Corrientes del Tiempo: Capítulo 11

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Gerardo llevaba ya un buen rato con cara de alelado, contemplando la espada. Le había llamado hacía ya un cuarto de hora y su antiguo maestro seguía atónito ante su descubrimiento. Felipe, por su parte, estaba paseándose por la habitación, estirándose un poco, casi como un gato que acababa de desperezarse. - No puede ser - repitió Gerardo. - Nunca digas que algo no puede ser porque siempre, siempre, puede ser. - Pero... Pero... Es que no puede ser. - Vivimos en un mundo donde la magia existe, algunos Objetos tienen vida y yo he conseguido llevarme a la chica - le recordó, sonriente.- Todo es posible, mein freund. Y esa es una de las Siete Espadas, también conocida como La mano de Midas... - Porque convierte en oro todo lo que toca - le interrumpió su amigo, asintiendo con un gesto.- Yo también conozco las leyendas... Y creía que eran eso: leyendas - se volvió hacia el filo, soltando una buena cantidad de aire por la boca.- Se suponía que habían sido destruidas porque juntas eran muy peligrosas. Las siete familias originales decidieron deshacerse de todas, salvo de La espada de la verdad, que serviría para que los ladrones demostraran si habían derramado o no sangre sin que hubiera lugar a dudas. Felipe agitó la cabeza, acercándose a su antiguo maestro. - Quizás eran tan poderosas que no pudieron destruirlas y decidieron ocultarlas. Al fin y al cabo, si se supone que algo no existe, no lo buscas, ¿no? - Podría ser.


- Lo que me preocupa - dijo entonces y su rostro se ensombreció.- es que pertenecía a Pascual Cremonte que, por lo que sabemos, es uno de los hombres de Rodolfo Benavente. Si Rodolfo Benavente sabe qué es, y no me extrañaría, puede que esté buscando el resto. Gerardo se volvió hacia él, visiblemente preocupado. - Eso sería... - Malo, como poco - asintió Felipe con un ademán.- Ese hombre no tiene escrúpulos. Con Ariadne cruzó una línea infranqueable, jugó con el mundo de los muertos. Algo prohibido, antinatural...- sintió un escalofrío.- Y ni siquiera sabemos qué hizo con el resto de sus proyectos contempló la espada con aire funesto.- Si se hiciera con las siete espadas... No sé qué planearía su maquiavélica cabeza. Y eso me asusta. - Un terrible enemigo el que no sabes por dónde va a venir - Gerardo se puso en pie para colocarle una mano en el hombro. En aquel momento, durante un segundo, pareció un anciano marchito, aunque no tardó en volver a ser el mismo de siempre.- Pero tenemos dos de las siete y tú ahora estás aquí. No las conseguirá. - Cierto. Es un consuelo, al menos. Sonrió a Gerardo, antes de preguntarle si le acompañaba a la parte superior del internado, pero el hombre decidió quedarse leyendo sobre las siete espadas que habían pertenecido a los siete templarios que fundaron el clan de los ladrones... Y también el de los asesinos. Felipe, por su parte, abandonó la sala para subir hasta la tercera planta. Estaba preocupado, muy preocupado. Pese a que había aceptado la positiva visión de Gerardo, no estaba tan seguro de que la situación fuera tan sencilla. Rodolfo Benavente había conseguido robarles tanto las Damas como La máquina de escribir de Ellery Queen y ellos lo habían descubierto únicamente cuando habían tenido que hacerles frente. ¿Quién le decía que la situación no se repetiría? No hacía falta ser muy listo para saber quién había robado La mano de Midas de casa de los Cremonte, así que sólo era cuestión de tiempo que Rodolfo Benavente intentara recuperarla...


Aunque, quizás, la incursión al pasado de los chicos lo tenía muy ocupado. Eso, sin contar que había enviado a Álvaro y a Kenneth a su torre a robar la muestra de sangre de Tim. Se detuvo, suspirando, mientras se frotaba la nuca. Estoy molestando demasiado al gran león que son los Benavente... Y acabaré viendo sus fauces. Aunque tampoco es que tenga más margen de movimiento. Se encaminó hacia el dormitorio de Tim. El pobre seguía igual, temblando como una hoja en pleno invierno, mientras se retorcía presa de terribles dolores. Ojalá pudiera hacer algo más que contratar a la bruja, pero no tenía ni idea de qué. Al abandonar la habitación, descubrió que la puerta de enfrente estaba un poco abierta y que, por esa rendija, la pequeña Hanna Sterling le espiaba. Hizo como nada, siguiendo con su camino... Hasta que escuchó. - ¿Está mejor? - No - respondió con suavidad. Ante su honestidad, Hanna parpadeó, visiblemente confusa. Salió al pasillo, mirándole con el ceño fruncido, como si él fuera un bicho raro al que examinar bajo un microscopio. - ¿No se supone que deberías mentirme para que crea que todo va bien? - ¿Crees que debería mentirte? - Felipe hizo una mueca. - No sé, se supone que es lo que hacen los adultos, ¿no? Santa Claus existe, eres la niña más bonita del mundo, las peleas entre papá y mamá no son importantes, todo va bien...enumeró, ayudándose con dedos. - ¿Tus padres discuten mucho? - No. Pero tampoco me mienten como a mis amigas - Hanna se encogió de hombros. Felipe se agachó frente a la niña, ladeando un poco la cabeza, pensativo. - No puedo hablar por tus padres, ni siquiera los conozco - admitió.- Pero si no te he mentido es porque, si le ocurre algo a Tim, no quiero que te coja desprevenida. Sinceramente,


creo que no le va a suceder nada, pero prefiero no arriesgarme - agitó un poco la cabeza, antes de sonreírle.- Aunque eso no quiere decir que, en otro caso, no te mienta para protegerte. - ¿Lo has hecho alguna vez? - ¿Mentir para proteger a alguien? - como la niña asintió, él respondió.- En alguna que otra ocasión. A mi sobrina, por ejemplo, le oculté algunas cosas para que tuviera una infancia normal, para que fuera feliz. Hanna parecía considerar algún tipo de asunto, pero Felipe no quiso indagar más. La niña no terminaba de confiar en él, así que no quería forzarla y perder el pequeño avance que estaban haciendo en ese mismo momento. Además, en ese preciso momento, apareció Valeria casi sin aliento y fue directa hacia él. - Tenemos un problema - logró decir, apoyándose en él. - ¿Tienes que suplir a algún profesor de gimnasia? - Soledad Sterling está abajo, quiere llevarse a su hija.

 En cuanto escuchó que su marido despedía a los dos recién llegados, Inés se alejó de ahí con cuidado de no hacer ruido y se refugió en el recodo que ofrecía el pasillo. El corazón le latía a mil por hora. Por un lado, le escandalizaba que su marido recurriera a un par de ladrones para conseguir dinero con el que financiar sus investigaciones sobre las Damas y que, además, les pidiera que robaran para él un Objeto. ¿Qué Objeto? ¿Por qué cada día sentía que se alejaban más y que Guillermo sepultaba su relación entre millones de secretos? Por otro lado, no podía quitarse de la cabeza a la chica, a la ladrona. Sí, ella tenía carácter y no dudaba en sacarlo ante aquel que amenazara a sus hijos, como aquel muchacho que se había colado para pedirle las Damas, pero nunca, jamás, se le ocurriría hablarle así a un hombre. Esa joven mostraba un descaro y un arrojo...


Comprendió que le envidiaba. Ella nunca había alzado la voz a nadie, ni se le había pasado por la cabeza. Tampoco se había tratado de igual a igual con su marido, como la ladrona parecía hacer con su compañero, o había mostrado determinación. Apenas había decidido nada pues había pasado de la tutela de su padre a la de su marido. Tuvo que regresar a la cocina, pues Guillermo condujo al muchacho hasta la habitación de invitados donde le encerró. Inés se sentó en una de la sillas de la cocina, pensativa. Tenía mucha curiosidad por saber cosas de ese chico y de su mundo.

 - Quédate aquí con Hanna, hazle compañía hasta que vuelva. Valeria asintió con un gesto, antes de colocarse tras la niña y rodearla con los brazos en un claro ademán protector. Él resopló un instante y se dirigió hacia las escaleras. - ¡Señor Navarro! - ¿Si, Hanna? - giró sobre sí mismo para mirarla. - Quiero ir con usted - fue a negarse, pues no quería arriesgarse, pero ella no le dio opción al añadir.- Quiero saber por qué está aquí mi madre - se mordió el labio inferior.- Ellos no me han mentido. Nunca. Ni siquiera ocultaban lo que hacían a mi hermanito, pero... Nunca me han pegado y... Quiero saber si está aquí por mí o por el abuelo. Se quedó en silencio un instante, pidiendo ayuda a Valeria con la mirada. La mujer se encogió levemente de hombros: al igual que él, no sabía demasiado bien qué hacer. Deslizando una mano por su rostro, volvió a concentrarse en la niña: - No creo que sea una buena idea... - Si no soy una prisionera, como dice, podré elegir qué hacer.


- No sé hasta qué punto puedes decidir qué hacer. Sólo tienes once años...- vio rabia en la mirada de Hanna, por lo que resopló.- Bien. No soy nada tuyo. Tampoco parece que me respetes demasiado, así que puedes venir - la niña sonrió, victoriosa.- Pero no creo que sea una buena idea. Si fueras mi sobrina o una ladrona, ahora mismo te enviaría a tu habitación. Y, sinceramente, creo que Deker no permitiría que bajaras. Supo que había acertado con sus palabras, pues Hanna vaciló a la hora de caminar hacia él, aunque acabó bajando por las escaleras con aire obstinado. Para sorpresa de Felipe, Valeria se unió a ellos con decisión. Al llegar al primer piso, la sostuvo con delicadeza del brazo, acercándola a él. - No es necesario que vengas. - Ya lo sé. Felipe puso los ojos en blanco. Podía lidiar con que una niña de once años se rebelara contra su autoridad, pero el que Valeria se arriesgara sin ningún motivo era algo con lo que no podía. Agitó la cabeza, esforzándose en mantener la calma. - Lo que quiero decir es que deberías mantenerte al margen... - ¿Y dejarte solo? Ni hablar. - Hasta ahora me las he apañado bien solo... - Hasta ahora no me tenías a mí. Bastante has hecho por mí, Felipe, soportando mis estúpidos dramas de novios y familiares, pese al gran trabajo que tenías - él fue a decir algo, pero Valeria fue más rápida.- Sé que lo hacías porque querías y no es que sienta que deba compensarte. Simplemente quiero estar contigo, a tu lado, ser tu apoyo - se acercó a él, bajando todavía más el tono de voz.- Sobre todo cuando estás tan afectado por la ausencia de Ariadne. - No va a ser bonito. - ¿Decirle a una mujer que no se puede llevar a su hija para que no experimente con ella? Valeria hizo una mueca.- Sí, ya contaba con eso.


Se estrecharon la mano un solo instante y entraron en su despacho, donde les estaba esperando Soledad Sterling. Era una mujer de pelo negro recogido en una apretada coleta baja, ojos del color del café y aspecto estirado, el cual era realzado por la blusa y la ajustada falda de tubo que llevaba. Nada más verlos llegar, se puso en pie. Hizo un amago de acercarse, pero Valeria colocó las manos sobre los hombros de Hanna en clara actitud defensiva y eso pareció hacerle cambiar de opinión. Miró a su hija un segundo, antes de volver a sentarse en la silla que había ocupado hasta hacía un momento. Entonces, clavó su afilada mirada en él, mientras Felipe se acomodaba en su asiento, sin inmutarse ni un ápice; se las había visto con personas que asustaban mucho más. - Así que usted es Felipe Navarro - comentó con frialdad. - Y usted la señora Sterling, supongo - estiró los labios en una educada sonrisa.- Dígame, señora Sterling, ¿en qué podría ayudarla? Ante su pregunta, la mujer enarcó una ceja y bufó. - Su familia está resultando más molesta de lo habitual para la mía - observó la señora Sterling con evidente desprecio.- Primero esa raterilla deslenguada le llena la cabeza a mi hijo de tonterías, después manda a mi marido al hospital y ahora usted retiene a mi hija en...- echó un vistazo a su alrededor, como buscando el mejor término.- Este antro con ínfulas de colegio de élite - chasqueó la lengua en señal de desagrado. - Si me permite la indiscreción, señora Sterling, me gustaría rebatir sus argumentos. En primer lugar, dudo mucho que exista persona en este mundo que pueda manipular a su hijo. No negaré que mi sobrina es excepcionalmente buena en el arte de timar, pero, créame, ella no ha hecho que Deker cambiara de opinión con respecto a su familia. De hecho, creo que esa lección la llevaba ya aprendida de casa... - ¡Cómo osa! - Disculpe, no he terminado - prosiguió con una sonrisa.- En segundo lugar, puede que mi sobrina agrediera a su marido, no lo negaré. Pero también le recordaré que su encantador


marido la torturó hasta el punto de que tuvo que guardar cama más de una semana. También me gustaría señalar que, de nuevo, su marido le asestó una paliza brutal a su propio hijo y de ahí que mi sobrina actuara como lo hizo. La sonrisa se congeló en sus labios para mirar a la mujer con frialdad. - Ahora bien, tercer punto, el que respecta a su hija Hanna. En ningún momento la hemos retenido. Ni es un rehén, ni una moneda de cambio, ni venganza. Su hija, señora Sterling, es una refugiada porque en esta, mi casa, se ofrece asilo a cualquiera que lo necesite. - ¿Se atreve a insinuar que mi hija necesita protección de nosotros? - Oh, no. Lo digo claramente. - Esto es una estupidez - la mujer se puso en pie con tanto ímpetu, que arrastró las patas de la silla por el suelo.- Ni siquiera sé por qué me molesto en hablar con un ladrón. Sois todos iguales: mentirosos, manipuladores, criminales... - ¿Por qué quiere recuperar a su hija? ¿La echa de menos? - Hanna, nos vamos de aquí. - ¡No! - para sorpresa de la señora Sterling, fue su propia hija la que habló. La pobre niña temblaba ligeramente, mantenía una de sus manos sobre la de Valeria.- Responde a la pregunta del señor Navarro... Por favor, mamá... Responde... La señora Sterling se acercó a Hanna, agachándose frente a ella con una sonrisa en los labios, pese a que sus ojos seguían tan fríos como cuando lo miraban a él. Felipe experimentó el impulso de apartarla de la niña, pero se mantuvo en su sitio, no debía interponerse pese a que deseara hacerlo. La mujer, por su parte, acarició el pelo de su hija. - La casa está muy vacía sin ti, cariño. No hay ruido, no hay música... No estás tú, mi niña. Y se me cae la casa encima. Y no dejo de echarte de menos... - Mientes. - Hanna, cielo, ¿qué dices?


Para sorpresa de la señora Sterling, la interpelada la fulminó con una mirada cargada de ira, una ira pura y sincera, que habría roto el corazón de cualquiera. Sus ojos se habían reducido tanto que se habían convertido en dos rendijas cargadas de reproches. - ¡Qué mientes! ¡MIENTES! - Pero, hija... - No escucho música en casa. Jamás. Papá no me deja, me lo tiene prohibido y se enfada si lo hago porque escucho los discos de Deker y no lo soporta, ¡le recuerda a él! No me echas de menos... No me quieres como hija, sino como proyecto. - Hija... ¡Hanna...! - balbució la señora Sterling. - Me quedaré aquí. Quiero estudiar aquí. Antes de que el enfrentamiento se agravara, de que Hanna tuviera que soportarlo todavía más, Felipe decidió cortarlo por lo sano: rodeó su escritorio para colocarse entre ambas, mirando a la señora Sterling a los ojos. - Ya lo ha oído. A mí eso me basta para usar la fuerza si es necesario - aclaró con calma, aunque también con dureza y decisión.- Hanna se queda aquí, pues ese es su deseo y es lo único que me importa. Por tanto, señora Sterling - hizo un amplio gesto con la mano, señalando la puerta.- le invito a abandonar mi despacho cuanto antes. La mujer le fulminó. Felipe ni se inmutó, aguantó estoico, aunque, durante un momento, temió que la señora le fuera a cruzar el rostro de un bofetón. No obstante, Soledad Sterling se marchó sin despedirse de su hija siquiera. Ésta permaneció donde estaba, muy quieta, mientras Valeria seguía sosteniéndola por lo hombros. En cuanto la puerta del despacho se cerró, Hanna comenzó a temblar de pies a cabeza, antes de echarse a llorar. La niña simplemente agachó la cabeza, por lo que su largo pelo negro le cubrió el rostro, y lloró en silencio. Felipe vio caer las profundas lágrimas tras sembrar regueros en sus mejillas, así que no lo dudó ni un segundo: se arrodilló frente a ella para abrazarla. Hanna le devolvió el abrazo, dejándose caer sobre él.


 Qué aburrida es la vida del prisionero. Ha pasado toda una eternidad y yo aquí encerrado entre estas cuatro paredes, como en esa vieja canción que escuchan mis padres... ¿Cómo era? Perdido en mi habitación, sin saber qué hacer, se me pasa el tiempo... Jero se puso a silbar, mientras estiraba las piernas en dirección al techo para, después, agitarlas como si estuviera haciendo gimnasia. En realidad, llevaría medio día ahí encerrado, pero el tiempo se le antojaba mucho más largo de lo que era. Cansado de aquello, se volvió, frunciendo los labios como un niño pequeño. - ¡Dios, cómo me aburro! - Es usted un reo en una casa decente, no en un circo. No tiene por qué ser divertido. Alzó la mirada en dirección a la puerta para encontrarse con aquella maldita traidora que le había vendido vilmente a Guillermo Benavente. Por eso, frunció el ceño, dejando claro que la odiaba, que era mala y que no quería ni verla. De hecho, para dejárselo todavía más claro, se giró para mostrar más atención al techo que a Inés Madorrán. Estaría preso y sería un futuro hombre muerto a manos de sus amigos, pero al menos le quedaba eso. Hala. Escuchó como la mujer cerraba la puerta. También su respiración. No se había ido. Jero siguió fingiendo que estaba solo, aunque la mujer se colocó cerca de él. Con un rápido vistazo, utilizando el rabillo del ojo, descubrió que parecía curiosa y que, de hecho, sus cortos y hábiles dedos no dejaban de juguetear con la alianza que lucía en uno de ellos. - ¿Me haría el favor de conversar conmigo? - ¿Para qué? - inquirió él, ofuscado.- ¿Para que después le vayas con el cuento a tu querido maridito? Pues no, gracias. Me habréis quitado la libertad y la dignidad, pero no conseguiréis que sea majo. Eso sí que no. - ¿Cómo es su tiempo?


- Ahora mismo muy largo. - No me refería a eso - Jero se incorporó, pasándose una mano por su desordenado pelo negro, mientras hacía una mueca. No la había entendido bien.- ¿Cómo es la gente? ¿Cómo se comportan? ¿Y el matrimonio? He visto a sus amigos y... Apenas podía creerme la actitud de su amiga, era tan... Segura de sí misma. Parecía que estaba al mismo nivel que mi esposo, como si incluso pudiera plantarle cara. - Conociendo a Ariadne eso sería de lo más normal. - ¿En su tiempo la mujer no está tutelada por el hombre? Inés parecía muy interesada en el tema. Jero supuso que tendría curiosidad por saber cuál habría sido su situación si hubiera vivido en otra época. Eso le ablandó. No tenía que ser fácil el vivir a la sombra de alguien, ni el estar siempre bajo la custodia de alguien, sin libertad... Por eso, se olvidó de lo que había sucedido y, agitando la cabeza, respondió: - No. Las mujeres son tan libres como los hombres, sólo dependen del otro si así lo desean - se pasó una mano por el pelo, sumergiéndose en sus propios pensamientos y recuerdos.No sé aquí, en esta época, pero en la mía están a la misma altura. - ¿Hasta casados? - Mis padres comparten todo. Los dos trabajan, los dos cuidan de la casa... Si uno cocina, otro pone la mesa. Si uno va a comprar, el otro lleva a mis hermanos al colegio...- se encogió de hombros.- Se quieren y se necesitan por igual. Están unidos. De repente, tuvo tal nudo en el estómago que le entraron ganas de llorar. Sus padres... Normalmente, sus pensamientos se centraban en Tania, pero una parte de él siempre estaba melancólica debido a su familia. Había estado con ellos en Navidad, pero parecía que no los había visto en una eternidad. Nunca le había ocurrido algo así y eso que había pasado su vida escolar al completo en el Bécquer. La diferencia era que antes, al menos, no tenía secretos, les hablaba de todo y en aquellos momentos... En aquellos momentos les ocultaba prácticamente toda su vida y los echaba de menos.


¿Llevaré una eternidad desaparecido en el presente? ¿Estarán preocupados? Dios, espero que no. Por favor, que no sea así. - Les echas de menos. - Estoy atrapado en una época que no es la mía sin saber qué es de ellos. ¿Y si ha pasado tanto tiempo que me dan por muerto? ¿Y si eso ha provocado que todo se hunda? ¿Y si les ha sucedido algo y yo no puedo enterarme porque estoy aquí, preso? - inquirió, dándose cuenta de que la rabia teñía su voz. Clavó su mirada en la mujer.- ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me delataste ante tu marido? Inés apenas pudo sostenerle la mirada unos segundos. Después, simplemente, se marchó con cierta urgencia, sin ni siquiera despedirse de él. Volvió a tumbarse en la cama, pensando en que era una mujer muy rara.

 Cuando Rubén despertó aquella mañana, no se sintió distinto. A decir verdad, era raro sentirse como siempre. El día anterior había llevado a cabo la ceremonia al completo y, por tanto, se había convertido en un asesino. Había cerrado una etapa de su vida para abrir una nueva, una que ya no tenía vuelta atrás. Y ahí estaba, el mismo Rubén de siempre. Había supuesto que se sentiría mayor, más seguro o, al menos, teniendo claro cuál era el camino a seguir, pero la verdad era que se sentía como el día anterior: perdido, débil, sin tener muy claro a dónde ir, qué clase de persona era... Agitó la cabeza, incorporándose para salir de la cama. Al ponerse en pie, se acercó al gran espejo rectangular que había frente a ella y se contempló. Alto, con cuerpo de atleta, los mismos ojos grises de siempre, el mismo cabello castaño que ya no podía peinarse en punta, pues lo llevaba más largo de lo habitual. Seguía siendo el mismo de siempre.


Y era irónico, pues el día anterior no sólo había tomado una decisión crucial, sino que también había descubierto que no era Rubén Ugarte de la Hera, sino Eneas Navarro... Era el hermano de Ariadne. Se fijó en cada detalle de su propio rostro: su nariz recta, las orejas, los labios finos, la forma de sus grises ojos... Nada. No había nada en él que le recordara a Ariadne. Ni siquiera se movían igual o pensaban igual o tenían nada en común. Quizás era mejor así. Quizás, de ese modo, no tendrían reparos en ignorar que eran hermanos y todo sería mejor, pues Ariadne no le iba a aceptar si era un asesino, lo sabía bien. A lo mejor no debería ni saberlo. Con aquel pensamiento rondando en su cabeza, se encaminó al cuarto de baño. Tras una ducha y vestirse, reunió todo el aire posible en sus pulmones y avanzó a través del pasillo. La noche anterior había abandonado a Tania tras besarla. Después había regresado con los demás para finalizar su iniciación en el clan y, temeroso del reencuentro, le había pedido a Mikage que se hiciera cargo de ella. Pero un nuevo día había llegado y, con él, las consecuencias de todo lo sucedido: Tania debía regresar al internado y él tenía que acompañarla para hablar con Felipe Navarro, su recién descubierto tío, y decidir juntos cómo abordar a su madre, la única que podía darles las respuestas que iban a necesitar. No obstante, antes de hacer frente a su madre, debía encarar a Tania. No iba a ser fácil. Porque había algo que seguía siendo una constante en su vida, algo que no le iba a abandonar jamás, por mucho que cambiara o por mucho que hiciera: estaba completamente enamorado de Tania Esparza. Ella era la única. Aunque sonara dramático, quizás típico de un adolescente que poco sabía de la vida, sentía en cada fibra de su ser que jamás amaría a nadie como a ella. Tania era su destino, su chica, por mucho que parecieran condenados a perderse una y otra vez. A sabiendas de que iba a ser duro, llamó a la puerta de la habitación de la chica.


 Toc, toc. Aquel sonido tan familiar, tan mundano, la dejó lívida. Era él. No podía ser otro, no cuando sus manos habían comenzado a temblar y el vello se le había puesto de punta. Cerró los ojos con fastidio, también cansada, pues estaba harta de sentir cosas que no quería sentir. Se sentía culpable. ¿Por qué? Ella no había besado a Rubén, ni siquiera lo había querido o pensado, sencillamente había recibido un beso. Pero se sentía culpable, miserable incluso y no dejaba de pensar en Jero, en que le había traicionado. Se sentía apenada, como si hubiera perdido algo importante. ¿Por qué? ¿Acaso había tenido a Rubén alguna vez? Porque no había sido así ni cuando lo había querido, pues él siempre había encontrado algo que interponer entre ellos. Sentía mariposas. Por algún extraño motivo, no dejaba de recordar el beso y la maldita sensación aparecía en la boca del estómago. No deseaba experimentarla, se obligaba a no pensar en eso, pero, por más que quisiera, parecía imposible. Y la culpa aparecía de nuevo, acompañada de la rabia y de considerarse la idiota más grande del mundo. Toc, toc. - Tania, por favor, abre. Ante la voz de Rubén, se quedó en silencio, obstinada. Estaba, por encima de su propio caos emocional, enfadada con él hasta límites insospechados. En primer lugar, por haberse convertido en un monstruo de forma voluntaria; en segunda, por tener el descaro de besarla pese a todo. ¿Pero quién se creía que era? - ¿Vas a quedarte toda la vida encerrada en una de las habitaciones de Mikage? - Sólo hasta que te esfumes. - Tania... - ¡Deja de usar ese tono de adulto conmigo!


- Pues sal. - ¡Cuando te vayas! - ¡Pero mira que eres testadura! - la chica enarcó una ceja, mientras se apoyaba en la puerta. El silencio se hizo. Pudo imaginarse a Rubén cerrando los ojos, suspirando e intentando calmarse.- Tania, voy a volver a España. Necesito hablar con mi madre y con Felipe, descubrir por qué he vivido engañado... ¿Vendrás conmigo? Se mordió el labio inferior, antes de fruncir el ceño. Se moría de curiosidad por saber qué narices había ocurrido para que Rubén y su madre creyeran a Ariadne muerta y, a su vez, ésta estuviera segura de que toda su familia había perecido en el atentado. Abrió la puerta muy, muy despacio, clavando la mirada en el chico. - Lo hago sólo por curiosidad. - Para mí es suficiente. Justo en aquel momento, el ruido de pasos les interrumpió. Ambos se giraron al mismo tiempo para ver como Mikage recorría el pasillo hasta reunirse con ellos, sonriente. Lo primero que hizo fue saludarla con un educado gesto de cabeza, aunque no tardó en olvidarla para concentrarse en su juguete nuevo: Rubén. - Lamento importunaros, parejita - pronunció en perfecto español, provocando que Tania pusiera los ojos en blanco, ¿qué era eso de parejita? Mikage ni se inmutó, siguió con aquella pequeña sonrisa, mientras añadía.- Rubén, antes de irte debes hacer algo más. El tatuaje. - Ah... Claro, sí... ¿Ahora mismo? Mikage asintió, por lo que el muchacho le imitó, algo pálido. Tania sabía perfectamente que era una cuestión que, como poco, infundía respeto a Rubén. En alguna ocasión el chico le había dicho que no le llamaban la atención los tatuajes, sobre todo porque creía que el proceso era doloroso y no estaba muy por la labor. Pero, claro, en aquel momento no tenía otra opción. - ¿Podría acompañaros? - preguntó. - Como desee, señorita Esparza.


En silencio, los dos siguieron a Mikage a una de las habitaciones de su enorme mansión, recorriendo pasillos que no había visto el día anterior. Compartió breves miradas con Rubén, que seguía nervioso, como denotaban sus largos dedos, los cuales movía sin parar. - Te resulta más fácil infligir dolor que recibirlo, ¿eh? - susurró ella. - En realidad, creo que es al revés. - No te entiendo. Pese todo lo que ha sucedido, sigo sin entenderte. Rubén se volvió hacia ella, encogiéndose de hombros con aire triste. - Seguramente si nada de todo eso hubiera sucedido, me entenderías perfectamente. Las cosas no serían tan complicadas, al menos - se detuvo, por lo que Tania también lo hizo.- Yo ya no sé qué pasó, quién murió y quién se salvó, pero sé que hay gente en este mundo que debe ser destruida. Los Conscius, los Benavente... Hacen daño, destruyen familias y vidas y nadie hace nada - se quedó un segundo en silencio.- No quiero matar a nadie, Tania. Se me revuelven las tripas sólo con pensarlo, pero... Tengo que hacer lo que sea necesario para acabar con toda esa gente, aunque me pierda en el camino. - ¿Te das cuenta de que no eres Batman? - ¿Batman? - Jero me puso la película. Rubén sonrió distraídamente y Tania quiso decirle algo, cualquier cosa, pero las palabras no acudieron a sus labios. Era como, si de repente, su mente se hubiera quedado en blanco y no hubiera manera de hacer algo al respecto. Lo único que pudo hacer por él fue seguirle al interior de la habitación. Ahí aguardaba un hombre que empuñaba la pistola con una mano enguantada. Era bajito, de aspecto consumido y con los dedos tan delgados que parecían no poseer ni pizca de carne. Tania se dio cuenta de que Rubén sólo podía mirar la afilada aguja que, enseguida, estaría grabando la marca en su piel. - Indícale el lugar y él se encargará de todo - le informó Mikage. - Eh... No sé... No lo había pensado...


Rubén se pasó una mano por la nuca, mientras se examinaba su propio cuerpo en busca de la parte más indicada. - Encima de la cadera - soltó Tania sin pensar. Los tres hombres repararon en ella, por lo que se agitó, un poco incómoda.- Bueno... Es discreto, lo que te podría venir bien en el futuro... Supongo - de repente, sintió que sus mejillas ardían.- Y... Bueno, es... Es sexy... Creo yo...Vamos, pero no soy ninguna experta ni nada... - Me parece bien - asintió Rubén. El chico se quitó la ropa hasta quedarse únicamente en pantalones, dejando al descubierto su torso que, desgraciadamente, seguía siendo tan perfecto como siempre. Tania intentó no mirar, pero los brazos de Rubén le gustaban demasiado y, de vez en cuando, se sorprendía a sí misma recreándose en ellos. Cuando el tatuador comenzó con su labor, el sufrimiento de Rubén fue evidente, aunque el chico no gritó, tan solo contrajo el rostro en una mueca, mientras siseaba de vez en cuando. Por eso, Tania se acomodó a su lado y le sostuvo la mano. Y pareció que, entonces, Rubén no sintió tanto dolor.

 Había dejado al chico en la habitación. No era necesaria su presencia para que le tatuaran la marca del clan y, además, deseaba ver cómo se comportaba sin estar él cerca; prefería verle sin presiones, saber qué era lo que le aguardaba con Rubén Ugarte. Por eso, acabó en el cuarto de al lado, dispuesto a observarle a través del monitor de vigilancia. Para su sorpresa, su terrateniente ya estaba ahí. Era una mujer alta, atractiva y sensual. Llevaba su oscura melena recogida en un montón de finas trencitas, lo que dejaba completamente visibles sus rasgos leoninos; éstos resultaban mucho más exóticos debido al bonito tono chocolate de su piel.


- Creo que el novato va a echarse a llorar - dijo con su profundo acento americano. - Es un novato, como bien has dicho. Debra se volvió hacia él, enarcando una ceja, mientras se echaba hacia atrás varias de las largas trencitas con un gesto altanero. - No logro comprender a qué se debe tal fascinación. - Veo potencial en él - se encogió de hombros. En aquel momento, vio como el rostro de Rubén se tensaba hasta límites insospechados; lo estaba pasando muy mal, pero aún así no estaba gritando. Aquello le hizo sonreír, estaba seguro de que tenía un diamante en bruto.- Y, aunque no lo desarrolle, ya habrá cumplido con su cometido. - ¿Qué cometido? - Eso, querida, es un secreto. Debra refunfuñó algo que Mikage no comprendió, aunque tampoco le importó. Estaba muy ocupado mirando a Rubén, el peón que podría haber desmontado su partida, pero que había sabido recolocar a tiempo. Fue entonces cuando, en la otra sala, Tania se sentó junto a Rubén y le sostuvo la mano con determinación, dispuesta a alejar cualquier mal que pudiera acecharle. Curiosamente, Rubén pareció mejorar, como si, de repente, la aguja penetrando en su piel no le doliera tanto. Mikage, por su parte, exhaló un profundo suspiro. - ¿Te has dado cuenta? - preguntó Debra con suavidad. - La chica va a ser un problema. - Y que lo digas - la mujer se volvió hacia él, sonriendo de forma torcida.- La gente que está enamorada tiende a no querer vender su alma. - Pues habrá que deshacerse de Tania Esparza.


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