Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
30 de ·Enero de 2022
N.º 05 • IV DOMINGO ORDINARIO, Ciclo C
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
Médico,
L
cúrate a ti mismo
a sencillez de vida confunde a los poderosos: Jesús admirado y rechazado. Aquí se nos muestra toda la sencillez de Jesús, que por una parte es admirado, pero por otra parte es rechazado. La gente de Nazaret, la ciudad donde creció, estaba admirada por la belleza de su predicación, pero no podía aceptarlo como Maestro, y mucho menos como el Mesías, porque lo consideraban uno del “montón”, era el hijo del pobre carpintero José, pertenecía a una familia humilde del pueblo, no era un personaje prestigioso ni uno de los poderosos de la alta sociedad. Jesús compartía hasta tal punto la vida de los pobres que fue despreciado igual que ellos, lo relegaban de igual manera que a ellos y también se le negaba un lugar entre la gente importante de la ciudad. Por más atractiva que fuera su persona y por más bellas que fueran sus palabras, eso no bastaba para que lo aceptaran. Y Jesús renunciaba a deslumbrarlos con su poder, porque sabía que si no creían en su palabra “no creerán aunque resucite un muerto” (Lc 16,31). “Nadie es profeta en su tierra”. Jesús imagina y
espera un reproche por esa ausencia de prodigios, de ahí el refrán que le dicen “médico, cúrate a ti mismo”, y les responde con otro refrán conocido en su pueblo “nadie es profeta en su tierra”. A través de este refrán, Jesús no está diciendo que los profetas siempre son rechazados en su tierra, como una ley inamovible; simplemente, pretende mostrarles lo que de hecho estaba sucediendo con Él, a partir de este refrán que ellos usaban frecuentemente en sus conversaciones cotidianas. Pero en el fondo ese refrán está mostrando la dificultad que tenemos para descubrir la presencia de Dios en las cosas simples y normales de nuestra vida. Siempre quisiéramos que Dios se manifestara de manera espectacular y asombrosa, y no en las cosas y acontecimientos sencillos y cotidianos. Pidamos humildad… Señor Jesús, libérame del orgullo y de la vanidad, de pretender convencer a los demás con manifestaciones de poder. Ayúdame a aceptar con sencillez mi lugar en el mundo, buscando más el servicio humilde que las grandezas y el prestigio de la imagen.
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