, mientras la chica cantaba. Él no era menos, no podía dejar de mirarla, mientras se aferraba a la delicada copa para mantener los pies sobre el suelo. Debía recordar que estaban a punto de dar un golpe, de robar al casino al más puro estilo La cuadrilla de los once. De hecho, recostado en la barra, llevando un elegante traje negro y un sombrero del mismo color con una cinta blanca, se sentía un poco Frank Sinatra.

No hay bella melodía En que no surjas tú Ni yo quiero escucharla Si no la escuchas tú

Sonrió a su pesar. Una vez más, una canción le recordaba a Ariadne. ¿Y ya iban...? Además, estaba absolutamente convencido de que se la estaba dedicando a él. Dejó la copa sobre la barra para sacar una pitillera de plata. Tras colocarse un cigarro en la boca, escuchó como le hablaba el hombre que estaba junto a él. - Menuda preciosidad. - Desde luego. - Aunque, bueno, tu mujercita no está nada mal, Héctor - el marqués de Trujillo soltó una carcajada, antes de beber un poco de coñac.- Eso sí, no sé cómo se tomaría el que mires a la cantante así, tan embelesado. No le daría importancia, teniendo en cuenta que es la misma.

Es que te has convertido En parte de mi alma Ya nada me consuela Si no estás tú también


Había llegado el momento. Ariadne y él lo habían planeado todo minuciosamente. Echó un último vistazo a la chica. Estaba tan guapa, con aquel largo y elegante vestido negro con alguna lentejuela que otra; también llevaba largos guantes blancos y la larga peluca rubia, cuyas marcadas ondas le caían hasta media espalda. Entonces, con toda la normalidad del mundo, se encendió el cigarrillo que estaba sosteniendo entre los labios. Y la luz se apagó.

 El caos se hizo en el hotel cuando todo se quedó a oscuras. Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, el hombre de confianza del director la agarró del brazo y la arrastró detrás del escenario. Era algo con lo que, evidentemente, Ariadne había contado. El director ansiaba llevársela a la cama, pero ella era lo bastante diestra como para mantener las esperanzas sin llegar a ponerse en peligro, así que había estado segura de que el hombre intentaría protegerla si ocurriera algo raro. - Espere aquí hasta que pase todo, señorita Bridget. Asintió, fingiendo estar aterrada. Sin embargo, en cuanto el matón de espaldas anchas cerró la puerta de su camerino con llave, abandonó la actuación. Conocía aquel pequeño cuarto como la palma de su mano, así que no tuvo problema en localizar el tocador. Cogió el encendedor de plata que había dejado preparado y, para ella, se hizo la luz. Otra de mis fantásticas ideas. Soy un auténtico genio. Había sido ella quien había pensado en el truco de los mecheros hermanados, uno robaba la luz y el otro la emitía para la persona que lo poseyera. Vale, había sido Deker quien había llevado a cabo el hechizo, uno bastante sencillo, pero su idea había tenido más mérito.


Viendo todo con claridad, se acercó a la salida, mientras se colocaba una bolsa a la espalda, estilo bandolera. Entonces se situó junto a la puerta y la abrió en apenas unos segundos. Me encanta la seguridad de los años cincuenta. Es tan inefectiva. Esquivando a los empleados del casino, que intentaban reparar la avería y controlar que nadie se acercara a aquellos pasillos, llegó hasta el despacho del director. De nuevo, unos segundos con la ganzúa y, voilá, la puerta se abrió. Sin hacer ruido, se encerró en la habitación. No tenía demasiado tiempo. El dinero que recaudaba el casino se guardaba en una caja fuerte, que se encontraba ahí. Se suponía que era una caja fuerte impenetrable, la más moderna de la época: una Remington dos mil. Ariadne no había logrado verla hasta entonces, sobre todo en su tiempo, donde se consideraba casi una obra de arte. En varias ocasiones Gerardo y Raimundo le habían hablado sobre el tema y la Remington era algo así como el Santo Grial de las cajas fuertes. Y, al fin, pudo verla. Estaba empotrada en la pared, al descubierto. - Oh, eres preciosa - comentó, anonadada. La puerta tenía una cerradura doble: había que introducir dos claves distintas al mismo tiempo para que se pudiera abrir... cuando se introdujera la llave, claro. Esta última se la había robado al director y había hecho una copia usando una sencilla bola de porcelana fría. El problema era encontrar la combinación numérica, aunque esperaba poder hacerlo. Al fin y al cabo, siempre le habían gustado los clásicos. Y aquella caja era el clásico entre los clásicos. - Querida, eres mi Casablanca - susurró, quitándose los guantes.

 - Qué vergüenza - masculló el marqués de Trujillo.


Deker estaba jugueteando con su encendedor, llevando la cuenta del tiempo que habían acordado. No podían alargar demasiado el apagón. Estaba preocupado. Sí, confiaba en Ariadne, sabía que trabajaba bien bajo presión, pero era visualizar intentando abrir una caja fuerte a tentón y ponerse nervioso. ¿Y si no lo conseguía a tiempo? - Al menos ha sido de madrugada, no durante el combate. - ¡Sólo hubiera faltado! - pese a que no veía al marqués, podía imaginárselo perfectamente con los labios fruncidos en una mueca ofendida.- Soy un grande de España, ningún negociante de tres al cuartos debería retenerme, por muy director de un casino que sea. ¡Qué vergüenza! ¡Insinuar que voy a robarle! - No seas así. Querrán asegurarse de que, si hay un ladrón, no se escabulla en la oscuridad con el dinero. No insinúan que alguno de nosotros, españoles como Dios manda, vayan a robar. Aprovechando la oscuridad, sonrió. Era un inglés que se saltaba las reglas siempre que podía y que estaba ejerciendo de ladrón. En la frase que acababa de pronunciar, no había ni una sola verdad. Pero, claro, el marqués desconocía aquel insignificante detalle, así que suspiró, algo más calmado. - Sólo espero que acabe pronto. - Ya somos dos. Por favor, Ariadne, acaba pronto.

 Se olvidó de todo: de que el tiempo corría, de la presión, del peligro... Sencillamente, dejó la mente en blanco, agudizando el oído, mientras hacía girar las ruedas con suavidad. Cada vez que daba con un número acertado, el clic que se escuchaba era ligeramente distinto. Sólo estuvo pendiente de eso. Uno, dos, tres... Así, hasta que obtuvo los siete componentes de cada clave.


Entonces, se puso en pie y giró las ruedas hasta que escuchó un crujido. Bien. Una cosa menos. A la altura de la cintura, el vestido llevaba una franja plateada con un diseño intrínseco y, entre ésta y la tela negra, ella había enganchado la llave. Introdujo ésta última. La hizo girar... Y la puerta se abrió. No perdió el tiempo. Dentro de la bolsa había otras dos más. Las llenó todas de fajos de billetes. En realidad, la recaudación había tal, que podría haber rellenado otras tres, pero ella sola era incapaz de transportar tanto bulto. Además, contaba con dejar la mitad colocada de manera estratégica para que, en un primer momento, pareciera que no había habido hurto. En cuanto tuvo las tres bolsas preparadas, se dirigió a la estantería. Ya no podía usar la puerta de entrada, pues veía la sombra de dos hombres custodiándola. Sin embargo, existía un pasadizo secreto que conducía a la calle para que, en caso de necesidad, el director pudiera salir con vida y sin correr peligro. Le había costado varias semanas encontrarlo, pues el hombre no había cedido a sus encantos y había guardado el secreto, pero para aquel entonces ya lo había hasta utilizado. ¡Me encanta esta parte! Entre todos los libros que poblaban el mueble, sólo había dos con los lomos ajados. Una Biblia y un ejemplar encuadernado en cuero de El sabueso de los Baskerville. Como el director del museo, pese a todo, era bastante meapilas, había acertado a la primera al sacar la novela. Una vez más, fue como en las películas. Movió el libro y la estantería se apartó un poco, lo suficiente como para colarse dentro con las bolsas llenas de dinero. Dio gracias al jaleo reinante. Sin los gritos, murmullos y rumores, el leve crujido del mueble la habría delatado. A diferencia de las películas, el pasadizo no tenía glamour. Se trataba de un pasillo de cemento, lleno de telarañas, polvo y humedad que conducía al callejón. Dejó las bolsas en el cubo de basura, donde Deker se encargaría de recogerlas al salir del casino. Tomó aire. Había llegado la parte más complicada: regresar a su camerino sin ser vista. La


entrada principal quedaba prohibida, pues la verían, así que tenía que tomar el camino más imaginativo... y engorroso, dado el vestido que llevaba. Trepó el muro que había en el fondo del callejón. Al otro lado, se encontraba el patio de una enorme casa particular. Normalmente, hubiera huido por ahí y se habría despreocupado, pues ni estaba usando su identidad, ni era su tiempo, ni existían las huellas dactilares, pero ignoraba qué demonios tenía que robar para Guillermo Benavente, así que no podía arriesgarse a perder aquella identidad. Por eso, desde el muro tuvo que estirarse hasta alcanzar la cornisa de una ventana. Pudo subirse a ella, usando los brazos. Era uno de los reservados. Con esa palabra, el director quería decir habitaciones para mantener relaciones sexuales. Las ventanas de esas habitaciones se abrían con facilidad pasmosa y hacia arriba, por si algún amante debía salir corriendo, así que Ariadne no tuvo dificultad a la hora de colarse en la habitación... - Mmmm... Sí... ... que estaba ocupada. Fantástico. ¿Por qué no se le habría ocurrido reservar aquella sala o algo así? Conteniendo la respiración, gateó hacia la salida. - ¡Ah! - exclamó una voz femenina.- ¡Cariño, hay alguien! - Servicio de habitaciones - improvisó Ariadne, poniéndose en pie de un salto.- Venía a informarles de que se ha ido la luz, pero estamos trabajando en ello - abrió la puerta y salió casi despedida.- ¡Siento el coitus interruptus! Recorrió el pasillo velozmente, descendiendo las escaleras hasta alcanzar la planta donde estaba su camerino. Acababa de poner un pie en el último escalón, cuando las luces volvieron. ¡Mierda! ¡Mi reino por la capa de invisibilidad de Harry Potter! Bueno... Quizás si tengo en cuenta que soy una princesa y existen los Objetos mágicos, no debería pensar esas cosas... Sólo por si acaso.


Se escondió debajo de la escalera. Sólo había dos hombres en el pasillo, pero, por desgracia, no eran ciegos, así que podían verla. ¿No se podían mover o dar una vuelta o algo? Menudo par de incordios. ¿Cómo narices iba a regresar a su camerino? Si me pongo la peluca como barba, ¿se creerán que soy la mujer barbuda? Al final, decidió jugársela con otro plan. Tras quitarse la peluca, se movió, haciendo ruido a propósito. Uno discreto, para que creyeran que había sido accidental. Los dos hombres se miraron. El que se encontraba más cerca de la escalera, se acercó. No tuvo tiempo ni de mirar, pues ella fue más rápida: le soltó un puñetazo en el rostro y le birló la pistola. Usando ésta le asestó un golpe en la nuca, dejándolo inconsciente. Le robó el pañuelo del bolsillo y se lo ató sobre el rostro, al más puro estilo bandolero. Esperaba que, entre el color de pelo distinto y la incapacidad de los hombres para fijarse en la ropa de mujer, no la relacionaran con la cantante. Entonces apuntó al otro hombre con la pistola y, sin saber muy bien por qué, soltó: - ¡Tate quieto o te cosho a balazoh! ¡Y con todos ustedes... Jinks, la gata bandolera! Con ese estrambótico y falso acento andaluz, le pidió que se quedara quieto y, de paso, se deshiciera del arma. Debió de resultar muy convincente, pues el hombre obedeció al instante. Por eso, no tuvo ningún problema a la hora de dejarlo inconsciente de otro culatazo. Rápidamente, pues no disponía de demasiado tiempo, dejó el pañuelo en su sitio, también el arma y recuperó su peluca rubio platino. Después, sólo tuvo que forzar la cerradura, colocarse la peluca en su sitio y fingir que había estado todo el rato encerrada. Nada demasiado difícil.

 - No te has sorprendido. Tú... Lo sabías.


Había llegado el temido momento. Debía hacer frente a Felipe. Se pasó una mano por el rostro, intentando ganar tiempo. Bien pensado, ¿qué iba a ganar? Había tomado una decisión en pleno uso de sus facultades y seguía convencido de haber hecho bien. - Tania me lo contó en cuanto lo supo. Hace unos días. - Y me lo ocultaste. La calmada frialdad que emanaba el tono de Felipe era engañosa y Álvaro lo sabía bien. Era algo que parecía ser una cualidad hereditaria en los Navarro: cuanto más se enfadaban, más tranquilos parecían. - Incluso le pedí a Tania que no te dijera nada. Felipe le miró con aire distante, sin moverse. Álvaro tragó saliva. Su amigo era, por lo general, la persona más afable del mundo, pero cuando se enfadaba... Bueno, era el que tenía peor carácter de toda la familia, lo que ya era decir. Entonces soltó tal puñetazo al escritorio, que éste tembló. Lo hizo con rapidez, con sequedad, con los ojos ardiendo de pura ira. - Has permitido que mi sobrino se convierta en asesino. - En realidad, eso ha sido un daño colateral de salvarte la vida - asintió él con una calma que no sentía en absoluto.- ¿Acaso crees que no te conozco? ¿Crees que no sé qué habría pasado si te lo hubiera dicho? No habrías usado la cabeza, Felipe. Habría acudido sin pensarlo a Boston a por tu sobrino... - ¡Y le hubiera salvado! - ¿Cómo? Su pregunta le descolocó, así que Álvaro se apuntó ese pequeño tanto. Después, tras haber llenado sus pulmones de aire, volvió a la carga: - ¿Qué habrías hecho, Felipe? Rubén había arrebatado una vida, estaba a punto de jurar pleitesía a Mikage por voluntad propia. Tendrías que haberlo secuestrado o haberle contado la verdad, lo que sería interferir en asuntos de asesinos. Y los dos sabemos que, aunque Mikage suele ser muy civilizado, también tiene un concepto de la propiedad muy alto. Te habrías buscado


problemas tanto a ti como a tu clan y, dado que eres como eres, eso te habría pasado factura en el terreno personal. No te lo habrías perdonado jamás. Le miró a los ojos con decisión, vehemente, mientras por dentro agradecía ser un abogado condenadamente bueno, pues eso le había dotado de una retórica digna de admiración. Los filósofos griegos eran unos novatos a su lado. - No tenías ningún derecho...- siseó Felipe. - Puede que ya no sea un ladrón, pero siempre seré tu guardián. Juré cuidar de ti y yo siempre cumplo mi palabra - le aclaró con dureza, aunque no tardó en suavizar su tono.- Y, más allá del honor, eres mi mejor amigo. Eso me da más derecho que a nadie a protegerte, aunque sea de ti mismo. Felipe suspiró. Bien, eso significaba que le había ablandado. - Estoy acostumbrado a la fría lógica, ¿sabes? Siempre que hago un movimiento, debo pensar en todas las consecuencias, hasta cuando se trata de temas más personales...- se le quebró la voz. Parecía cansado.- Es tan horrible... Entiendo tus motivos. En realidad, hasta los comparto. Sé muy bien que su aparición habría sido más una carga que una ayuda... Y creo que por eso me siento así. Quiero pegarle a alguien, Álvaro. No sé si a mi cuñada, a Gerardo, a mí... - Te dejaría mi cara, pero entiende que las obras de arte deben preservarse. - Por si no me sentía suficientemente frustrado...- Felipe sonrió a duras penas. Álvaro asintió con un gesto, intuyendo qué estaba pasando por la cabeza de su amigo. Por eso, preguntó mientras se inclinaba hacia delante, completamente relajado. - ¿Ariadne? - Todo, en realidad - Felipe pareció desmadejarse sobre su asiento.- Es hasta gracioso. Uno pensaría que, siendo rey, podría hacer lo que se me antojara, que no conocería límites. Y sólo me encuentro eso, límites, ataduras que impiden que haga nada. No he podido salvar a mi sobrino de su madre y de sí mismo, no puedo traer a los chicos del pasado... Y, aunque tengo la


capacidad de romper el compromiso de Ariadne, en realidad me es imposible hacerlo por las consecuencias políticas que traería... Como el haber impedido que Rubén se convirtiera en asesino. - No te fustigues, lo estás haciendo... - Todas las noches duermo con Valeria. La beso, le hago el amor, hablamos, hacemos planes de futuro... Puedo estar con ella, incluso podría casarme. ¿Y mis sobrinos? Dudo mucho que Tania le perdone a Rubén lo que ha hecho. Y Ariadne...- hizo una pausa. Tras resoplar con amargura, añadió.- Siempre la he instado a seguir sus sentimientos, a luchar por ser feliz... Y ahora yo soy el que lo hace, mientras ella tiene que cargar con la responsabilidad. - Felipe...- Álvaro apoyó la mano sobre la de su amigo.- Tienes que dejar de culparte por todo. No controlas a las demás personas, ni la suerte, ni nada. Simplemente lo haces lo mejor que puedes con lo que tienes. Y lo haces muy bien... No como yo... El recuerdo de la indiferencia de Kenneth dolía tanto como frustraba. Lo peor de todo era que ni siquiera sabía qué ocurría. Regresando a la realidad, a su amigo casi deprimido, se dio cuenta de que éste le miraba con el ceño fruncido. - ¡Oh, por favor! - exclamó, hastiado.- ¿No me digas que habéis desaprovechado el viaje romántico que os preparé? - ¿Eh? - durante unos segundos, le costó reaccionar.- ¡Espera un momento! ¿Cómo que viaje romántico? ¡Nos mandaste a robar la sangre de Tim a la torre Benavente? ¡Eso está entre viaje de negocios y misión suicida! - El peligro inminente incita al amor. La adrenalina, al sexo. - ¡Felipe! - Admitirás que necesitabais un empujón...- Felipe se mostraba implacable, por lo que Álvaro experimentó algo que llevaba mucho tiempo sin sentir: vergüenza. Como cuando era un


chaval, notó que la punta de la nariz le ardía, lo que le daría aspecto de payaso.- Bueno, al parecer lo seguís necesitando... - Nos besamos, ¿vale? - soltó, incómodo. - ¡Bien, bien! Eso es un avance. - Oye, ¿tus estúpidos planes casamenteros no serán una maniobra para que Kenneth rompa el compromiso? - Álvaro, entonces, cayó en la cuenta de algo.- ¿Y desde cuándo...? - Desde siempre. No soy estúpido, ¿sabes? - Felipe sonrió, divertido.- Y mis estupendos planes casamenteros, porque, recordemos, han tenido éxito, se deben a que soy tu amigo. Es la primera vez que te veo enamorarte de alguien que te corresponde. Me imagino que eso te sorprendió tanto que no sabes cómo actuar. - ¿Éxito? Yo no lo calificaría como tal - suspiró, al menos tenía con quien desahogarse y a quien pedir consejo... Aunque fuera a alguien más joven que él, a quien, de hecho, él le había enseñado mucho.- Desde el beso, Kenneth me ignora. ¡Y no lo entiendo! ¡Pero si beso que te cagas! - Qué básico puedes llegar a ser. - ¡Eh! - Es evidente que no tiene nada que ver con que beses mejor o peor - Felipe parecía un profesor ante un alumno idiota o, al menos, era como se sentía Álvaro. Se preguntó si le haría un esquema o un power point para facilitarle la comprensión.- Álvaro, tienes que ser consciente de una cosa. En primer lugar, todo el mundo se piensa que eres el terror de las nenas... - Hombre, con este cuerpo soy el terror de cualquiera. - ¿En qué momento te has convertido en Johnny Bravo? - Ja. Muy graciosa, Elena Francis - Felipe enarcó ambas cejas, dejándole muy claro que, si se ponía así, se callaba. No le quedó otra que suspirar, resignándose.- Anda, sigue. - En segundo lugar, os visteis obligados a llevar a cabo un hechizo que os unió. Tú mismo me lo contaste, estáis obligados a estar juntos hasta el punto de que sentiste la ansiedad de


Kenneth cuando fue en busca de Jero. Entonces, creo que el pobre Kenneth piensa que, en realidad, no sientes nada por él... - ¿Que mis sentimientos son una proyección de los suyos? - Muy bien, mi pequeño padawan. - ¡Pero eso es una tontería! ¡A mí me gusta desde antes del estúpido hechizo! - ¿Se lo has dicho? - Oh... La sonrisa cargada de satisfacción de Felipe fue como otra bofetada, aunque bastante tenía con haberse dado cuenta de que, efectivamente, era un idiota. Aunque, al menos, su problema tenía solución. E inmediata, además.

 Esconderse de alguien era bastante agotador. O, al menos, esa sensación tenía Kenneth. Se había pasado todo el día yendo de un lugar a otro, refugiándose continuamente para no tener que cruzarse con Álvaro Torres. Primero había encadenado una clase con otra, después se había saltado la comida para ocultarse en la biblioteca, donde se había quedado hasta que le habían echado de forma muy disimulada. Entonces se había sentido como uno de los protagonistas de las novelas de John le Carré: inquieto, con temor a encontrarse con una bomba de relojería que, en su caso en particular, se llamaba Álvaro Torres y era un maldito abogado. Un maldito abogado que te hace sentir como un colegial enamorado. Cada vez que lo recordaba, le temblaban las rodillas y el rubor teñía toda su piel. Al final, sus sentimientos por el hombre habían cobrado tanta fuerza que los había compartido con aquella maldita conexión mágica. ¡Se sentía tan abochornado! ¿Qué pensará de mí?


Por favor, por favor, por favor, que no me lo encuentre. Regresó a su habitación esforzándose por no hacer ruido, revisando las esquinas y los corredores, pues tenía que evitar a toda costa tropezarse con él. El día anterior, en cuanto había discernido lo que había sucedido en realidad, se había ocultado en compañía de su madre y de su hermano pequeño, con el que mejor relación había tenido siempre. Después, apenas había podido soportar el viaje en avión, así que estaba completamente seguro de que, en caso de tener a Álvaro Torres delante, acabaría muriéndose... Por muy melodramático que sonara. Mi cerebro dejará de funcionar y mi cuerpo sufrirá un colapso. O la vergüenza me hará estallar... O mi corazón se romperá y el resto irá con él... Pensando en todo aquello, alcanzó su habitación. Ni siquiera ahí se sintió seguro. ¿Y si Álvaro acudía ahí? ¿Y si le gritaba? ¿Y si le llamaba de todo y le insultaba? O, muchísimo peor, ¿y si quería pasar a otro nivel sólo porque él lo anhelaba con cada centímetro de su maltrecho ser? Eso sí que no lo podría sobrellevar. Estaba considerando muy seriamente atrincherarse dentro de su dormitorio, cuando sus azules ojos repararon en que algo descansaba sobre su cama. Se trataba de una delgada caja de CD que, pegado en la tapa transparente, tenía un montoncito de post-its amarillos que rezaban:

Kenneth, pese a mi deslumbrante retórica, no sé manejarme en estos términos. No conozco hermosas palabras de amor o poesías, pero sé lo que siento. Por suerte, desde tiempos inmemorables personas mucho más talentosas y hábiles que yo han creado miles de canciones que hablan de amor... Y todas me recuerdan a ti casi desde que te conozco. Esto es para ti. Simplemente es una pequeña parte de lo que siento por ti.


Echó un vistazo al CD. Álvaro había escrito de su puño y letra el título "Canciones de amor para Kenneth, en compensación de esas cartas que no puedo escribir". Aquello le hizo sonreír, le pareció muy típico de Álvaro. Con aquella sonrisa danzarina en sus labios, colocó el disco en su ordenador y una canción comenzó a sonar.

Settle down with me Cover me up Cuddle me in

Según el reproductor era Kiss me y estaba interpretada por Ed Sheeran. No la conocía. Tampoco al cantante. La verdad era que no estaba muy puesto en música moderna. Sin embargo, tanto la voz como la melodía eran envolventes, suaves, y le recordaban a uno de los besos que se habían dado, al más tierno, que también era el más íntimo.

Lie down with me And hold me in your arms

¿De verdad querría Álvaro eso? ¿De verdad quería que él lo sostuviera entre sus brazos? La razón le decía que era imposible. Al fin y al cabo, Álvaro era un hombre apuesto, atractivo, inteligente, bueno... Era sencillamente perfecto, ¿pero él? Él no era nada de eso, sino un bicho raro y tímido que apenas podía creerse que aquello fuera real.

And your heart's against my chest, your lips pressed to my neck I'm falling for your eyes, but they don't know me yet And with a feeling I'll forget, I'm in love now


Entonces comprendió que, en realidad, estaba aterrado, que ni siquiera había querido plantearse la hipótesis de que fuera verdad porque eso supondría riesgo... Y no se manejaba bien en aquel ámbito. Sin embargo, oyendo esa canción, la primera de muchas, decidió que tenía que dejar de esconderse y enfrentar los hechos: estaba irremediablemente enamorado de Álvaro Torres y, aunque pareciera un milagro, éste parecía sentir lo mismo. Con mucho cuidado, pegó todos los post-its en la pared de su dormitorio. Los observó, leyó cada palabra escrita con la apretada caligrafía de Álvaro, mientras la canción seguía sonando.

Kiss me like you wanna be loved You wanna be loved You wanna be loved This feels like falling in love Falling in love We're falling in love

Sintiéndose dichoso como jamás se había sentido, salió corriendo del cuarto para ir al de al lado. Llamó impetuosamente y se encontró con la asombrada expresión de Álvaro, que no pudo decir nada. Pues Kenneth hizo justo lo que estaba deseando que, además, era lo que Álvaro le había pedido: le besó. Le besó apasionadamente, olvidándose de todo, salvo de aquellos últimos versos que aún resonaban en sus oídos. Parecía como si se estuvieran enamorando. Nosotros. Ambos.

 Ariadne jugueteaba con la alianza que brillaba en su dedo. Como la conocía bastante bien, sabía que se debía a que estaba dándole vueltas a algo que le resultaba doloroso. Deker creía


intuir qué era ese algo. La observó unos instantes, mientras seguía bebiendo coñac. Ariadne tenía ese aire que le hacía recordar aquella visión que, a veces tenía de ella. En más de una ocasión, la había visto como perdida en un desierto, desamparada, solitaria. Así era como la había encontrado tras la muerte de Colbert, pero llevaba ya un tiempo sin que la imagen apareciera... Hasta ahora. Pensó que, en momentos como ese, le recordaba demasiado a la canción Paradise de Coldplay... También al Crazy de Aerosmith... - ¿Se puede saber qué ocurre? - preguntó de una vez. Ariadne tuvo el detalle de no soltar el típico "nada" falso, ese maldito cliché. En su lugar, enarcó una ceja e intentó cambiar de tema. - ¿Se puede saber por qué crees que ocurre algo? - Acabas de robar un casino. Deberías estar pletórica. - No me gusta robar para los Benavente - aclaró con cierta altivez. Deker se terminó el coñac de un trago. ¿Para qué continuar por esos derroteros? ¿Para qué seguirle el juego y facilitarle la huida? Ella había tenido razón cuando le había dicho que lo que mejor se le daba era escapar. En aquel momento intentaba escabullirse de una conversación seria, pero no se lo iba a permitir, - ¿Cómo puedes creer a estas alturas que no te conozco? - No creo eso - repuso con suavidad. Su mirada le esquivaba, uno de los largos dedos recorría el circular borde del vaso.- Me conoces mejor que nadie. Y ese es el problema. - No vayas por ahí. Por favor. - Esto sólo es un espejismo, Deker, por mucho que no nos guste. Se pasó una mano por el rostro, reordenando sus propias ideas. Desde el día que habían pasado juntos, encerrados en la habitación de hotel, había sabido que Ariadne acabaría centrándose en lo que no era importante: en el puto compromiso. - Cada noche, cuando me encuentro en la cama a tu lado, es... Es como el paraíso, ¿vale? No tengo problemas, ni responsabilidades... Sólo te tengo a ti, sólo tú eres real. Y no te puedes ni


hacer una idea de lo maravilloso que es. Sin embargo, por la mañana recuerdo el resto, que tú eres un Benavente y yo una ladrona, que estoy comprometida... Entonces...- dejó la frase en el aire, antes de agitar la cabeza.- Llevo intentando evitar esto mucho tiempo, pero, por algún motivo, consigues que mi auto-control se vaya a la porra. - Pues no lo evites. Ariadne resopló, hastiada. - ¿Y qué es lo que nos espera? - inquirió con dureza, inclinándose sobre él.- ¿Querernos secretamente en la distancia mientras rehacemos nuestras vidas? No quiero que seamos como Barbra Streisand y Robert Redford en Tal como éramos y reencontrarnos un día y darnos cuenta de que nos amamos, pero que nunca estaremos juntos. - Espera...- frunció el ceño ligeramente.- ¿Me estás comparando con Robert Redford? Robert Redford en Tal como éramos es un gilipollas. Él tenía a una gran mujer y lo echó a perder, yo hubiera perseguido a Barbra Streisand a lo largo del mundo, los años y las revoluciones. Como haré contigo, te seguiré a donde quiera que vayas. Había alargado la mano para sostener la de Ariadne, pero ella se soltó. - Deker...- echó la cabeza hacia atrás, angustiada, con aquel tono de "no entiendes nada". Debió de pensar que no merecía la pena seguir explicándole la situación, pues se puso en pie, dispuesta a huir de nuevo. No se lo iba a permitir. En cuanto la chica rodeó la mesa de la coctelería para marcharse, él la retuvo del brazo. - No. - Esto no lleva a nada... - ¿Y qué? - preguntó, instándola a acercarse a él.- ¿Qué importa un papel, Ariadne? ¡Nada! ¿Qué tendré que ser el otro? Pues muy bien, lo seré. No me importa. No importa nada, salvo esto, ¡salvo el hecho de que te amo! Estoy enamorado de ti. Tú estás enamorada de mí. Eso es lo único que importa. ¡A la mierda responsabilidades, arrepentimientos y convencionalismos! ¡A la mierda todo, excepto nosotros!


Notó que la había dejado desarmada, que no podía luchar contra tal certeza, así que situó sus manos en los brazos de la chica, aproximándose a ella. - Podemos tenerlo todo. Encontraremos el modo, siempre lo hacemos. Y si tengo que hacer frente a la mierda de familia que me ha tocado, lo haré. Si tengo que convertirme en un ladrón o en el conejito de Pascua, lo haré. Si tengo que descender al puto infierno para estar contigo, lo haré. Porque merecerá la pena. Porque el infierno sería vivir mi vida sin ti. Dejó a Ariadne sin palabras, lo que ya era un triunfo. Además, situó sus labios muy cerca de los de ella. - Eres tú, Ariadne. Tú, nadie más. Mil canciones me recuerdan a ti - susurró a su oído, deslizando las manos por la cintura de la chica.- Nunca me había pasado con nadie. Sólo contigo. Se miraron a los ojos. Entonces debió de ejercer aquella especie de súper poder que debía de tener, pues Ariadne se olvidó de todo y se abalanzó sobre él como si se estuviera ahogando y sus labios estuvieran hechos de oxígeno. Deker, por supuesto, no se replanteó otra cosa que dejarse llevar. Por eso, giraron sobre sí mismos, besándose apasionadamente, hasta que la acabó sentando en la barra del establecimiento. Estaba a punto de pasar a mayores, cuando notó una mano en el hombro. Al volverse, vio que se trataba de un policía: - ¡Sepárense! Y, por cierto, están detenidos.


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