Hoja Parroquial - 9 de Noviembre de 2014 - Num. 45

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N.º 45 • DEDICACIÓN BASÍLICA DE LETRÁN CICLO A

• 9 de Noviembre de 2014 •

El Templo de Dios

H

oy, domingo, Día del Señor, también celebramos la fiesta de la consagración de la Catedral de Roma, que es la Basílica de San Juan de Letrán (la Catedral de Roma no es San Pedro del Vaticano, sino San Juan de Letrán). Es una fiesta que nos invita a valorar nuestras iglesias –más más antiguas y más modernas, más grandes o más pequeñas–,, pero, sobre todo, nos invita a valorar que el Templo de Dios no son los edificios, sino Jesucristo y los hombres. Las Lecturas de este día no nos hablan tanto de los edificios, de los templos materiales, como de los hombres; de los hombres que son –para los cristianos– el auténtico Templo de Dios, es decir, el lugar de la presencia de Dios. En primer lugar, el Hijo del Hombre, Jesucristo; pero también cada cristiano, cada hombre. Por esto, en el Evangelio, escuchamos cómo Jesús se atreve a decir que Él es el “Santuario”, Santuario”, el “Templo”” de Dios. Es decir, donde Dios se manifiesta, actúa y habla. Y por esto, san Pablo nos ha dicho que también todos nosotros somos Templo de Dios, construido sobre el cimiento de Jesucristo (sobre la fe en Jesucristo): «¿No ¿No sabéis que sois Templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el Templo de Dios, Dios lo destruirá a él: porque el Templo de Dios es santo: ese Templo sois vosotros». Decir que Jesucristo es Templo de Dios significa creer que en Él se manifestó el Señor. El Dios que –como dice el Evangelio de san Juan– nadie vio jamás, nos fue revelado por Jesucristo. Y esto significa que todos los que nos llamamos cristianos, no podemos hacernos nuestro “dios” a imagen y semejanza nuestra, según nuestros criterios y modos de actuar, sino

según lo que nos dice Jesús. Podríamos decir que el cristiano no es tanto aquel hombre o mujer “que va a la iglesia” o “que va a Misa”, sino aquel que vive, cada día, en todas partes, como discípulo. Todos estamos llamados a ser Templo de Dios. Mejor dicho, para Dios, lo somos todos. De lo que se deduce que todo hombre merece respeto, estimación, valoración. «Si alguno destruye el Templo de Dios –nos ha dicho san Pablo, repitámoslo–, Dios lo destruirá a él; porque el Templo de Dios es santo: ese Templo son ustedes».

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