opinión
ISABEL COIXET directora de cine
mi hermosa lavandería
vOCES DE SENDAI
Estos días en Sendai, en la prefectura de Miyagi, han sido una continua lección. Las personas y los sitios que he visto. La desolación. La destrucción. Durante kilómetros y kilómetros, en algunas zonas de Ishinomaki, solo se veían casas destruidas, cimientos arrancados de cuajo por el tsunami, coches destrozados, fragmentos de barcos rotos en mil pedazos arrastrados por la fuerza de la gran ola que durante una hora (de hecho, este tsunami fueron tres olas) asoló esta región. En los refugios intalados en museos, en ayuntamientos, en escuelas, todavía siguen viviendo, después de cuatro meses, familias que lo han perdido todo. En la sala de reuniones del ayuntamiento de YamamotoCho están instaladas 26 familias que han dividido el espacio con cartones de embalar con una precisión escrupulosa. Hay ropa colgada ordenadamente por todas partes. Un anciano lee en un rincón. Ha perdido su casa, su mujer y su bicicleta. Dice que no sabe si celebrar el funeral o no. Sabe que nunca va a recuperar su cuerpo. Su mujer, dice, no habría sobrevivido si DOM
hubiera visto cómo el mar arrancaba los bosques de pinos en los que creció. Mientras habla con nosotros, le llaman para descargar bidones de agua. Se levanta sin pensarlo y, disculpándose, se va a trabajar. Una mujer mayor está cuidando a los hijos de otra, más joven, que está cociendo arroz para todo el mundo. Tiene un matamoscas y, de cuando en cuando, lo utiliza con energía. Hay moscas por doquier. La mujer dice que nunca había habido tantas moscas en esta región. Se han vuelto locas, dice. Por el tsunami. O por el terremoto. O por Fukushima. Ríe. No hay desesperación en estos rostros. Solo una firme determinación de seguir adelante. La mujer del matamoscas dice que lo único que le preocupa es la radiación, porque es invisible y ella solo teme las cosas que no se ven. Su hermana y su cuñado viven en Fukushima y ella intenta convencerles para que se vayan, pero ellos se van a quedar. Nadie les moverá de allí, aunque los hijos, que están en Tokio, también les instan a que se vayan con ellos. Los hijos envían agua Evian embotellada y carne y verduras en neveras especiales. Y los padres se quejan y les dicen que no se molesten. Pienso en las películas de Ozu: en ellas, las personas mayores hacen una bandera del no ser una carga para nadie. Pero ahora es todo el país: nadie quiere ser una carga. Nadie se queja. Uno no puede quejarse de un terremoto o un tsunami o tres tsunamis. Pero de Fukushima sí pueden quejarse. Deberían quejarse. Todos deberíamos.
el vino Albariño
FOTO Gustau nacarino
Escribo esto desde el piso 31 de un edificio de Tokio, delante de una ventana desde la que se ven las rojas luces centelleantes que guían a los aviones que aterrizan en Narita. Tengo que preparar la maleta, me digo una vez más, porque mañana el avión sale a una de esas horas inhumanas a las que salen los aviones y si lo dejo para mañana me olvidaré, como siempre, un montón de cosas. Pero muchas más son las cosas que me llevaré, con maleta o sin ella.
Pazo de Barrantes es una de las fincas vitivinícolas más preciosas del Valle del Salnés, en Rías Baixas. Dalmau Cebrián –propietario de Marqués de Murrieta en La Rioja– tiene la custodia de este lugar, que pertenece a su familia desde 1511. Con él, y tras más de cinco años de cambios y reformas en las viñas, los vinos han dado un vuelco espectacular. Pazo Barrantes Albariño 2010 es un blanco de degustación sosegada. De color amarillo pálido y reflejos verdosos. En nariz es nítido y puro, con flores, cítricos amarillos y fragancias frescas de mentoles y eucalipto. Y en la boca es cremoso, untuoso y con una notable acidez. Un albariño que por su estructura nos dará placer durante los próximos cinco años. – quim vila Tel: 986 71 82 11 PVP: 13,75 €