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María del Sagrario Rollán
«Olvido de lo criado,
memoria del Criador, atención a lo interior,
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y estarse amando al Amado».
(San Juan de la Cruz)
Memoria, silencio, olvido: poesía y mística
María del Sagrario Rollán, Salamanca, 2021
Sagrario nace en Salamanca donde realiza estudios de Psicología y Filosofía en la Pontificia, completados en Lovaina (Bélgica) con Teología. Allí presenta su tesis doctoral sobre San Juan de la Cruz, dirigida por A. Vergote y publicada en 1991: Éxtasis y purificación del deseo. En 1989 compiló otra antología titulada Vámonos a ver en tu hermosura, colaboró con el Diccionario de San Juan de la Cruz, 2000. En Amor y deseo en San Juan de la Cruz reúne en 2003 algunos de sus mejores artículos sobre el místico. También se ha ocupado de autores como S. Weil, E. Stein, J. Baruzi, T. Merton, Rilke o Hölderlin, con publicaciones en España, Bélgica, Holanda y Argentina. Como poeta cabe destacar Jardín de su silencio, 1996 y Habla Beatriz, 2016.
Memoria y olvido configuran y modulan nuestro existir en el tiempo, nuestros afanes de permanencia y nuestro anhelo de absoluto. Somos seres temporales, finitos, sometidos a la fugacidad y al acabamiento. El tiempo es irrevocable, condición y figura de nuestra existencia, en el amor, en el dolor, en el deseo y hasta la muerte. El tiempo es, por tanto, uno de los vectores determinantes de la construcción poética. Pues en el texto, a través de la palabra, se apuntalan de algún modo los atisbos de permanencia.
La poesía mística, más que ninguna otra, nos invita a explorar la tensión temporal que suscita la condición de «homo viator». Al ritmo del breve poema de San Juan de la Cruz que abre estas líneas se ilumina intensamente dicha encrucijada. Silencio y olvido es la consigna del místico, pues el mucho hablar distrae y dispersa, mientras el callar descansa y endereza el espíritu.
Como ecos de una Palabra fundante que se encarnó en nuestra historia, buscamos el decir que restaure, sin embargo, las roturas y las heridas que han ido desvirtuando la voluntad y fragmentando el entendimiento con el tiempo. Se impone en el místico (y quizá en toda poesía que quiera alumbrar algo más que chispeantes voces de sirenas) una ascesis de la palabra, que por las circunstancias acaecidas actualmente me parece de extraordinario interés. Vivimos saturados de imágenes, en una inflación constante de discursos sin fondo y sin sentido, lo cual no sacia, sin embargo, nuestra sed, sino que más bien nos amarga y colma de inquietudes, además de poblar nuestro imaginario de temibles fantasmas.
El poeta que canta extasiado la hermosura de la creación:
Mi amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos…
Es el mismo que nos invita en el poema citado arriba al olvido de las criaturas y a una atención absoluta al abrazo íntimo del absoluto amor. Detrás de los fenómenos que aparecen a los sentidos: colores, perfumes, paisajes, figuras, la belleza sublime del Ser eterno se esconde y se otorga, para revelarse en todo su esplendor al poeta que ha sabido escuchar y callar, renunciar a la vanidad de su ego, a los impulsos de una locuacidad indiferenciada e indiferente al mundo real sufriente y mudo.
Al que ha atravesado la tiniebla de la noche de olvido, al que ha sido capaz de poner humildemente la boca en el polvo, de enterrarse en la tierra que es su humus primigenio, a ese se le revela el más puro amanecer, noche amable más que la alborada. Porque al igual que canta el poeta Rilke, en los Sonetos a Orfeo:
Sólo el que ya elevó la lira también entre las sombras, puede expresar, presentida,
la alabanza infinita.
… y así como otra gran solitaria, la mujer de blanco de Amherst, E. Dickinson, viviendo en silencio, completamente apartada de los círculos convencionales de su tiempo, en el
estrecho recinto del hogar familiar, teniendo como únicos libros de cabecera la Biblia y un diccionario, según se cuenta, ha llegado a las más altas cimas de la poesía moderna en inglés. En pocas palabras apunta ella esa tensión entre lo prescindible y lo absolutamente necesario, pobreza mental, ascesis, como decimos, de la palabra y el corazón, que se encarna en soledad querida, asumida, bebida como un cáliz de sublime sacrificio. Lo que le permite después cantar:
La mañana es de todos - De algunos es la noche - Y solo de unos pocos elegidos
es la luz auroral.
En torno al silencio, en acallamiento de proyectos y pesares, en incomprensión, y no queriendo comprender sino sólo la luz que en el corazón ardía, hace ahora poco más de un año, recién castigados en el cuarto de atrás, confinados por decreto, en estado de alarma y confusión ante la terrible pandemia que aún sufrimos, emprendí una recopilación de textos de San Juan de la Cruz. Antología del silencio que nos invita a colocarnos en tal dimensión de olvido que nos permita trascender lo efímero, asomarnos a lo eterno, y restaurar la memoria y el corazón dañado, desde una palabra fecunda y germinal. Es el librito titulado Callar y obrar, publicado por Fonte, Editorial de espiritualidad 2021.
Nota de los responsables de esta Revista:
«Estimada amiga: nos dejas con la miel en los labios. Nos gustará leer ese catecismo de San Juan de la Cruz, Espíritu y Silencio. Y que obre el Amor».