Hoja Parroquial 11 -2017

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N.º 11 • II D OMINGO

DE

CUARESMA / CICLO A

• 12 de Marzo de 2017 •

¡Qué HERMOSO es estar aquí!

H

oy, vemos a Cristo victorioso, en la narración de la Transfiguración, recibiendo de lleno la aprobación del Padre que le llama su Hijo amado y predilecto. El resultado es que los discípulos asombrados, y no del todo conscientes de la profundidad de la escena, sienten, por encima de todo, una sensación de absoluta felicidad que resumen en su estupenda frase: ¡Qué hermoso es estar aquí! Una misión primaria del cristiano sería que despertásemos en los demás el sentimiento de que se está bien junto a nosotros. Para eso no tenemos más que un camino: ser -como Cristo- hijos de Dios, hijos amados y predilectos. Pero estos títulos sólo se ganan si somos capaces de hacer lo que Él hizo. Por eso no es extraño que cuando cerca de nosotros pasa algún hombre que se parece a Jesús sintamos que algo raro flota en el ambiente y que una sensación de paz y bienestar nos invade; sintamos que es posible la risa y la esperanza; que es posible ser feliz y exclamar -en este mundo nuestro tan dolorido-: ¡qué bien se está aquí! Pero, naturalmente, esa bondad y esa felicidad apenas tiene que ver con lo que los hombres solemos entender por

tales realidades que, normalmente, están llenas de cosas y no de personas. Los cristianos no hemos subido con Cristo al Monte. No nos hemos sentado serena y tranquilamente junto a Él para contemplarlo en el esplendor de su transfiguración y no hemos captado el secreto de su brillo y de su blancura. Y no lo hemos captado a pesar de que en el Evangelio está clarísimo: el brillo, la blancura y la transfiguración, no son sino el resultado de ser hijo de Dios. Los cristianos, es evidente que -en gran número-, no nos hemos transfigurado. Por eso los que viven cerca de nosotros, los que comparten con nosotros el quehacer diario, no sienten habitualmente que a nuestro lado la vida es más bella, más honda, que a pesar de todo cuanto ocurra a nuestro alrededor, el cristianismo lleva en sí un germen de felicidad contagiosa -cuando el cristianismo se vive de verdad- que hace exclamar a los demás: ¡qué bien se está con Fulano...! El mejor obsequio que podríamos hacer a nuestro mundo es devolverle la sensación de bienestar que experimentaron cerca de Cristo transfigurado, Pedro, Santiago y Juan.

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