N.º 25 • DOMINGO XII ORDINARIO, CICLO B
• 21 de Junio de 2015 •
La tempestad
calmada
E
n el Evangelio de este domingo, Jesús invita a sus discípulos a cruzar el mar e ir a la otra orilla. El salir de la propia orilla, de la comunidad creyente, en busca de nuevos horizontes para el reino, es ante todo adentrarse en el mar. El mar es bíblicamente no sólo un dato geográfico, sino símbolo del caos, del desorden, de los poderes del mal. No es raro que sople el huracán y se levanten tempestades. Es más, Jesús duerme. Cuando se levantan las fuerzas del mal amenazantes contra el hombre, cuando el poder del dinero amenaza con discriminar gran parte de la humanidad y condenarla al hambre, cuando el odio y la rivalidad engullen en guerras absurdas vidas humanas, cuando la manipulación de los seres humanos en la política o en
la economía crean dolor y sufrimiento, parece que Dios está ausente, parece que duerme. Pero aquí se nos quiere dar un doble mensaje: la Buena Noticia del Reino y la comunidad cristiana deben hacerse presentes allí donde hay hombres, allí donde se juega su porvenir y felicidad. Aunque sea aparentemente campo de los poderes económicos y políticos, culturales y religiosos. Pero, además, que donde esté el hombre, aunque se crea solo ante el inmenso peligro de los poderes caóticos de este mundo, allí también está Jesús el Señor. Jesús no es el Señor “de esta orilla”, de los cristianos de siempre, de las Misas dominicales, de los momentos devotos. Jesús es Señor también allí donde el hombre se siente amenazado, cuando no se pisa tierra firme y parece que todo va a contribuir al futuro del naufragio de
la humanidad. Dios como dormido, en forma discreta, está allí y es Señor. Ellos se dijeron, espantados: «Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!». ¡Es el colmo! Han aprendido la lección. No es Señor solamente en la orilla propia, en casa, en la Iglesia, en medio de mis seguridades, también está presente, con poder, allí donde el agua y los vientos presagian otros señoríos. Los cristianos no deben tener miedo a hundirse, desamparados del Señor, cuando, fieles a su misión evangelizadora, se adentran en un mar que es reino aparente de otros poderes que amenazan a los hombres, cuando busquen otras orillas y fronteras para el Reino, abandonando las propias seguridades. Cuando sigamos la invitación de Jesús: «Vamos a la otra orilla», confiemos y no seamos tan cobardes.
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