Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
23 de Agosto de 2020
N.º 34 • XXI DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
Jesús
el gran desconocido
Y
nosotros, ¿quién decimos que es Jesús? Llevamos ya dos domingos hablando de la fe. ¿Se acuerdan? En la historia de la barca que no avanza por el viento contrario, y en la historia de la mujer extranjera que, a base de insistir, logra la curación de su hija. Hoy, de nuevo, de un modo especialmente solemne, volvemos a hablar de la fe. "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?", pregunta Jesús a los Apóstoles. Y nosotros, ¿quién decimos que es Jesús? ¿Por qué nos llamamos seguidores suyos? ¿Cuál es nuestra fe? La respuesta que hemos escuchado en el Evangelio es también la nuestra: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Si nos contamos en el número de los cristianos, si estamos aquí reunidos, es porque nuestra respuesta a la pregunta de Jesús ha sido también ésta: el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Sí, ésta es nuestra fe. Nosotros creemos que JESÚS ES EL MESÍAS. Mesías significa guía, significa líder. Mesías es el nombre que el pueblo de Israel daba al hombre enviado por Dios, que algún día iba a venir para conducir a su pueblo hacia una vida plena, hacia una situación renovada de libertad y de justicia. Nosotros creemos que Jesús es precisamente este Mesías esperado. Porque Él, con su pa-
labra, con su forma de vida, con el camino que emprendió, con su persona entera, muestra por dónde hay que ir para que la vida merezca la pena, para que se realicen las esperanzas de vida que los hombres llevamos dentro. Su vida es, verdaderamente, la vida que realiza las aspiraciones más profundas, más auténticas del ser humano. Y por eso, para ser verdaderamente humanos es necesario vivir como Él. Por eso le reconocemos como Mesías, como guía. Jesús es el Mesías. JESÚS ES EL HIJO DE DIOS VIVO. No, no se trata de dos cosas distintas, sino de dos cosas que se complementan. Porque si Jesús pudo vivir tan perfectamente, tan profundamente la vida humana, fue porque en Él estaba el propio Dios. Porque en Él estaba plenamente la presencia y la fuerza de Dios. Dios, el Hijo de Dios, viviendo nuestra vida, nos abrió el camino para que la pudiésemos vivir nosotros hasta el fondo, de un modo que mereciera la pena, por eso lo reconocemos ahora como guía, y lo reconocemos como presencia plena de Dios entre nosotros. Decimos que, apoyándonos y fundamentándonos en Él –como la mujer extranjera del domingo pasado y como los discípulos de la barca del otro domingo– somos capaces de avanzar.
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