Hoja Parroquial - 25 de Octubre de 2015 - Num. 43

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N.º 43 • DOMINGO XXX ORDINARIO, CICLO B

• 25 de Octubre de 2015 •

«Ten compasión de mí»

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l Evangelio de hoy, narra que una vez atravesado el pueblo, a la salida, cuando se inicia el último trayecto que Jesús hará antes de entregar la vida, cura al ciego Bartimeo, que estaba sentado al borde del camino, y que llama a Jesús por su nombre mesiánico: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!», lo cual se convierte en un pasaje sobre el que vale la pena reflexionar. Jesús y Bartimeo es Jesús y cualquiera de nosotros, cualquier creyente. Porque cualquiera de nosotros tiene grandes dificultades para ver. Para ver el camino, para comprender el camino, para creer el camino. Porque el camino es la cruz: Jesús está llegando a la cruz, y nadie comprende que Él, el Hijo de David, será el Mesías precisamente desde la cruz. El domingo pasado, la penúltima escena, antes de entrar en Jerusalén, mostraba la inmensa lejanía de las expectativas de los apóstoles con respecto a lo que Jesús se disponía a vivir. Con todo, a pesar de nuestra ceguera, nosotros, como el ciego, queremos algo nuevo. No sabemos muy bien qué podemos esperar de Jesús, qué nos ofrece Él, cuál es su camino para nosotros. Pero sí sabemos una cosa, la única que vale la pena saber: en Él está la luz. Nosotros sabemos que pasa a nuestro lado, y le

llamamos, y le mostramos nuestra complicada fe y confianza. Él se detiene donde estamos nosotros, y nos hace llamar. Y tenemos la fortuna que haya alguien que nos venga a buscar y nos acompañe hasta Él (¡todos tenemos personas que nos llevan a Jesús!). Así, nosotros soltamos el manto, nos levantamos de un salto y vamos hacia Él. Entonces, el diálogo personal: «"¿Qué quieres que haga por ti?". "Que pueda ver". "Anda, tu fe te ha curado". Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino». 'Por el camino' quiere decir hacia Jerusalén, hacia la cruz. Difícilmente podemos imaginar que Marcos, cuando explicaba la escena, no tuviera la clara intención de darle un significado más allá de la pura curación física de la ceguera. Seguro que estaba lanzando una invitación a sus lectores –a nosotros– para que, como el ciego, le pidamos a Jesús que nos abra los ojos, a fin de que seamos capaces de comprender su camino: Él será el Mesías porque vivirá la vida con las únicas armas del amor, las únicas armas de Dios; y le pidamos al mismo tiempo que, como el ciego, nos animemos a tener sus mismos criterios, los criterios que le llevarán a la cruz, los criterios que hemos ido desgranando a lo largo de estos domingos en los que hemos ido siguiendo, página por página, este segundo Evangelio.

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