Hoja Parroquial - 3 de Enero de 2016 - Num. 1

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N.º 1 • Solemnidad: Epifanía del Señor / Ciclo C

• 3 de Enero de 2016 •

«Al ver la ESTRELLA, se llenaron de inmensa Alegría»

H

oy celebramos la fiesta litúrgica de la Epifanía. Navidad acentúa más la venida, mientras que epifanía subraya la manifestación. Hoy es fiesta universal: el Hijo de Dios se quiere manifestar a gente de todas las naciones para llevar a cabo el plan universal de salvación del Padre. "Fiesta de la luz", así la denominaban los orientales. La Primera Lectura nos lo pone de manifiesto. Jerusalén está toda ella circundada de la gloria de Dios y se convierte en faro de todos los pueblos. Es la imagen de la Iglesia. La Iglesia no es la luz. La luz es Cristo, pero la luz de Cristo resplandece en el rostro de la Iglesia, y ella quiere iluminar a todos los hombres con la claridad de Cristo por la predicación del Evangelio. Es un hermoso símbolo, la luz, tan enaltecido por la liturgia cristiana. El creyente, el bautizado, es un "iluminado" por la luz de Cristo; forma parte de la Iglesia y por eso ha de ser iluminador de los que no tienen fe, tiene que iluminar a los demás con la luz del Evangelio. Para que todos los hombres lleguen a vislumbrar la estrella, como los magos, para que todos los hombres caminen en la luz del Señor. El Evangelio de hoy nos presenta un camino de fe: los magos descubren un signo (la estrella), siguen la llamada –a la que son obedientes sin desfallecer–, se informan, buscan, preguntan. Finalmente, encuentran. Con una «inmensa alegría» descubren al Niño, con María, su Madre. Cayendo de rodillas le adoran. Es el símbolo del itinerario de fe que recorrieron quienes son vistos como los primeros

entre los creyentes no israelitas; es el camino que cada hombre es llamado a recorrer. Un Evangelio muy cercano a los hombres de todos los tiempos, que interpela al hombre moderno. Bajo las estrellas que brillan en el mundo moderno, hay que buscar un signo más profundo y más humanizador. Si investigamos, si buscamos, si no desfallecemos, encontraremos al final la llamada de Dios, la llamada de la fe que nos conduce al Dios hecho hombre, al Mesías salvador de todos los hombres. Cuando le encontramos, lo adoramos: es el reconocimiento: "Él es el Señor". Los presentes ratifican el reconocimiento. La ofrenda de la fe (la que realizamos en cada Eucaristía) no es una cosa material. Nos lo dice hoy la oración sobre las ofrendas: "No son oro, incienso y mirra, sino tu Hijo...", proclamado, inmolado, comido. Y con Él nos ofrecemos a nosotros mismos. Es la ofrenda personal de nosotros a Dios que nos exige la fe. Cada vez que celebramos la Eucaristía, realizamos la ofrenda de la fe. Es el objetivo principal a alcanzar en nuestra participación en la Eucaristía: que el Espíritu nos transforme en ofrenda permanente con Cristo, por Él y en Él.

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