N.º 44 • XXXI D omingo O rdinario , C iclo B
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• 4 de Noviembre de 2018 •
El amor a Dios y al prójimo
n el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que debemos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Es lo mismo que decir que debemos amarle de un modo total, implicando toda nuestra persona. Sin embargo, algunos preguntan: ¿y de qué servirá este amor? Nosotros deberíamos responder convencidos que es el centro, el núcleo de nuestra vida. Que es el eje que da sentido a nuestra existencia. Que nos ahorra nuestra admiración por los ídolos, que nos llevan obsesivamente hacia la perdición. Nosotros deberíamos repetir, cuanto sea necesario, que el amor de Dios es el centro de la vida del hombre, porque no nos aleja del amor al prójimo, sino que nos hace caminar hacia Él con generosidad y entrega. Cerca del Reino de Dios hay muchos no creyentes. Muchas personas, ¡hay que reconocerlo!, pueden ser no creyentes y, en cambio, estar muy centradas. Con toda seguridad que Jesús les diría a cada una: "No estás lejos del Reino de Dios, aunque no uses su nombre". Pero, otras personas, que todavía están buscando el sentido de su vida y quieren aclarar cuál debe ser el centro de su existencia, probablemente
encontrarían la felicidad si preguntaran, como el escriba del Evangelio: ¿qué es lo más importante para que mi vida sea feliz? Pues, inmediatamente, podríamos escuchar la respuesta de Jesús: "El amor de Dios y el amor a Dios", que siempre deben ir vinculados al amor a los hermanos, pero que tienen una entidad propia: porque Dios vive en cada persona, y Él es el único Señor.
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