N.º 2 • SOLEMNIDAD: EPIFANÍA DEL SEÑOR / CICLO A
• 8 de Enero de 2017 •
EPIFANÍA, fiesta de la Presencia de Jesús
L
a fiesta de Reyes que hoy celebramos, nos recuerda, sobre todo, la vocación universal y misionera de nuestra fe. Lo decía el canto del libro de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura y lo repetía, acentuando aún más la radicalidad, el texto de san Pablo en su carta a los Efesios. La fe cristiana es una oferta que Dios hace a la humanidad entera. Por la presencia del Hijo de Dios en el mundo -su Epifanía-, todos los hombres de todas las épocas y culturas estamos llamados a la salvación definitiva. Cada civilización, cada tiempo, cada hombre tiene en el cielo su estrella que, seguida e interpretada correctamente, lo lleva hasta Jesús. Él, Jesús, respeta los modos de ser, las costumbres y tradiciones en lo que tienen de valioso y, al hacerse hombre, instaura la nueva y gran fraternidad de todos los hombres, hijos de Dios llamados a vivir para siempre con Él. La misión y las misiones de la Iglesia nacen de esta convicción y de este gozo. Pero cuando san Mateo redactaba el Evangelio que acabamos de leer -la adoración de
los magos-, quería destacar seguramente que son los extranjeros de buena voluntad, los que se acercan a Cristo, mucho más que los que, en teoría, lo tendrían más fácil. Al describirnos el malestar y la hipocresía de Herodes o el desinterés de los Fariseos, también evidenciaba la dificultad que tienen los poderosos del mundo para abrirse de corazón al Evangelio. A menudo tienen miedo -tenemos miedo- de perder posiciones, olvidando que el mensaje de
Jesús es precisamente palabra de libertad verdadera y de dignidad para todos. Herodes, como sabemos, prefirió matar a los niños de Belén; otros encuentran, ciertamente, soluciones menos crueles; pero, no por eso se resisten menos a que el Evangelio impregne la vida humana personal y colectiva (...). Siempre, en algún rincón de la tierra, hay hombres y mujeres -los Magos, si queremos- que, captando los signos de los tiempos, seguirán la estrella y encontrarán finalmente a Jesús. Y siempre habrá cristianos que también querrán convertirse, con la gracia de Dios, en signos para los hombres del propio medio y de los confines de la tierra. Entre nosotros, Reyes es la gran fiesta de los niños. Ellos son evidentemente la alegría y la esperanza de las familias y de la Iglesia. Pienso que el mejor regalo que los mayores podríamos hacerles, sería el de enseñarles por la palabra y, sobre todo, por el ejemplo, el profundo ambiente liberador que Cristo da a nuestra vida, que vieran en casa la alegría de la presencia de Jesús y que aprendieran, ya desde ahora, que la felicidad mayor consiste en compartir.
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