Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 26 • XIII DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A
28 de Junio de 2020
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Todos somos forasteros
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n cierto modo cabría decir que el amor al prójimo se preocupa de los vecinos, mientras que la hospitalidad cuida de los forasteros. De la hospitalidad nos habla hoy la Primera Lectura y el Evangelio. El ejemplo de la sunamita, que acoge en su casa al profeta Eliseo, y las palabras con que Jesús exhorta a sus discípulos nos invitan a reflexionar sobre esa hermosa virtud. Vivimos en una sociedad en cambio, en la que nadie ocupa un lugar seguro, una posición estable, un domicilio permanente, en la que nada ni nadie puede decir ya que ha llegado a su destino. El hombre no cambia solo de lugar y de profesión, cambia también de costumbres y de ideas. En esta sociedad los hombres viven como forasteros en todas partes, sobre todo en las ciudades, donde apenas tiene sentido ya la palabra "vecino". Por eso, el mensaje de la hospitalidad nos atañe de una manera singular. Buscamos la ciudad futura Los cristianos no tenemos aquí ciudad permanente, si es que peregrinamos de verdad a la Casa del Padre. La fe es un éxodo, una salida en pos de la promesa que ha de cumplirse. Y así es también la esperanza y la caridad, con la que siempre estamos en deuda, y nos obliga a salir constantemente al encuentro del hermano sin que nadie pueda decir que ya ha amado lo suficiente. De manera que la existencia cristiana es peregrinaje, andadura. Si recibimos a Cristo... Cristo es el forastero y el camino. Es forastero porque es el enteramente otro que ha venido a este mundo. Y es el ca-
mino porque solo podemos tener acceso a Dios por medio de Cristo y porque Dios es la casa del hombre. Recibir a Cristo es recibir siempre al camino, que es Él mismo. Es, por lo tanto, seguir a Jesús y ponerse en su camino. Si recibimos a Cristo y lo seguimos, debemos recibir también al prójimo y acompañarle en su camino. Pero esto no es fácil si no estamos dispuestos a salir de nuestros prejuicios y si nos obstinamos en juzgar a cualquier hombre desde nuestras posiciones. Esto es imposible si nos encerramos en nuestro egoísmo, en nuestros intereses, y vemos en el hombre que pasa, algo así como un turista de quien podemos sacar provecho. Cuando los discípulos de Jesús nos reunimos a compartir el pan y el Evangelio no lo hacemos para alejarnos del gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia del hombre de nuestro tiempo; para hacer mesa aparte, pues nada verdaderamente humano nos es extraño, si es que Jesús se ha hecho prójimo de todos los hombres. La Eucaristía nos hace compañeros de pan y de camino, nos abre a la fraternidad y a la solidaridad con todos los hombres. Lo que celebramos y soñamos en la Eucaristía es la fiesta universal que Dios ha preparado para todos los hombres: el Banquete del Reino. Acoger al otro es también acoger lo que trae consigo, sus preocupaciones y sus esperanzas: ¿nos interesamos por los demás?, ¿hacemos nuestras las esperanzas de los desheredados? ¿O decimos al que viene con problemas: Dios te ampare, hermano?
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