N.º 48 • Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo B • 25 de Noviembre de 2012
Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
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Jesucristo: Rey del Universo
oy celebramos la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo; es el último domingo del tiempo ordinario, y el próximo domingo ya será Adviento: comenzará la preparación a la Navidad. Cristo se negó siempre a que lo hiciesen rey, y procuró deshacerse de los partidarios demasiado entusiastas que querían servirse de Él para llegar al poder. Él no se declaró rey más que cuando esta afirmación no causaba ningún peligro. Estaba solo, prisionero, para que nadie pudiera tomarla en el mal sentido: «Mi reino no es de este mundo. Yo he venido para dar testimonio de la verdad, y todos los que están a favor de la verdad, escuchan mi voz y son de mi Reino». En otra ocasión, dijo: «Los reyes de la tierra andan sobre los pueblos y se hacen llamar sus bienhechores; pero yo no, yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Si alguno quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el último de todos y el esclavo de todos». Con esto, todo queda claro en la mentalidad cristiana. Cristo es el Rey del mundo, porque ha amado tanto al mundo que le ha dado su vida para vivificarlo y su cuerpo para alimentarlo. Él ha muerto para poder, a través de todas las generaciones, renovar
su sacrificio y saciar el hambre del mundo. Cristo es nuestro Rey porque Él es el único que nos ama totalmente. Es probablemente el único que daría, hoy, una vez más, su vida por nosotros. Es el único que justifica plenamente nuestra existencia y por el que vale la pena seguir viviendo. Esta Fiesta ilumina nuestra condición de cristianos. No busquemos las distinciones ni los títulos; no esperemos agradecimientos ni respeto; no contemos con los éxitos ni las felicitaciones. No hemos venido a dominar, a ser señores, sino a ser esclavos, a servir. Cambiarían nuestras parroquias,
nuestras obras, nuestras familias y nuestra sociedad, si aquellos que quieren ser los primeros se hicieran los servidores y los últimos de todos. Un cristiano es, ante todo, un responsable, uno que se siente responsable, uno que, ante una debilidad, ante un pecado o una traición, se dice únicamente: “Si yo fuese mejor, los demás serían menos malos. Si de verdad quiero que cambien, tengo que empezar por amarlos mejor y por servirlos un poco más; tengo que empezar por cambiar yo mismo”. Siempre sufrimos la tentación de creer que lo que resulta eficaz en este mundo, es la violencia, el dinero, la mentira y la fuerza. Sentimos la tentación, nosotros, los amigos de Cristo, de dirigirle a Él la misma invitación que le dirigieron sus enemigos: “Baja de la cruz, desciende triunfante, desciende terrible y ya verás cómo todos creemos en ti”. Pero, permaneciendo clavado en la cruz, Jesús continúa revelando del modo más maravilloso la infinita paciencia, la infinita potencia del amor de Dios; mirándonos con una mirada llena de lágrimas y de sangre: es como Él está seguro de poder algún día conmover lo mejor que hay en nosotros y conseguir que nos pongamos libremente, afectuosamente, de rodillas. 1