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1.2. La identidad urbana
• Alma: lo que la organización refleja que es (personalidad). • Mente: lo que la organización comunica (mensajes enviados consciente o inconscientemente).
1.2. LA IDENTIDAD URBANA
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El esquema compositivo que acaba de definir la identidad corporativa encuentra su equivalente en la identidad urbana. Respecto a esta, se propone una nueva definición
a partir de las conclusiones del apartado anterior:
La identidad urbana es un constructo fruto de lo que la ciudad refleja y comunica, bajo el tratamiento de los responsables de su gestión.
Todo lo que tiene lugar en la ciudad y todo lo que hace la ciudad comunica mensajes sobre la imagen de la ciudad. Estos mensajes enviados consciente o inconscientemente por la ciudad, unidos a su personalidad, conforman la identidad urbana. A su vez, este vínculo conforma, en la mente de cada persona, una imagen de la ciudad. La tríada mostrada en la figura 29 quedaría así:
• Ciudad (lo interpretado) • Identidad de la ciudad: lo que refleja que es y lo que comunica (la interpretación) • Imagen de la ciudad: la percepción de la identidad urbana formada por cada individuo (el interpretante)
EL INTERPRETANTE (imagen de la ciudad)
LO INTERPRETADO (ciudad)
LA INTERPRETACIÓN (identidad de la ciudad)
Fig. 32: Vínculo entre lo interpretado, la interpretación y el intérprete Adaptación propia a partir de Currás Pérez (2010)
Esta tríada hace explícita la relación y la diferencia entre el objeto interpretado, la interpretación que hace de sí este objeto, y la interpretación subjetiva del interpretante. Sin embargo, ¿cómo es el proceso de formación de la identidad urbana?
La constitución de la identidad empieza por la percepción de una imagen colectiva del entorno urbano capaz de generar sentimientos de seguridad y pertenencia al mismo, que se irá perfilando según el fiel reflejo de su sociedad, en un proceso de formación bilateral entre el habitante y la ciudad. La identidad se podrá consolidar de forma más efectiva al plasmar estos valores sociales a través de los mecanismos de expresión de identidad, en la autorrepresentación de la propia ciudad. Este proceso puede dividirse
en tres pasos.
Aporte del medio físico
La identificación del medio ambiente permite la subsistencia de todos los seres vivos
que se desplazan. Gracias a esta capacidad, se puede desarrollar un sentimiento de
familiaridad o incluso de propiedad hacia el entorno conocido, lo que lleva a establecer una relación de seguridad emocional entre los seres humanos y su medio ambiente.
Sin embargo, a menudo la percepción de la ciudad no es continua sino que genera imágenes fragmentadas e inconexas, que incluso pueden ser percibidas de forma distinta en función de lo que capta cada sentido o de las preocupaciones que albergan la mente del observador. Estas imágenes parciales pueden incluso ser contradictorias entre sí, ya que algunos ambientes contribuyen a la elaboración de una imagen mientras que otros se oponen a ella. Todo esto repercute negativamente en la estabilidad emocional del individuo, creando confusión y desconcierto sobre su hábitat.
Como profesionales del medio físico, los urbanistas estudian el agente externo de la interacción que posibilita la evocación de una imagen vigorosa a partir de una forma dada (Lynch, 1960). Hay que tener en cuenta que la imagen que una persona tiene de una ciudad puede tener varias procedencias (Sutton, 2013): de estereotipos que anidan
en el imaginario colectivo, de vivencias y experiencias propias, comunicaciones de otras personas, informaciones provenientes de medios de comunicación, de la opinión for-
mada de eventos nacionales e internacionales…
Cada individuo crea y se forma su propia imagen, pero parece existir una coincidencia fundamental en la percepción de los observadores que pertenecen a categorías homogéneas de edad, sexo, cultura, ocupación, carácter o familiaridad. Lynch denomina imágenes públicas a las representaciones mentales comunes que hay en un número considerable de ciudadanos.
“Se trata de los puntos de coincidencia que puede esperarse que aparezcan en la interacción de una realidad física única, una cultura común y una naturaleza fisiológica básica (…) Son estas imágenes colectivas, que demuestran el consenso entre números considerables de individuos, las que interesan a los urbanistas que
aspiran a modelar un medio ambiente que será usado por gran número de perso-
nas.
” (Lynch, 1960:17)
Además, sugiere dos posibles realidades acerca de este tema: la existencia de una serie de imágenes públicas para una sola ciudad, cada una perteneciente a un grupo de ciudadanos, o la existencia de una imagen pública para cada ciudad, resultado de la superposición de muchas imágenes individuales. En cualquier caso, apunta que estas imágenes son necesarias para que el individuo actúe correctamente dentro de su entorno y para que se relacione con sus conciudadanos.
El autor también señala la existencia de imágenes dispuestas por niveles, correspondientes a una escala de menor a mayor territorio: imagen de calle, barrio, ciudad, área metropolitana… Esta distribución es necesaria cuando el espacio es vasto y complejo, pero supone una carga de organización para el observador, sobre todo si hay poca relación entre los niveles.
En definitiva, lo deseable de cara al usuario es lograr una sola imagen inclusiva de todo el medio ambiente que pueda estar formada por conjuntos de imágenes superpuestas e interrelacionadas entre sí, así como mantener una cierta continuidad y conexión entre los niveles de imágenes que abarca el amplio territorio, y vínculos que aten a la historia a pesar de poder llevar a cabo distintas regeneraciones urbanas.
Aporte de la sociedad
“Potencialmente la ciudad es en sí misma el símbolo poderoso de una sociedad
compleja ” (Lynch, 1960:14).
Sólo un hábitat que brinda una imagen potencial puede ofrecer una base sobre la que generar recuerdos y símbolos comunes, que contribuyan a la cohesión y la comunicación de la población. Tanto es así, que muchos pueblos primitivos se valieron de un paisaje particularmente atractivo para erigir los mitos de su sociedad (Lunch, 1960). El medio ambiente desempeña una función social; actúa como un inmenso sistema acu-
mulador y conservador de los reflejos de la sociedad: un nombre propio, una historia, un significado social, una función y unos ideales colectivos.
Las ciudades son susceptibles de adquirir características propias de los seres humanos
gracias a su forma de convivir dentro de ellas, su forma de experimentar la ciudad y su forma de gestionarla con unas políticas u otras. Así, las ciudades pueden considerarse como organismos vivos, en la medida en que nacen, se desarrollan y adquieren una identidad íntimamente relacionada con la identidad de sus habitantes. Chaves refuerza
esta concepción de identidad a partir de la sociedad:
“La imagen institucional aparece como el registro público de los atributos identificatorios del sujeto social. Es la lectura pública de una institución, la interpretaciónquelasociedadocadaunodesusgrupos,sectoresocolectivostienenoconstruyen de modo intencional o espontáneo ” (Chaves, 1994).
El concepto de identidad, individualidad o unicidad se forma a partir de una imagen eficaz del entorno, que conlleva en primer lugar la identificación de la ciudad, y luego su reconocimiento como entidad diferenciada, distinguible respecto a cualquier otro lugar. Esta identidad supone además un significado, práctico o emotivo, para los ciudadanos.
“Todo ciudadano tiene largos vínculos con una u otra parte de su ciudad, y su imagen esta embebida de recuerdos y significados” (Lynch, 1960:9).
El desarrollo de esta identidad es un proceso bilateral entre el habitante y la ciudad, por lo que es posible modificarla tanto mediante la reeducación del primero, como mediante la regeneración del entorno. Asimismo, se puede fortalecer la identidad dotando a la ciudad de artificios simbólicos como, precisamente, la señalética.
Consolidación o modificación
El hecho de que los territorios institucionales compitan en ámbitos nacionales o inter-
nacionales lleva a los mismos a desarrollar ofertas de acuerdo con sus identidades, y a buscar elementos de diferenciación (Muñiz y Cervantes, 2010:144). Esto es, precisamente, el paso final del desarrollo de la identidad: el tratamiento de esa identidad germen por parte de los responsables de su gestión. El objetivo es consolidar una identidad propia y diferenciada que confiera a la ciudad una ventaja competitiva.
La identidad de partida que se va perfilando mediante la interacción de la sociedad con su ciudad, y viceversa, puede y debe reforzarse, siempre que esté alineada con las expectativas de la identidad deseada. Para reforzar esta identidad, la ciudad cuenta con unos mecanismos de autorrepresentación o de expresión de la propia identidad: el comportamiento, la comunicación y la representación gráfica. La identidad se consolidará de forma efectiva si se utilizan todos estos elementos de forma coherente entre sí.
La identidad gestada de forma natural finalmente es modificada, en mayor o menor medida. En cualquier caso, está sujeta a la interpretación que hacen los gerentes de la ciudad y de cómo debe representarse. Estos profesionales deberán identificar los valores de la ciudad tangible e intangible que deben plasmarse tanto en el comportamiento, como en la comunicación y la representación gráfica de la ciudad.