Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
V Domingo Ordinario, Ciclo B
4 de Febrero de 2024
NO. 5
La salud es un don que recibimos de Dios para servir mejor
E
ste pasaje evangélico resalta de distintas maneras el poder de Jesús que viene a hacer presente el Reino de Dios y a liberar al hombre del poder del mal. La mano de Jesús que sostiene y cura a la suegra de Pedro recuerda la figura de la mano fuerte de Dios, tan presente en el Antiguo Testamento. Esa mano divina da seguridad: “tu mano me sostiene” (Sal 63,9). .Con ese mismo poder de su mano, Jesús pasa por todas partes curando enfermos y expulsando
demonios; el poder del mal se rinde ante su mano fuerte. Esa misma mano fuerte de Jesús es la que puede fortalecernos y liberarnos de nuestros males más profundos, esa misma mano que acaricia con ternura, pero que tiene poten1
cia divina puede sostenernos en la dificultad y arrancar de nuestra vida los poderes del mal que a veces nos esclavizan. Pero en el encuentro con el Padre, muy de madrugada, Jesús bebía del poder que se manifestaba durante la jornada. De la intimidad con su Padre, Jesús obtenía todo lo que les comunicaba a los demás, la fuerza que transmitía. En la curación de la suegra de Pedro se destaca un detalle importante: que la mujer, inmediatamente después de ser curada, se pone a servir a los presentes. Esto indica que cuando buscamos a Dios con el deseo de ser curados de nuestras enfermedades, angustias y perturbaciones, debemos hacerlo con la intención de servir mejor a los demás y no solamente para gozar de bienestar, encerrados en nuestros propios intereses. Después de recibir una gracia divina o un favor de parte de Dios, nuestra respuesta a ello o nuestra manera de compensar el bien recibido es haciendo otro bien o un servicio a quien lo requiera, sea conocido o no. Debemos seguir el ejemplo del Maestro Jesús que primero esta la persona antes que otra cosa. El y sus discípulos habían llegado a la casa de Pedro para comer, pero Jesús pospone los alimentos para sanar a una mujer y con ello, de paso, reivindica el rol de la mujer tan relegada en su tiempo. “Señor, pasa por mi vida con tu mano firme, no me dejes caer, Señor, arráncame del abismo de la tristeza, de la indiferencia, del pecado y cura mis enfermedades. Fortalece mi cuerpo, pero sobre todo, dame la fuerza insuperable del amor para servir mejor a los demás”.