Hoja Parroquial - 30 de Agosto de 2015 - Num. 35

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N.º 35 • Domingo XXII Ordinario, Ciclo B

• 30 de Agosto de 2015 •

El hombre vale por lo que vale su corazón

“L

o que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Lo que sale de dentro se le apropia al corazón: los odios, los pensamientos ruines, las calumnias... Es esto lo que incapacita al hombre para las cosas de Dios y le hace indigno de la comunidad humana. El hombre no se hace impuro desde fuera, sino desde dentro. Este es el pensamiento de Jesús, su nueva ley. Es la intención la que hace grandes o mezquinas nuestras palabras y nuestras obras, aunque esa intención quede encubierta en loables discursos. El hombre vale por lo que vale su corazón, es decir, por aquello que desea, busca y ama desde el fondo de sí mismo. Es en el corazón –en lo más íntimo de su ser– donde el hombre acoge o rechaza a Dios, donde de hecho orienta su vida entera. El corazón es el lugar donde el hombre se revela. No podemos seguir engañándonos a base de plegarias y de prácticas religiosas. Lo que importa es lo que anhelamos y buscamos desde lo profundo de nuestro yo. Hay un signo claro que puede indicarnos lo que nuestro corazón ama y desea: la vida real que llevamos. Es verdad que la vida nunca es limpia del todo, que nunca somos fieles plenamente a nosotros mismos..., pero sí podemos clarificar qué es lo que realmente nos mueve en la vida, a qué damos valor y a qué no... Jesús no nos trajo un código de leyes y prescripciones, sino una llamada a la sinceridad en el pensar, sentir y vivir.

Cuando Jesús habla del “corazón”, no lo hace en sentido biológico, sino apropiándole toda la interioridad de la persona, el centro de la vida, de las decisiones y del encuentro personal con Dios. Según la mentalidad hebrea, expresada en la Biblia, se piensa, se recuerda, se toman decisiones con el corazón; que es al mismo tiempo amor, inteligencia, espíritu, memoria, conocimiento, libertad... Si nuestro corazón es bueno, lo será también toda nuestra actuación, puesto que lo que hacemos es fruto de lo que tenemos en el corazón, de lo que somos. Aunque muchas veces, en la práctica, nos cueste actuar según nuestras decisiones personales, o actuemos de modo contrario. Nosotros tendemos a juzgar a nuestros semejantes por sus actos externos, por sus palabras. Y esto, que es verdad cuando las obras son buenas, puede llevarnos al engaño cuando una persona obra mal. Se puede obrar mal como consecuencia de una infancia y juventud vivida en la marginación y en la explotación. ¡Cuántos hay en la cárcel víctimas de una sociedad radicalmente injusta! ¡Y cuántos que piden mano dura para los delincuentes comunes deberían callarse y estar entre rejas por ser la causa de esa delincuencia! El corazón es la expresión de la persona en su interioridad y en su totalidad. Y como queda lejos de la mirada de los demás hombres, debemos evitar siempre el juicio sobre las personas y crear situaciones de justicia y de igualdad entre todos.

Jesús mira el interior, el corazón humano. ¡Qué mirada tan distinta a la nuestra! Es urgente trabajar por devolver a la religión su verdad, como ha hecho Jesús. No podemos hacer de lo religioso un aparte del mundo, sino el fundamento de todo lo que tiene sentido.

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