Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 44 • XXX Domingo Ordinario, Ciclo B • 28 de Octubre de 2012
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
"¡Maestro, que pueda ver!"
B
artimeo, que así se llamaba el ciego del Evangelio que leemos hoy, es decir, “el hijo de Timeo”, es un hombre en la sombra al borde del camino, es un hombre solo, un ciego sin luz y sin camino. Pero Bartimeo es también el símbolo de todos los hombres que desean ver, caminar y vivir; es, sobre todo, un símbolo de todos en tiempos de crisis, de oscuridad, de desorientación. Un símbolo para el hombre que, a pesar de todo, busca y sigue buscando su norte y su sitio en la vida. Lo difícil es amar A veces nos empeñamos y nos encerramos en la dificultad de creer, aduciendo crisis de fe, dificultades para creer, improbabilidad, excusas y pretextos. Porque todos los problemas de la fe se reducen a los problemas del amor, y el amor es lo difícil y lo improbable, porque es lo más sorprendente. Y lo único necesario, porque sin amor el hombre queda al borde del camino, queda en la oscuridad, queda solo, sin camino, sin luz, sin vida. Y la fe no es otra cosa que luz y camino para caminar. Ceguera y Egoísmo El egoísmo reduce al hombre a sus propios deseos e intereses, le cierra los ojos y el corazón, lo paraliza al margen del camino, por donde discurre la vida. El hombre que vegeta en su egoísmo tiene un corazón demasiado estrecho para acoger al prójimo, demasiado estrecho para recibir a Dios. El egoísta no ve al hombre que vive a su vera, ni escucha al que grita a su lado... por
eso, tampoco puede ver ni escuchar a Dios. Para llegar a la fe y perseverar en la fe, para sentir a Dios cerca del corazón y escuchar el susurro de su voz, hace falta romper las barreras del egoísmo, salir fuera de sí y emprender el camino hacia los demás. El encuentro con el prójimo es indispensable para el encuentro con Dios, pues esto es lo primero que creemos: que Dios se ha hecho hombre. No es posible escuchar la Palabra de Dios, si no estamos dispuestos a escuchar a los hombres. No se puede responder al amor de Dios, que se nos manifiesta en su Hijo hecho hombre, sino desde la solidaridad y en hermandad con todos los hombres. Por eso, la dificultad de la fe no es otra que nuestro egoísmo, nuestra suficiencia, nuestro narcisismo. Porque la fe es apertura, encuentro, aceptación. Creer para caminar No es posible dar un paso en este mundo sin la fe, religiosa o no, pero fe; es
decir: toma de posición en la vida y frente a la vida. Se ha dicho que la fe es creer lo que no se ve, aunque sería mejor puntualizar que es creer lo que se está por ver. Pero, de algún modo, es verdad que la fe cree lo que la razón no ve. Por tanto, no se puede creer lo que ya se ve con la razón, pero tampoco se puede creer contra la razón. La fe no es un modo de conocer lo que no se puede conocer racionalmente, como si fuera una alternativa a la racionalidad. Y mucho menos se debe confundir la fe con esa actitud oscurantista y fanática de refugiarse en las tinieblas de un vago sentimentalismo para huir de la luz de la razón, de la ciencia, de la evidencia empírica. La fe es más bien otra luz, una luz mayor, si se quiere. Creemos para ver más, nunca para ver menos… El que ama, no llega al amor después de haberlo pensado mucho y por haberlo pensado, como si el amor fuera la conclusión de un razonamiento lógico. Tampoco la fe es una conclusión lógica tras un ponderado razonamiento, de suerte que no creemos porque hemos entendido, sino que empezamos a entender porque creemos. Creemos, pues, para entender, y no, en modo alguno, para desentendernos. La fe es, finalmente, una decisión que nos enrola en el seguimiento de Jesús. Es luz para el camino. Bartimeo, apenas recobrada la vista, echó a andar. Antes permanecía sentado, parado, extraviado; ahora no puede permanecer inmóvil y camina. Así el creyente. 1